El pacifista rebelde
Si el siglo XX fue con diferencia
el que mayor número de muertos produjo
como resultado de guerras,
masacres y otras formas de violencia
practicadas por el ser humano, la
figura de Mohandas Gandhi se eleva de
ese tenebroso contexto como una
luz de esperanza. Nacido en la India y
educado en Gran Bretaña, vivió
veintiún años de su vida en Sudáfrica, de
donde volvió a su país natal para
luchar por su independencia. Pero la
lucha política de Gandhi no
destacó tanto por lograr finalmente sus
objetivos como por haberlo hecho
tomando como base la noviolencia, un
método de acción política basado
en la expresa renuncia a la violencia
como principio y como arma de
deslegitimación. Ello fue posible gracias
a sus irrepetibles dotes
personales y a un largo proceso de reflexión
moral y religiosa que le
permitieron plantear estrategias políticas que
pusieron en jaque a la mayor
potencia mundial del momento sin poner en
juego el derramamiento de una
gota de sangre.
A mediados del siglo XIX la
península Indostánica se encontraba bajo
completo dominio británico. Desde
hacía un siglo las compañías
comerciales británicas primero y
después las autoridades coloniales
habían ido dominando directamente
el territorio o poniendo bajo su
tutela (con la forma legal de
protectorados) los quinientos sesenta y
cinco estados principescos en que
se dividía. La India oriental
británica, que incluía los
territorios de los actuales estados de
Pakistán, India, Sri Lanka,
Bangladesh y Myanmar, era para Gran Bretaña
una fuente inagotable de materias
primas e ingresos al tiempo que un
mercado reservado indispensable
para asegurar el crecimiento de su
industria; para los indios
suponía la subordinación a un poder
extranjero que les cargaba de
impuestos, interfería en sus tradicionales
relaciones políticas y sociales y
les prohibía la fabricación de
cualquier producto que pudiese
competir con sus intereses económicos.
Pero era además un mosaico
intrincadísimo de estados, castas sociales,
razas (arios e indostánicos) y
religiones (la hindú y la musulmana eran
las mayoritarias, pero también
había comunidades de jainas, sijs,
zoroastristas, cristianos y
judíos) que dificultaba en gran medida la
gobernación del territorio. Para
ello fue indispensable la integración
de población indígena tanto en la
administración como en las fuerzas
militares y de seguridad, método
que garantizaba el dominio de una
pequeña minoría europea sobre
millones de nativos. En este contexto
llegó al mundo el principal
responsable de que semejante estado de cosas
fuese a cambiar en menos de un
siglo.
De Porbandar a Durban, pasando
por Londres
Mohandas Karamchand Gandhi nació
el 2 de octubre de 1869 en la ciudad
portuaria de Porbandar, capital
de un pequeño principado de igual nombre
en el actual estado indio de
Gujarat, a orillas del mar Arábigo.
Pertenecía a la casta de los
vaishyas («mercaderes») que sin ser de las
superiores tampoco era de las
consideradas degradantes. Era el menor de
los cuatro hijos del matrimonio
de Karamchand Gandhi y su mujer
Putlibai. Su padre y varios
representantes de generaciones anteriores de
su familia habían ocupado el
cargo de primer ministro del pequeño
estado, sin que ello les hubiese
proporcionado una posición social
dominante o una gran riqueza.
El pequeño Mohandas creció en un
contexto religioso ecléctico, ya que su
padre era hindú y su madre
pertenecía a la secta Pranami, que combinaba
creencias del hinduismo y el
islam y predicaba la tolerancia religiosa.
Como el resto de los indios,
vivió en un medio en el que varias
religiones estaban presentes y a
las que se habituó desde buen
principio, tomando enseñanzas de
todas ellas. Quizá ésta fuese una de
las razones por las que en el
futuro se consideraría un heterodoxo al no
adherirse a ninguna ortodoxia
férrea.
Siguió su educación sin ser un
estudiante brillante y su adolescencia se
vio marcada, como la de muchos de
sus compatriotas, por un temprano
matrimonio. A los trece años se
casó con Kasturbai, que sería su única
esposa. La experiencia le marcó
de tal modo que fue un enemigo declarado
del matrimonio infantil por el
resto de su vida. Los inicios de su vida
marital se vieron marcados por
una voluntad de dominar a su mujer —a
imitación de sus mayores— y una
afición desmedida por el sexo, que
acababa de descubrir. Pero pronto
algunas experiencias le hicieron
adoptar un modo de vida más
contenido, especialmente una que vivió con
dieciséis años. Su padre había
caído gravemente enfermo y Mohandas se
encargaba personalmente de su
cuidado. Una noche abandonó la habitación
paterna para estar con su esposa.
