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jueves, 25 de abril de 2024

LA HUIDA DE VIRGINIA Pilar Adón

 

 


 

No tardarían mucho tiempo en averiguarlo. Al percibir que una desusada impresión de apaciguamiento y normalidad se había establecido entre ellos, comenzarían a echarla de menos. Como se echa en falta el runrún de una obsesión que, de repente, desaparece. Se darían cuenta, quizá demasiado pronto, de que la anfitriona no regresaba al lugar central de la esplendorosa fiesta, y comenzarían a decir su nombre con la voz cantarina que definía el estado de ánimo general, que, si bien no resultaba muy real, al menos sí era el que se suponía que todos debían desplegar a lo largo de aquel homenaje, aquella impecable fiesta de bienvenida.

-Te están esperando. Me han preguntado por ti varias veces.

Se darían cuenta y comenzarían a tomar posiciones. Avanzarían hacia los lugares más privados de la casa sin dejar de murmurar el nombre de la propietaria, que había decidido comportarse como no debía ahora que, por fin, Héctor había regresado. «Virginia. Virginia… ¿Dónde te escondes?» Se acercarían, acechantes, hasta el borde de las camas para arrodillarse sin pudor y espiar su pequeña oscuridad de madriguera infantil. Más tarde, una vez hallada, se encargarían de la eficaz reconstrucción del momento inmediatamente anterior a la decisión de huir, pero ahora resultaba esencial encontrar a la anfitriona díscola. Y para ello asomarían los ojos por la breve rendija de la puerta abierta del cuarto de baño con el afán de inspeccionar cada uno de los rincones en los que se hubiera podido sentar, levantarían las sábanas blancas, abrirían los armarios y meterían su nariz en el interior de cada una de las cajas de cartón llenas de recortes de periódicos.

-Espera un momento. Sólo un segundo. Sabes que puedo hacerlo y lo haré. Sólo necesito un pequeño instante.

Sonreirían como si aquella fiesta fuera el lugar más divertido del mundo. El lugar en el que se debía estar. Y buscarían con verdadero empeño, deseando encontrarla, porque aquello, descubrir a Virginia, significaría abrir inmensamente los ojos y acercarse a ella con toda la compasión de la que es capaz un ser humano común, con los brazos extendidos y los labios preparados para un generoso beso que se antepondría a cualquier palabra, abrazar largamente e incluso acunar. «¿Estás bien, cielo? ¿Te ha vuelto a suceder? ¿Otra vez?»

-¿Me quedo contigo? ¿Quieres que me siente aquí hasta que se te pase?

Buscarían. Pero esta vez no iban a salirse con la suya. Porque Héctor había regresado a su casa y si alguien sabía dónde se escondía Virginia, esa persona era él.

-¿No te importa?

Héctor negó con la cabeza y se sentó en una de las dos sillas que rodeaban el escritorio de Virginia, cerca de la ventana grande que daba al jardín.

-Si me importara no te lo habría propuesto.

Pronto serían las diez y media de la noche, y ninguno de ellos había tomado nada sólido desde el inicio de la fiesta. La comida seguía esperando en la cocina, y allí continuaría hasta que Virginia decidiera bajar.

-No sé si me vas a creer, pero te aseguro que esto no me pasa con mucha frecuencia últimamente. Desde que tú te fuiste, creo recordar que sólo han sido tres veces. Déjame pensar… Sí. Tres veces. Creo.

-No te preocupes. No tienes que darme ninguna explicación. Si quieres hacer algo, lo haces. Y si no quieres, no lo haces.

Era tan excepcional, Héctor. Con su teoría de que si se quiere hacer algo, si de verdad hay algo que merece la pena y que realmente se desea hacer, no hay que pararse a pensar. Simplemente hay que hacerlo. Sin reparar en nada más, sin hacer caso a los mosquitos ni a los pensamientos cruzados acerca de un día de sol o de una maravillosa conversación a la sombra de un árbol frondoso ocupado el espacio por el olor de las higueras. Héctor decía que no hay que escuchar los sonidos circundantes ni el latido sobrio del corazón ni las expectativas de una casa más grande ni el canto lejano de una risa querida como a nada se ha querido antes. Si se desea hacer algo, hay que empezar a hacerlo y no pensar más. Porque el pensamiento sólo dilata el no hacer nada y deja pasar las horas en una estéril sucesión de instantes pensados que no significan gran cosa. Sólo consideraciones o recuerdos que la mayoría de las veces son torturas y además torturas lastimosas de un dolor ilocalizable, que no es físico y que no se puede acallar con medicamentos. Un dolor continuado. Un dolor soberano que persiste y persiste.

-No sé lo que quiero, Héctor. Ése es el gran problema. Que no lo sé.

Él dejó caer pesadamente las manos sobre sus rodillas, y suspiró:

-Toda esa gente a la que has invitado… No sé para qué han venido. No paran de hablar y de reír. Es insoportable.

-Casi todos piensan que silencio y estupidez van de la mano.

Estarían buscándola. En el interior del cesto de mimbre para la ropa sucia y tras los árboles del jardín. Riendo y diciendo su nombre mientras, en su dormitorio, Héctor comenzaba a silbar una melodía lenta.

-Vas a salir de ahí, ¿verdad? -preguntó.

Retirando las tablas de madera para cerciorarse de que no había nada detrás. Con las manos abiertas sobre las ventanas, dejando pequeñas nubes de vaho en los cristales, mientras repetían: «Vas a salir de ahí, ¿verdad? ¿Vas a salir de ahí?».

Virginia no contestó. En realidad, sí sabía qué quería. Claro que lo sabía. Lo que deseaba era poder regresar a su casa, a la que había sido su auténtica casa, y no volver a alejarse jamás de allí. A veces, algunas noches, cerraba los ojos y, mientras se iba quedando dormida, oía aquellos sonidos, los pasos por el parquet del salón, el teléfono, el grifo que comenzaba a soltar agua fría, luego templada, luego más caliente. Exactamente los mismos sonidos. La voz de su padre hablando al otro lado del tabique mientras ella intentaba permanecer dormida porque si se despertaba, sabía que si abría los ojos, descubriría que, en realidad, aquellas paredes blancas eran ahora de papel pintado, y las sábanas limpias se habían convertido en largos trozos de tela arrugada. No haber salido nunca de su casa, y andar descalza hacia la cocina para tomar un vaso de leche mientras la radio daba las noticias de las once. Aquello era lo que deseaba y, por lo tanto, los rumores de la memoria se repetían mientras sus ojos giraban y giraban huyendo de una luz que cada vez era más amplia. Inmensa. Porque volvía a sucederle. A pesar de que Héctor estaba allí, con ella, sentado en una de las sillas de su propia habitación, cerca de la ventana que daba al jardín, ahora volvía a sucederle. Y, aunque no deseaba volar de nuevo, sabía que era inútil no desearlo. Los hilos ya estaban tendidos y dispuestos.

Así que se refugió aún más y Héctor, finalmente, se levantó de la silla para dirigirse a la puerta.

-Les diré a todos que no hay nada más que hacer aquí y que pueden irse a su casa.

Su respiración volvería a ser acompasada y limpia. Quizá un pequeño temblor en los dedos que rozaban sus labios, en busca de esa perfecta tersura de una piel tan fina, delatara de alguna forma su auténtico estado de ánimo. Pero no el hecho de que estuviera impecablemente vestida o que fuera capaz de escuchar larguísimas conversaciones con la mayor atención.

¿Y si no bajaba? ¿Y si se sentaba a los pies de Héctor y le pedía que siguiera silbando aquella melodía hasta el amanecer?

Pero Héctor ya había salido de la habitación. Su espléndida fiesta de bienvenida había terminado.

 

FIN

 


lunes, 8 de abril de 2024

EL DIOS DE LOS OBSTÁCULOS Gregory Fallis

 


GREGORY FALLIS es, además de escritor, un auténtico investigador privado. Este cuento, el primero que escribió, fue finalista del Premio Shamus que otorga la organización Private Eye Writers of America. También es autor de libros que no son de ficción, como Be Your Own Detective o Just the Facts, Ma’am: A Writer’s Guide to Investigators and Investigative Techniques.

 

No tengo mucho que ver con ministros protestantes ni CLÉRIGOS DE ninguna especie; los evito siempre que puedo. Soy irlandés y católico, como se trasluce en mi nombre: Kevin Sweeney. Mi esposa, Mary Margaret, es también irlandesa y católica, pero a diferencia de mí, ella sí se toma en serio ambas cosas, por lo cual no siempre logro evitar el contacto con curas y monjas. Pero los ministros protestantes son radicalmente otro tema. Quedan fuera de mis círculos habituales. En cambio, las cárceles sí forman parte de mis círculos habituales, y fue en la cárcel municipal donde Joop Wheeler y yo nos topamos por primera vez con el reverendo Jason Hobart. Muchos ministros y sacerdotes visitan cárceles y prisiones en temporada decembrina. Sin embargo, Hobart no estaba ahí para aportar alegría o predicar el evangelio a los reclusos. No estaba en la cárcel de visita. Lo arrestaron por incendiar el garaje de su hija. Los tres nos amontonamos en un minúsculo salón de entrevistas, Hobart, mi socio Joop y yo. Hobart pasó el fin de semana preso, esperando que le fijaran fianza, y ese tiempo lo desgastó. Se notaba que normalmente era un hombre cuidadoso de su aspecto, pero un par de noches en la cárcel mandó al demonio su pulcritud. Estaba desaseado y olía a sudor, miedo y preocupación.

La cárcel nunca es un lugar agradable para conversar, pero resulta todavía peor en los días de fiesta. Los presos se desesperan más y el ambiente se deprime por las insistentes melodías navideñas que suenan sin parar en el sistema público de altavoces. Pero Joop y yo nos vimos obligados a presentarnos allí. Queríamos hablar con Hobart antes de la audiencia para determinar la fianza. Él tenía un buen abogado, Kirby Abbott, y seguramente lo dejarían salir de prisión. Un hombre que sale de la cárcel bajo fianza tiene necesidades e intereses de mayor importancia que responder preguntas.

