lunes, 3 de noviembre de 2025

13 MARCO POLO.

 



 

El viajero de las maravillas.

 

En 1271 un joven de diecisiete años, Marco Polo, abandonó su ciudad

natal en compañía de su padre y su tío para comenzar un viaje que le

mantuvo alejado de su patria durante veinticuatro años. En ese período

de tiempo atravesó todo el mundo conocido hasta Extremo Oriente donde

entró al servicio del más poderoso monarca de su tiempo, al que sirvió

eficientemente y del que recibió honores y riquezas. Sin embargo

abandonó todo esto para volver a Italia y llevar una vida modesta,

alejado de las maravillas que había conocido y que dejó recogidas en un

libro. Muchos son los interrogantes que rodean la vida del comerciante

más célebre que ha dado a la Historia la Serenísima República de

Venecia, comenzando por los datos exactos sobre su vida y acabando por

la veracidad del relato en que contó su viaje y que fue el cimiento de

su fama. De lo que en ella hay de cierto e imaginado se dará cuenta en

las siguientes páginas.

 

En el siglo XIII Venecia ya era una de las ciudades más importantes de

Europa. Hacía más de cien años que era uno de los núcleos comerciales

más activos del continente gracias a su hegemonía en el comercio con la

costa oriental del Mediterráneo. Las caravanas que desde Asia traían

ricas telas, perfumes, plantas medicinales, especias, perlas, piedras

preciosas y mercancías de valores fabulosos llegaban a los puertos

musulmanes y bizantinos donde eran embarcadas en navíos de los

comerciantes venecianos que desde la ciudad de la Laguna las distribuían

por toda Europa, labrando así su prosperidad.

 

Las bases de este comercio estaban en los territorios estratégicos que

los venecianos habían conquistado en el mar Adriático y el Mediterráneo

oriental y en la alianza que desde el año 1082 mantenían con el

emperador de Bizancio, que les permitía comerciar sin restricciones en

su territorio. Al mismo tiempo, el contacto de la civilización europea

con el Próximo Oriente gracias a las Cruzadas y las peregrinaciones a

Jerusalén había crecido de forma muy notable desde el final del siglo

XI. Esto había producido que los productos asiáticos se conociesen cada

vez más en Europa y que en consecuencia su demanda creciese de forma

sostenida. Se trataba de mercancías cuyo origen se situaba en tierras

lejanas y que sólo estaban disponibles en cantidades muy reducidas, lo

que hacía que su valor fuese muy elevado y que el comercio con ellas

resultase muy lucrativo. Ciertamente los mercaderes venecianos habían

sabido hacerse en poco más de un siglo con un mercado privilegiado en el

que apenas tenían competencia. La única potencia marítima que podía

intentar desbancarles era Génova, cuya posición era muy potente en el

Mediterráneo occidental pero que apenas había penetrado en el comercio

de los productos asiáticos.

 

 

 

Una familia modesta pero valiente

 

Los Polo (o Paulo) eran una familia de comerciantes venecianos que

tenían una participación pequeña pero activa en el comercio con el

Levante mediterráneo. Una tradición iniciada en el siglo XVI afirma que

la familia tenía su origen en una villa costera de Dalmacia, Sebenico

(en la actual Croacia), que era una de las numerosas posesiones

venecianas en la costa oriental del Adriático. Según esta tradición, el

traslado de la familia a Venecia se habría producido en el año 1033,

pero los historiadores no han encontrado testimonios documentales que

puedan confirmar esta información. El primer representante del que hay

constancia escrita es Andrea Polo, abuelo de Marco y del que apenas se

sabe nada. Tuvo tres hijos: Marco (llamado el Viejo para distinguirle

del viajero), Niccolò (padre de Marco) y Matteo (llamado también, en

dialecto véneto, Maffeo). Los tres se dedicaron al comercio con Oriente.

De hecho, Marco el Viejo, que dirigió los negocios familiares durante

décadas, vivió largo tiempo en la capital del Imperio bizantino,

Constantinopla (actual Estambul), hasta que regresó a Venecia entre 1275

y 1280.