Como señala su biógrafo Dennis Dalton,
«en ese momento murió su padre.
Un criado fue hasta él y le dijo: “Tu
padre acaba de morir”. La primera
reacción de Gandhi fue decir: “Dios
mío, ¿qué he hecho?”. Durante el
resto de su vida se referiría a este
momento como aquel en que
abandonó a su padre, en que no cumplió con su
deber… y aquello se convirtió en
la base de su gran sentido del deber y
la responsabilidad. Con el tiempo
llegó a la conclusión de que debía
comportarse como el hijo de toda
la sociedad, una persona diligente y
consciente de sus deberes al
servicio de la humanidad».
Tres años más tarde abandonó la
India para estudiar derecho en Londres,
después de que su madre lo
obligara a jurar que evitaría el vino, las
mujeres y la carne. Cuando llegó
a la capital del Imperio británico el
impacto fue inmediato, el joven
indio se vio abrumado por una ciudad
gigantesca y cosmopolita en la
que no encajaba; este hecho, unido a su
carácter tímido, le llevó al
retraimiento. Sin embargo, en sus primeros
tiempos en la capital se vio
seducido por el modo de vida inglés, e
intentó cultivar las costumbres
de un caballero británico. Gastó buena
parte de sus haberes en ropa
elegante y en acudir a clases de baile,
francés y violín. Pero el elevado
nivel de gastos unido a la toma de
contacto con la vida
universitaria le llevaron a ser más sensato y a
aprovechar sus estudios en la
metrópoli. En 1891 regresó a la India para
poner en práctica los
conocimientos adquiridos y comenzar una carrera de
abogado. No obstante, los
estudios no habían mitigado su carácter
inseguro, que pronto le jugó
malas pasadas profesionales. Así lo
recuerda el profesor indio de
Teoría política Bhikhu Parekh: «Volvió a
la India, se hizo cargo de su
primer caso y, cuando se encontró en la
corte de justicia delante del
juez fue incapaz de abrir la boca, se
quedó paralizado. Esto le dejó
profundamente disgustado». Experiencias
posteriores no enderezaron sus
poco prometedores comienzos, por lo que
no se lo pensó mucho cuando en
1893 le llegó la oportunidad de cambiar
de aires, cuando una firma
musulmana buscó sus servicios legales para
representarles en Sudáfrica. Allí
viajó con la idea de permanecer un
año, pero acabaría estando
veintiuno. La experiencia no fue sólo
profesional: cuando Gandhi
abandonase la colonia británica de El Cabo
sería un hombre completamente
distinto.
Sudáfrica: el aprendizaje de sí
mismo y de la política
El joven abogado indio conoció en
sus propias carnes el ambiente que se
vivía en la colonia africana nada
más llegar, sobre todo para quienes no
tenían la piel de color blanco.
Debía viajar de Durban a Pretoria, por
lo que adquirió un billete para
ir en un vagón de primera clase de un
tren que cubría dicha línea.
Cuando subió al vagón un viajero blanco se
quejó al revisor de su presencia,
ya que los nativos de territorios
colonizados sólo tenían permitido
viajar en tercera clase. Gandhi se
negó a trasladarse a tercera
porque había pagado para viajar en ese
vagón. Cuando el tren llegó a la
primera estación importante,
Petermaritzburg, fue expulsado de
muy malos modos (literalmente
arrojado) del tren, y tuvo que
pasar toda la noche en el andén a la
espera del primer convoy del día
siguiente para continuar el viaje. Él
mismo dijo que aquella noche se
la pasó decidiendo si volver a la India
o si permanecer en Sudáfrica y
hacer algo para que abusos de ese tipo no
volviesen a producirse. En
opinión de Arun Gandhi, nieto de Mohandas y
activista político por la paz y
los derechos humanos, «aquella
humillación fue realmente lo que
despertó en él el deseo de cambiar las
cosas, y pasó toda la noche
sentado en el andén pensando cómo se podría
hacer justicia».