Por dicha razón Joop y yo fuimos a verlo: para obtener respuesta a varias preguntas. Como ya dije, Kirby Abbott es buen abogado, pero ni el mejor abogado puede ir más allá de lo que el cliente le dice. Hobart, por algún motivo, no quería cooperar. Negaba haber prendido fuego al garaje de su hija, pero rehusó decirle a Kirby dónde se hallaba en el momento en que se produjo el incendio. Por tal razón Kirby recurrió a nosotros. Somos investigadores privados.

Buena parte de nuestros quehaceres se relaciona con la defensa de casos criminales, pero raras veces nos tocan clientes como Jason Hobart. Antes de tomar los hábitos -?si acaso es eso lo que hacen los ministros protestantes?-, Hobart fue un exitoso hombre de negocios. Era dueño de varios edificios de apartamentos, dos tiendas de automóviles, una estación de radio local y probablemente muchas otras cosas. Todo esto lo volvía deseable como cliente, para sus abogados y para nosotros. No nos preocupaba en absoluto que no se pudieran cubrir nuestros honorarios.

Cuando Joop y yo nos sentamos con Hobart, repitió la misma historia que le contó a Kirby. Era inocente, dijo, pero se negaba a decir en dónde estaba al empezar el incendio.

-Es genial declararse inocente -dije yo-. No muchos pueden hacer lo mismo. Pero no es suficiente para la policía, ¿sabe usted?, tampoco para un jurado, en caso de que las cosas se sometan a un juicio.

El reverendo Hobart asintió, pero no parecía preocupado, solo triste y fatigado.

-Un jurado hará lo correcto. El Señor me ha de proteger.

Miré a Joop y le indiqué a Hobart con un gesto. Joop es protestante; un bautista del sur, entre todas las cosas. Quizás él podría hacerle ver mejor a Hobart su situación.

-Los jurados son criaturas raras -afirmó Joop?-. Creo que un jurado va a necesitar saber dónde se hallaba usted en los momentos en que quemaron el garaje de su hija. No dudo que un jurado querrá saber por qué Sarah, su propia hija, le dijo a la policía que fue usted quien lanzó una bomba molotov por la ventana del garaje.

El acento de Joop pescó por un momento la atención de Hobart. Joop viene de Carolina del Sur, y su acento sureño tiene un sonido suave, lento y culto. En la costa de Massachusetts suena casi exótico.

Hobart meneó despacio la cabeza, con los ojos repletos de auténtico dolor.

-Sarah -dijo-. No lo sé. Casi no puedo creer que ella… ¿Dice que me vio prenderle fuego al garaje? ¿Que me vio a mí hacer eso?

-No -dije sacudiendo la cabeza-. Le dijo a la policía que usted llevaba tiempo amenazando con quemar el garaje.

-No el garaje -corrigió Hobart-. No el garaje, sino sus contenidos.

-¿La estatua? -preguntó Joop.

-No es nada más una estatua -aclaró Hobart, con los ojos llenos de lágrimas?-. Es la imagen de un dios pagano. Tiene que entender que la idea de mi hija, mi única hija…, mi Sarah, adorando un ídolo… Especialmente en estos días del año. No puedo tolerar…

Se secó los ojos y negó con la cabeza.

-¿Ídolos? -intervino Joop mientras buscaba entre las notas proporcionadas por Kirby Abbott?-. Creí que era la imagen de un elefante. Sí, aquí está. Una estatua de madera de un elefante. No dice nada sobre ídolos.

-Tenía la cabeza de un elefante -dijo Hobart, volviendo a negar con la cabeza?-, pero cuerpo de hombre. Un hombre con cuatro brazos. Un dios pagano.

-¿De verdad? -preguntó Joop-. Aquí solo veo que dice elefante.

-Pues me temo que se equivocaron.

-No importa que sea un elefante o un dios de los elefantes -?intervine yo?-. Lo que importa es que la policía piensa que usted arrojó una bomba molotov por la ventana del garaje de su hija, que usted deliberadamente quiso destruir su estatua y su garaje.

-¿Que quise destruir? -dijo Hobart-. Me quedé con la impresión de que fue efectivamente destruido.

-Para nada -le informó Joop-. Solo sufrió daños menores. Quedó un poco chamuscada en las orillas.

-¿Habla usted de la estatua o del garaje?

-Nada sufrió daños mayores -dije-. Al menos eso nos informaron. No lo hemos visto aún con nuestros ojos.

Hobart volvió a menear la cabeza.

-Pero pensaba que… Pensaba que la policía había dicho que la estatua fue destruida.

-Eso es lo que pasa con las bombas molotov, ¿sabe usted? -?dijo Joop?-. No se pueden controlar los resultados. Si uno va por ahí echando bombas molotov por las ventanas, no puede quejarse si no hacen la tarea.

-Ya dije que yo no lo hice -insistió Hobart?-, se lo he dicho a la policía y a mi abogado, y ahora se lo digo a ustedes. Yo no lo hice.

-Bueno, ahí lo tienes -dijo Joop, volviéndose hacia mí?-. Él no lo hizo. Ha de tratarse de un sencillo error. Si decimos esto a la policía, seguramente lo dejarán libre.

Es imposible que Joop deje de bromear, y ya dejé de intentarlo, pero algún día este chico va a hacer que nos despidan.

-Sería muy útil que nos dijera en dónde se encontraba a la hora del incendio -?le dije a Hobart.

-No puedo decir más que no estaba en casa de mi hija -?declaró en tono fatigado.

-Sí -le dije, asintiendo-, pero ¿por qué no puede decir en dónde sí estaba? Ya sabemos que no se hallaba en su casa. Sus vecinos lo vieron salir en su automóvil como a las siete de la noche. El fuego fue extinguido hacia las ocho y media, y sabemos también que usted no volvió a su casa hasta cerca de las once y cuarto. Lo que no sabemos es dónde estaba entre las siete y las once y cuarto.

-Qué mala suerte con las horas, a propósito -?comentó Joop?-. Volver a su casa justo en ese momento, cuando la policía está llamando a su puerta para interrogarlo. Si se hubiera tardado otro cuarto de hora o veinte minutos más, es probable que no hubiera tenido que pasar el fin de semana en la cárcel.

-¿No le es posible hallar una manera de decirnos en dónde estaba? -?le pregunté?-. Acuérdese de que queremos ayudarle.

-Ya se lo dije al señor Abbott -repuso Hobart?-. Estaba cumpliendo una misión de Dios.

-Pues la misión de Dios puede arrojar su trasero terrenal a una celda -?dijo Joop.

-El Señor me ha de proteger -replicó Hobart.

-Pues tendrá que protegerlo en la cárcel, en tal caso.

Hobart lanzó una mirada dura a Joop.

-Señor Hobart -intervine-, a Joop le falta tacto, pero no razón. Si no podemos probar que usted no se hallaba en la casa de su hija aquella noche, puede ser que pase mucho más tiempo tras las rejas.

-¡Cuánto lo siento! -dijo Hobart tristemente, mientras negaba con la cabeza?-. No puedo ayudarles. No puedo revelar un secreto. ¿Supongo que hablarán con mi hija?

-Es probable -asentí, pues la pregunta iba dirigida a mí?-. Eso siempre que ella acepte hablar con nosotros.

-Cuando la vean, ¿podrían darle un mensaje de mi parte? -?solicitó Hobart?-. ¿Podrían decirle que estoy preocupado por ella? ¿Por su alma? ¿Podrían decirle que yo la amo?

-Le diré que está preocupado por ella y que la ama -?repuse, meneando la cabeza?-. Pero eso de las almas no es parte de nuestra labor. Bastante tenemos lidiando con la carne.

Salir de la cárcel y dejar de oír las despreciables melodías navideñas fue un gran alivio. Me agrada la verdadera música de Navidad, los cánticos antiguos y villancicos que oí en la iglesia de niño. Me molesta oír canciones donde salen hombres de nieve y renos, y mamás que se besan con santacloses.

Joop expresaba alegría al salir de la cárcel.

-Creo que conviene echarle un vistazo a la dichosa estatua -?dijo?-. Me parece imperativo.

Joop disfruta de su trabajo de un modo que me parece poco saludable. En ocasiones creo que se hizo detective privado buscando tener una excusa legítima para meterse en los asuntos de otras personas.

-Bien -acepté-. Tenemos que entrevistar a la hija. Podemos ver el garaje y la estatua al mismo tiempo.

-¡Genial! -replicó el otro-. Cuatro brazos y además cabeza de elefante. Bastaría con los cuatro brazos. Pero la cabeza de elefante, eso es lo genial. En la Primera Iglesia Bautista de Ezequiel, allá de donde vengo yo, nunca tuvimos nada parecido. No había ninguna clase de estatuas. Tampoco había cuadros. Solo paredes vacías. Pero mi tía Jicotea tenía un cuadro de…

-¿Tienes una tía que se llama Jicotea?

-Bueno, su nombre verdadero es Delma -explicó Joop?-, y en realidad no es tía mía. Pero así la he llamado toda la vida. Creo que es solo una mujer que mi…

-No necesito saber toda la historia de tu familia -?declaré, pues Joop tiene la colección más extraña de parientes, de quienes le encanta hablar en detalle?-. Solo sentí curiosidad por el nombre.

-Entiendo -dijo Joop-. La tía Jicotea tiene la costumbre de meter la cabeza entre los hombros, igual que una jicotea. Es así como llamamos a las tortugas en Carolina. Bueno, la cosa es que Jicotea tenía un cuadro de Jesús en la pared de su sala. Tal vez siga ahí. Ella afirmaba que era Jesús, aunque yo no estoy muy seguro. No tenía mucho aspecto de judío. Un tipo de pelo largo, rubio y rizado, y ojos grandes color café. Se parecía a un perrito spaniel al que acabaran de pegarle con el periódico por haber mojado la alfombra. No inspiraba ningún respeto. Pero era una de esas imágenes en que, si te mueves, los ojos se abren y se cierran. Yo pasaba el tiempo moviéndome en la sala de la tía Jicotea, haciendo pestañear a Jesús. Sarah Hobart tiene un dios con cabeza de elefante y cuatro brazos, y todo lo que tuve yo fue una pobre imagen de Jesús que abre y cierra los ojos y parece un spaniel. ¿Qué tuviste tú?