 

En el seno de esta familia nació el hijo de Niccolò y su mujer

Fiordalisa Trevisan, Marco. Tradicionalmente se ha señalado como año

probable de su nacimiento 1254, pero esta fecha tampoco se ha podido

confirmar con seguridad. Se sabe además que tuvo un hermano, Matteo, y

que no llegó a convivir mucho tiempo con sus padres. A temprana edad

quedó huérfano de madre y su padre estuvo ausente largas temporadas por

su dedicación al comercio. El niño fue educado en el seno de la familia

y se le instruyó para que de adulto trabajase en el negocio familiar,

como hacían su padre y sus tíos. Según Nicola di Cosmo, profesor de

Historia de China y Asia central de la Universidad de Harvard, «la

educación típica de los mercaderes venecianos, como los Polo, duraba

hasta que el muchacho llegaba a los catorce o quince años. En ese tiempo

aprendía, por supuesto, a leer, escribir y aritmética (el “ábaco”, como

era llamado entonces). También aprendía contabilidad. En suma, los

conocimientos básicos necesarios para la actividad comercial».

 

Mientras que el niño era educado en casa, su padre Niccolò y su tío

Maffeo se habían lanzado a un viaje en busca de nuevos horizontes para

la familia. En 1261 salieron de Crimea, a orillas del Mar Negro, rumbo a

Oriente. En ese momento el interés en establecer relaciones directas con

China era prioritario. La razón fundamental era que las rutas que

durante siglos habían dirigido el comercio desde el Lejano Oriente hasta

el Mediterráneo se habían visto repentinamente desarticuladas por la

irrupción de las invasiones de los mongoles, a quien los europeos de

entonces llamaban «tártaros». En 1206 el rey Temüdjin, que fue conocido

en Europa con el nombre de Gengis kan, se hizo con el mando de todas las

tribus de los pueblos mongoles comenzando una serie de campañas de

conquista desde Mongolia hacia el sur y el oeste. Una de las primeras

víctimas de estas campañas fueron los reinos de China del norte (Pekín

fue conquistada en 1215). Las largas guerras, que no se detuvieron con

su muerte pues sus hijos las continuaron hasta 1260, perturbaron el

tráfico comercial entre Oriente y Occidente. Esta interrupción del

comercio tradicional fue un acicate para que mercaderes como los Polo

decidiesen arriesgar su propia vida para abrir nuevas rutas y

posibilidades para el comercio. En cierta medida ése era el espíritu

valiente que había permitido a los mercaderes venecianos abrirse camino

en el comercio con Asia. Como afirma el profesor Cosmo, «la

supervivencia de Venecia dependía de su sentido de la iniciativa

comercial, de modo que era una especie de deber patriótico. Por supuesto

había otra visión sobre esto, ya que existía una creciente demanda de

productos orientales en Europa y los beneficios que proporcionaban eran

fabulosos».

 

Pero también hubo motivaciones diplomáticas y religiosas en los viajes a

China que se hicieron a mediados del siglo XIII. En unos siglos en que

periódicamente los europeos se embarcaban en las Cruzadas, circulaban

todo tipo de leyendas sobre posibles aliados más allá de los territorios

de los sarracenos. Así, en el siglo anterior y tras las primeras

derrotas en Palestina, surgió la leyenda del Preste Juan, un

rey-sacerdote cristiano que desde Asia central atacaba a los musulmanes

por Oriente aliviando la presión militar sobre los cruzados. Las

campañas de los mongoles hicieron albergar a algunos mandatarios

europeos esperanzas de que estas habladurías pudiesen materializarse. En

1245 el franciscano Giovanni dei Piano Carpini fue enviado a China por

el papa Inocencio IV, y regresó de su viaje años más tarde. En 1253 fue

el flamenco Guillermo de Rusbroek quien fue enviado por el rey de

Francia Luis IX y por Inocencio IV para solicitar la alianza de los

mongoles contra los musulmanes antes de comenzar las Sexta Cruzada. El

viaje de Niccolò y Maffeo Polo se inició sólo ocho años más tarde.