Esto le llevó a comenzar una
actividad en la comunidad india de
Sudáfrica, muy nutrida desde la
década de 1860, para desarrollar
mecanismos de solidaridad que les
permitiesen defenderse de los abusos y
las humillaciones. Como abogado,
decidió servirse de los instrumentos
que le proporcionaba la ley para
actuar. Así lo explica Dennis Dalton:
«Como abogado creyó que cambiando
las leyes cambiaría el comportamiento
humano. Así que desde 1893 hasta
1906 se empleó a fondo en los
tribunales de justicia para hacer
algo. Pero el problema es que los
británicos fueron más
inteligentes que él, de modo que siempre que se
cambiaba una ley se promulgaba
otra que perpetuaba de algún modo la
discriminación». Eran las
acciones de un hombre que se movía dentro del
sistema y que todavía aceptaba la
autoridad colonial británica. De
hecho, Gandhi participó junto con
los británicos como camillero en la
guerra de los Bóers, que enfrentó
a las autoridades coloniales
británicas con los descendientes
de los antiguos colonos holandeses
entre 1899 y 1902, y también en
la rebelión de los zulúes de 1906, que
fue cruelmente reprimida por los
británicos. La experiencia en este
segundo conflicto le dejó
profundamente marcado. En palabras de Arun
Gandhi, «fue la experiencia de la
guerra zulú la que realmente le puso
en contacto estrecho con una
violencia inhumana, dándose cuenta de que
aquello no era una guerra entre
dos pueblos, sino una auténtica masacre».
Aquello le llevó a comenzar una
profunda reflexión sobre la dominación
no sólo de los colonizadores
europeos, sino de cualquier ser humano
sobre sus semejantes. Según
Dennis Dalton, «comenzó a reflexionar sobre
el modo en que los zulúes eran
dominados por los británicos y en lo que
significaba la propia dominación.
Entonces pensó que él mismo ejercía
una dominación sobre su familia,
especialmente sobre su mujer. Había
contraído matrimonio a los trece
años y él mismo había sido lo que con
el tiempo denominaría un marido
dominante, celoso y cruel. Y es de esta
forma tan fascinante como, a
partir de sus reflexiones surgidas de la
rebelión zulú y de la forma en
que dominaban los británicos, lo
interioriza y se cuestiona qué
parte de culpa le correspondía en
semejante comportamiento. Y se
respondió que era culpable en su propio
matrimonio, en su relación con
Kasturbai». Fruto de estos pensamientos
comenzó un profundo proceso de
reflexión espiritual y religioso que
pronto le llevaría a desarrollar
una nueva forma de actuar en política.
De momento, a los treinta y siete
años, y tras haber tenido cuatro hijos
con su esposa, decidió hacer voto
de castidad como una forma de
controlar sus sentidos y su
sexualidad (una práctica muy arraigada en la
religión hindú, que lo
consideraba como expresión de una realidad
superior). En opinión de Bhikhu
Parekh, «así es como se volvió
totalmente puro, a partir de ese
momento no habría a su alrededor
impureza, violencia o agresión
alguna».
Pero pronto esta filosofía que
comenzó por aplicar en su ámbito más
cercano tuvo la posibilidad de
trasladarse al ámbito público. En 1907
las autoridades británicas
aprobaron una ley que obligaba a todos los
inmigrantes indios a registrarse
con sus huellas dactilares y que
facultaba a la policía a
registrar sus casas para asegurar el
cumplimiento de la ley. En esta
ocasión puso en marcha por primera vez
el satyagraha (literalmente en
sánscrito, «aferrar firmemente la
verdad»). Con esta palabra
designó a su doctrina de poner en práctica la
desobediencia civil (o no
colaboración con las autoridades) combinada
con la noviolencia. Puestas en
práctica de forma colectiva daban como
resultado una resistencia pasiva
por parte de la población que dejaba
desarmadas a las autoridades: los
desobedientes no delinquían,
sencillamente se limitaban a no
colaborar con las autoridades en
aquellas cuestiones que
consideraban injustas o ilegítimas; si se
reprimían violentamente sus
manifestaciones, como era frecuente, no
oponían la violencia a la
autoridad agresora, que quedaba deslegitimada
ante la sociedad. El método de
nuevo se puso en práctica, y con éxito
creciente, a raíz de otras
medidas en Sudáfrica, como la invalidación
por las autoridades británicas de
los matrimonios de indios y
musulmanes, o las regulaciones
injustas de la inmigración. En estas
ocasiones llamó a la
participación activa de las mujeres en la
movilización, ya que consideraba
injusto el papel pasivo que la sociedad
india solía atribuirles e incluyó
la huelga pacífica entre las medidas
de presión, comprendió la
importancia de la prensa como medio para dar a
conocer su mensaje y aprendió
cómo comunicar políticamente. Como señala
el profesor Parekh, Gandhi
«descubrió en Sudáfrica por primera vez un
método de resistencia no
violenta. Se levantaba frente a su oponente, le
decía que no estaba dispuesto a
ceder, pero también le aseguraba que no
se le haría ningún daño».
