El viajero de las maravillas.
En 1271 un joven de diecisiete
años, Marco Polo, abandonó su ciudad
natal en compañía de su padre y
su tío para comenzar un viaje que le
mantuvo alejado de su patria
durante veinticuatro años. En ese período
de tiempo atravesó todo el mundo
conocido hasta Extremo Oriente donde
entró al servicio del más
poderoso monarca de su tiempo, al que sirvió
eficientemente y del que recibió
honores y riquezas. Sin embargo
abandonó todo esto para volver a
Italia y llevar una vida modesta,
alejado de las maravillas que
había conocido y que dejó recogidas en un
libro. Muchos son los
interrogantes que rodean la vida del comerciante
más célebre que ha dado a la
Historia la Serenísima República de
Venecia, comenzando por los datos
exactos sobre su vida y acabando por
la veracidad del relato en que
contó su viaje y que fue el cimiento de
su fama. De lo que en ella hay de
cierto e imaginado se dará cuenta en
las siguientes páginas.
En el siglo XIII Venecia ya era
una de las ciudades más importantes de
Europa. Hacía más de cien años
que era uno de los núcleos comerciales
más activos del continente
gracias a su hegemonía en el comercio con la
costa oriental del Mediterráneo.
Las caravanas que desde Asia traían
ricas telas, perfumes, plantas
medicinales, especias, perlas, piedras
preciosas y mercancías de valores
fabulosos llegaban a los puertos
musulmanes y bizantinos donde
eran embarcadas en navíos de los
comerciantes venecianos que desde
la ciudad de la Laguna las distribuían
por toda Europa, labrando así su
prosperidad.
Las bases de este comercio
estaban en los territorios estratégicos que
los venecianos habían conquistado
en el mar Adriático y el Mediterráneo
oriental y en la alianza que
desde el año 1082 mantenían con el
emperador de Bizancio, que les
permitía comerciar sin restricciones en
su territorio. Al mismo tiempo,
el contacto de la civilización europea
con el Próximo Oriente gracias a
las Cruzadas y las peregrinaciones a
Jerusalén había crecido de forma
muy notable desde el final del siglo
XI. Esto había producido que los
productos asiáticos se conociesen cada
vez más en Europa y que en
consecuencia su demanda creciese de forma
sostenida. Se trataba de
mercancías cuyo origen se situaba en tierras
lejanas y que sólo estaban
disponibles en cantidades muy reducidas, lo
que hacía que su valor fuese muy
elevado y que el comercio con ellas
resultase muy lucrativo.
Ciertamente los mercaderes venecianos habían
sabido hacerse en poco más de un
siglo con un mercado privilegiado en el
que apenas tenían competencia. La
única potencia marítima que podía
intentar desbancarles era Génova,
cuya posición era muy potente en el
Mediterráneo occidental pero que
apenas había penetrado en el comercio
de los productos asiáticos.
Una familia modesta pero valiente
Los Polo (o Paulo) eran una
familia de comerciantes venecianos que
tenían una participación pequeña
pero activa en el comercio con el
Levante mediterráneo. Una
tradición iniciada en el siglo XVI afirma que
la familia tenía su origen en una
villa costera de Dalmacia, Sebenico
(en la actual Croacia), que era
una de las numerosas posesiones
venecianas en la costa oriental
del Adriático. Según esta tradición, el
traslado de la familia a Venecia
se habría producido en el año 1033,
pero los historiadores no han
encontrado testimonios documentales que
puedan confirmar esta
información. El primer representante del que hay
constancia escrita es Andrea
Polo, abuelo de Marco y del que apenas se
sabe nada. Tuvo tres hijos: Marco
(llamado el Viejo para distinguirle
del viajero), Niccolò (padre de
Marco) y Matteo (llamado también, en
dialecto véneto, Maffeo). Los
tres se dedicaron al comercio con Oriente.
De hecho, Marco el Viejo, que
dirigió los negocios familiares durante
décadas, vivió largo tiempo en la
capital del Imperio bizantino,
Constantinopla (actual Estambul),
hasta que regresó a Venecia entre 1275
y 1280.