 

 

 

Los preparativos del gran viaje a China

 

Los tíos de Marco regresaron a Venecia en 1269. Entonces se supo que

habían tenido éxito en su viaje y que habían llegado hasta China, donde

habían entrado en contacto con el emperador de origen mongol que

entonces regía el país. Se trataba de Kubilai kan, nieto de Gengis kan.

Más allá de la leyenda, como ha afirmado Morris Rossabi, profesor de

Historia de la Universidad de Columbia (Nueva York), «Kubilai fue una de

las grandes figuras del siglo XIII. No fue sólo un conquistador y un

dominador como su abuelo Gengis kan. Era un hombre verdaderamente

civilizado, había recibido una educación, toleraba la diversidad

religiosa… era un individuo ciertamente excepcional». Tras permanecer un

tiempo en su reino y al tener noticia de que partían, el soberano les

comunicó que tenía deseo de establecer comunicación con el Papa, del que

ya había tenido noticias por las embajadas que había enviado y por lo

que de él contaban los cristianos que llegaban a China. Les dio unas

cartas a él dirigidas y les proporcionó una credencial de plomo con su

sello que garantizaba su inmunidad mientras viajasen por sus dominios.

Además, les expresó su deseo de que le enviasen cien sacerdotes para

tener conocimiento de la religión cristiana y de obtener una muestra del

óleo de la lámpara de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén.

Cargados con estas misivas y con el éxito de haber llegado por una ruta

segura que podían volver a emplear en el futuro, regresaron a Europa.

 

No se conoce con exactitud cuáles fueron los preparativos que hicieron

en Venecia los dos hermanos para reemprender el regreso a China, aunque

debieron de ser rápidos, ya que en la primavera de 1271 se encontraban

en el puerto de San Juan de Acre (en el actual Israel) en compañía del

hijo de Niccolò, Marco, que les acompañaría en su nueva aventura. El

joven debía estar preparado para una larga ausencia, como la que había

mantenido alejado a su padre desde hacía una década, pero eso era algo

que iba prácticamente en la educación y el espíritu de los comerciantes

de Venecia. Como afirma el explorador y escritor irlandés Timothy

Severin, «la forma de pensar de un comerciante medieval era

completamente ajena a nuestro concepto moderno. Un comerciante veneciano

no tenía la misma noción del tiempo. Estaba preparado para pasarse años

y años fuera de su hogar».

 

Se sabe que en Acre se entrevistaron con el legado papal Teobaldo

Visconti, que se encontraba de paso mientras cumplía su promesa de

peregrinar a Tierra Santa. En 1268 había muerto Clemente IV y todavía no

se había elegido un sucesor, por lo que no era posible facilitarles una

respuesta a las cartas que tenían de Kubilai. Los venecianos, deseosos

de emprender el viaje, no esperaron más y abandonaron el puerto camino a

Oriente. Pero cuando estaban en Armenia recibieron la noticia de que

Visconti había sido elegido Papa el 1 de septiembre con el nombre de

Gregorio X, por lo que regresaron a Acre a esperar noticias de él.

Efectivamente, el papa Gregorio les envió a dos dominicos para que les

acompañasen en el viaje, en vez de los cien sacerdotes que había

solicitado Kubilai kan, con instrucciones precisas para responder en su

nombre a sus cartas. Es de suponer que en algún momento los venecianos

se habrían acercado a Jerusalén a recoger la muestra del santo óleo que

les había pedido el rey mongol.

 

Sin embargo, al poco de empezar el viaje, los dos dominicos abandonaron

el empeño. En la ciudad de Ayas (en la actual Turquía) fueron testigos

del ataque lanzado por el sultán de Egipto contra el rey León III de

Armenia y, atemorizados, entregaron a los venecianos los escritos que

llevaban consigo y se despidieron. Pese a este contratiempo, los Polo no

se arredraron y continuaron con el viaje. De nuevo el espíritu

aventurero veneciano y la ventaja nada desdeñable de que ya tenían

experiencia en viajar hacia Oriente afianzaron su empeño de seguir adelante.