Y todo ello como resultado de un
programa de desarrollo moral personal
iniciado por su convicción de que
un líder político debía ser puro. El
Dalai Lama, Premio Nobel de la
Paz, ha destacado muchas veces la
importancia revolucionaria del
método de resistencia pasiva elaborado
por Gandhi. Según él, «Mahatma
Gandhi pensó que para poner en práctica
la noviolencia, era necesario que
ésta estuviese primero en su propia
mente, de forma que la semilla de
la paz y la reconciliación se
desarrollase. Sin eso ¿cómo
podría predicar la auténtica noviolencia?».
Pero Gandhi tendría que trabajar
mucho para que esta convicción
funcionase en un contexto más
adverso al que dirigía su mirada desde
hacía tiempo, su India natal. Sus
desvelos por mejorar las condiciones
de sus compatriotas emigrados le
hicieron pronto popular en su país de
origen, adonde quiso trasladarse
en 1915. El trabajo que le esperaba
para aplicar allí sus renovadoras
ideas políticas iba a ser muy arduo.
De regreso en la India
Si Gandhi había llegado a
Sudáfrica desde la India como un abogado
inseguro, tímido y sin grandes
expectativas profesionales, cuando
decidió emprender el viaje de
regreso era ya un líder político popular,
seguro de sí mismo y
profundamente religioso. Había entablado relación a
distancia con varios líderes
políticos indios y, aunque no conocemos a
ciencia cierta los motivos que le
llevaron a volver en 1915, es seguro
que tenía la intuición de que una
misión importante estaba por cumplir
en su país de origen. Por aquel
entonces no era todavía un abierto
defensor de la independencia (en
ese momento Gran Bretaña estaba inmersa
en la Primera Guerra Mundial y no
dudó en solicitar el apoyo para la
metrópoli), pero estaba
convencido de la necesidad de regenerar a sus
compatriotas y cambiar el sistema
político de dominación colonial,
fuente de tantas injusticias.
Nada más desembarcar no optó por
comenzar una acción política directa.
Llevaba mucho tiempo fuera de la
India y no estaba seguro de lo que iba
a encontrar a su regreso, por lo
que decidió seguir el consejo de uno de
los políticos indios que más
admiraba, Gopal Krishna Gokhale, y anduvo
un año recorriendo el país de una
punta a otra para tomar contacto con
la realidad social. Uno de los
temas que más le preocupaban era el de la
educación de los niños, por lo
que visitó una escuela en Shantiniketan
fundada por el poeta bengalí
Rabindranath Tagore, el primer literato no
europeo que recibió el Premio
Nobel de Literatura, en 1913. Pese a sus
diferentes puntos de vista sobre
la situación general de la India y
sobre la educación, Tagore le
recibió usando por primera vez el
apelativo honorífico hindú
mahatma («alma grande») para dirigirse a él.
Era una señal de reconocimiento
por su labor en Sudáfrica y de que podía
hacer algo por su país. Esta
convicción arraigó en él ante la
constatación de que el rechazo al
gobierno colonial se estaba
extendiendo con fuerza y de que
el marco institucional gubernativo era
incapaz de lograr la puesta en
marcha de las demandas de la sociedad
india. Ante semejante situación,
consideró que el saty¯agraha podía ser
un buen método de presión.
