·
El padre del islam
·
Cerca de mil millones de personas en todo el
mundo profesan la
·
religión musulmana, es decir, creen en un único
Dios, Allah, que
·
reveló su voluntad a los hombres a través de un
profeta, Mahoma. En un
·
momento de la Historia en que la situación
política internacional
·
parece más que nunca favorecer el
distanciamiento del mundo
·
occidental, de tradición cristiana, del
islámico, cabe preguntarse
·
quién fue ese hombre de origen humilde,
huérfano, que no sabía ni leer
·
ni escribir y que se dedicaba al comercio, pero
que dio pie a una de
·
las tradiciones religiosas más importantes y
ricas del mundo. Mahoma
·
logró en vida unificar las tribus de Arabia
formando una única
·
comunidad política y religiosa, y tan sólo cien
años después de su
·
muerte su legado espiritual y político fue capaz
de sostener un
·
imperio que iba desde el norte de África hasta
la India. Las claves
·
que explican tan imponente obra deben buscarse
en su vida.
·
Aunque el proceso de construcción de la religión
musulmana es uno de
·
los que mejor se conocen históricamente, las
fuentes de que disponen
·
los historiadores para reconstruir la vida de
Mahoma y los orígenes
·
del islam son relativamente escasas.
Principalmente se trata del
·
Corán, o libro sagrado de los musulmanes, que
recoge la revelación
·
hecha por Allah a Mahoma, el relato biográfico
que sobre el Profeta
·
compuso Ibn Ishaq más de un siglo después de su
muerte, y el hadit, o
·
conjunto de dichos y hechos atribuidos a Mahoma
que se transmitieron
·
oralmente hasta que en el siglo IX fueron
puestos por escrito. Resulta
·
por tanto difícil distinguir los hechos
históricamente contrastables
·
del resto de elementos que conforman la
tradición, si bien ésta ofrece
·
un relato coherente sobre la vida de Mahoma.
·
Una infancia difícil
·
Mahoma nació en el año 570 de la era cristiana
en la ciudad de La
·
Meca, en la actual Arabia Saudí. Por entonces la
península Arábiga
·
estaba habitada fundamentalmente por grupos
tribales tanto nómadas
·
como sedentarios. Los primeros se dedicaban al
pastoreo y al comercio,
·
mientras que los segundos se asentaban en los
escasos enclaves
·
fértiles en los que era posible practicar la
agricultura. En ambos
·
casos la unidad esencial de la organización
social era la tribu cuyos
·
miembros reconocían unos antepasados comunes
aunque no existiese entre
·
ellos vínculos de sangre. Cada tribu a su vez se
dividía en múltiples
·
clanes entre cuyos integrantes sí existían lazos
de parentesco.
·
Entender la forma en que se organizaba la
sociedad árabe de la época
·
resulta indispensable para comprender hasta qué
punto la labor llevada
·
a cabo por Mahoma fue revolucionaria, pues a su
muerte había logrado
·
establecer un nuevo modo de organización social
no basado en la tribu
·
ni en los lazos de sangre, sino en la profesión
de una fe común.
·
Mahoma pertenecía a la tribu de los Qurays
(qurasíes) y dentro de ella
·
al clan de los Hasim (hasimíes) que se dedicaba
al comercio y gozaba
·
de cierta relevancia dentro de la tribu. La
Meca, pese a estar ubicada
·
en una zona particularmente árida e inhóspita,
era una de las ciudades
·
más prósperas de Arabia, en parte por su
importante actividad
·
comercial (sobre todo en relación con el vecino
Imperio bizantino) y
·
en parte porque en ella se encontraba uno de los
principales
·
santuarios y puntos de peregrinación para los
árabes, la Kaaba. Se
·
trataba (y se trata) de un gran santuario de
forma cúbica en uno de
·
cuyos ángulos se encontraba la gran Piedra Negra
(probablemente un
·
meteorito) a la que entonces se rendía culto.