 

 

 

Viajar para contarlo

 

El viaje que comenzaban los Polo estaba llamado a convertirse en uno de

los más célebres de toda la Historia. Seguramente no fue muy distinto

del que habían emprendido el padre y el tío de Marco una década antes,

pero éste alcanzó celebridad universal porque muchos años después el

propio Marco lo pondría por escrito. Gracias a ello los historiadores se

han encontrado con una fuente excepcional y única para documentar los

viajes a China en la Edad Media. El libro fue escrito veinticinco años

después del viaje y sin embargo la riqueza de la información que

proporciona es asombrosa. Para muchos historiadores la clave que explica

esta precisión en la narración reside en las dotes excepcionales de su

autor. Para el profesor Rossabi, «Marco Polo era extremadamente

inteligente y observador. El hecho de que fuese capaz de recordar todos

los variados detalles que se encuentran en el libro, muchos de los

cuales son comprobables y parecen ser bastante precisos, señala que era

un hombre excepcional, muy receptivo. Su inteligencia está fuera de toda

duda».

 

La variedad de datos aportados en el libro de los viajes de Marco Polo

va desde las costumbres y usos de los pueblos que habitaban las tierras

que atravesó hasta detalles de la flora y fauna de Asia. En opinión de

Timothy Severin, «si Marco Polo fuese un viajero moderno, se le podría

describir como un antropólogo o un etnógrafo. Estaba muy interesado en

las costumbres y hábitos de los pueblos. Por un lado, era un mercader y

siembre buscaba los productos naturales del país, pero al tiempo estaba

pendiente de la gente, de sus costumbres sociales, lo que comían, su

arquitectura, todo lo que atraía su mirada». Su interés lo abarcaba

todo, lo nuevo y lo ya conocido, lo que veía y lo que le contaban. De

hecho este interés enciclopédico le llevó a incluir información que sólo

había conocido de oídas o de la que había tenido noticia por otras vías

y no sólo aquello que había visto con sus propios ojos. Esto ha

originado que en el libro haya fallos, lagunas o pequeñas

contradicciones que han llegado a poner en duda la fiabilidad de la obra

completa. Según el profesor Rossabi, «todavía hay cierta controversia

sobre si realmente Marco Polo llegó a China. Él afirma que su padre y su

tío jugaron un importante papel en una gran batalla que enfrentó a los

mongoles con la dinastía Song. Lamentablemente la batalla tuvo lugar

tres años antes de que Marco Polo llegase a China. A pesar de estos

errores y contradicciones, mi criterio es que no hay duda de que llegó a

China, ya que hay muchos datos en su obra que son exactos».

 

Otro de los factores que pueden explicar estas incoherencias ocasionales

del libro es el de las circunstancias en que fue escrito. En 1298, tres

años después de regresar de China, Marco Polo fue apresado por los

genoveses en un combate naval frente a la costa dálmata, ya que desde

1293 Venecia y Génova estaban en guerra. Marco fue llevado prisionero a

Génova y en su celda coincidió con un escritor, Rustichello de Pisa. Fue

durante este cautiverio cuando Rustichello puso por escrito las

historias y las descripciones que Marco Polo le iba contando sobre su

viaje a China. Tradicionalmente se ha afirmado que Marco dictaba a

Rustichello el relato, pero en las últimas décadas algunas voces ponen

en duda esta versión. Según el medievalista francés Jacques Heers, «la

óptica y los puntos de vista de ambos no están siempre de acuerdo, lo

que da lugar a ciertas incongruencias. Las Maravillas son, de hecho, una

obra de colaboración». El libro no tuvo un título formal, corrió en

versiones manuscritas durante doscientos años y la imprenta a partir de

entonces fue muy generosa con él en ediciones. Fue conocido con los

títulos de Los viajes de Marco Polo, El libro de las maravillas, Il

Milione o sencillamente El libro de Marco Polo.

