El filósofo revolucionario
Pocas figuras definidoras de
nuestro tiempo han sido tan controvertidas
como la de Karl Marx, en buena
medida por las lecturas, usos y abusos
que se hicieron de su obra tras
su muerte más que por lo que realmente
hizo o escribió. Al mismo tiempo
es posiblemente una de las figuras que
recogen con mayor exactitud los
problemas y las contradicciones del
siglo XIX europeo. Filósofo,
economista, periodista, historiador,
político…, pocos campos escaparon
a la curiosidad y la actividad de un
hombre movido por un afán
indestructible, comprender la realidad que le
rodeaba para cambiarla. Gran
parte de su talento residió en que fue
capaz de condensar las
inquietudes intelectuales de su tiempo, de
exponerlas con claridad y de
darles respuestas; en que supo vislumbrar
qué fuerzas estaban actuando para
modelar el mundo nuevo surgido de la
Revolución francesa y la
Revolución industrial, e intentó dar una
solución a las graves tensiones
sociales que habían introducido. Lo que
se hizo después con su obra,
sobre todo a partir de la Revolución
bolchevique de 1917, no es capaz
de ocultar la vida y el legado de uno
de los padres de un mundo
fascinante, el nuestro.
En julio de 1815 los monarcas de
los principales reinos de Europa
(Francia, Gran Bretaña, Rusia,
Austria y Prusia) o sus embajadores
plenipotenciarios firmaban el
acta final del Congreso que les había
reunido en Viena desde el año
anterior con la intención de redefinir el
mapa de Europa tras las
convulsiones producidas por las guerras de la
época de la Revolución francesa y
el Imperio napoleónico. Su firma
suponía un intento de detener la
Historia, de neutralizar la obra de la
crisis revolucionaria francesa y
regresar al estado en que se
encontraban las cosas antes de
1789. Pronto comprobarían los reyes que
volvían a disfrutar de poder
ilimitado que no podrían permanecer
tranquilos sentados en sus tronos
durante mucho tiempo.
Uno de los beneficiarios de los
reajustes territoriales que se
realizaron fue el reino de
Prusia, uno de los muchos estados en que
Alemania estaba dividida
entonces. Dichos estados habían perdido el
armazón que los mantenía unidos
hasta comienzos del siglo XIX, el Sacro
Imperio Romano Germánico, que
había sido disuelto por Napoleón tras mil
años de historia y que jamás
sería restaurado. Sin embargo, las guerras
napoleónicas habían despertado en
toda Alemania un sentimiento
nacionalista que abogaba por la
unión de todos los pueblos de habla
germana en un solo país,
sentimiento que había sido exaltado
reiteradamente por los defensores
de los ideales de libertad e igualdad
de la revolución. Evidentemente
el rey de Prusia, Federico Guillermo
III, prefirió aferrarse al
absolutismo restaurado en el Congreso de
Viena y aprovechar la situación
para aumentar sus territorios tanto en
Prusia oriental como occidental.
A este último distrito se agregó el
territorio de Renania (que antes
había pertenecido al Imperio
napoleónico) en una de cuyas
ciudades, Tréveris, nació Karl Marx.
La educación de un joven de
origen judío
Karl Heinrich Marx nació el 5 de
mayo de 1818, hijo del abogado del
Tribunal Supremo Heinrich Marx y
de su mujer Henriette (cuyo apellido de
soltera era Pressburg). Ambos
cónyuges eran de origen judío (Mordecai
era el apellido hebreo de la
familia paterna) y contaban con numerosos
rabinos entre sus antepasados.