Tenemos en San Aloysius una estatua de la Virgen. Hay quien afirma que le brotan lágrimas, aunque no he hablado nunca con alguien que lo haya visto. No voy a misa con la frecuencia debida, solo de cuando en cuando para complacer a Mary Margaret. Pero me criaron como católico, y uno no puede escapar de eso. San Aloysius es una vieja iglesia de piedra construida en 1829, una edificación sólida e imponente que brota del suelo como si en él hubiera crecido. Al entrar, lo pone a uno en su lugar; los vitrales que meten luz en la penumbra, las bancas oscuras, el piso de duelas de madera torcidas, las velas votivas que parpadean a los lados. Hay un misterio ahí en la oscuridad. Es una casa de oración, y el edificio mismo le aclara a cualquiera lo que significa la oración. Por supuesto, no le dije nada de esto a Joop; solo le mencioné la estatua de María que llora.

-La hija de Hobart y tú tienen todas las cosas religiosas bonitas -?declaró Joop.

Sarah Hobart vivía en la parte antigua de la ciudad, un barrio construido en la posguerra con ladrillos rojos, arces altos, patios grandes y cercas de arbustos para desanimar a los vecinos curiosos. No es la clase de barrio donde uno esperaría que viviera una alumna universitaria.

Al llegar nos encontramos a Sarah arrastrando una enorme bolsa de basura al contenedor de desperdicios cerca del garaje. Probablemente tuvimos suerte de hallarla en casa. Sarah estaba matriculada en la universidad para un doctorado en Historia, según nos hizo saber su padre, y la mayor parte del tiempo estaba en el campus universitario durante las horas de luz del día. Quizá tenían vacaciones, aunque faltaban dos semanas para Navidad.

Se volvió a mirarnos cuando bajamos del automóvil.

-¿Ustedes vienen del seguro? -preguntó después de echar una mirada a su reloj, y nos regaló una sonrisa que parecía el sueño de un ortodoncista?-. Me da mucho gusto verlos. No los esperaba tan pronto.

-Me temo que no somos de la compañía de seguros -?le aclaré?-. Me llamo Kevin Sweeney, y él es Joop Wheeler. Acabamos de estar en la cárcel, hablando con su padre.

La sonrisa se esfumó de su rostro.

-Oh, no. Miren, no quiero oír ninguna estupidez sobre Jesús.

Arrojó la bolsa al contenedor y cerró la tapa con estrépito.

-¿Por qué no se dedican a molestar a alguien más? Váyanse ahora mismo. Desaparezcan.

A Joop le dio risa.

-No, no -dijo mientras le ofrecía una tarjeta?-. No hemos venido a nada de eso, sino a investigar el incendio. Somos investigadores privados.

Ella tomó la tarjeta y nos miró de pies a cabeza.

-La verdad es que no tienen el tipo de los misioneros que usa mi padre. Siempre me envía gente, ¿saben?, para que me digan que voy camino al Infierno solo por tener un Ganesha en el estudio.

-¿Ganesha? -preguntó Joop.

-Así es -afirmó Sarah-. El dios hindú, ¿saben? ¿El dios de los obstáculos? ¿El dios con cabeza de elefante?

-Ah -dijo Joop, sonriendo-; aquel Ganesha.

-¿Me juran que no son colegas de mi padre? -?inquirió?-. No se vayan a hincar rezando por mí. Odio que hagan eso.

-Palabra de scout -declaró Joop alzando la mano igual que juran los Boy Scouts?-. La última vez que me hinqué fue para vomitar. Hemos venido solo a hacerle unas cuantas preguntas y examinar los daños. Si nos da permiso, por supuesto.

Sarah recuperó poco a poco la sonrisa.

-Viene del sur -dijo.

-Sí, señorita, le aseguro que vengo del sur -?confesó?-. Municipio de Georgetown, Carolina del Sur. A solo un guiño del Cielo.

Joop aprovechaba cada resquicio, y supe que ella nos admitiría. La gente de Nueva Inglaterra siempre se rinde ante un acento sureño culto. Ya tenemos montada la rutina, Joop y yo. Él charla y seduce y hace preguntas mientras yo me pongo a examinar el lugar. Funciona bien para nosotros.

-Cuénteme de este Ganesha -le pidió Joop-. ¿Lo podemos ver?

Sarah titubeó un instante y alzó los hombros.

-¿Por qué no? Está aquí mismo, en el estudio.

El «estudio» era el garaje. La puerta principal estaba sellada, y el interior de la pequeña construcción constaba de un solo cuarto grande.

-El propietario original tenía aquí un torno de alfarería y un horno -?les relató Sarah?-. Mi telar estuvo aquí también, pero por suerte lo metí a la casa unos días antes del incendio. En el invierno hace demasiado frío para tejer aquí.

Los daños del incendio se limitaban sobre todo a la pared del poniente, pero como suele suceder con los incendios menores, los bomberos causaron casi tanto daño como el fuego. Varias vigas de dos por cuatro tenían quemaduras, pero no suficientes para poner en peligro la pared o el techo. El piso del garaje estaba cubierto por trozos de madera, vidrios rotos y grandes fragmentos de capas aislantes color rosa. Los aislantes probablemente fueron arrancados por los bomberos en busca de posibles fuegos ocultos en el techo. De las cuatro ventanas del garaje, tres estaban rotas. Dos de ellas quizá las rompieron los bomberos para ventilar el humo y la temperatura; la tercera debió de romperse con la bomba molotov. En el garaje todo estaba cubierto por capas grasosas de hollín y mugre dejada por el humo.

Sobre un banco de trabajo junto a la pared del poniente, cerca de una de las ventanas rotas, descansaba la estatua que por lo visto fue la chispa que prendió la conflagración. Tenía unos sesenta centímetros de altura, labrada en una madera oscura. Su aspecto era raro: el cuerpo de un hombre rechoncho con cuatro brazos y, como todos habían dicho, cabeza de elefante. La figura parecía mecerse en una danza. La estatua tenía una gracia artística y resultaba atractiva a pesar del daño provocado por el fuego. El escultor logró dar la impresión de una sonrisa en el rostro del elefante. Aparte de un par de manchas cerca de la base -?donde se formaron charcos de gasolina de la bomba molotov?-, no mostraba daños graves.

-¡Qué tipo más simpático! -exclamó Joop-. ¿Por qué lo tiene aquí en el gara… en el estudio?

-Bueno, no va con mi decoración en realidad.

Joop asintió como si entendiera las dificultades de incorporar dioses hindúes al decorado. Extendió la mano para tocar la estatua.

-No tiene más que un colmillo. ¿Qué le pasó? ¿Se enredó en una pelea?

Sarah sonrió.

-Según la leyenda, Ganesha se rompió un colmillo y se lo lanzó a la luna -?explicó ella?-. Estaba furioso con la luna, pero se me olvida por qué.

-Se lo lanzó a la luna -repitió Joop-. ¿Y le dio?

Riéndose, Sarah declaró que lo ignoraba.

El banco de carpintería en el que descansaba la estatua mostraba quemaduras considerables. Recibió más daños en el incendio que la estatua. Por la superficie estaban extendidos trocitos de vidrio, posiblemente de la botella con la bomba molotov. Los trozos mayores de vidrio seguro se los habían llevado los investigadores de incendios a fin de determinar con exactitud qué tipo de combustible contenía.

Joop continuaba examinando la estatua.

-¿Qué tiene en las manos? -preguntó.

-Eso es un rábano -dijo Sarah, señalando una de las manos de la estatua?-. Y esto, un tazón de dulces. Y del otro lado, una flor de loto. ¿Y junto a los pies? Esa es su rata.

-¿Su rata? -preguntó Joop-. ¿Ganesha tiene su propia rata personal?

-Sí -replicó ella, riéndose-. Y se monta en ella.

-Se monta en ella -comentó Joop-. ¿En una rata?

-Es mejor que la mayor parte del transporte público en la India -?repuso Sarah.

Hice un examen de la ventana rota en el muro más cercano a la estatua. Bajo la ventana quedaron trozos de vidrio, lo cual tendría sentido si se hubiera arrojado la bomba molotov a través de ella. Fui a examinar las otras ventanas.

-Lo llamó dios de los obstáculos -recordó Joop?-. ¿Qué significa eso?

-En la India creen que Ganesha les ayuda a superar obstáculos -?respondió Sarah, en un tono de voz académico aprendido de sus profesores, impersonal y altanero, pero sumamente ilustrado?-. A Ganesha se le invoca al comenzar cualquier nueva actividad, sobre todo si implica riesgos. Es también el dios de la previsión y la prosperidad.

-Una especie de dios multiusos -asintió Joop?-. Un dios para los años noventa.

-Es cierto -se rio Sarah-. Trabaja con toda el alma y juega con igual intensidad. Ganesha tiene sentido del humor y ama la danza.

-Y usted… ¿se ha convertido al hinduismo?

Después de esa pregunta, Joop sonrió con timidez. Su sonrisa tímida es una obra maestra, y sabe usarla con habilidad.

-Ojalá no le moleste mi pregunta -agregó-. Sé que no es asunto mío. Simple curiosidad.

-Está bien; no pasa nada -repuso ella, devolviendo la sonrisa?-. Mi papá eso cree, que me he convertido, y tal vez tenga yo algo de culpa: dejé que lo creyera para hacerlo enojar, ¿sabe? En realidad, no; no soy hinduista. Pero mi padre piensa que con solo tener a Ganesha cerca de mí arriesgo mi alma. Quién sabe qué significa eso. Es muy provinciano. Cuando lo vio por primera vez, creí que le daba un ataque. Me dijo que me librara de él o me desheredaría. ¿Puede creerlo?

Bajo las otras ventanas había menos fragmentos de vidrio. Era probable que los bomberos las hubieran roto desde adentro, dejando caer los trozos en el exterior. Los vidrios bajo cada ventana mostraban la misma capa de hollín y mugre que cubría por completo el interior del garaje. Busqué en los bolsillos de la chamarra hasta que encontré un sobre del banco para hacer depósitos. Tomé un trozo de vidrio de abajo de cada una de las ventanas y puse los tres dentro del sobre.