Además, quedó convencido de que
era necesario sacudir las conciencias de
sus paisanos para regenerar el
país. Tantos años de dominación
extranjera habían producido un
síndrome que mezclaba conformismo,
desmoralización, cobardía y falta
de conciencia cívica. Como señala el
profesor Parekh, «fue entonces
cuando Gandhi preguntó: “¿Cuándo seremos
capaces de rebelarnos contra
nosotros mismos?”. Nos habíamos vuelto tan
dependientes que teníamos que
aprender a rebelarnos contra nosotros,
deshacernos de nuestra psicología
de la dependencia, de obtenerlo todo
mediante sobornos en vez de
mediante la valentía. No sería posible
rebelarse contra el gobierno sin
antes rebelarnos contra nosotros
mismos». Para conseguirlo
desarrolló un completo programa de
regeneración política que incluía
la unidad entre hindúes y musulmanes
(las dos religiones más
enfrentadas), la supresión de los «intocables»
(la inferior de las castas de la
sociedad india), la prohibición del
alcohol, el uso del khadi (ropa
tejida a mano), el desarrollo de
industrias rurales, la educación
basada en los oficios, la igualdad de
las mujeres, el uso de las
lenguas indígenas en convivencia con una
única lengua vehicular para todo
el país, igualdad económica y la
formación de organizaciones de
obreros y campesinos.
Algunas de estas medidas tuvieron
una amplia repercusión, como el uso
del kh¯adi. Ya en Sudáfrica
Gandhi había alterado profundamente su
imagen acorde a su transformación
espiritual y política. Había
sustituido la ropa occidental de
producción británica por los tejidos
indios de algodón blanco, que
constituían al tiempo una seña de
identidad y de rechazo a las
imposiciones forzosas de la industria
británica. A su regreso a la
India fomentó el uso de las vestiduras
tradicionales entre la población
con ese mismo propósito. En palabras de
Bhikhu Parekh: «Como él dijo, la
ropa extranjera significaba nuestra
dependencia cultural de
Occidente, y también implicaba que éramos
cómplices indirectos de nuestra
propia esclavitud. La quema de la ropa
occidental fue una purga
colectiva». Efectivamente se organizaron
grandes actos de quema de ropa
occidental propiedad de indios y Gandhi
lanzó la iniciativa de dedicar
una hora diaria al hilado de fibras como
una forma de fomentar la
producción nacional india, de propagar los
símbolos propios y de
identificarse con la realidad social del país.
Además, introdujo nuevos
elementos en sus estrategias de resistencia
pasiva. De estos años datan los
primeros ayunos a los que se sometió el
Mahatma no como forma de
chantaje, sino dentro de la estrategia de
acción moral, como medio de
purificarse a sí mismo y de hacer que los
demás tomasen conciencia de sus
demandas. Seguía así con la vía
comenzada en Sudáfrica, inspirado
por las ideas tradicionales de
renuncia al mundo que según la
religión y la filosofía hindúes otorgaban
un gran poder espiritual (otras
facetas de la religión tradicional como
el ritual o la mitología no
despertaron su interés). Pronto Gandhi tuvo
ocasión para poner en práctica su
personal estilo político que había
desarrollado en Sudáfrica y que
ahora se sentía listo para aplicar en la
nueva realidad que había
encontrado. El camino no iba a ser fácil pese a
que él se sintiese seguro de lo
que hacía.
La lucha por la independencia
La oportunidad para poner en
marcha todo lo aprendido y desarrollado en
los años anteriores se presentó
en 1919. En el mes de marzo de aquel año
las autoridades británicas
aprobaron un paquete de medidas legales que
so pretexto de abortar
conspiraciones revolucionarias perpetuaban las
limitaciones de los derechos
civiles que se habían decretado durante la
Primera Guerra Mundial. Gandhi
reaccionó lanzando su primera campaña
nacional de resistencia pasiva,
que incluyó una llamada a la huelga
general y manifestaciones de
masas. La situación se complicó cuando en
Jallianwalla Bagh, en abril, el
batallón al mando del brigadier Dyer
disolvió a tiros una
manifestación. Murieron trescientas setenta y nueve
personas y más de mil cien
resultaron heridas. Aquel acto desacreditó a
las autoridades británicas ante
los ojos de la mayoría de los indios y
de buena parte de la opinión
pública internacional; pocos meses más
tarde Gandhi publicó tres
artículos en los que declaraba que la sedición
era un deber y demandaba el fin
del gobierno británico en la India. La
lucha por la independencia había
comenzado.
Un año más tarde lanzó un
movimiento nacional de nocooperación que duró
dos años enteros. La convocatoria
proponía una acción total a lo largo y
ancho del país, llamando a no
utilizar los servicios públicos, no acudir
a las cortes de justicia ni a los
colegios y, más adelante, no pagar
impuestos ni servir en el
ejército. La iniciativa resultó muy polémica y
fue criticada por considerarla
casi anarquista. Gandhi fue arrestado y
juzgado en marzo de 1922.