 

 

 

Las peripecias asiáticas de un veneciano

 

Pese a estos solapamientos y lagunas, sí ha sido posible reconstruir el

itinerario que siguieron los tres venecianos a través de Asia hasta

llegar a China. El plan inicial era salir de los territorios cristianos

de Oriente (Armenia) hasta el valle alto del Éufrates para girar hacia

el sur y dirigirse a Ormuz. En aquel entonces esta ciudad portuaria era

el extremo occidental de todas las rutas marítimas que partían hacia la

India y China. El plan era tomar un navío que les llevase hasta China y

hasta allí llegaron con ese objetivo. Pero parece que por problemas en

la nave tuvieron que renunciar a su proyecto y al final optaron por una

vía terrestre que atravesaba Persia, los reinos tribales del Asia

central (el actual Afganistán) hasta Badakhshán, y desde allí, por la

depresión del Tarim y el desierto de Gobi, se adentraba en el territorio

chino. Quitando algún encuentro ocasional con bandidos, el viaje no fue

demasiado sobresaltado. Según Severin, los Polo aprovecharon la

organización del sistema de comunicaciones instaurado por los mongoles

en los reinos asiáticos: «Cada vez que llegaban a un puesto fronterizo

negociaban con dos o tres soldados para que los escoltasen a ellos y a

sus carros desvencijados. A medida que se introducían en un territorio

más difícil tenían que pasar las mercancías a las alforjas de los

animales. Eso significaba que sólo se podían transportar bienes de alto

valor en pequeña cantidad, y finalmente esa pequeña cantidad acabarían

siendo las joyas, ya que los hermanos Polo comerciaban con ellas, y

podían llevarlas encima». Éste era el método usado normalmente por los

comerciantes, que les permitía aprovechar sus recursos intentando

obtener la mayor seguridad posible.

 

El viaje fue largo —tres años según el propio Marco Polo— debido a las

inclemencias del clima, que retrasaron mucho su avance. Finalmente

pudieron adentrarse en el territorio bajo soberanía del Gran Kan, desde

donde la ruta fue más fácil ya que contaban con el salvoconducto con el

sello que Kubilai había proporcionado a Niccolò y Maffeo en su primer

viaje. El propio Marco Polo afirma en su libro que en cuanto el rey tuvo

noticia del regreso de los comerciantes venecianos les hizo llevar a su

presencia. El primer encuentro entre Marco Polo y Kubilai kan se produjo

en su palacio de verano de Shangdu (que él llamó en su libro Ciandu y

que posteriormente se ha conocido por el nombre de Xanadú). La impresión

que produjo el palacio en el joven de veinte años debió de ser profunda,

y la descripción que de él dejó en el libro da muestra de la

sofisticación y el refinamiento de una civilización que era

prácticamente desconocida en Europa: «A tres jornadas de la ciudad de

Cigamor se encuentra al aquilón la ciudad de Ciandu, que edificó el gran

rey Kubilai, en la cual hay un palacio de mármol muy grande y hermoso,

cuyas salas y habitaciones están adornadas de oro y pintadas con gran

variedad. Junto al palacio se extiende el bosque del rey, cercado en

derredor de muros de mármol que tienen quince millas de perímetro. En

ese bosque hay fuentes y ríos y muchas praderas; está poblado de

ciervos, gamos y cabras para que sirvan de alimento a los gerifaltes y

halcones del rey. (…) A menudo caza allí el soberano, y lleva a la grupa

del caballo que monta un leopardo domesticado. (…) En medio del bosque

tiene el rey una casa bellísima hecha de cañas y dorada totalmente por

fuera y por dentro y adornada con pinturas diversas, que están cubiertas

de barniz con tal esmero que no puede borrarlas la lluvia». Ésta sería

sólo una de las descripciones que legaría al mundo un hombre fascinado

por la revelación de una civilización tan avanzada o más que la europea

y de la que apenas se tenía conocimiento en su patria.