-Me parece una pieza admirable -dijo Joop tocando la trompa de Ganesha cubierta de hollín?-. ¿Dónde la consiguió?

-En la India -replicó ella-. Convencí a mi padre de que me dejara ir a la India el verano pasado. El tema de mi tesis son los motines de cipayos. En medio de mis investigaciones encontré a este Ganesha en un mercado cerca de un pueblo que se llama Kanpur, y no me pude resistir. Me costó seis mil doscientas rupias.

-¿A cuánto equivale eso en dólares?

-Unos ciento ochenta dólares. En algunas partes de la India, esa cantidad se considera una fortuna. La gente es muy pobre allá. Hay tanta pobreza que a veces sus sacerdotes necesitan vender artefactos religiosos para poder comprar alimentos -?expuso ella, con una inclinación de cabeza hacia la estatua.

-¿Su papá le regaló un verano en la India? -?preguntó Joop?-. Qué buen tipo.

-Puede permitírselo -repuso ella alzando los hombros.

-Cuando su padre la amenazó con desheredarla, ¿se refería a cortar toda ayuda financiera? -?insistió Joop.

-Una locura, ¿no le parece? -dijo Sarah, haciendo una mueca?-. Solo por haber traído la estatua. Se volvió raro a partir de la muerte de mamá. Antes era normal. Bueno, no lo que se dice normal, pero más que ahora. Pasaba todo el tiempo trabajando y casi nunca lo veíamos, pero por lo menos no se la pasaba hablándonos de Jesús. Pero mamá murió y papá descubrió a Jesús. Y por si no fuera suficiente, se hizo ministro de la Iglesia, y ahora a eso dedica todo su tiempo. Antes fue su trabajo, ahora es Jesús. Nunca se ocupó de mamá ni de mí.

-¿Su papá le ayudó a comprar esta casa? -preguntó Joop.

-No, fue mi mamá. Ella creció en este mismo barrio, a dos cuadras de aquí. Al morir me dejó algo de dinero. No suficiente para pagar el precio total de la casa, pero contribuyó a que los pagos mensuales fuesen más moderados.

-Voy afuera a echar una mirada -anuncié.

Joop asintió, sin quitar los ojos de Sarah y al mismo tiempo apoderándose de la atención de la joven.

-Hábleme de su tesis -solicitó-. ¿De qué se trata ese motín de los cipayos? ¿Qué es un cipayo? ¿Cómo fue el motín? A mí me encantan los buenos motines.

El exterior del garaje coincidía con mis observaciones del interior. Unos cuantos vidrios rotos bajo la ventana al poniente indicaban que se había roto hacia dentro, y la cantidad bajo las otras dos mostraba que se habían roto desde el interior. Se puso en claro lo sucedido. Fui al automóvil, encontré otro sobre y metí ahí un trozo de vidrio de cada una de las tres ventanas.

A mi regreso al interior, Joop y Sarah seguían hablando de su tesis.

-A ver si le entiendo bien -decía Joop-. De acuerdo con usted, el motín se pudo evitar, pero los británicos no tuvieron suficiente sensibilidad con sus soldados hindúes y musulmanes. ¿Fue así?

-En efecto -repuso ella, asintiendo-. Había rumores de que los británicos utilizaban grasa de cerdo y vaca para engrasar los cartuchos de sus rifles, sustancias prohibidas para los hindúes y musulmanes que observan sus mandamientos. Pero en lugar de desmentir los rumores (no eran más que rumores), intentaron forzar a los soldados a que usaran los cartuchos. No funcionó. Los cipayos prefirieron amotinarse.

Joop se volvió hacia mí.

-Sweeney, tienes que oír esto -dijo, y enseguida miró a Sarah?-. Sweeney es irlandés: odia a los británicos.

-No odio a los británicos -interpuse-, solo a sus ejércitos. Tal vez podamos hablar después sobre el motín. Necesitamos irnos ya. ¿Has terminado con todas tus preguntas?

Joop se dirigió a Sarah:

-¿Le hice suficientes preguntas?

Le obsequió una de sus sonrisas. Joop tiene una coquetería tremenda.

-Eso me parece, creo -respondió ella, también sonriente.

-Pues muy bien, en tal caso -dijo Joop, estrechándole la mano?-. Gracias por… Oh, un momento. Su papá. No le pregunté sobre su papá.

La sonrisa de Sarah se esfumó.

-¿Qué quiere saber sobre él?

-Usted le dijo a la policía que él la amenazó con quemar el garaje. Es decir, el estudio. ¿Cuándo le dijo eso?

-Lo dijo cada vez que hablamos tras regresar yo de la India -?respondió ella?-. Hablaba de mi alma y de ídolos, diciendo que si no me deshacía de Ganesha, él se encargaría de ello. Creo que incluso dijo algo sobre purificar con el fuego.

-Ah. ¿Dónde estaba usted al comenzar el incendio?

-Tendría que haber estado en la universidad -?repuso ella?-, pero no me encontraba bien y no fui a clases. Eso fue afortunado. Si no hubiera vuelto a mi casa, es probable que se quemara el estudio por completo.

-¿Me permite darle un consejo? -le pregunté a Sarah, que titubeó un instante.

-Claro.

-No limpie todavía este lugar. Aunque los empleados de la aseguradora le digan que ya puede limpiarlo, espere una o dos semanas antes de tocar nada. Por su propia seguridad. Debe evitar que se eche a perder su convenio con el seguro.

Ella indicó las ventanas rotas.

-¿Qué hago entonces si empieza a nevar?

-Tape las ventanas con plástico -respondí?-. Pero no toque nada más. Los ajustadores de seguros son gente peculiar. Ningún cuidado es suficiente con ellos.

-Está bien -aceptó ella-. De acuerdo. Gracias.

Dentro del automóvil, Joop comenzó a tomar algunas notas. Le gusta hacerse el tonto, pero es un buen investigador, muy concienzudo.

-Una chica lista -dijo-. Odia a su padre, pero básicamente es una buena jovencita. ¿Qué te pareció a ti?

-Buena jovencita, cierto -acepté, alzando los hombros.

-¡Qué raro esto de las religiones! Se sienten muy seguros de estar en lo correcto mientras todos los demás están en un error. Hobart teme que su hija se vaya al Infierno porque tiene un Ganesha almacenado en un garaje que ha convertido en estudio, Sarah está furiosa con su papá porque siente que Jesús le importa más que ella. Hace ciento cuarenta años murieron muchos soldados en la India porque los británicos no tuvieron ningún respeto por los hindúes o los musulmanes. El Jesús de mi tía Jicotea parece un devoto de la Iglesia episcopal más que un judío. ¿Quién sabe qué quieren ustedes los católicos?

-Joop, tómate un Prozac -le dije-. Podemos dejar de lado la religión, tenemos algo mejor. Hay pruebas.

-¿Pruebas? ¿De qué?

-De quién prendió el fuego -declaré.

-¿De qué estás hablando? -preguntó Joop, pero enseguida sonrió?-. A ver, un momento. Has encontrado algo, ¿verdad?

-Encontré algo, en efecto -repuse, y me concentré en conducir el automóvil.

-¿Y bien? ¿No vas a decirme de qué se trata?

Le pasé los dos sobres, que abrió cuidadosamente.

-Son vidrios -anunció.

-Tú también eres un chico listo, Joop.

Joop se quedó esperando una explicación. Permanecí en silencio, y él meneó la cabeza.

-¿No me vas a decir en qué consiste?

Me limité a sonreír y mantuve la mirada en el camino.

-Sweeney, ¿nunca te han dicho que eres una rata?

-Claro que sí. Tú lo dices todo el tiempo.

-Eso prueba que yo soy un chico listo -?dijo él.

A veces a Joop le gusta pasar por ignorante, cuando en verdad tuvo mejor educación que yo, y probablemente sea más listo, así que cuando se ofrece una oportunidad de atormentarlo, la aprovecho. Él me hace lo mismo. Es algo que hacemos los hombres.

-Te lo diré cuando hablemos con Hobart -prometí.

-¿Es ahí adonde vamos ahora? ¿Otra vez a la cárcel?

-En efecto -respondí-. Espero llegar antes de que se lo lleven a su audiencia.

Kirby Abbott, el abogado de Hobart, estaba con su cliente en la sala de entrevistas. Lucía aún más molesto que Hobart por estar dentro de la cárcel. Kirby es un buen hombre, y un genio como litigante, pero lo hace mejor cuando se trata de crímenes de cuello blanco. No se siente cómodo cuando necesita tratar con lo que él denomina «las clases criminales inferiores». Con un cliente acusado de fraude de inversiones, Kirby es un hombre dichoso. Pero con un hombre acusado de causar un incendio, aunque sea un ministro protestante acaudalado, Kirby se sentía un poco inquieto.

-¿Cuánto falta para la audiencia? -inquirí.

Kirby consultó el reloj.

-Tenemos poco más de una hora. ¿Por qué?

-Necesitan saber esto -dije-. Son trozos de vidrio de las ventanas rotas del garaje. El primer sobre contiene vidrios del interior del garaje y en el otro están los que recogí fuera del garaje.

Kirby miró dentro de cada sobre.

-¿Y qué?

-Esto sugiere que el reverendo Hobart nos ha dicho la verdad -?declaré?-. No fue él quien prendió el fuego.

Hobart reaccionó y extendió la mano para tomar los sobres que Kirby tenía en la mano, pero este no se los entregó. En cambio, inclinó a un lado la cabeza y se mostró confuso. Volvió a mirar el contenido de los sobres.

-No comprendo -dijo, y miró a Joop, que se encogió de hombros.

Tomé los sobres y vacié los vidrios sobre la mesa.

-Comparen -sugerí.

Kirby, Joop y Hobart se inclinaron encima de la mesa, mirando los trozos de vidrio.

-No veo ninguna diferencia -comentó Kirby?-. Todos los vidrios están cubiertos de hollín grasiento.

-Bueno, eso no es del todo cierto -intervino Joop?-. El vidrio del exterior del garage tiene hollín solamente de un lado. Los del interior están manchados de ambos lados.

-¿Y qué? -dijo Kirby-. ¿Qué significa eso?

-No tengo ni idea -confesó Joop.

-Significa que la estatua de Ganesha se…

-¿Ganesha? -interrumpió Kirby.