Debido al endurecimiento de las
condiciones de los judíos tras la
anexión de Renania por Prusia ambos
decidieron convertirse al
protestantismo, siendo bautizado el padre por
la Iglesia evangélica en agosto
de 1817 y la madre en 1825. Los ocho
hijos del matrimonio, de los que
Karl era el segundo, fueron bautizados
un año antes. Con doce años fue
enviado al Gymnasium (centro de
formación similar a un liceo)
Federico Guillermo de su ciudad natal. Su
padre era un hombre de clase
acomodada, formado en ciencia jurídica y
muy versado en la obra de los
pensadores ilustrados franceses y
alemanes, por lo que quería que
sus hijos recibiesen una educación
esmerada que les permitiese
ganarse la vida de forma respetable. En 1835
Karl superó el examen de madurez
que finalizaba su formación secundaria
y comenzó estudios de derecho en
la Universidad de Bonn, donde junto con
otros estudiantes comenzó a
frecuentar la compañía de escritores e
intelectuales. En aquellos
momentos las universidades alemanas eran
centros de gran agitación
intelectual y política, en las que se discutía
ardientemente sobre la situación
de Europa, ya que el período de
restauración al absolutismo se
había visto truncado por una oleada
revolucionaria en 1830. Ésta
había provocado una nueva caída de la
dinastía Borbón en Francia, la
independencia de Bélgica frente a Holanda
y serias conmociones en Polonia,
Italia y la propia Alemania, donde se
produjeron revueltas contra
varios soberanos, entre ellos el prusiano.
Sin embargo, de esa lucha poco
fruto obtuvieron los súbditos de Federico
Guillermo III en cuanto a
reconocimiento de libertades, participación
política o avances en la
unificación de Alemania. Pero lo que había
quedado claro era que las ideas
de libertad y nacionalismo que habían
sacudido los principados alemanes
desde principios de siglo seguían
bullendo en las mentes de sus
súbditos.
Durante esos años se desarrolló
otra de las influencias básicas en la
formación del joven Marx gracias
a su estrecha relación con la familia
de una amiga de la infancia,
Jenny von Westphalen. Su padre, el barón
Ludwig von Westphalen, le
introdujo en el conocimiento de Homero y el
teatro griego antiguo (que
siempre leyó en su lengua original), de los
escritores románticos del momento
y de grandes clásicos de la literatura
como Dante, Shakespeare y
Cervantes. Hay quien incluso afirma que fue el
barón quien le dio a leer por
primera vez a los socialistas utópicos
franceses que, como Saint-Simon,
habían comenzado a criticar los
nefastos efectos sociales de la
Revolución industrial. Sin lugar a dudas
aquella familia fue un gran apoyo
para el estudiante que, poco antes de
matricularse en la Facultad de
Derecho de la Universidad de Berlín en el
otoño de 1836, se prometió
secretamente en matrimonio con Jenny.
Aquellos años universitarios
fueron de mucho provecho vital e
intelectual. Continuó sus
estudios en derecho y asistió además a cursos
de filosofía e historia. El medio
universitario de Berlín estaba
dominado en aquel entonces por
los seguidores del filósofo Georg W. F.
Hegel, que había fallecido cinco
años antes pero que seguía siendo la
figura intelectual más brillante
e influyente de toda Alemania. Marx
entró en contacto asiduo con sus
seguidores, los «jóvenes hegelianos», y
estudió profundamente su
filosofía, la última representante de la
corriente conocida como
«idealismo», y a la que se ha señalado como una
de las fuentes esenciales de su
pensamiento. Realizó sus primeras
incursiones en la literatura
cultivando la poesía e intentando hacer lo
mismo con la novela y el teatro,
presidió una «unión estudiantil
treverina de amigos de la juerga»
y se batió varias veces en duelo.
Semejantes muestras de alegría
juvenil no fueron muy bien recibidas en
su familia. Según el filósofo e
historiador de las ideas Isaiah Berlin,
«su padre, alarmado por semejante
disipación intelectual, le escribió
infinidad de cartas desbordantes
de consejos ansiosos y afectuosos,
rogándole que pensara en el
futuro y se preparara para ser abogado o
funcionario civil. Su hijo le
enviaba consoladoras respuestas, pero no
modificó su vida». El patriarca
de los Marx falleció en 1837 sin poder
ver terminados los estudios de su
hijo y dejando a toda la familia en
una situación económica delicada.