 

Marco Polo relata también la grata acogida que les brindó el rey y cómo

se le entregaron las misivas papales a él destinadas y el óleo de la

lámpara del Santo Sepulcro que había solicitado. Kubilai debió de quedar

muy complacido, puesto que hizo permanecer al joven Marco junto a él,

tomándole a su servicio y encargándole varias misiones de relevancia en

regiones fronterizas o vecinas a su imperio. En opinión de Timothy

Severin, Marco «estaba muy cualificado para esto porque después de todo

no tenía un interés personal en ello. Era ciertamente un buen observador

y un comerciante, lo que tuvo que resultar muy importante para el Gran

Kan. Kubilai estaría interesado en información, especialmente en la

comercialmente valiosa, aquella que podría incrementar su riqueza».

Además hablaba varios idiomas asiáticos después de tres años de viaje,

por lo que reunía unas condiciones inusuales que lo convertían en un

invitado muy útil para el mandatario chino.

 

Así fue como comenzó un servicio que le llevaría en 1277 a ser nombrado

comisionado de segunda clase y agregado al consejo privado del kan. Ese

mismo año emprendería misiones a Sichuán y Yunnan, en 1284 viajaría

hasta Ceilán y en 1288 a Tíbet y Birmania. Se ha sugerido que también

podría haber servido al kan formando parte de embajadas a destinos tan

lejanos como la India e incluso Java. Durante tres años se le encomendó

también la administración del gran centro comercial de Yangzhou. Según

el profesor Rossabi, «Marco Polo estaba deslumbrado con Yangzhou, una

ciudad de tres millones de habitantes aproximadamente. Una ciudad

bellamente salpicada de canales, lagos, parques… Era sofisticada, mucho

más que Venecia o cualquier otra ciudad europea del momento».

 

 

 

De regreso a Europa

 

Pese a que la fortuna de los Polo en China estaba siendo favorable,

solicitaron a Kubilai kan permiso para regresar por razones

desconocidas. Es presumible que el rey se resistiese a dejar marchar a

quienes se habían convertido en valiosos sirvientes. El profesor Rossabi

afirma que «habían desempeñado para él un papel importante como enviados

extraordinarios. Le habían ayudado a interpretar y traducir textos

latinos y en otras lenguas de modo que realmente los valoraba.

Seguramente no deseaba dejarles partir de China en aquel momento». Pero

la ocasión se presentó en 1292. En aquel año el Gran Kan había

concertado el matrimonio de una joven princesa de su familia, que

aparece en las fuentes con el nombre de Cocachín o Cogatim, con un alto

dignatario persa o tártaro. Por ello encargó a los tres comerciantes

venecianos que escoltasen a la princesa hasta Ormuz y, en caso de

cumplir con éxito la misión y entregarla allí a los enviados de su

futuro marido, quedarían libres para regresar a Occidente. Se proyectó

un viaje por vía marítima, siguiendo en sentido inverso la ruta que

originalmente pensaron los Polo para llegar a China. Fue preparado con

detalle y a los venecianos se les volvió a entregar el salvoconducto

sellado y una partida de fondos para facilitar el desarrollo del viaje.

Ésta se les entregó en papel moneda, inventado ya por los chinos y con

validez incluso en algunos territorios fuera de sus fronteras. Partió un

séquito marítimo de varios navíos, pero una sucesión de tormentas y

enfermedades diezmaron la tripulación y el pasaje. Llevó un año entero

llegar hasta el puerto persa de Ormuz, donde arribaron en 1293.

 

Allí los Polo se separaron de la princesa, quien, según Marco, les

concedió una pequeña escolta para que llegasen salvos a un punto desde

el que navegar a Venecia. Ese puerto fue Trebisonda (en la actual costa

turca del Mar Negro), capital de un reino aliado de los genoveses. En él

fueron víctimas de un atropello ya que se les requisó buena parte del

equipaje que traían desde China, incluyendo las ganancias de todos los

años de comercio durante su estancia en Extremo Oriente. Como afirma el

profesor Cosmo, «los beneficios de los diecisiete años que pasaron en

China estaban aparentemente perdidos. Sabemos de esta pérdida gracias a

documentos notariales encontrados en Venecia, que describen un intento

del gobierno veneciano para recobrar las pérdidas de los Polo».