-Ganesha básicamente es el dios de los obstáculos, que tiene cuatro brazos y cabeza de elefante -?le informó Joop?-. El dios hindú de la previsión y la prosperidad.

Kirby se mostraba todavía confuso.

-La estatua que se quemó -le aclaró Joop.

-Ya veo -dijo Kirby-. Correcto. Ganesha.

-Estos trozos de vidrio indican que la estatua ya se estaba quemando antes de que arrojaran la bomba molotov por la ventana -?expliqué. Kirby volvió a examinar los vidrios.

-¿Cómo puede ser eso? -preguntó-. ¿Y por qué puede afirmarlo a partir de estos trozos de vidrio?

Apunté a los vidrios y dije:

-Si se lanza un objeto por una ventana, ¿qué le pasa al vidrio? Se rompe y cae al suelo, ¿verdad?

-Creo que todos entendemos el concepto básico de la fuerza de gravedad -?dijo Kirby.

A veces Kirby puede ser un poco pedante.

-Si se inicia un incendio con un objeto lanzado de esa manera, habrá humo, ¿verdad?

-Sabemos de la gravedad y también de la combustión.

-¿Qué sucede con los vidrios caídos al suelo? -?pregunté?-. Quedan manchados por el humo. Pero solo por un lado, el que quedó hacia arriba. El lado contra el suelo se queda limpio.

Joop sonrió y aplaudió.

-Ya entiendo ahora -anunció.

Kirby inclinó la cabeza, lo mismo que un perro que oye un sonido sin comprenderlo. Señaló los fragmentos del interior del garaje y preguntó de nuevo:

-Entonces, ¿por qué estos trozos de vidrio tienen hollín por los dos lados?

-Hay una sola explicación -dije-. La bomba molotov no inició el incendio. El fuego tenía que estar ya prendido antes de que se rompiera la ventana. El lado interior de la ventana quedó cubierto de hollín. Enseguida lanzaron la botella por la ventana, rompiendo el vidrio, y el otro lado se manchó también de hollín.

Kirby por fin asintió.

-Correcto. El fuego estaba prendido antes de que la bomba molotov rompiera la ventana. Pero ¿cómo prueba eso que el reverendo Hobart no fue responsable del incendio? -?preguntó, volviéndose a Hobart?-. Es solo una pregunta teórica, ya me entiende. No dudo de su declaración de inocencia.

Los abogados son criaturas maravillosas, siempre dispuestos a otorgar el beneficio de la duda a sus clientes.

-Porque no tiene sentido -observé-. Hobart tuvo un motivo para lanzar la bomba molotov por la ventana del garaje: le preocupa el alma de su hija. Pero no hay ninguna razón por la cual se haya metido a la fuerza al garaje para prenderle fuego a la estatua, enseguida salir de ahí y lanzar una bomba molotov por la ventana.

-Pero ¿quién tendría motivo para hacer eso?

-Su hija -dijo Joop.

-¿Sarah? -preguntó Hobart-. ¿Por qué?

-Porque está sinceramente furiosa con usted. Piensa que la descuidó a ella y también a su madre. Primero por su trabajo y después por su Iglesia.

-Y por el dinero del seguro -añadí-. Sarah estaba esperando a los ajustadores de la compañía de seguros cuando Joop y yo llegamos. Supongo que el garaje estaba cubierto por la póliza, ¿no es así?

-El garaje y también la estatua -dijo Kirby, buscando entre los papeles de su portafolios y sacando algunas notas?-. La estatua quedó asegurada por un valor de ocho mil dólares.

-¡Lotería! -exclamó Joop-. Sarah pagó un poco más de seis mil rupias por el idolito. Eso equivale a solo ciento ochenta dólares estadounidenses. De un solo movimiento, Sarah se desquita con su padre y se hace de un dinero importante.

-Pero ¿por qué va a necesitar dinero? -preguntó Hobart?-. Yo tengo dinero en abundancia. Si necesita algo, no tiene más que pedírmelo.

-Pero usted la amenazó con desheredarla a menos que se deshiciera de la estatua -?le recordé.

Hobart bajó la cabeza.

-Ella necesita escribir una tesis -dijo Joop?-. No le es posible estudiar las implicaciones religiosas del motín de los cipayos si se encuentra preocupada por cubrir mensualmente los pagos de su hipoteca.

Hobart alzó la cabeza.

-Sigo sin entender. Creí que adoraba la estatua. ¿Por qué había de quemarla?

-No la adora para nada -aclaró Joop-. Le gusta su aspecto, eso es todo. Sarah no es hinduista. No es más que una jovencita furiosa con su papá.

-Todo concuerda -dije yo-. Incluso sacó el telar de su garaje unos días antes del fuego. Eso me parece sospechoso.

-El telar. Es el telar que fue de su madre.

El pobre tipo tenía un aspecto miserable. Comenzaba a creer a sus oídos.

-Le fue fácil hacerlo -proseguí-. Los días son más cortos ahora, y pudo hacerlo protegida por la oscuridad.

-Ni siquiera necesitaba de la oscuridad -apuntó Joop?-. Su casa queda rodeada de esos setos gigantescos. Nadie pudo verla arrojando la bomba molotov.

-¿No les parece extraño que haya vuelto a casa justo en el momento preciso? -?dije?-. ¿El momento exacto para llamar a los bomberos? El garaje y la estatua se quemaron más de lo que ella quería, pero, aun así, los daños fueron mínimos.

Hobart cerró los ojos y se puso las manos sobre la cara. Vi que movía los labios y supuse que estaría rezando. Le sobraban razones para rezar. Kirby miró su reloj.

-Bien; esto cambia las cosas, sin duda. Será necesario hablar con el fiscal antes de que comience la audiencia -?dijo el abogado?-. Con esta información en su poder, es posible que se retiren los cargos.

Hobart alzó la mirada.

-Pero ¿qué le va a pasar a Sarah?

Kirby tartamudeó un poco. Parecía haber olvidado que Sarah era hija de Hobart.

-Eh, bueno, eh, no estoy del todo…

-Puede que la arresten -le dije; Hobart tenía derecho a saberlo?-. Podrían acusarla de obstrucción de la justicia por entregar informes falsos a la policía, pero eso es poca cosa. El problema más grave consiste en el intento de defraudar por ocho mil dólares a la compañía de seguros. Ese delito sí se considera grave.

-Pero no la acusarán por el incendio, al menos -?opinó Kirby?-. No es ilegal quemar algo de tu propiedad.

-No -dijo Hobart meneando la cabeza-. No acepto que arresten a mi hija… Prefiero… prefiero declararme culpable. ¿Puedo hacerlo en esta audiencia?

-¿Declararse culpable? -repitió Kirby, atónito.

-Si me declaro culpable, ¿me requieren hacerlo bajo juramento?

Kirby alzó las manos.

-Un momento, por favor. Por ahora vamos a lidiar con la audiencia para fijar una fianza. No necesitamos darle la información de inmediato al fiscal. Vamos primero a sacarlo a usted de la cárcel y después pensaremos en lo que sigue.

Hobart estaba a punto de decir algo, pero llamaron a la puerta y uno de los funcionarios del juzgado se asomó.

-Lo siento mucho -dijo el recién aparecido?-. Señor Abbott, tiene una llamada. Ya están aquí los adjuntos para conducirlos a la audiencia.

-Maldición -protestó Kirby-. Maldición y más maldición. Sweeney, venga conmigo y explíqueme todo esto de nuevo.

Asentí y me levanté para seguir a Kirby. Sostuve la puerta para que Joop pasara.

-Tú ve por delante -me dijo-. Tengo algo que decirle al reverendo aquí mismo.

Sentí un titubeo. No me parecía del todo bien permitir que Joop hablara a solas con el reverendo Hobart. Ya he dicho que no siempre es tan diplomático como se necesita. Pero ya había empezado a hablar con él, así que los dejé en paz.

Mientras Kirby y yo andábamos hacia el teléfono, volví a explicarle el tema del vidrio y el humo. Lo entendió sin problemas. Siempre quiere estar prevenido, y por tal motivo resulta buen abogado.

Joop nos alcanzó unos minutos después. Sonreía como el hijo bastardo de un noble. Extendió una mano.

-Necesito que me prestes tu automóvil -dijo?-. Kirby te puede llevar a la oficina cuando termine la audiencia.

-¿Qué sucede?

Joop sonrió.

-Te lo diré cuando vuelva a la oficina.

-Joop Wheeler, eres una rata.

Pero el desquite era válido: yo le hice esperar para que supiera la explicación de los vidrios y el humo. Le di las llaves del auto, aunque no me quedé muy a gusto.

Tuvimos que esperar media hora antes de que comenzara la audiencia. La espera se volvió más sufrida debido nuevamente a la miserable música navideña. Una Navidad santa y muy alegre. Pensé en buscar al escribano y protestar sobre tales violaciones de la separación de la Iglesia y el Estado, aunque nadie podría afirmar que esa música se relacionara con la religión.

Cuando al fin entramos al tribunal, la audiencia duró apenas diez minutos. A los juzgados no les gusta tener en la cárcel a personas como Jason Hobart esperando juicio. Si tienes dinero, sales de la cárcel. No es justo, pero así es, y todo el mundo lo sabe.

Después de la audiencia, Hobart le pidió prestado su teléfono celular a Kirby y se alejó a un rincón para hacer una llamada. Volvió unos minutos más tarde, con aspecto sombrío.

-Chet Wilkins -dijo.

-¿Y quién es Chet Wilkins? -preguntó Kirby.

-La persona con quien estaba yo mientras Sarah… cuando su garaje se incendió -?dijo Hobart?-. Yo estaba en su casa, rezando con él. Chet es uno de los diáconos de mi iglesia. Ha salido positivo en la prueba del VIH.

-¿Usted estaba con él aquella noche? -preguntó Kirby?-. ¿Él acepta dar ese testimonio?

-Prefiere no hacerlo, pero, si es necesario, está dispuesto a declarar. Ya ven por qué no pude decirles dónde estaba yo. En mi Iglesia hay miembros, tal vez la mayoría, que creen que el sida es una maldición de Dios. Chet es un buen hombre. Ha cometido errores, pero quiere enmendar su camino a Dios.