En el seno de esta familia nació
el hijo de Niccolò y su mujer
Fiordalisa Trevisan, Marco.
Tradicionalmente se ha señalado como año
probable de su nacimiento 1254,
pero esta fecha tampoco se ha podido
confirmar con seguridad. Se sabe
además que tuvo un hermano, Matteo, y
que no llegó a convivir mucho
tiempo con sus padres. A temprana edad
quedó huérfano de madre y su
padre estuvo ausente largas temporadas por
su dedicación al comercio. El
niño fue educado en el seno de la familia
y se le instruyó para que de
adulto trabajase en el negocio familiar,
como hacían su padre y sus tíos.
Según Nicola di Cosmo, profesor de
Historia de China y Asia central
de la Universidad de Harvard, «la
educación típica de los
mercaderes venecianos, como los Polo, duraba
hasta que el muchacho llegaba a
los catorce o quince años. En ese tiempo
aprendía, por supuesto, a leer,
escribir y aritmética (el “ábaco”, como
era llamado entonces). También
aprendía contabilidad. En suma, los
conocimientos básicos necesarios
para la actividad comercial».
Mientras que el niño era educado
en casa, su padre Niccolò y su tío
Maffeo se habían lanzado a un
viaje en busca de nuevos horizontes para
la familia. En 1261 salieron de
Crimea, a orillas del Mar Negro, rumbo a
Oriente. En ese momento el
interés en establecer relaciones directas con
China era prioritario. La razón
fundamental era que las rutas que
durante siglos habían dirigido el
comercio desde el Lejano Oriente hasta
el Mediterráneo se habían visto
repentinamente desarticuladas por la
irrupción de las invasiones de
los mongoles, a quien los europeos de
entonces llamaban «tártaros». En
1206 el rey Temüdjin, que fue conocido
en Europa con el nombre de Gengis
kan, se hizo con el mando de todas las
tribus de los pueblos mongoles
comenzando una serie de campañas de
conquista desde Mongolia hacia el
sur y el oeste. Una de las primeras
víctimas de estas campañas fueron
los reinos de China del norte (Pekín
fue conquistada en 1215). Las
largas guerras, que no se detuvieron con
su muerte pues sus hijos las
continuaron hasta 1260, perturbaron el
tráfico comercial entre Oriente y
Occidente. Esta interrupción del
comercio tradicional fue un
acicate para que mercaderes como los Polo
decidiesen arriesgar su propia
vida para abrir nuevas rutas y
posibilidades para el comercio.
En cierta medida ése era el espíritu
valiente que había permitido a
los mercaderes venecianos abrirse camino
en el comercio con Asia. Como
afirma el profesor Cosmo, «la
supervivencia de Venecia dependía
de su sentido de la iniciativa
comercial, de modo que era una
especie de deber patriótico. Por supuesto
había otra visión sobre esto, ya
que existía una creciente demanda de
productos orientales en Europa y
los beneficios que proporcionaban eran
fabulosos».
Pero también hubo motivaciones
diplomáticas y religiosas en los viajes a
China que se hicieron a mediados
del siglo XIII. En unos siglos en que
periódicamente los europeos se
embarcaban en las Cruzadas, circulaban
todo tipo de leyendas sobre
posibles aliados más allá de los territorios
de los sarracenos. Así, en el
siglo anterior y tras las primeras
derrotas en Palestina, surgió la
leyenda del Preste Juan, un
rey-sacerdote cristiano que desde
Asia central atacaba a los musulmanes
por Oriente aliviando la presión
militar sobre los cruzados. Las
campañas de los mongoles hicieron
albergar a algunos mandatarios
europeos esperanzas de que estas
habladurías pudiesen materializarse. En
1245 el franciscano Giovanni dei
Piano Carpini fue enviado a China por
el papa Inocencio IV, y regresó
de su viaje años más tarde. En 1253 fue
el flamenco Guillermo de Rusbroek
quien fue enviado por el rey de
Francia Luis IX y por Inocencio
IV para solicitar la alianza de los
mongoles contra los musulmanes
antes de comenzar las Sexta Cruzada. El
viaje de Niccolò y Maffeo Polo se
inició sólo ocho años más tarde.