Efectivamente, parece que en 1301 Génova pagó como indemnización por

este episodio mil libras en moneda veneciana a la familia de comerciante.

 

Pese al episodio, los tres viajeros pudieron salvar lo suficiente como

para embarcarse y llegar a Venecia veinticuatro años después de haber

partido de allí. Los problemas que debieron de encontrar al llegar no

fueron menores. En palabras del profesor Cosmo, «parece que incluso sus

familiares tuvieron problemas para reconocer a aquellos tres hombres.

Tras una ausencia tan larga apenas hablarían, y con dificultad, su

lengua nativa. Estaban más familiarizados con el persa, el turco y el

mongol que con el italiano. Su vestimenta era oriental. Sus caras no les

eran familiares. Sin duda alguna encontraron un mundo muy distinto a su

regreso, pero probablemente porque ellos habían cambiado más que

Venecia». Marco Polo regresaba con cuarenta y un años a su hogar con una

dilatadísima y valiosa experiencia pero sin las riquezas que le había

proporcionado su gran viaje.

 

Pero la estancia en Venecia de Marco Polo no fue por mucho tiempo.

Génova estaba en guerra con Venecia desde 1293, en uno de los frecuentes

episodios bélicos entre las dos repúblicas rivales por hacerse con el

control del comercio en el Mediterráneo. En septiembre de 1298, Marco

estaba a bordo de una galera veneciana que intervino en el combate naval

frente a Curzola (la actual Korcula, en la costa adriática de Croacia).

La embarcación fue asaltada por los genoveses, que llevaron presos a

todos sus pasajeros hasta Génova. Durante todo un año estuvo en prisión

y fue entonces cuando coincidió con Rustichello de Pisa, que se

encargaría de poner por escrito sus vivencias en China.

 

En 1299 Marco Polo fue liberado y regresó a Venecia, donde por fin pudo

instalarse y dedicarse a sus negocios. Ha llamado poderosamente la

atención que con posterioridad a su viaje a China no se dedicase a

empresas comerciales a gran escala con Asia. Su padre murió hacia 1300

(su tío Marco el Viejo lo había hecho ya con anterioridad), y el resto

de la familia siguió manteniendo el contacto con Constantinopla, aunque

siempre para negocios de tráfico de productos asiáticos a pequeña

escala. Se sabe que contrajo matrimonio con Donata Badoer y que tuvieron

tres hijas —Fantina, Bellela y Moretta— que lograron matrimonios

ventajosos; de hecho, la última se casó con un miembro de la poderosa

familia Dolfin, Ranazzo. Pero muy poco más se sabe sobre el viajero que

hizo fortuna en el imperio del Gran Kan.

 

Murió tras un año de enfermedad en 1324, aproximadamente a los setenta

años, una edad avanzadísima para la época. Se ha conservado su

testamento, que aporta poco más de lo señalado hasta ahora, pero que

recoge su disposición para manumitir a un esclavo de raza tártara

llamado Pietro, que posiblemente llevaría con él desde su viaje de

regreso. Fue enterrado en la parroquia de San Lorenzo de Venecia, donde

solían ser enterrados los miembros de su familia, aunque no se sabe

exactamente dónde ya que sus restos fueron trasladados hace más de

doscientos años durante unas obras en la iglesia sin que haya quedado

constancia de dónde fueron depositados.

 

 

 

La celebridad, después de la muerte

 

Durante los veintinueve años que transcurrieron entre el regreso de

Marco Polo, su padre y su tío a Venecia y la muerte de Marco, éste no

recibió en ningún momento reconocimiento alguno de sus paisanos. De

hecho es muy posible que éstos no creyesen las historias contadas por

los viajeros a su regreso, sobre todo cuando con posterioridad no

emplearon la valiosa experiencia que habían adquirido en China para

mejorar económica y socialmente. Algo parecido pasó con el libro de

Marco Polo. Su circulación manuscrita parece haber sido temprana (en

francés, latín e italiano) pero pronto se ganó la reputación de relato

fabuloso y poco fiable. De hecho, el nombre italiano Il Milione («el

millón») procede de las fabulosas sumas de las que en él se hablaba. En

palabras de Timothy Severin, «siempre que Marco Polo menciona algo

relacionado con China las cantidades son colosales, de modo que se

decía: “¡Oh! Este hombre habla constantemente de miles y de millones”.