Kirby se le quedó mirando unos instantes.

-En fin -dijo-, vámonos de aquí. Lo llevo a su casa.

-¿Podría llevarme a la casa de Sarah? -pidió Hobart?-. Tengo mucho que compensar, si acaso no es demasiado tarde.

Se dibujó en su cara una sonrisa repleta de tristeza.

-No creo que sea demasiado tarde -continuó?-. Dios no me haría eso. Pienso que el Señor intervino para enseñarme lo que es importante en mi vida. Yo le dije que el Señor me protegería.

Kirby asintió; no parecía oír con comodidad tantas referencias a Dios. Tampoco yo. Los católicos no hablamos de Dios como si fuera el vecino de la esquina.

-Claro, claro -dijo el abogado-. Vámonos.

En lugar de ir a presenciar la reunión de Hobart con su hija, preferí tomar un taxi y volver a la oficina. El taxista tenía puesto el radio con la musiquita de Navidad, así que mi humor era criminal cuando al fin llegamos.

Apenas tuve tiempo de que hirviera el agua para el té cuando entró Joop. Llevaba consigo la estatua hindú chamuscada del estudio/garaje de Sarah Hobart.

-¿Y ahora qué? -pregunté.

-Ganesha -contestó Joop-. Ya sabes, el dios de los obstáculos.

-Sí, pero ¿qué haces tú con la estatua?

-La compré.

-¿Qué dices?

-La compré. ¿Qué palabra es la que no entendiste?

-¿La compraste? ¿En cuánto?

-Ocho mil dólares. El valor declarado en la póliza de seguros.

Me le quedé mirando.

-¿Te volviste loco? ¿De dónde sacaste ocho mil dólares?

-De Hobart. Me dijo que le enviáramos la factura.

-Así que de eso hablaste con Hobart. Supongo que ahora Sarah va a retirar su trámite del seguro.

-Fue la única solución. Hobart no desea que su hijita pierda su alma. Tampoco desea que cometa un fraude con el seguro. Y Sarah necesita el dinero para terminar la tesis. De esta manera, todos quedan felices.

Estaba demasiado satisfecho de sí mismo. Sin embargo, he de admitir que fue una buena solución.

-¿Qué vas a hacer con eso? -inquirí.

-Voy a limpiarla -dijo Joop-. No tiene daños graves.

-Y después, ¿qué?

-La pondré en ese rincón -dijo, apuntando con el dedo?-. Sweeney, amigo mío: si alguien en el mundo necesita un dios que quite obstáculos, somos nosotros, los detectives privados.

 

FIN

 


… DIJO JACK EL DESTRIPADOR Robert Arthur


 


 

Quiero dirigirme, particularmente, a vosotros los realistas. Los maniquíes…, en todo caso, los que yo conozco pueden perfectamente hablar. Debo pediros que nunca tratéis de acallar las manifestaciones hechas por ellos o por otros objetos inanimados. Si tú, por ejemplo, te golpeas la pierna contra una silla atravesada en tu camino, golpéala, insúltala; pero, por el amor de Dios, no le niegues el derecho a replicarte.

Dos semanas antes de la inauguración de la temporada, Atlantic Beach Park era, cualquier noche, una ciudad fantasma, envuelta en sombras y silencio. Una neblina procedente del océano se enroscaba en la rueda Ferris, cubría la desierta montaña rusa y transformaba las luces de la calle en vacilantes manchas amarillas.

Dentro de la gran habitación del viejo edificio que albergaba la cámara de los horrores de Pop Dillon, el Gran Museo de Figuras de Cera, una bombilla polvorienta al final de un largo cordón proyectaba escasa luz, pero dejaba los rincones llenos de sombras que parecían agazapadas, a punto de saltar. Toda una vida dedicada al negocio de las ferias, había hecho del hombrecillo apergaminado que era Pop, un ave nocturna. Ahora estaba preparando su surtido de criminales, asesinos y víctimas a punto para la temporada de trabajo. En realidad sólo se trataba de quitarles el polvo del invierno o remendar algún que otro desgarrón en sus ropas.

Tarareando fuera de tono, Pop arregló la corbata de Hil-mes, el rey de los asesinos de Chicago, cuyo extraordinario pasatiempo consistía en cortar a pedazos bellas jovencitas en el sótano de su casa. Después pasó a John Dillinger.

"Boga, boga, boga en tu barca, dulcemente río abajo

-canturreaba Pop para sí-, alegremente, alegremente, que la vida no es más que un sueño…"

-Hola, señor Dillinger. Tiene usted muy buen aspecto. Pero, cómo, ¿ha descuidado usted su pistola? ¡Está oxidada!

Dillinger no contestó. Unas veces lo hacía; otras, no. Dependía del humor. Pop estaba siempre dispuesto a charlar cuando una de sus figuras de cera parecía desearlo y, así, había sostenido muchas e interesantes conversaciones con algunos, como Jack el Destripado?, que era, naturalmente, muy presumido. Otros nunca decían palabra…, eran del género silencioso. Pop nunca les forzaba a hablar… "Incluso un muñeco de cera tiene derecho a su intimidad", solía decir.

Pop estaba limpiando el polvo de Jack el Destripador, que, cuchillo en ristre, se inclinaba sobre una víctima femenina con una diabólica sonrisa en su rostro, cuando oyó abrirse la puerta principal.

-¡Pop! -Era Hendryx, el policía, un joven corpulento y amable que se adelantó hacia el punto de luz en el momento en que Pop se volvía-. Tengo algo que decirle.

-¿Sí? -dijo Pop lleno de curiosidad.

-Vengo a advertirle. Acaba de ocurrir hace un par de horas.

-¿Qué?

-Su viejo amigo Burke Morgan se ha fugado. Iba camino de la penitenciaría de Shore Beach…

-¿Que se ha fugado Morgan? -Las facciones ajadas de Pop reflejaron cierto disgusto-. Pero, ¡si va a ir a la silla eléctrica a medianoche!

-Iba.

-¿Quiere decir que ya no va?

-Tuvo la desfachatez de pedir al gobernador que retrasaran su ejecución. Dijo que no se encontraba bien para ser ejecutado. ¡Imagínese! Ha estado internado en el hospital de la cárcel con no sé qué. ¿Qué le parece el descaro?

A Pop sólo se le ocurrió mover la cabeza.

-Claro que el gobernador dijo que no. Pero tal como ha

ido todo, no ha servido de nada. Burke se ha escapado. Creí

que e era mejor advertirle a usted.

-Mala cosa. Su fuga…

-Lo tenía todo preparado. Empezaron a ocurrir cosas sospechosas. Entonces, el gobernador manda trasladar a Morgan a Shore Beach, porque la silla eléctrica de la penitenciaría del Estado no funciona…

-Pero, me acaba de decir que no iban a electrocutarle…

-Porque se fugó. Iban cuatro guardias en la fugoneta y huyó. Apareció un camión, topó contra la furgoneta y la volcó.

-Vaya, ¡qué desgracia!

-Tuvieron que sacar a Morgan de la furgoneta con un soplete. Y los dos que lo hacían llevaban ametralladoras… Es así como me lo han contado.

-¡Oh, deben apresarle! -gimió Pop-. Todo mi verano se arruinará si no le cogen.

-Yo sólo quería advertirle. Creen que está herido. Y esto no le hará mucha gracia. Bueno, tengo que irme ya. Sólo le digo que esté al acecho.

- ¡Todo el verano al diablo! -se quejó Pop-. Mire esto, Hendryx, fíjese en la presentación. Será una gran atracción, pero sólo si se electrocuta a Morgan.

-Debería irme -repitió Hendryx siguiendo a Pop hasta una silla eléctrica, de lo más realista, colocada sobre una plataforma en medio de la habitación. Luego preguntó-: ¿Qué será la atracción, Pop?

-Pues estoy haciendo una figura de cera de Burke Morgan, la tengo en el taller. Aparecerá sentado en esta silla eléctrica. Es bonita, ¿verdad? La conseguí en Race Street a un precio muy razonable en una casa de atrezos para los teatros.

-La muchacha que lleva la bandeja, figura ser Alice Johnson, ¿verdad?

-Y sentado ante la mesa está Pretty Boy Thomas. Es la misma mesa donde estaba comiendo cuando Morgan se acercó a la ventana de Briny Spray Oyster House junto al muelle de madera y le pegó un tiro por una simple discusión.

-Se parece mucho a Pretty Boy, Pop, de verdad. Parece vivo…, aunque lo cierto es que no lo está.

-Voy a llamar a este grupo "Burke Morgan, ganador del concurso, electrocutado, contemplado por sus víctimas".

-Buena idea, Pop. Pero de verdad que tengo que irme.

Sólo quería avisarle. Si oyera a alguien tratando de entrar, mejor que nos llame enseguida.

-Ese Burke Morgan es un presumido. El haber tomado parte en aquel concurso, todavía le envaneció más. Siempre presumiendo de lo mucho que había leído sobre el crimen y los criminales, así que al salirle ese tema en el concurso fue estupendo para él. De todos modos, vino a verme para hablar de mis huéspedes.

-Típico de Morgan -observó Hendryx.

-¿A que no sabe lo que me dijo? Que los otros criminales eran analfabetos y por eso les apresaban. Luego añadió que había matado a doce hombres, ¡una docena entera!, y que nunca se había sospechado de él.

-Está bien, Pop. Tenga mucho cuidado.

Hendryx se marchó. Por un momento, Pop pareció deprimido al acercarse a la mesa primorosamente servida donde una figura hermosa, de cabello rizado, parecía estar comiendo. Pero empezó a limpiar el polvo de la loza y los cubiertos y los volvió a colocar.

-Así es la vida, Pretty Boy -suspiró-. Preparo una buena escena y va Burke Morgan y se fuga. A lo mejor todavía puedo salvarlo… Montar otra vez el asesinato, el momento en que Morgan te dispara mientras tú comes ostras. ¿Por qué fue esa pelea entre los dos?, dime.

Esperó, pero Pretty Boy no contestó. Probablemente, también Pretty Boy estaba preocupado por la fuga. Quizás hubiera preferido formar parte del grupo que contemplaba la ejecución en lugar de recrear su propia muerte violenta.