Pero Karl pudo continuar
estudiando hasta que en 1841 acabó su tesis
doctoral (sobre la filosofía
griega del período helenístico, que dedicó
al barón Von Westphalen) y vio la
luz su primera publicación, unos
poemas que con el nombre de
«Cantos salvajes» se incluyeron en un número
de la revista Ateneo, realizada
por sus compañeros de universidad. En
aquel momento Marx ya había
fraguado un proyecto para su futuro, deseaba
dedicarse a la docencia
universitaria y, con el objetivo de conseguir
una pronta colocación, se
trasladó de nuevo a Bonn, donde enseñaba uno
de sus amigos de Berlín, Bruno
Bauer. Pero las dificultades de éste con
las autoridades académicas y la
censura pronto le mostraron que una
actividad docente en libertad no
era posible en Prusia. Si la
universidad se le cerraba, ¿hacia
dónde encaminaría sus pasos? Una
temprana oportunidad le daría la
respuesta.
De la agitación estudiantil a la
revolución europea
En el mes de abril de 1842, el
joven Karl Marx se trasladó a Colonia, la
más importante ciudad de la
Renania prusiana, a la búsqueda de una
ocupación en la que ganarse la
vida. En aquel momento la ciudad vivía
una gran excitación política,
puesto que se había reunido una asamblea
de autoridades de la región, la
llamada Sexta Dieta Renana, encargada de
discutir sobre la libertad de
prensa y religiosa. Marx comenzó a
colaborar con una revista que se
había fundado en enero con objeto de
defender los intereses de la
pequeña burguesía de la región, titulada
Gaceta Renana, en la que publicó
artículos sobre la situación política y
social de Prusia que le dieron
gran notoriedad como joven radical pero
también le granjearon crecientes
problemas con la censura, pese a lo
cual fue nombrado director de la
publicación algo más tarde. En el mes
de enero siguiente el Consejo de
Ministros, presidido por el rey, ordenó
el cierre de la revista; en esta
resolución fue determinante la presión
del embajador ruso, ya que la
Gaceta había publicado varios artículos
críticos con el absolutismo de
los zares. Ante semejante situación, Marx
dimitió y decidió exiliarse. En
una carta personal afirmaría entonces:
«En Alemania no puedo comenzar
nada nuevo. Aquí está uno obligado
siempre a falsificarse».
El objetivo elegido para el
exilio fue París, donde llegó a finales de
1843, junto con Jenny, a la que
había convertido en su esposa poco antes
pese a la oposición de la familia
de ésta. Según el profesor Berlin,
«esta hostilidad [familiar] sólo
sirvió para avivar la apasionada
lealtad de la joven mujer, seria
y profundamente romántica, cuya
existencia quedó transformada por
la revelación que le hiciera su marido
de un nuevo mundo; Jenny consagró
todo su ser a la vida y obra de su
cónyuge». París era el lugar
ideal para que el matrimonio de exiliados
comenzase su nueva vida en común.
La ciudad del Sena no sólo era la
capital cultural de Europa, sino
que gracias al ambiente de relativa
tolerancia política que
demostraban los gobiernos del rey Luis Felipe de
Orleans se había convertido en
destino para los exiliados políticos de
los países sometidos a regímenes
absolutistas. Allí comenzó Marx una
frenética actividad en varios
frentes. En primer lugar, comenzó un
estudio en profundidad de las
otras dos grandes fuentes de su
pensamiento: los economistas
clásicos ingleses Adam Smith y David
Ricardo, que desde la década de
1770 habían puesto las bases de la
ciencia económica, y el
socialismo utópico francés, que desde hacía
varias décadas criticaba los
efectos disolventes que estaba produciendo
en la sociedad la Revolución
industrial. Como consecuencia de sus
inquietudes sociales y su
conciencia de exiliado, empezó a frecuentar
reuniones de obreros y a
relacionarse con agrupaciones políticas que
defendían los intereses de los
trabajadores (como la llamada «Liga de
los Justos», una sociedad secreta
revolucionaria fundada por obreros
alemanes exiliados,
principalmente ebanistas y sastres). Por último,
entró en contacto con algunos de
los grandes pensadores políticos y
sociales del momento, como el
socialista utópico Blanqui o los
anarquistas Proudhon y Bakunin
(exiliado en la capital francesa desde su
Rusia natal).