Haciendo gala de su carisma e inteligencia,
transformó el juicio a su persona
en un juicio al gobierno colonial
británico. Rechazó contratar un
abogado, usó el proceso como plataforma
desde la que exponer sus
demandas, se declaró culpable de luchar por
cambiar un sistema injusto y
conminó al juez a condenarle a él o al
sistema colonial en su conjunto,
no le dejó otra opción. Gandhi fue
condenado a seis años de prisión
pero fue el vencedor moral del
episodio. Pasó poco tiempo
encarcelado, y después de aquello las
autoridades coloniales británicas
se guardarían mucho de volver a
procesarle. Habían aprendido que
una medida de represión mal aplicada
podía volverse en un arma
poderosa en manos del enemigo. Aunque aquel
movimiento de resistencia no
alcanzó sus objetivos de paralizar la
administración colonial
británica, acabó popularizando la causa de la
independencia frente a Gran
Bretaña y logró politizar a grandes masas de
indios hasta entonces renuentes a
participar en la vida pública. De
nuevo era la autoridad moral del
Mahatma y su aplicación a la política
la que iba consiguiendo victorias
en un largo camino. A juicio de Dennis
Dalton, «Gandhi fue único porque
como líder político mostró que la
actitud de noviolencia podía
funcionar en política. Cada vez que
demostraba que poseía autoridad
moral luchaba por no perderla, cosa que
sucedería si se producían actos
de violencia por parte de su comunidad,
los indios. Descubrió la
efectividad política de la autoridad moral».
En los años siguientes se centró
en campañas menos directas contra la
dominación británica, pero de
gran importancia desde el punto de vista
social. Se dedicó a promover la
mejora de la situación de las mujeres,
el desarrollo de industrias
rurales y la unión entre hindúes y
musulmanes. Este tema le fue
preocupando progresivamente más puesto que
una parte cada vez mayor de los
grupos musulmanes consideraban que las
campañas de Gandhi no sólo les
perjudicaban, sino que además estaban
diseñadas contra ellos,
acusaciones que siempre negó categóricamente. En
1926 decidió guardar un año de
silencio que dedicó a la reflexión.
En 1930 lanzó una nueva campaña
de resistencia pasiva ante la decisión
del gobierno británico de imponer
un impuesto sobre la sal. La elección
del momento vino determinada no
sólo porque fuese una medida sumamente
injusta sino porque afectaba a
todos los indios por igual, tanto hindúes
como musulmanes, y sobre todo a
los más pobres. Decidió organizar una
peregrinación pacífica a la villa
costera de Dandi, donde llegó el 5 de
abril tras veinticuatro días de
marcha, a lo largo de la cual animó a
los indios a fabricar y vender su
propia sal al margen de la medida del
gobierno. Periódicos de todo el
mundo siguieron la marcha con interés
creciente, ya que la figura de
Gandhi se había vuelto muy popular
internacionalmente. La represión
de las autoridades británicas no se
hizo esperar. Se arrestó a más de
sesenta mil personas, el propio Gandhi
entre ellas. La importancia de
los desórdenes convencieron al virrey de
la necesidad de negociar. El
Mahatma fue dirigido directamente al
palacio virreinal y, en palabras
de Bhikhu Parekh, «le dieron el vaso de
agua que había pedido, lo apoyó
sobre la mesa y sacó algo de sus
ropajes. El virrey por curiosidad
le preguntó: “¿Qué es eso?”. A lo que
respondió: “Excelencia, no se lo
diga a nadie, ésta es la sal que he
fabricado ilegalmente”. La echó
en el agua, la disolvió y se la bebió».
La importancia que el movimiento
nacionalista indio estaba cobrando
empezaba a hacer tambalear la
confianza del gobierno de la metrópoli en
que podría retener durante tiempo
indefinido la joya de la corona del
Imperio británico. Por ello
invitaron a negociar a Gandhi, que llegó a
Londres en septiembre de 1931.