Pop se volvió a la figura de Alice Johnson, una joven esbelta de pelo castaño oscuro y ojos tristes, la muchacha que había presenciado el crimen. Arregló el delantal de Alice, se aseguró de que la bandeja estaba firme y le atusó el cabello.

-Ya está. Estás muy guapa, Alice.

Creyó oírla decir "gracias", pero no estaba seguro. Alice seguía siendo muy tímida y apenas hablaba más fuerte que un susurro. Pero estaba tan guapa, que Pop no pudo evitar decirle:

-Si no hubieras gritado, Alice, Morgan no se habría fijado en ti y no hubiera disparado. Pero, bueno, no te pongas triste, no debí habértelo recordado. Sé que es una pesadilla, pero serás feliz aquí con nosotros, Alice; de verdad que lo serás. Este verano podrás ver a miles de personas que te admirarán, ya lo verás. Y después de todo, si no hubieras gritado no habrían apresado a Morgan.

Pop, con mucho tacto, dejó que Alice recuperara la compostura y siguió limpiando el polvo hacia lo más oscuro de la habitación. Allí se paró. Un muñeco no estaba en su sitio.

-Vamos, Burke Morgan -le reprochó-, ¿qué estás haciendo en este rincón?

-Está bien, Pop -contestó la figura a media voz-, tómalo con calma, no querrás que te mate.

La expresión de Pop se volvió severa. Sus figuras estaban autorizadas a hablarle, pero no se les permitía amenazar.

-No me hables así, Morgan -le advirtió-, o te meteré una semana en un armario oscuro. Además, todavía no estás terminado. Así que vete ahora mismo al taller.

La figura de cera se adelantó unos pasos, con un brillo de acero en la mano.

- Soy yo, Burke Morgan -dijo la voz curiosamente culta y dulce-. No creerás de verdad que una de tus figuras se pone a hablar contigo.

-Claro que lo hacen -le respondió Pop, dándose cuenta de que este Burke Morgan era de carne y hueso y no de cera. Aparentemente el bandido se había deslizado a la cámara de los horrores para esconderse-. Casi todos ellos me hablan. Jack el Destripador y Billy el Niño son muy buenos conversadores. Un poco fanfarrones, eso sí. Solamente Jesse James es el que nunca dice nada. Creo que Jesse James está enfadado porque la gente ya no le presta tanta atención.

-Desconecta, estás hablando demasiado. -Morgan se adelantó y cacheó a Pop, luego guardó su propia pistola-. Si quieres vivir para inaugurar esta fábrica de horrores el mes que viene, mejor será que hagas lo que te diga.

-Lo haré -prometió Pop-. Y todos los presentes también. No queremos que nos hagas daño. La mayoría de los que están aquí, excepto yo, ya han sido asesinados, y con una vez basta.

-La Policía ha rodeado la casa y yo tengo una herida en el hombro. Tengo que llegar al escondrijo que mis amigos me han preparado. Ahí es donde entras tú.

Pop movió la cabeza, dubitativo:

-No hay ninguna posibilidad. La Policía descubrirá tu ropa de presidiario al instante.

-Pero, ¿qué es lo único que no descubrirán esta noche? -susurró Burke Morgan-. Otro policía. Aquí tienes media docena de figuras que visten uniforme de policía. Quiero uno de esos uniformes.

-Oye, es una idea muy inteligente. -Pop ladeó la cabeza y escuchó-. Todos lo consideran muy inteligente, Burke. Jack el Destripador dice que eres un tío de recursos.

-Deja en paz a Jack el Destripador. Un hombre debe poseer cerebro e imaginación para sobresalir en cualquier negocio, Pop, y yo los poseo. Por eso estoy aquí y no en la perrera estatal esperando el paseo hacia la pequeña puerta verde. Ahora ayúdame con esto… ¡Mi hombro! Tendrás que cortarme la chaqueta para quitármela.

-¡Oh, no quisiera tener que hacerlo! Si puedo sacarte la ropa sin cortarla, puedo utilizarla. Puedo enseñar la ropa de presidiario que llevabas al fugarte la noche que tenían que electrocutarte.

-Pop, no me hagas enfadar. El médico de la cárcel dijo que enfadarme era malo para mi salud, así que procuro tratarte con dulzura. No me importa si los veinticinco años de dirigir este depósito de cadáveres te han estropeado las marchas y piensas que tus muñecos te hablan, pero conmigo no juegues.

-Oh, no hablan sólo conmigo -explicó Pop-, también hablan entre ellos. Tendrías que haberles oído hablar la noche que mataste a Pretty Boy y a Alice Johnson en el muelle de madera. ¡Qué excitados estaban…! ¡Oh, perdóname! Te cortaré la chaqueta ahora mismo y no diré ni una palabra más.

-¡Pop! -La palabra sonó como un disparo-. ¡Alguien está golpeando la puerta!

-Probablemente es Hendryx que ha vuelto. -Pop miró hacia la puerta-. No puede ser más que él.

-¡Échale! -El hombre alto, de claros ojos azules, se metió entre un grupo de figuras junto a una mesa de juego. Una de las figuras era Jesse James y detrás de él, Howard, su asesino, se aproximaba con un revólver en la mano. Junto a la mesa, Morgan se quedó inmóvil como si fuera otro mirón.

-Esperaré aquí hasta que se haya ido -murmuró Morgan-. Recuerda, te estaré apuntando. Una sola palabra equivocada y tú y el policía pasaréis a ser personajes de este cementerio tridimensional.

-Tendré cuidado -prometió Pop-. Todo el mundo debe prometer guardar silencio. Especialmente tú, Billy el Niño. -Y levantó la voz-. ¿Es usted, Hendryx?

El corpulento policía traspasó la puerta.

-Sólo quería volver a advertirle, Pop. Hace una hora han visto entrar a Morgan en el parque de atracciones. Vamos a recorrer el lugar palmo a palmo. Nos han dado orden de disparar a matar.

-¡Oh, por favor, no le maten! Si le prenden vivo todavía podrá ir a la silla eléctrica y yo podré utilizar mi nuevo montaje.

Se oyó un leve ruido, un breve movimiento. El joven Hendryx se quedó mirando al grupo de figuras junto a la mesa de juego.

-Pop, ¡una de esas figuras se ha movido!

-¡No puede ser! Me prometieron que se quedarían quietos.

Pero Hendryx había sacado el revólver y se dirigía al cuadro de la mesa de juego. No había dado más de dos pasos cuando el destello de un 38 rasgó las sombras sobre los rostros de cera de un montón de figuras que parecían, horrorizadas, hacer muecas de excitación.

Hendryx se quejó al entrarle la bala, exhaló un extraño suspiro gutural, y cayó de cara.

Pop permaneció rígido.

-Mejor que te marches, Morgan -le dijo-. Aunque la Policía no haya oído el disparo, no tardarán en llegar porque están registrando todo el parque. Encontrarán a Hendryx y te encontrarán a ti; aquí ya no queda sitio donde esconderte.

-Ya lo creo -objetó Burke Morgan-, Así que me quedo. Primero, echa dos o tres de esas figuras de uniforme sobre el policía. Si alguien hace preguntas, di que las vas a llevar al taller para repararlas.

-Podría resultar, sí, creo que sí -accedió Pop-. El doctor Crippen, el envenenador inglés, dice que cree que saldrá bien. Y tú, ¿qué?

-Por mí no te preocupes, Pop. ¿Se te ha olvidado ya?, ¡tengo imaginación! Así que cuando llegue la Policía estaré preparado. Y tú no me delatarás o recibirás lo que recibió Hendryx. Ahora date prisa y amontona las figuras encima de él.

-Sí, Morgan, así lo haré. Y no diré una palabra a la Policía. Y esto vale para todos. -Pop levantó la voz-. Si viene la Policía, ni una palabra de lo ocurrido, ¿me habéis oído?

Esperó, luego movió afirmativamente la cabeza:

-Lo han prometido, Morgan. Incluso Billy el Niño lo ha prometido. Por mí. No dirán una sola palabra.

-Mantenga los ojos abiertos, Pop -le gritó el inspector de Policía en el momento de salir-. Si oye algo, no tiene más que tocar el silbato que le he dado. Vendremos corriendo. Morgan está en alguna parte por aquí cerca.

-Así lo haré, inspector -contestó Pop Dillon, manteniéndose cuidadosamente delante de la figura sentada en la silla eléctrica, una figura con el rostro cubierto por una caperuza negra, con una chapa de metal sobre el cráneo, con unas correas sujetándole las manos y los tobillos.

-Buenas noches -dijo el inspector Mansfield, y salió seguido de sus hombres.

Al cerrarse la puerta, la figura de la silla eléctrica se movió. Burke Morgan apartó las falsas correas que parecían sujetarle pies y manos, apartó la cacerola de metal de su cabeza y se quitó el trapo negro de la cara. Hizo una mueca de dolor cuando su hombro herido protestó.

-Creí que no se iban nunca -dijo-. Suerte que tenían prisa, porque mi hombro estaba doliéndome mucho. Pero, ya viste, ni siquiera me miraron.

-¡Oh, fue una idea muy original! Pero ahora, ¿qué puedes hacer? Si salieras, incluso vestido de policía, te reconocerían; hay muchísimos.

-No lo creo. De todos modos, voy a quedarme aquí otro par de horas hasta que se marchen a otra parte. Si vuelven, volveremos a hacer lo mismo. Yo me voy a quedar aquí en esta silla y tú puedes sentarte en tu vieja mecedora. Esperaremos juntos, Pop.

Pop se limitó a mover la cabeza. Le parecía haber oído a Jack el Destripador preguntar: "¿Y qué se propone hacer contigo, Pop, cuando se marche?". Pero creyó más prudente no pasar la pregunta a Burke Morgan.

-Apaga la luz -le ordenó Morgan-. Saben que estás aquí y que no puedes dormir con la luz encendida.

Pop, obediente, tiró del cordón. El hombre alto y flaco masculló una maldición.

- ¡Pretty Boy Thomas y la muchacha! -exclamó-. ¡Sus rostros brillan en la oscuridad!