Pero la más importante de las
amistades que trabó en aquel viaje fue con
un joven alemán dos años menor
que él, que también había sido
universitario en Berlín, que
participaba de sus inquietudes filosóficas
y políticas y que conocía de
primera mano las calamidades ocasionadas
por la Revolución industrial
porque había pasado varios años en
Manchester dirigiendo la sucursal
del negocio familiar. Su nombre era
Friedrich Engels, quien, según el
profesor Berlin, «mostraba un
intelecto penetrante y lúcido y
un sentido de la realidad como muy
pocos, o quizá ninguno, de sus
contemporáneos radicales podían ostentar.
(…) Su destreza para escribir
rápida y claramente, su paciencia y
lealtad ilimitadas, lo
convirtieron en ideal aliado y colaborador del
inhibido y difícil Marx». Engels
quedó fascinado por la personalidad
compleja y seductora de Marx, y
pronto comenzaron a colaborar y a
definir una postura conjunta
frente a los proyectos políticos de otros
socialistas y radicales; el
primer fruto de esta colaboración fue el
opúsculo titulado La sagrada
familia, que era una respuesta a Bruno
Bauer y los jóvenes hegelianos.
Comenzaba así una amistad y colaboración
de por vida, de la que Engels
dejó escrito que «después de Marx, yo
siempre he tocado el segundo
violín», pero a la que supo aportar una
sensibilidad social que siempre
humanizó el rigor teórico del filósofo
de Tréveris.
La actividad de Marx acabó
significándose ante los ojos del gobierno
francés, encabezado entonces por
el liberal conservador François Guizot,
que ordenó en 1845 su expulsión
junto con otros exiliados alemanes. Por
ello se trasladó a Bruselas,
donde fue aceptado por el gobierno a
condición de que se dedicase
únicamente a sus estudios filosóficos y no
mantuviese actividad política.
Sin embargo Marx no cumpliría con esta
condición y no abandonaría su
actividad. Allí se le unió Engels y
viajaron juntos a Gran Bretaña,
donde entraron de nuevo en contacto con
la Liga de los Justos y con los
líderes del movimiento cartista
(organización de trabajadores
británicos que luchaban por el
reconocimiento del derecho a voto
de los obreros y por la mejora de sus
condiciones de vida y trabajo)
como G. J. Harney. En 1846 empezaron a
organizar una red de comités de
correspondencia que se extendió por
París, Londres y zonas de
Alemania, en lo que fue el comienzo de un
esfuerzo de coordinación
internacional de la acción política de los
obreros y sus aliados.
Toda esta actividad intelectual y
política culminó en 1848, que fue un
año especialmente significado en
la historia de Europa y en la vida de
Marx. En febrero apareció en
Londres la primera edición del que acabaría
por convertirse en el texto
político más publicado y leído a lo largo de
la Historia, el Manifiesto
comunista. Fue escrito conjuntamente por Marx
y Engels a raíz de un encargo de
la Liga de los Justos, que cambió su
nombre a partir de entonces por
el de Liga de los Comunistas. En este
texto Marx presentaba ya madura
su visión de la Historia, cuyo motor era
para él la lucha de clases.
Además avanzaba ya algunos puntos cruciales
de sus teorías filosóficas y
económicas, como la denuncia de que el
capitalismo era un sistema con
serias deficiencias que acabarían por
derribarlo y que el proletariado
era la clave no sólo de su propia
liberación como clase oprimida
sino de la emancipación de la sociedad en
su conjunto. Su llamada a la
acción política colectiva para cambiar un
mundo cada vez más injusto
(resumida en el célebre colofón de la obra:
«¡Proletarios de todos los
países, uníos!») fue una de las claves de la
perennidad de un texto que si
inmediatamente no tuvo mucha repercusión
fuera de los círculos de
exiliados alemanes, fue cobrando más peso a
medida que avanzaba el siglo.
Ese mismo año Europa se vio
sacudida por una oleada revolucionaria como
no había conocido antes. En
Francia se derrocó al rey Luis Felipe I y se
instauró la Segunda República, e
Italia, Austria (donde el emperador
Fernando I tuvo que abdicar en
favor de su sobrino Francisco José I para
calmar los ánimos) y Alemania
(donde se celebró en Frankfurt una gran
reunión de alemanes de todos los
estados para discutir la unificación)
se vieron sacudidas por una
oleada incendiaria de dimensiones inéditas.