Las negociaciones no resultaron muy
fructíferas (el escollo
fundamental fue que el gobierno no reconocía a
Gandhi como representante de
todos los indios, sino del colectivo
hindú), pero el líder indio logró
encandilar a la opinión pública. Se
reunió con intelectuales y
artistas, como George Bernard Shaw o Charles
Chaplin; visitó diferentes puntos
del país, incluyendo centros fabriles
en los que solicitó el perdón de
los obreros por los daños que el boicot
a los productos británicos en la
India podía estar produciéndoles, y fue
invitado por el rey al palacio de
Buckingham, donde acudió vestido con
su indumentaria habitual, un paño
que cubría su cintura y una capa para
protegerse del frío. Cuando un
periodista le preguntó por lo inapropiado
de su escasa vestimenta,
respondió que «el rey llevaba ropa suficiente
para los dos». De nuevo el
talante y la presencia de Gandhi le
permitieron ganarse a la
población de la calle, pero el pulso político
por el futuro de la India no
había acabado, por lo que a sus sesenta y
dos años tuvo que prepararse de
nuevo para continuar la lucha que había
consumido ya buena parte de su
vida.
La última lucha contra la
violencia
El resto de la década de 1930
Gandhi vivió con gran preocupación la
creciente tensión entre
musulmanes e hindúes. Los dos grandes partidos
representantes de ambas
religiones, el Congreso Nacional Indio y la Liga
Musulmana, se habían enzarzado en
una encarnizada lucha. En 1935 los
británicos de la India habían
aprobado una ley por la que reconocían
cierta autonomía a los
territorios, en función de la cual se debían
celebrar elecciones dos años más
tarde. A lo largo de la campaña se
comenzó a reclamar una
independencia por separado de hindúes y
musulmanes, opción que Gandhi
rechazaba taxativamente al afirmar que
dicha división era artificial. Él
consideraba que la India era una
civilización en la que habían
convivido durante siglos diferentes razas,
lenguas, culturas y religiones, y
que aplicar un principio de
nacionalidad basado en la
religión era falsear la realidad. Incluso
cuando el Congreso Nacional Indio
aceptó la idea de la independencia por
separado, Gandhi siguió
rechazándola por impracticable y trabajó para
intentar crear un clima favorable
a la reconciliación.
Desde 1939, con el estallido de
la Segunda Guerra Mundial, la situación
se precipitó. La decisión unívoca
del virrey de declarar a la India en
guerra contra Japón sin consultar
con los partidos llevó al rechazo del
Congreso Nacional Indio a
colaborar con los británicos a no ser que se
reconociese la independencia. En
un célebre discurso en agosto de 1942
Gandhi reclamó la independencia
inmediata, hecho que le llevó de nuevo a
la cárcel, en la que pasaría esta
vez dos años. En 1944 falleció
Kasturbai. La niña que unió su
vida a la suya con trece años y que se
había convertido con el paso del
tiempo en un apoyo incansable de su
actividad le había dejado, justo
en el momento en que el cariz que iban
tomando los acontecimientos la
hacían más necesaria que nunca.
Acabada la guerra en 1945, la
coyuntura se mostró favorable a la
independencia. Gran Bretaña había
salido económicamente empobrecida de
la contienda y no disponía de
recursos para reconstruir el aparato
imperial, que para los indios se
había vuelto del todo insoportable. Se
convocaron elecciones para el mes
de diciembre, de las cuales debería
salir el partido que dirigiese la
independencia. Pese a que venció el
Congreso, debido a la mayoría
numérica de los hindúes en el conjunto del
territorio, la asamblea
constituyente que debía reunirse fue boicoteada
por la Liga y por los príncipes
de los estados indios, que veían
peligrar su posición privilegiada
si sus territorios se integraban en un
estado nuevo. Para entonces una
violencia sin precedentes había
estallado en el norte del país
entre hindúes y musulmanes, que
presionaban así para forzar la
situación a favor de la independencia por
separado.
El impacto que todo esto tuvo en
el ánimo de Gandhi fue inconmensurable,
como han afirmado quienes le
conocieron o estuvieron cerca de él en esos
momentos. Según afirma lady
Pamela Hicks, hija de Louis Mountbatten,
primer conde de Mountbatten de
Birmania y último virrey de la India, «la
idea de dividir la India
realmente rompió el corazón de Gandhi. En
ocasiones él podía encontrar
soluciones políticas imposibles porque su
corazón estaba convencido de que
era lo correcto, pero a menudo el mundo
no permite que se realice lo
correcto». Philip Talbot, periodista que
siguió de cerca a Gandhi durante
este período, afirma que «la última vez
que hablé con él le encontré
realmente deprimido, y me dijo: “No puedo
ver nada a mi alrededor. Hay
oscuridad por todas partes y los hombres se
comportan como bestias. No, peor
que bestias, porque éstas no matan a
sus semejantes”». Una vez más, no
permaneció de brazos cruzados y
emprendió primero un ayuno de
protesta por la violencia y más tarde
decidió ir en peregrinación por
la paz al distrito bengalí de Noakhali,
el más afectado entonces por la
violencia religiosa. Allí permaneció
entre octubre de 1946 y febrero
de 1947, trabajando activamente por la
reconciliación.