Los preparativos del gran viaje a
China
Los tíos de Marco regresaron a
Venecia en 1269. Entonces se supo que
habían tenido éxito en su viaje y
que habían llegado hasta China, donde
habían entrado en contacto con el
emperador de origen mongol que
entonces regía el país. Se
trataba de Kubilai kan, nieto de Gengis kan.
Más allá de la leyenda, como ha
afirmado Morris Rossabi, profesor de
Historia de la Universidad de
Columbia (Nueva York), «Kubilai fue una de
las grandes figuras del siglo
XIII. No fue sólo un conquistador y un
dominador como su abuelo Gengis
kan. Era un hombre verdaderamente
civilizado, había recibido una
educación, toleraba la diversidad
religiosa… era un individuo
ciertamente excepcional». Tras permanecer un
tiempo en su reino y al tener
noticia de que partían, el soberano les
comunicó que tenía deseo de
establecer comunicación con el Papa, del que
ya había tenido noticias por las
embajadas que había enviado y por lo
que de él contaban los cristianos
que llegaban a China. Les dio unas
cartas a él dirigidas y les
proporcionó una credencial de plomo con su
sello que garantizaba su
inmunidad mientras viajasen por sus dominios.
Además, les expresó su deseo de
que le enviasen cien sacerdotes para
tener conocimiento de la religión
cristiana y de obtener una muestra del
óleo de la lámpara de la iglesia
del Santo Sepulcro de Jerusalén.
Cargados con estas misivas y con
el éxito de haber llegado por una ruta
segura que podían volver a
emplear en el futuro, regresaron a Europa.
No se conoce con exactitud cuáles
fueron los preparativos que hicieron
en Venecia los dos hermanos para
reemprender el regreso a China, aunque
debieron de ser rápidos, ya que
en la primavera de 1271 se encontraban
en el puerto de San Juan de Acre
(en el actual Israel) en compañía del
hijo de Niccolò, Marco, que les
acompañaría en su nueva aventura. El
joven debía estar preparado para
una larga ausencia, como la que había
mantenido alejado a su padre
desde hacía una década, pero eso era algo
que iba prácticamente en la
educación y el espíritu de los comerciantes
de Venecia. Como afirma el
explorador y escritor irlandés Timothy
Severin, «la forma de pensar de
un comerciante medieval era
completamente ajena a nuestro
concepto moderno. Un comerciante veneciano
no tenía la misma noción del
tiempo. Estaba preparado para pasarse años
y años fuera de su hogar».
Se sabe que en Acre se
entrevistaron con el legado papal Teobaldo
Visconti, que se encontraba de
paso mientras cumplía su promesa de
peregrinar a Tierra Santa. En
1268 había muerto Clemente IV y todavía no
se había elegido un sucesor, por
lo que no era posible facilitarles una
respuesta a las cartas que tenían
de Kubilai. Los venecianos, deseosos
de emprender el viaje, no
esperaron más y abandonaron el puerto camino a
Oriente. Pero cuando estaban en
Armenia recibieron la noticia de que
Visconti había sido elegido Papa
el 1 de septiembre con el nombre de
Gregorio X, por lo que regresaron
a Acre a esperar noticias de él.
Efectivamente, el papa Gregorio
les envió a dos dominicos para que les
acompañasen en el viaje, en vez
de los cien sacerdotes que había
solicitado Kubilai kan, con
instrucciones precisas para responder en su
nombre a sus cartas. Es de
suponer que en algún momento los venecianos
se habrían acercado a Jerusalén a
recoger la muestra del santo óleo que
les había pedido el rey mongol.
Sin embargo, al poco de empezar
el viaje, los dos dominicos abandonaron
el empeño. En la ciudad de Ayas
(en la actual Turquía) fueron testigos
del ataque lanzado por el sultán
de Egipto contra el rey León III de
Armenia y, atemorizados,
entregaron a los venecianos los escritos que
llevaban consigo y se
despidieron. Pese a este contratiempo, los Polo no
se arredraron y continuaron con
el viaje. De nuevo el espíritu
aventurero veneciano y la ventaja
nada desdeñable de que ya tenían
experiencia en viajar hacia
Oriente afianzaron su empeño de seguir adelante.