Los años de crisis económica
(agraria pero también financiera e
industrial), las ansias de
libertad y los ideales democráticos y
nacionalistas fueron los
principales motivos de estos acontecimientos,
que Marx siguió con mucha
atención. Aunque pronto pasó de la observación
a la acción. Fue expulsado de
Bélgica y decidió volver a Colonia, donde
fundó con Engels un periódico en
el que exponer su visión de los
acontecimientos e intervenir en
ellos, la Nueva Gaceta Renana, que
apareció entre junio y el 18 de
mayo de 1849 y en la que escribieron
cientos de artículos de análisis
y crítica de la actitud de la burguesía
ante lo que estaba sucediendo.
Tras su cierre por orden gubernativa,
Marx asumió la dirección de la
Asociación Obrera de Colonia, a raíz de
lo cual fue procesado por
incitación a la rebelión y después absuelto.
Pese a ello fue definitivamente
expulsado de Prusia, trasladándose a
Londres en otoño, ciudad que
sería su residencia durante el resto de sus
días. Allí tendría la oportunidad
de asentarse, de reflexionar sobre los
acontecimientos de aquel año (los
gobiernos sofocaron una a una las
algaradas revolucionarias) y de
proseguir con su labor intelectual de
estudio y escritura, que daría
como fruto alguna de las obras que han
marcado indeleblemente nuestro
tiempo.
Una madurez dedicada al estudio
Instalado en Londres junto al
resto de su familia, Karl Marx comenzó una
vida que se vio pronto marcada
por las penurias económicas y, desde
1867, por la falta de salud. El
matrimonio Marx tuvo desde 1844 siete
hijos de los que sólo
sobrevivieron tres niñas. Además, el célebre
pensador tuvo un hijo ilegítimo
con una antigua sirvienta de la familia,
Helene Demuth, cuya paternidad
fue asumida por Engels para evitar la
ruptura del matrimonio de su
admirado amigo. Pero la generosidad de
Engels no se detuvo ahí, y pasó a
desempeñar un papel esencial en el
sostenimiento de la familia
durante su estancia en Gran Bretaña. Pese a
que Marx ejerció intensamente el
periodismo hasta el final de su vida y
en ocasiones logró importantes
ingresos por contratos de publicación de
obras o la percepción de
herencias, sobre todo la de su madre, fallecida
en 1864, nunca obtuvo ingresos
suficientes para mantener a su familia
durante mucho tiempo, y
periódicamente pasaban por etapas de gran
penuria económica. Engels, sin
embargo, había heredado el negocio
familiar, lo que le permitió ser
un próspero hombre de negocios
industrial además de pensador y
escritor, empleando buena parte de sus
ganancias en la causa socialista
y en fines filantrópicos. En numerosas
ocasiones ayudó económicamente a
Marx y a partir de noviembre de 1868
decidió liquidar sus deudas y
pasarle una asignación mensual que
asegurase su subsistencia y la de
su familia, con lo cual se convertía
en su mecenas además de amigo.
En Londres Marx se dedicó en
cuerpo y alma al estudio de la filosofía,
la economía y la historia desde
el verano de 1850, en que tuvo acceso a
la Biblioteca Británica, en la
que pasó más de veinte años investigando
en sus riquísimos fondos. Comenzó
a trabajar en el desarrollo de sus
ideas con el objeto de completar
sus teorías ya expuestas en los años
anteriores, dando al conjunto de
su obra un valor difícilmente
soslayable. Según el profesor de
Historia de la Universidad de Chicago
Daniel Boorstin, «Marx fue una
figura de transición perfecta entre la
era del por qué religioso, que
intentaba explicar el mundo a partir del
fin (¿con qué finalidad?), y la
era del por qué científico (¿por qué
causa?). De la salvación a la
evolución. Salvaguardó el concepto de la
Historia como un proceso dotado
de sentido y capacidad de evolución,
revelando al propio tiempo las
leyes del cambio social». Efectivamente,
frente a los socialistas
anteriores, que solían agruparse bajo la
etiqueta de «utópicos», Marx
intentó fundamentar sus postulados
filosóficos y sociales en una
base sólida contrastada mediante la
aplicación de métodos
científicos. La metodología y las herramientas
teóricas que le permitieron dar
este carácter a sus reflexiones le
fueron proporcionados por la
ciencia económica, que llevaba ya años
estudiando. Muy pronto su
propósito de definir sus ideas sobre el
hombre, la sociedad y la historia
se transformó en un magno proyecto de
análisis del sistema económico
capitalista que recogió en su gran obra
El Capital. Crítica de la
economía política. Como señala el filósofo
Jacobo Muñoz, «en El Capital y
otros textos afines (…) Marx elabora, sin
solución de continuidad con sus
estudios más ortodoxamente históricos,
una teoría totalizadora del modo
de producción capitalista, o lleva a
cabo, como también suele decirse,
un análisis teórico del capitalismo
“en su medida ideal”». Este hecho
le ha llevado a ser considerado uno de
los grandes economistas de la
Historia, y su aportación a la ciencia
económica fue así descrita por
Joseph A. Schumpeter, uno de los más
grandes economistas del siglo XX:
«Marx fue el primer gran economista
que entendió y enseñó de una
manera sistemática cómo la teoría económica
puede transformarse en análisis
histórico y el relato histórico en
histoire raisonnée [“historia
razonada”]».