Según la tradición, el
·
santuario había sido creado originalmente por
Adán, pero tras el
·
Diluvio el patriarca bíblico Abraham lo habría
reconstruido engastando
·
en su ángulo sudeste la Piedra Negra que le
habría entregado el
·
arcángel san Gabriel. La tribu a la que
pertenecía Mahoma, los
·
qurasíes, era la más importante de La Meca
puesto que tenía a su
·
cuidado la custodia de la Kaaba.
·
Desde el punto de vista religioso, la Arabia del
siglo VI puede
·
dibujarse como un gran cruce de tradiciones. Por
una parte, había
·
amplios grupos de población cristiana, así como
de judíos y algunos
·
más pequeños seguidores del zoroastrismo persa.
Junto con ellos
·
coexistía la religión politeísta de la mayor
parte de las tribus
·
árabes que, en palabras del profesor de Historia
medieval Eduardo
·
Manzano, podría definirse como «un paganismo que
tenía muchos puntos
·
de contacto con otras religiones politeístas de
origen semítico». En
·
la Kaaba se rendía culto a multitud de dioses y
espíritus
·
representados mediante ídolos más o menos toscos
y también mediante
·
piedras, aunque el santuario estaba
especialmente dedicado a las tres
·
diosas principales, Al-Uzza (identificada con el
planeta Venus),
·
Al-Lat (que correspondía con el Sol, que es
femenino en árabe) y Manat (el destino).
Las tres diosas eran consideradas hermanas e hijas de un gran dios que tenía preeminencia sobre el
resto, Allah. Pero la influencia de las
religiones monoteístas también se hacía notar en la tradicional religiosidad árabe y no faltaban
quienes eran monoteístas, los llamados
hanifes.
·
Según la tradición musulmana, poco antes del
nacimiento de Mahoma la
·
situación en Arabia, y especialmente en La Meca,
había llegado a un
·
grado de laxitud religiosa que hacía que parte
del pueblo árabe
·
desease la pronta venida de un hombre, un
profeta, que diese un vuelco
·
a la situación. A ello se unirían los desmanes
que los enriquecidos
·
mequíes cometían con los grupos menos
favorecidos y que habrían
·
llevado a una corrupción de las costumbres
propias de los beduinos de
·
la que, según este relato, escapaban los
qurasíes. Y precisamente en
·
esa situación se produjo el nacimiento de
Mahoma, el hijo de un
·
camellero qurasí llamado Abd Allah que dejó a su
hijo huérfano unos
·
pocos meses antes de nacer. La escasez de
recursos de su madre Amina
·
unida a la costumbre de enviar a los hijos de
los notables de La Meca
·
a criar con una nodriza en las tribus del
desierto para asegurar su
·
educación en la tradición, motivó que siendo aún
muy pequeño Mahoma
·
fuese entregado a una nodriza, Halima, del clan
de los Saad, que llevó
·
al niño a las regiones montañosas de Taif donde
aprendería a cuidar el
·
ganado al tiempo que las costumbres de las
tribus árabes.
·
La tradición rodea de hechos sorprendentes el
nacimiento de Mahoma,
·
tales como que una estrella en el cielo avisó
del suceso a los judíos
·
del oasis de Yatrib, que los magos persas de
Zaratustra vieron
·
apagarse el fuego sagrado que ardía en su templo
desde hacía mil años,
·
o que la luz de la noche se hizo tan intensa que
su madre pudo ver
·
desde La Meca el zoco de Damasco. Lo que sí
parece probable es que,
·
siguiendo la costumbre árabe, al recién nacido
se le cortase el pelo
·
para entregar su peso en oro como limosna a los
pobres. Sea como
·
fuere, el niño fue enviado al desierto y no
volvería a ver a su madre
·
hasta los seis años, si bien también entonces
sería por muy breve
·
espacio de tiempo. Poco después de su
reencuentro, la madre de Mahoma
·
también falleció, por lo que durante los dos
siguientes años de su
·
vida el pequeño quedó bajo el cuidado de su
abuelo paterno Abd
·
al-Muttalib que murió cuando Mahoma tenía ocho
años. En esa situación
·
el clan pasó a ser el protector del menor que
quedó confiado a su tío
·
Abu Talib.