Viajar para contarlo
El viaje que comenzaban los Polo
estaba llamado a convertirse en uno de
los más célebres de toda la
Historia. Seguramente no fue muy distinto
del que habían emprendido el
padre y el tío de Marco una década antes,
pero éste alcanzó celebridad
universal porque muchos años después el
propio Marco lo pondría por
escrito. Gracias a ello los historiadores se
han encontrado con una fuente
excepcional y única para documentar los
viajes a China en la Edad Media.
El libro fue escrito veinticinco años
después del viaje y sin embargo
la riqueza de la información que
proporciona es asombrosa. Para
muchos historiadores la clave que explica
esta precisión en la narración
reside en las dotes excepcionales de su
autor. Para el profesor Rossabi,
«Marco Polo era extremadamente
inteligente y observador. El
hecho de que fuese capaz de recordar todos
los variados detalles que se
encuentran en el libro, muchos de los
cuales son comprobables y parecen
ser bastante precisos, señala que era
un hombre excepcional, muy
receptivo. Su inteligencia está fuera de toda
duda».
La variedad de datos aportados en
el libro de los viajes de Marco Polo
va desde las costumbres y usos de
los pueblos que habitaban las tierras
que atravesó hasta detalles de la
flora y fauna de Asia. En opinión de
Timothy Severin, «si Marco Polo
fuese un viajero moderno, se le podría
describir como un antropólogo o
un etnógrafo. Estaba muy interesado en
las costumbres y hábitos de los
pueblos. Por un lado, era un mercader y
siembre buscaba los productos
naturales del país, pero al tiempo estaba
pendiente de la gente, de sus
costumbres sociales, lo que comían, su
arquitectura, todo lo que atraía
su mirada». Su interés lo abarcaba
todo, lo nuevo y lo ya conocido,
lo que veía y lo que le contaban. De
hecho este interés enciclopédico
le llevó a incluir información que sólo
había conocido de oídas o de la
que había tenido noticia por otras vías
y no sólo aquello que había visto
con sus propios ojos. Esto ha
originado que en el libro haya
fallos, lagunas o pequeñas
contradicciones que han llegado a
poner en duda la fiabilidad de la obra
completa. Según el profesor
Rossabi, «todavía hay cierta controversia
sobre si realmente Marco Polo
llegó a China. Él afirma que su padre y su
tío jugaron un importante papel
en una gran batalla que enfrentó a los
mongoles con la dinastía Song.
Lamentablemente la batalla tuvo lugar
tres años antes de que Marco Polo
llegase a China. A pesar de estos
errores y contradicciones, mi
criterio es que no hay duda de que llegó a
China, ya que hay muchos datos en
su obra que son exactos».
Otro de los factores que pueden
explicar estas incoherencias ocasionales
del libro es el de las
circunstancias en que fue escrito. En 1298, tres
años después de regresar de
China, Marco Polo fue apresado por los
genoveses en un combate naval
frente a la costa dálmata, ya que desde
1293 Venecia y Génova estaban en
guerra. Marco fue llevado prisionero a
Génova y en su celda coincidió
con un escritor, Rustichello de Pisa. Fue
durante este cautiverio cuando
Rustichello puso por escrito las
historias y las descripciones que
Marco Polo le iba contando sobre su
viaje a China. Tradicionalmente
se ha afirmado que Marco dictaba a
Rustichello el relato, pero en
las últimas décadas algunas voces ponen
en duda esta versión. Según el
medievalista francés Jacques Heers, «la
óptica y los puntos de vista de
ambos no están siempre de acuerdo, lo
que da lugar a ciertas
incongruencias. Las Maravillas son, de hecho, una
obra de colaboración». El libro
no tuvo un título formal, corrió en
versiones manuscritas durante
doscientos años y la imprenta a partir de
entonces fue muy generosa con él
en ediciones. Fue conocido con los
títulos de Los viajes de Marco
Polo, El libro de las maravillas, Il
Milione o sencillamente El libro
de Marco Polo.