Pero nada más llegar a Londres
retomó su labor periodística, que se
extendería más allá de Europa, ya
que en 1851 comenzó a colaborar en el
diario New York Tribune. De
hecho, en esos primeros meses en Londres
Marx se sintió atraído por la
idea de emigrar a Estados Unidos, donde
pensaba que quizá tendría un
futuro mejor, pero no pudo llevar a cabo
jamás esta tentativa (más tarde
intentaría nacionalizarse británico,
pero su solicitud fue rechazada).
Fruto de esas primeras colaboraciones
con medios estadounidenses fue el
libro El dieciocho de Brumario de Luis
Bonaparte en el que analizaba muy
críticamente el golpe de Estado del
presidente de la República
Francesa Luis Bonaparte, que un año más tarde
se haría coronar emperador de los
franceses con el nombre de Napoleón
III. Este escrito le enemistaría
para siempre con el nuevo monarca
francés, que a comienzos de la
década de 1860 instigaría al biólogo y
político Karl Vogt para que
acusase públicamente a Marx de ser un
falsario que vivía de
contribuciones de los obreros siendo en realidad
un agente doble de la
aristocracia. Aquél fue el comienzo de una
«leyenda negra» sobre Marx que su
actividad política posterior y su
número creciente de enemigos no
hicieron sino aumentar. En opinión del
historiador Eric Hobsbawm, «el
destacado papel de Marx en la Asociación
Internacional de Trabajadores (la
denominada “Primera Internacional”) y
el surgimiento en Alemania de dos
importantes partidos de clase obrera,
ambos fundados por miembros de la
Liga Comunista que le tenían en gran
estima, llevaron a una renovación
del interés por el Manifiesto y por
sus otros escritos. En
particular, su defensa elocuente de la Comuna de
París de 1871 (…) le proporcionó
una considerable notoriedad en la
prensa como un peligroso líder de
la subversión internacional temido por
los gobiernos». Efectivamente, la
actividad política no desapareció de
la vida de Marx en esta etapa,
como tampoco lo había hecho en las
anteriores.
Presencia política y escritura:
los años finales
Buena parte de la actividad
política de Marx en aquellos años se centró
en el apoyo a la gran iniciativa
internacional de coordinación del
movimiento obrero, la Primera
Internacional. Ésta se fundó el 28 de
septiembre de 1864 en el Saint
Martin’s Hall de Londres con el nombre de
Asociación Internacional de
Trabajadores. Estaba impulsada por obreros
sindicalistas ingleses y
franceses y su propósito era la organización
internacional de la clase obrera
con objeto de vehicular la lucha por su
emancipación económica, por la
abolición de la sociedad de clases y
favorecer la solidaridad entre
los trabajadores de las diferentes
naciones. Es evidente que buena
parte de su ideario estaba inspirado en
la obra de Marx. Éste asistió
pasivamente a sus primeras sesiones, pero
desde que se le encargó la
redacción de sus estatutos pasó a convertirse
en uno de los personajes clave de
la organización, centrando sus
propuestas en que potenciase a
escala mundial la acción de las
asociaciones obreras nacionales
(que no debían desaparecer), que la
emancipación de la clase obrera
fuese realizada por ella misma y que
para conseguirlo se implicase en
la lucha por el poder político, sin el
cual no sería posible el logro de
sus objetivos. Fue este último punto
el que tensó la relación con el
ala anarquista de la organización,
encabezada por Bakunin (quien
proponía la destrucción del Estado como
forma de abrir paso a una nueva
sociedad y no hacerse con el poder), que
se agravó desde 1867 y que
terminaría con la expulsión de los
anarquistas de la Asociación en
el Congreso de La Haya en 1872, lo que
en la práctica supuso el
debilitamiento y extinción de la organización,
que se disolvió en 1876. Ya antes
había celebrado congresos en Ginebra
(1866), Lausana (1867) y Bruselas
(1868).