En opinión de Bhikhu Parekh, la
actitud de Gandhi en aquellos meses no
pasó desapercibida, «creo que no
hubo un solo indio que no se sintiese
avergonzado y orgulloso a la vez.
Avergonzado de que hubiese sido tan
profundamente defraudado por
muchos y orgulloso de que en esos días de
oscura brutalidad surgiera entre
ellos una figura que les hizo sentirse
orgullosos de ser indios… Y
entonces fue cuando Gandhi dijo: “No hay más
que violencia a mi alrededor.
Toda mi vida ha fracasado y mi muerte
tiene que conseguir aquello que
mi vida no ha podido conseguir”. Se negó
deliberadamente a llevar
protección, incluso en las situaciones más
difíciles, y dijo a uno de sus
colaboradores: “Moriré a manos de un
asesino y cuando lo haga,
recordad, por favor, que si acepto
valientemente esa bala con el
nombre de Dios en mis labios, sólo
entonces habré sido un verdadero
Mahatma”». Su actitud contraria a la
partición del territorio y a la
independencia por separado ya le había
atraído las iras de los grupos
nacionalistas hindúes extremistas.
Cuando fue finalmente proclamada
la independencia, el 15 de agosto de
1947, se hizo por separado la del
territorio mayoritariamente hindú, la
India, de la del mayoritariamente
musulmán, Pakistán. Gandhi no
participó en la celebración del
acontecimiento. La tristeza por la
sangre que se estaba derramando
no le permitía alegrarse, la muerte de
tantos inocentes no era motivo de
celebración. La división de la India
británica era un hecho, con el
problema añadido de que en cada uno de
los dos nuevos países había
amplias bolsas de miembros de la religión
contraria. En los meses
siguientes los desplazamientos de diecisiete
millones de personas añadieron el
drama de los refugiados a la ola de
violencia que no cesaba.
La mañana del 30 de enero de
1948, Gandhi se dirigía caminando a su
reunión de oración diaria por la
paz en Nueva Delhi cuando un estudiante
que militaba en una organización
hindú radical se acercó a él y le
descerrajó tres tiros. Su fatal
presagio se cumplió y la muerte le
sorprendió sin haber logrado la
pacificación y la reconciliación de los
pueblos de la India. Aunque su
muerte tuvo un efecto pacificador. El
asesinato produjo un estupor sin
límite tanto entre sus aliados como
entre sus enemigos y la violencia
se detuvo siquiera temporalmente. A
los actos de la cremación
acudieron más de un millón de personas. A esas
alturas Gandhi había sobrepasado
para el conjunto de la población india
cualquier valoración humana y
tanto partidarios como enemigos lo
consideraban una especie de
santo. Ante una situación política que se
había desbordado, aquel hombre
siguió fiel a sus principios y no se
había dejado arrastrar por las
pasiones homicidas que habían llenado de
sangre y muerte su amada tierra.
Lejos de esto se había reafirmado en
sus convicciones, viejas,
sólidas, en perpetua adaptación a la realidad
cambiante, y había trabajado por
el mundo mejor que había soñado desde
que una noche fuese expulsado de
un vagón de tren porque no se quería
amoldar a las convenciones
racistas de su tiempo.
Éste es en parte el valor del
legado de Gandhi. Martin Luther King dijo
muchos años después de su muerte:
«Cristo me dio el mensaje, Gandhi me
dio el método». No sólo fue un
ejemplo de hombre comprometido con
erradicar la injusticia y
conseguir un mundo mejor, sino que para
conseguirlo desarrolló unos
procedimientos radicalmente nuevos en la
historia de la humanidad, tan
acostumbrada a que los conflictos se
solucionen a base de violencia y
muerte. La noviolencia, la
no-colaboración con las
autoridades injustas y la resistencia pasiva a
sus decisiones se mostraron más
efectivas que el más moderno de los
tanques o el más eficiente de los
aviones. Es por esta razón que Gandhi
es una figura para el futuro, un
faro de aliento que nos ayuda a seguir
teniendo esperanza en el ser
humano a pesar de que lo que vivió en el
siglo XX no nos permita ser muy
optimistas.
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