Las peripecias asiáticas de un
veneciano
Pese a estos solapamientos y
lagunas, sí ha sido posible reconstruir el
itinerario que siguieron los tres
venecianos a través de Asia hasta
llegar a China. El plan inicial
era salir de los territorios cristianos
de Oriente (Armenia) hasta el
valle alto del Éufrates para girar hacia
el sur y dirigirse a Ormuz. En
aquel entonces esta ciudad portuaria era
el extremo occidental de todas
las rutas marítimas que partían hacia la
India y China. El plan era tomar
un navío que les llevase hasta China y
hasta allí llegaron con ese
objetivo. Pero parece que por problemas en
la nave tuvieron que renunciar a
su proyecto y al final optaron por una
vía terrestre que atravesaba
Persia, los reinos tribales del Asia
central (el actual Afganistán)
hasta Badakhshán, y desde allí, por la
depresión del Tarim y el desierto
de Gobi, se adentraba en el territorio
chino. Quitando algún encuentro
ocasional con bandidos, el viaje no fue
demasiado sobresaltado. Según
Severin, los Polo aprovecharon la
organización del sistema de
comunicaciones instaurado por los mongoles
en los reinos asiáticos: «Cada
vez que llegaban a un puesto fronterizo
negociaban con dos o tres
soldados para que los escoltasen a ellos y a
sus carros desvencijados. A
medida que se introducían en un territorio
más difícil tenían que pasar las
mercancías a las alforjas de los
animales. Eso significaba que
sólo se podían transportar bienes de alto
valor en pequeña cantidad, y
finalmente esa pequeña cantidad acabarían
siendo las joyas, ya que los
hermanos Polo comerciaban con ellas, y
podían llevarlas encima». Éste
era el método usado normalmente por los
comerciantes, que les permitía
aprovechar sus recursos intentando
obtener la mayor seguridad
posible.
El viaje fue largo —tres años
según el propio Marco Polo— debido a las
inclemencias del clima, que
retrasaron mucho su avance. Finalmente
pudieron adentrarse en el
territorio bajo soberanía del Gran Kan, desde
donde la ruta fue más fácil ya
que contaban con el salvoconducto con el
sello que Kubilai había
proporcionado a Niccolò y Maffeo en su primer
viaje. El propio Marco Polo
afirma en su libro que en cuanto el rey tuvo
noticia del regreso de los
comerciantes venecianos les hizo llevar a su
presencia. El primer encuentro
entre Marco Polo y Kubilai kan se produjo
en su palacio de verano de
Shangdu (que él llamó en su libro Ciandu y
que posteriormente se ha conocido
por el nombre de Xanadú). La impresión
que produjo el palacio en el
joven de veinte años debió de ser profunda,
y la descripción que de él dejó
en el libro da muestra de la
sofisticación y el refinamiento
de una civilización que era
prácticamente desconocida en
Europa: «A tres jornadas de la ciudad de
Cigamor se encuentra al aquilón
la ciudad de Ciandu, que edificó el gran
rey Kubilai, en la cual hay un
palacio de mármol muy grande y hermoso,
cuyas salas y habitaciones están
adornadas de oro y pintadas con gran
variedad. Junto al palacio se
extiende el bosque del rey, cercado en
derredor de muros de mármol que
tienen quince millas de perímetro. En
ese bosque hay fuentes y ríos y
muchas praderas; está poblado de
ciervos, gamos y cabras para que
sirvan de alimento a los gerifaltes y
halcones del rey. (…) A menudo
caza allí el soberano, y lleva a la grupa
del caballo que monta un leopardo
domesticado. (…) En medio del bosque
tiene el rey una casa bellísima
hecha de cañas y dorada totalmente por
fuera y por dentro y adornada con
pinturas diversas, que están cubiertas
de barniz con tal esmero que no
puede borrarlas la lluvia». Ésta sería
sólo una de las descripciones que
legaría al mundo un hombre fascinado
por la revelación de una
civilización tan avanzada o más que la europea
y de la que apenas se tenía
conocimiento en su patria.