Como ya se ha dicho, Marx apoyó
el experimento social más interesante
desarrollado por obreros en el
siglo XIX, la llamada «Comuna de París».
Entre julio y septiembre de 1870
tuvo lugar la guerra francoprusiana que
se saldó con la derrota completa
de las tropas francesas ante las de
Prusia dirigidas por Bismarck,
quien en la batalla decisiva de Sedán (1
de septiembre) capturó al propio
Napoleón III. Mientras que las tropas
prusianas avanzaban sobre París,
se proclamaba la Tercera República
Francesa y el gobierno huía hacia
Versalles para ponerse a salvo. Entre
marzo y mayo de 1871 la capital
fue escenario de una insurrección
proletaria que rechazaba la
autoridad del gobierno de Versalles y elegía
una asamblea comunal, que se
organizó en comisiones según competencias.
Se procedió entonces a levantar
un nuevo modelo político en el que el
poder era de origen estrictamente
popular, y en el que se tomaron
medidas como la proclamación de
los derechos ilimitados de prensa y
reunión, enseñanza gratuita y
obligatoria, abolición del trabajo
nocturno o la formación de
comités de obreros que autogestionasen los
talleres fabriles abandonados por
los empresarios que habían huido. Pero
al tiempo que el gobierno francés
cerraba un humillante tratado de paz
con Prusia (cuyo rey, Guillermo
I, había aprovechado la ocasión para
proclamarse emperador de una
Alemania unificada), envió sus tropas a
sitiar París, en la que entraron
en mayo y reprimieron duramente el
movimiento. Pese a que muchos de
sus postulados lo situaban más cerca
del anarquismo que del
socialismo, Marx lo consideró como un modelo de
revolución, y en su obra La
guerra civil en Francia dejó escrito que «la
antítesis directa del Imperio era
la Comuna. El grito de “¡República
social!” con que la revolución de
febrero fue anunciada por el
proletariado de París, no
expresaba más que el vago anhelo de una
república que no acabase sólo con
la forma monárquica de dominación de
clase. La Comuna era la forma
positiva de esa república». La
Internacional fue acusada por
sectores de la opinión pública
internacional de ser la
instigadora principal de la Comuna, pero el
propio Marx negó esa posibilidad
en una entrevista concedida al
periódico neoyorquino World, a
pesar de lo cual los movimientos obreros
fueron considerados como enemigos
del orden público y perseguidos en
varios países de Europa.
Pese a esta presión
gubernamental, las décadas siguientes fueron testigo
del surgimiento de los partidos
políticos de clase obrera, cuya
presencia era todavía escasa en
los años setenta y ochenta del siglo
XIX. Marx intentó prolongar el
esfuerzo de la Internacional manteniendo
correspondencia con los líderes
de estos partidos, aunque a la postre el
resultado fue escaso. Como afirma
el sociólogo Salvador Giner, «Marx y
Engels iban entrando en contacto
con los revolucionarios más
importantes, Weitling y Ferdinand
Lasalle, entre otros. Con casi todos
ellos, más pronto que tarde
llegaron a la ruptura. Marx deseaba imponer
una teoría socialista sólida,
inspirada en principios científicos, y no
podía soportar las veleidades
románticas y retóricas de la mayoría de
los dirigentes del socialismo de
aquel tiempo, por no mencionar a los
anarquistas con sus
ensoñaciones». Pese a ello siguió siendo una
autoridad intelectual y moral
para el movimiento obrero a escala
internacional. La publicación del
primer volumen de El Capital,
aparecido en el otoño de 1867,
había supuesto un cambio en este sentido,
ya que la calidad de la obra fue
reconocida no sólo entre los
socialistas sino también en
amplios sectores de la sociedad culta
europea. El propio Bakunin, uno
de sus más acérrimos enemigos, dejó
escrito sobre Marx: «Muy pocos
hombres han leído tanto como él y, puede
añadirse, tan inteligentemente
como él».
