Manuel es un vecino de Madrid, tiene treinta y ocho años y está en paro. Su cuñado Carlos le ha prometido meterlo en su negocio de maderas pero de eso hace bastante. Vive en un bloque de viviendas en el extrarradio con su mujer. La ve cada noche cuando vuelve del trabajo. El resto del día mata el tiempo haciendo maquetas de aviones, leyendo alguna novela negra y paseando.
Todo se ha vuelto rutinario. Se obliga a caminar al menos una hora diaria. Últimamente ese camino es su refugio y su tela de araña. Busca en esa caminata dar algo de solidez a su vida, es su trabajo aunque sea sin remunerar. Cuando inicia el paseo, cree estar cumpliendo con su deber. Hay días que incluso sin apetecerle, está ahí sin entender porqué.
Manuel lleva casi siempre unas deportivas azules, regalo de Paula por su cumpleaños, un pantalón vaquero y una camiseta de manga larga de color negro, algo desgastada. Su indumentaria como su recorrido es siempre el mismo. Se aleja de la zona pegada a los bloques de viviendas y comienza el paseo sabiendo lo que no va a encontrar. En los tres meses que lleva conoce a algunas personas pero en su afán por no detenerse saluda con un simple gesto.
El camino sigue una ruta circular rodeando un gran parque, para Manuel todo se reduce a dar una vuelta sin pararse, sin descubrir ningún rincón nuevo y volver a casa.
Su jornada termina cuando llega al punto de inicio. Mira el reloj y sonríe satisfecho porque ha vuelto a cumplir con su rutina de una hora y sin desviarse; se siente como quién acaba un trabajo bien hecho.
Ya de nuevo en el octavo piso, disfruta del confort y la seguridad de sus objetos cotidianos. Se quita las deportivas y se acomoda en la mesa donde le esperan aviones por nacer. Durante un momento piensa que su vida y el camino tienen la misma trayectoria, pero esbozando una sonrisa se dice a si mismo que todo cambiará cuando su cuñado Carlos lo meta en el negocio.
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