Marco Polo relata también la
grata acogida que les brindó el rey y cómo
se le entregaron las misivas
papales a él destinadas y el óleo de la
lámpara del Santo Sepulcro que
había solicitado. Kubilai debió de quedar
muy complacido, puesto que hizo
permanecer al joven Marco junto a él,
tomándole a su servicio y
encargándole varias misiones de relevancia en
regiones fronterizas o vecinas a
su imperio. En opinión de Timothy
Severin, Marco «estaba muy
cualificado para esto porque después de todo
no tenía un interés personal en
ello. Era ciertamente un buen observador
y un comerciante, lo que tuvo que
resultar muy importante para el Gran
Kan. Kubilai estaría interesado
en información, especialmente en la
comercialmente valiosa, aquella
que podría incrementar su riqueza».
Además hablaba varios idiomas
asiáticos después de tres años de viaje,
por lo que reunía unas
condiciones inusuales que lo convertían en un
invitado muy útil para el
mandatario chino.
Así fue como comenzó un servicio
que le llevaría en 1277 a ser nombrado
comisionado de segunda clase y
agregado al consejo privado del kan. Ese
mismo año emprendería misiones a
Sichuán y Yunnan, en 1284 viajaría
hasta Ceilán y en 1288 a Tíbet y
Birmania. Se ha sugerido que también
podría haber servido al kan
formando parte de embajadas a destinos tan
lejanos como la India e incluso
Java. Durante tres años se le encomendó
también la administración del
gran centro comercial de Yangzhou. Según
el profesor Rossabi, «Marco Polo
estaba deslumbrado con Yangzhou, una
ciudad de tres millones de
habitantes aproximadamente. Una ciudad
bellamente salpicada de canales,
lagos, parques… Era sofisticada, mucho
más que Venecia o cualquier otra
ciudad europea del momento».
De regreso a Europa
Pese a que la fortuna de los Polo
en China estaba siendo favorable,
solicitaron a Kubilai kan permiso
para regresar por razones
desconocidas. Es presumible que
el rey se resistiese a dejar marchar a
quienes se habían convertido en
valiosos sirvientes. El profesor Rossabi
afirma que «habían desempeñado
para él un papel importante como enviados
extraordinarios. Le habían
ayudado a interpretar y traducir textos
latinos y en otras lenguas de
modo que realmente los valoraba.
Seguramente no deseaba dejarles
partir de China en aquel momento». Pero
la ocasión se presentó en 1292.
En aquel año el Gran Kan había
concertado el matrimonio de una
joven princesa de su familia, que
aparece en las fuentes con el
nombre de Cocachín o Cogatim, con un alto
dignatario persa o tártaro. Por
ello encargó a los tres comerciantes
venecianos que escoltasen a la
princesa hasta Ormuz y, en caso de
cumplir con éxito la misión y
entregarla allí a los enviados de su
futuro marido, quedarían libres
para regresar a Occidente. Se proyectó
un viaje por vía marítima,
siguiendo en sentido inverso la ruta que
originalmente pensaron los Polo
para llegar a China. Fue preparado con
detalle y a los venecianos se les
volvió a entregar el salvoconducto
sellado y una partida de fondos
para facilitar el desarrollo del viaje.
Ésta se les entregó en papel
moneda, inventado ya por los chinos y con
validez incluso en algunos
territorios fuera de sus fronteras. Partió un
séquito marítimo de varios
navíos, pero una sucesión de tormentas y
enfermedades diezmaron la
tripulación y el pasaje. Llevó un año entero
llegar hasta el puerto persa de
Ormuz, donde arribaron en 1293.
Allí los Polo se separaron de la
princesa, quien, según Marco, les
concedió una pequeña escolta para
que llegasen salvos a un punto desde
el que navegar a Venecia. Ese
puerto fue Trebisonda (en la actual costa
turca del Mar Negro), capital de
un reino aliado de los genoveses. En él
fueron víctimas de un atropello
ya que se les requisó buena parte del
equipaje que traían desde China,
incluyendo las ganancias de todos los
años de comercio durante su
estancia en Extremo Oriente. Como afirma el
profesor Cosmo, «los beneficios
de los diecisiete años que pasaron en
China estaban aparentemente
perdidos. Sabemos de esta pérdida gracias a
documentos notariales encontrados
en Venecia, que describen un intento
del gobierno veneciano para
recobrar las pérdidas de los Polo».