Los últimos años de su vida los
dedicó a proseguir con la escritura de
El Capital, que no logró ver
acabado (Engels publicó póstumamente los
volúmenes segundo y tercero a
partir de los manuscritos que dejó Marx)
ya que tanto el periodismo como
su intensa actividad investigadora le
distrajeron de esa meta. En
aquellos años amplió sus inquietudes
incluyendo entre sus intereses la
obra del filósofo francés Auguste
Comte (cuyo sistema, llamado
«positivismo», estudió con atención) y la
del biólogo británico Charles
Darwin. Por este último sintió gran
admiración y mantuvo cierta
relación ya que le envió una copia del
primer volumen de la edición
inglesa de El Capital en 1873, que Darwin
le agradeció cordialmente, y en
1880 solicitó su permiso para dedicarle
el segundo volumen de la obra,
que el biólogo rechazó por no querer
herir los sentimientos religiosos
de su entorno familiar.
Para entonces la salud de Marx y
la de su mujer estaban ya muy
deterioradas. Realizaron varios
viajes al balneario de Karlsbad
(Alemania) para intentar
mejorarla. Jenny Marx falleció el 2 de
diciembre de 1881, pero su marido
no pudo acudir a su entierro por
expresa prohibición del médico.
Mes y medio más tarde Marx partió a
Argel con objeto de intentar
recobrar su salud. Durante el viaje se
detuvo en Argenteuil (Francia),
en casa de su hija Laura y su yerno el
socialista francés Paul Lafargue.
Ambos habían contraído matrimonio en
abril de 1868 y habían mantenido
una cálida cercanía con el filósofo. En
una conversación mantenida con su
yerno durante esta estancia y haciendo
referencia a las deformaciones
que se hacían de su pensamiento, le dijo
la célebre frase: «Ce qu’il y a
de certain c’est que moi, je ne suis pas
marxiste» («Lo cierto es que yo
no soy marxista»). Tras regresar a
Londres su enfermedad empeoró,
falleciendo el 14 de marzo de 1883.
Tras su muerte su influencia fue
asegurada por Engels, que ejerció de
albacea intelectual hasta su
muerte en 1895. El auge creciente de los
partidos obreros de finales del
siglo XIX, gracias a la extensión del
sufragio universal masculino,
llevó de nuevo el pensamiento de Marx al
primer plano de la acción
política. Casi un siglo después de su
nacimiento, en 1917, la
Revolución bolchevique liderada por Lenin quiso
llevar a la práctica sus teorías,
dando lugar al marxismo soviético, muy
diferente de las propuestas
presentadas por Marx. Su filosofía quiso ser
abierta y crítica, lejos de los
dogmatismos que hicieron con ella los
dirigentes soviéticos de Rusia y
los países de Europa del Este tras la
Segunda Guerra Mundial; de hecho
era más un método crítico de análisis
que un sistema dogmático. Ése fue
el problema. De una actitud vital y
una forma de enfrentarse a los
problemas de la humanidad se fabricaron
unas recetas para la construcción
de regímenes que acabaron olvidando
los intereses de la clase
trabajadora que reclamaban como principio
legitimador. Casi un siglo
después de la Revolución rusa y más de veinte
años después de la caída del muro
de Berlín, la figura de Marx sigue
estando sujeta a polémicas y
prejuicios. Pero los efectos negativos
introducidos por la globalización
del capitalismo (la destrucción del
medio ambiente, el aumento de la
desigualdad social planetaria y los
períodos de crisis económica
prolongada, entre otros) quizá nos estén
indicando que todavía podemos
sacar algunas enseñanzas de aquel hombre
tan citado e invocado como
incomprendido.
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