Esa sensación persiste hoy en día». En pocas décadas se llegó a apodar a

Marco Polo Messer Milione («micer millón») o sencillamente Marco Milione.

 

Efectivamente, su narración está adornada con multitud de detalles

introducidos para atraer la atención del lector y despertar su fantasía

sobre tierras tan lejanas, pero la investigación moderna ha podido

verificar la autenticidad de muchos de los datos que se aportan en él.

Incluso en cuestiones concretas las aportaciones de Marco Polo son

insustituibles, puesto que proporciona visiones que no están contenidas

en otros documentos. Como comenta el profesor Rossabi, «las fuentes

chinas proporcionan una imagen burocrática de Kubilai kan pero Marco

Polo nos da alguna información sobre su persona. Sus observaciones, su

inteligencia y, junto con ello, la relevancia de su libro no pueden ser

minusvaloradas. Tuvo un gran impacto en el deseo de los europeos de

aumentar sus relaciones con Asia oriental y ha permanecido como la

primera visión europea sobre esa parte del mundo».

 

Sin lugar a dudas son estos dos puntos los que concentran la importancia

del legado de Marco Polo a la Historia y justifican la celebridad que

adquirió, aunque en el inicio tuviese su aportación alguna carga

peyorativa. Fue el primer europeo que trató de dar una visión lo más

completa posible del mundo chino, haciéndolo de forma respetuosa y

sabiendo transmitir la idea de que más allá de Europa existían pueblos

desarrollados con reyes civilizados, estados complejos y sistemas

culturales refinados. A partir de Marco Polo Europa tuvo la conciencia

de que no estaba sola en el mundo. Pero además el libro de Marco Polo

fue un estímulo para las generaciones que le siguieron, sobre todo en el

siglo posterior. «La contribución de Polo fue la información. Estaba

llamado a convertirse en una fuente de maravillas y curiosidades, así

que más adelante la gente se sentiría tentada de comprobar si lo que

describía existía de verdad. Marco Polo era realmente una mina de

información y esa mina sería explotada durante siglos», afirma Timothy

Severin.

 

Cuando portugueses y españoles se lanzaron a la exploración del

Atlántico en el siglo XV lo hicieron con el deseo de comprobar lo que

había dejado escrito Marco Polo: los portugueses, dando el gran rodeo de

la circunnavegación de África para llegar a Extremo Oriente; Colón,

navegando hacia el desconocido Occidente pero con el mismo objetivo. Es

conocido el hecho de que Cristóbal Colón tuvo un ejemplar de El libro de

las maravillas (impreso en Amberes en 1485) que anotó de su puño y letra

y que ha llegado hasta nuestros días. Es la prueba más palpable de que

el espíritu de Marco Polo se prolongó en los siglos siguientes en varias

generaciones de hombres que se embarcaron rumbo a… ¿lo desconocido? No,

rumbo a lo que había visto a mediados del siglo XIII un comerciante

veneciano.

 

Y sin embargo el relato del largo viaje de Marco Polo tiene todavía el

poder de cautivar la imaginación de quien se acerca a él y de

transportarlo al descubrimiento de tierras lejanas, física e

imaginariamente. Se ha recogido por escrito una anécdota apócrifa según

la cual al correr por Venecia la noticia de que Messer Milione estaba

gravemente enfermo y que su muerte era cuestión de días, quizá de horas,

unos familiares se acercaron a despedirse de él. En la soledad de su

alcoba uno de ellos le preguntó si había mentido en todo lo que había

contado y puesto por escrito. Dicen que la respuesta del moribundo fue:

«No conté ni la mitad de lo que vi».

 

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