Efectivamente, parece que en 1301
Génova pagó como indemnización por
este episodio mil libras en
moneda veneciana a la familia de comerciante.
Pese al episodio, los tres
viajeros pudieron salvar lo suficiente como
para embarcarse y llegar a
Venecia veinticuatro años después de haber
partido de allí. Los problemas
que debieron de encontrar al llegar no
fueron menores. En palabras del
profesor Cosmo, «parece que incluso sus
familiares tuvieron problemas
para reconocer a aquellos tres hombres.
Tras una ausencia tan larga
apenas hablarían, y con dificultad, su
lengua nativa. Estaban más
familiarizados con el persa, el turco y el
mongol que con el italiano. Su
vestimenta era oriental. Sus caras no les
eran familiares. Sin duda alguna
encontraron un mundo muy distinto a su
regreso, pero probablemente
porque ellos habían cambiado más que
Venecia». Marco Polo regresaba
con cuarenta y un años a su hogar con una
dilatadísima y valiosa
experiencia pero sin las riquezas que le había
proporcionado su gran viaje.
Pero la estancia en Venecia de
Marco Polo no fue por mucho tiempo.
Génova estaba en guerra con
Venecia desde 1293, en uno de los frecuentes
episodios bélicos entre las dos
repúblicas rivales por hacerse con el
control del comercio en el
Mediterráneo. En septiembre de 1298, Marco
estaba a bordo de una galera
veneciana que intervino en el combate naval
frente a Curzola (la actual
Korcula, en la costa adriática de Croacia).
La embarcación fue asaltada por
los genoveses, que llevaron presos a
todos sus pasajeros hasta Génova.
Durante todo un año estuvo en prisión
y fue entonces cuando coincidió
con Rustichello de Pisa, que se
encargaría de poner por escrito
sus vivencias en China.
En 1299 Marco Polo fue liberado y
regresó a Venecia, donde por fin pudo
instalarse y dedicarse a sus
negocios. Ha llamado poderosamente la
atención que con posterioridad a
su viaje a China no se dedicase a
empresas comerciales a gran
escala con Asia. Su padre murió hacia 1300
(su tío Marco el Viejo lo había
hecho ya con anterioridad), y el resto
de la familia siguió manteniendo
el contacto con Constantinopla, aunque
siempre para negocios de tráfico
de productos asiáticos a pequeña
escala. Se sabe que contrajo
matrimonio con Donata Badoer y que tuvieron
tres hijas —Fantina, Bellela y
Moretta— que lograron matrimonios
ventajosos; de hecho, la última
se casó con un miembro de la poderosa
familia Dolfin, Ranazzo. Pero muy
poco más se sabe sobre el viajero que
hizo fortuna en el imperio del
Gran Kan.
Murió tras un año de enfermedad
en 1324, aproximadamente a los setenta
años, una edad avanzadísima para
la época. Se ha conservado su
testamento, que aporta poco más
de lo señalado hasta ahora, pero que
recoge su disposición para
manumitir a un esclavo de raza tártara
llamado Pietro, que posiblemente
llevaría con él desde su viaje de
regreso. Fue enterrado en la
parroquia de San Lorenzo de Venecia, donde
solían ser enterrados los
miembros de su familia, aunque no se sabe
exactamente dónde ya que sus
restos fueron trasladados hace más de
doscientos años durante unas
obras en la iglesia sin que haya quedado
constancia de dónde fueron
depositados.
La celebridad, después de la
muerte
Durante los veintinueve años que
transcurrieron entre el regreso de
Marco Polo, su padre y su tío a
Venecia y la muerte de Marco, éste no
recibió en ningún momento
reconocimiento alguno de sus paisanos. De
hecho es muy posible que éstos no
creyesen las historias contadas por
los viajeros a su regreso, sobre
todo cuando con posterioridad no
emplearon la valiosa experiencia
que habían adquirido en China para
mejorar económica y socialmente.