-Es fósforo -le explicó Pop mientras se acomodaba en su vieja mecedora-. Figura que son espectros, o algo así, contemplando tu muerte. Deberías oír la cinta que grabé. Es muy dramática.

-Basta de charla. Debería enfadarme por tus exhibiciones, pero no lo haré.

Pop se recostó cómodamente. ¡Cuántas noches había pasado adormilado hasta el amanecer en la vieja mecedora! Observó a Morgan tratando de acomodarse en la rigidez de la falsa silla eléctrica, y se dio cuenta de que el hombro de Morgan tenía que haber empeorado…, y mucho, porque Morgan se revolvía muy inquieto.

-El pobrecillo necesita una droga. Sospecho que morfina.

Era el doctor Crippen, susurrándole al oído.

-Está mal. -era Dillinger, que comentaba en tono frío y profesional-. Probablemente le inyectaron cuando le sacaron y ahora necesita otra. Seguro que sus nervios se revuelven como gusanos metálicos dentro de su piel.

Pop estaba de acuerdo. Había visto en su oficio demasiados casos para no reconocer los síntomas. Burke Morgan estaba sufriendo, pero Pop no podía hacer nada por él. Cerró los ojos; su respiración se hizo profunda y regular. A los pocos minutos estaba roncando.

El hombre alto, sentado en la silla, en la pequeña plataforma, oyó los ronquidos y se quedó malhumorado. El dolor del hombro se había transformado en un ardor continuo, interrumpido, a veces, por ramalazos de dolor agudo. Sentía que el sudor le bañaba la frente. Le temblaban las manos. Hubiera querido gritar, maldecir, intentar la huida, abrirse paso a tiros por entre los policías del exterior.

Pero no hizo nada. Así era como podía morir un hombre…, por obrar impulsivamente. Había matado a Pretty Boy Thomas impulsivamente y le habían cogido. Ahora se instaló bien en la silla, decidido a mantenerse quieto, y lo consiguió. Se concentró de lleno en la necesidad de pasar la noche.

Había estado aquí, en el museo de figuras de cera de Pop Dillon, infinidad de veces. Ahora, en la oscuridad solamente rota por la escasa luz procedente de un farol cercano a la ventana, podía percibir las figuras de bandidos, criminales, asesinos y sus víctimas. Podía percibirlos hasta el punto de casi oírles hablar y verles moverse. No era extraño que Pop, después de tantos años, pudiera creer que hablaban. En aquel silencio, Burke Morgan se encontró esperando que una voz lo rompiera.

-Morgan…

Hubiera jurado que oyó pronunciar su nombre.

-Burke Morgan…

Sí, lo había oído. Miró a Pop. A la escasa luz vio a Pop dormido en su mecedora, con la boca entreabierta por los ronquidos, con el pecho subiendo y bajando con cierta irregularidad.

Burke Morgan se pasó la lengua por los labios. Era la falta de polvos blancos. No hubiera debido aceptar el pinchazo cuando le sacaron de la furgoneta de la cárcel. Pero le había ayudado. Ahora iba a tener que parar su imaginación. Hacía falta imaginación para conseguir desbaratar una silla eléctrica gracias al soborno de un electricista, organizar su traslado, preparar su fuga y llevarla a cabo pese a que todo saliera mal. Pero ahora era preciso dominar su imaginación. Podía esperar. Otras veces lo había hecho.

El silencio parecía estirarse como una goma tensada al máximo que no se rompe. Apretó los dientes y agarró con fuerza los brazos de la silla para aquietar el temblor de sus manos.

-Burke Morgan…

Esta vez lo oyó con toda claridad, pero sabía que era una voz en su mente, no en sus oídos. El rostro fosforescente de Pretty Boy Thomas parecía sonreírle.

-¿Qué te parece esperar a que tiren de la clavija a medianoche? ¿Qué te parece saber que sólo te quedan un par de minutos de vida?

Estuvo a punto de contestar sin darse cuenta, pero apretó los labios. Así es como uno enloquecía, contestando a voces que no existían. Otra vez el silencio volvió a estirarse al máximo.

-No lo sabe.

Era la dulce voz de la muchacha. Miró hacia Alice Johnson y hubiera jurado que los labios de la muchacha se habían movido.

-Explicadle que está soñando, que está libre y lo entenderá.

-No es más que eso, Burke. -Y esta vez pudo oír bien la voz de Pretty Boy-. Estás soñando con nosotros. Es casi medianoche, necesitas desesperadamente el polvo blanco y estás amarrado a la silla eléctrica. No puedes soportar la idea de morir, así que sueñas que te has fugado, sueñas que vas a alejarte. Pero no es así.

Burke Morgan cerró la boca y cortó la respuesta que casi había formulado. Había oído hablar de toda esa historia fantástica que le hace a uno creer que está libre antes de bajar la clavija. "La mente huyendo de la realidad", lo llamaban. Pero esto era real. No era ningún sueño.

Se mordió los labios hasta que le sangraron y los rostros de Pretty Boy Thomas y de la muchacha dejaron de tener vida, se volvieron de nuevo simples caras de cera.

Silencio, largo y tenso silencio.

-Casi medianoche -dijo Alice Johnson, y Morgan pegó un salto.

-Dentro de un minuto te reunirás con nosotros -anunció Pretty Boy-. Fíjate, se puede oír el reloj que da las primeras campanadas de medianoche.

No tenía que fijarse. La primera campanada del reloj de la torre hizo vibrar el aire, y para él fue como el doblar a muerto.

-Pronto habrá terminado todo. -La voz de Pretty Boy era casi tierna-. A la sexta campanada bajarán la clavija y tres mil voltios se estrellarán en tu cuerpo, quemarán tus nervios y el cortocircuito deshará tu cerebro. Fíjate, ésta es la cuarta campanada…, la quinta…

Burke Morgan creyó oír un coro de voces contando juntas cuatro…, cinco…, seis…

Hizo un esfuerzo por no oírlas, por no oír el sonoro reloj, por no oír nada. Pero no pudo impedir el chasquido de la corriente eléctrica entrando en su carne. No pudo ignorar el enorme ramillete de chispas que surgió junto a su cabeza, junto a sus manos, junto a sus pies, ni el olor a quemado…

Burke Morgan dio un salto. Exhaló un grito y le pareció que cien gargantas le respondieron. Luego, silencio, oscuridad, nada.

Pop Dillon volvió a acomodarse en su mecedora porque pronto llegarían los fotógrafos y los reporteros y tenía que estar dispuesto. En los periódicos de mañana habría artículos sobre la cámara de los horrores. ¡Oh, sería un verano maravilloso! Ahora por fin se había ido la Policía, llevándose los cuerpos de Burke Morgan y del pobre oficial Hendryx al depósito, cuerpos que eventualmente serían inmortalizados, en cera, en la cámara de los horrores.

-Pop. -Era la voz de Pretty Boy Thomas…, sí, lo era-. Muy inteligente, Pop. Incluso a mí me pareció mi propia voz.

-Y también la mía me lo pareció. -Aquella dulce y tímida vocecita sólo podía ser la de Alice Johnson.

-Bueno, después de todo, yo fui un buen imitador -respondió Pop con modestia, pero encantado con las alabanzas-. Lo fui por espacio de diez años en una compañía de ferias. ¿Sabéis lo que es un imitador? Un ventrílocuo, sí. La gente de las giras los llama así.

-Lo manejaste muy bien. -Esta vez era Jack el Destripador. Las voces no eran más fuertes que el roce de los ratones en la madera, o el movimiento de las cortinas en las ventanas. A cualquiera, excepto a Pop, es lo que le hubieran parecido-. Me estuve preguntando si intentarías el chorro de chispas que inventaste para impresionar a la gente y sorprenderla, apretando con el pie un botón junto a la plataforma.

-Sí, pensé que le sorprendería el tiempo suficiente para dar lugar a llegar a la puerta y pedir auxilio.

-Lo que no sabías era que fue por el corazón por lo que fue al hospital de la cárcel -dijo el doctor Crippen, el envenenador, con indiferencia profesional-. Pero la necesidad de droga, la tremenda tensión, el sobresalto y el corazón en mal estado le mataron. Ahí mismo, en tu silla eléctrica.

-Recibió su merecido -refunfuñó Dillinger-. Deberías permitirme tener balas de verdad en mi pistola y te hubiera ahorrado todas esas molestias.

-Así ha sido mejor -afirmó Billy el Niño-. Tendremos un verano estupendo. La gente llegará en oleadas.

-Las oleadas serán para verme a mí y no a ti, viejo polvoriento y apolillado -rezongó una voz suave, y un silencio de asombro llenó la enorme estancia.

Los ojos de Pop Dillon se abrieron sorprendidos para mirar la figura de Burke Morgan que había subido del taller y la habían sentado en la silla eléctrica en honor a los fotógrafos.

-¿Es éste el modo de hablar, Morgan? -preguntó Pop, severamente-. Apenas acabas de morir y ya estás fanfarroneando.

-Es verdad, y lo sabes -protestó Burke Morgan-. Invadirán el lugar para ver la silla eléctrica donde morí, a medianoche, en el preciso momento en que la sentencia decía que debía morir.

Pop se disponía a contestar, cuando Jack el Destripador le interrumpió:

-Déjale que hable cuanto quiera. No le contestes y se cansará de que no se le haga caso. Es una tontería preocuparse por lo que más atrae a la gente, porque lo que es bueno para uno es bueno para todos. Pensemos únicamente en lo que ocurriría si Pop tuviera que dejar el negocio. Nos venderían, nos fundirían…, nos matarían.

Hubo un murmullo en la estancia, una agitación de ansiedad, un rumor como los crujidos de madera vieja.

-¡Oh!, todavía me queda tiempo -les tranquilizó Pop-. Pero deseo que este verano os portéis mejor que nunca, que la representación sea la mejor de todas.

-Lo haremos… Lo haremos… Ten la seguridad de que así lo haremos… -le aseguraron.

Cerró los ojos, satisfecho. Formaban un buen grupo de trabajo. Iba a ser un verano maravilloso.

Mientras iba adormeciéndose, pudo oír el susurro de voces menudas que departían en la oscuridad. Todas ahora discutían los acontecimientos de la noche.

Incluso Jesse James.

 

FIN