Algo parecido pasó con el libro de
Marco Polo. Su circulación
manuscrita parece haber sido temprana (en
francés, latín e italiano) pero
pronto se ganó la reputación de relato
fabuloso y poco fiable. De hecho,
el nombre italiano Il Milione («el
millón») procede de las fabulosas
sumas de las que en él se hablaba. En
palabras de Timothy Severin,
«siempre que Marco Polo menciona algo
relacionado con China las
cantidades son colosales, de modo que se
decía: “¡Oh! Este hombre habla
constantemente de miles y de millones”.
Esa sensación persiste hoy en
día». En pocas décadas se llegó a apodar a
Marco Polo Messer Milione («micer
millón») o sencillamente Marco Milione.
Efectivamente, su narración está
adornada con multitud de detalles
introducidos para atraer la
atención del lector y despertar su fantasía
sobre tierras tan lejanas, pero
la investigación moderna ha podido
verificar la autenticidad de
muchos de los datos que se aportan en él.
Incluso en cuestiones concretas
las aportaciones de Marco Polo son
insustituibles, puesto que
proporciona visiones que no están contenidas
en otros documentos. Como comenta
el profesor Rossabi, «las fuentes
chinas proporcionan una imagen
burocrática de Kubilai kan pero Marco
Polo nos da alguna información
sobre su persona. Sus observaciones, su
inteligencia y, junto con ello,
la relevancia de su libro no pueden ser
minusvaloradas. Tuvo un gran
impacto en el deseo de los europeos de
aumentar sus relaciones con Asia
oriental y ha permanecido como la
primera visión europea sobre esa
parte del mundo».
Sin lugar a dudas son estos dos
puntos los que concentran la importancia
del legado de Marco Polo a la
Historia y justifican la celebridad que
adquirió, aunque en el inicio
tuviese su aportación alguna carga
peyorativa. Fue el primer europeo
que trató de dar una visión lo más
completa posible del mundo chino,
haciéndolo de forma respetuosa y
sabiendo transmitir la idea de
que más allá de Europa existían pueblos
desarrollados con reyes
civilizados, estados complejos y sistemas
culturales refinados. A partir de
Marco Polo Europa tuvo la conciencia
de que no estaba sola en el
mundo. Pero además el libro de Marco Polo
fue un estímulo para las
generaciones que le siguieron, sobre todo en el
siglo posterior. «La contribución
de Polo fue la información. Estaba
llamado a convertirse en una
fuente de maravillas y curiosidades, así
que más adelante la gente se
sentiría tentada de comprobar si lo que
describía existía de verdad.
Marco Polo era realmente una mina de
información y esa mina sería
explotada durante siglos», afirma Timothy
Severin.
Cuando portugueses y españoles se
lanzaron a la exploración del
Atlántico en el siglo XV lo
hicieron con el deseo de comprobar lo que
había dejado escrito Marco Polo:
los portugueses, dando el gran rodeo de
la circunnavegación de África
para llegar a Extremo Oriente; Colón,
navegando hacia el desconocido
Occidente pero con el mismo objetivo. Es
conocido el hecho de que
Cristóbal Colón tuvo un ejemplar de El libro de
las maravillas (impreso en
Amberes en 1485) que anotó de su puño y letra
y que ha llegado hasta nuestros
días. Es la prueba más palpable de que
el espíritu de Marco Polo se
prolongó en los siglos siguientes en varias
generaciones de hombres que se
embarcaron rumbo a… ¿lo desconocido? No,
rumbo a lo que había visto a
mediados del siglo XIII un comerciante
veneciano.
Y sin embargo el relato del largo
viaje de Marco Polo tiene todavía el
poder de cautivar la imaginación
de quien se acerca a él y de
transportarlo al descubrimiento
de tierras lejanas, física e
imaginariamente. Se ha recogido
por escrito una anécdota apócrifa según
la cual al correr por Venecia la
noticia de que Messer Milione estaba
gravemente enfermo y que su
muerte era cuestión de días, quizá de horas,
unos familiares se acercaron a
despedirse de él. En la soledad de su
alcoba uno de ellos le preguntó
si había mentido en todo lo que había
contado y puesto por escrito.
Dicen que la respuesta del moribundo fue:
«No conté ni la mitad de lo que
vi».
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