·
Abu Talib, al igual que su padre y su hermano,
era un importante
·
comerciante por lo que desde niño Mahoma se
acostumbró a viajar con él
·
en sus grandes caravanas de camellos. En sus
frecuentes viajes Mahoma
·
pudo contactar con las múltiples corrientes
religiosas de Arabia, de
·
ahí que las fuentes musulmanas recojan el
encuentro de carácter
·
profético que tuvo su tío con un monje eremita
del desierto de Siria.
·
Según este relato, un día la caravana de Abu
Talib llegó a la hermosa
·
ciudad cristiana de Bosra donde había un eremita
llamado Bahira que
·
nunca se acercaba a los comerciantes que paraban
por allí. Sin
·
embargo, poco antes de la llegada de la caravana
en la que venía
·
Mahoma junto con su tío, Bahira tuvo un sueño en
el que vio acercarse
·
a un grupo de camelleros uno de los cuales tenía
la cabeza rodeada por
·
una aureola y sobre él flotaba una nube. Cuando
llegaron los
·
comerciantes Bahira se dirigió a ellos e incluso
compartió con algunos
·
su comida, y viendo a Mahoma reconoció al
camellero de su sueño por lo
·
que se dirigió a él y le dijo: «Tú eres el
enviado de Dios, el profeta
·
que anuncia mi libro santo». Llegado el momento
de despedirse, Bahira
·
advirtió a Abu Talib que cuidase del niño pues
si, especialmente los
·
judíos, veían en él lo mismo que él había
reconocido, querrían hacerle
·
daño.
·
Bajo los cuidados atentos de su tío, Mahoma
aprendió todo lo necesario
·
para desempeñar el oficio de comerciante —lo que
no incluía ni leer ni
·
escribir— por lo que con veinticinco años ya se
había ganado una buena
·
reputación como tal. Fue entonces cuando por sus
virtudes una joven y
·
rica viuda de La Meca veinticinco años mayor que
él, Jadiya, se fijó
·
en Mahoma. Jadiya gozaba de una posición muy
desahogada gracias a su
·
actividad comercial, de modo que pronto decidió
pedir a Mahoma que
·
entrase a su servicio como comerciante. Pero la
intención de Jadiya
·
era convertir a Mahoma en su esposo y finalmente
se lo hizo saber
·
mediante una proposición de matrimonio. Pese a
la diferencia de edad,
·
Mahoma aceptó, y si bien es cierto que el
matrimonio supuso su ascenso
·
social y económico, también lo es que debió de
tratarse de un
·
matrimonio excepcionalmente bien avenido y
enamorado ya que, aun a
·
pesar de que Jadiya sólo le dio hijas, Mahoma le
fue fiel mientras
·
vivió y no desposó a ninguna otra mujer hasta
después de su muerte. El
·
matrimonio se celebró el año 595 y Mahoma
continuó trabajando como
·
mercader pero sin las duras condiciones que
había conocido hasta
·
entonces. En el clan de su esposa conoció a
muchos hombres de
·
costumbres piadosas que sin ser ni judíos ni
árabes creían en la
·
existencia de un único Dios, es decir, eran
hanifes. Probablemente
·
estos contactos, unidos a los conocimientos
adquiridos en sus muchos
·
viajes como comerciante sobre las grandes
tradiciones religiosas
·
presentes en Arabia, fueron moldeando la
espiritualidad de Mahoma, que
·
poco a poco comenzó a compartir el gusto de
algunos hombres de la
·
época de retirarse a orar y meditar en algunos
montes o cuevas
·
cercanas a La Meca. Su fama de hombre justo,
caritativo y piadoso fue
·
creciendo paulatinamente en la ciudad y llegó a
alcanzar un notable
·
reconocimiento público.
·
De esta forma apacible transcurrió la vida del
futuro Profeta hasta
·
los cuarenta años, edad en la que sufrió su
primera experiencia y a
·
partir de la cual cambiaría radicalmente su
mundo. La figura de Jadiya
·
desempeñaría entonces un papel de primer orden y
Arabia conocería un
·
proceso de cambio religioso y político tal que
nada volvería a ser
·
como hasta entonces. El vaticinio del eremita
Bahira se convertiría en
·
una deslumbrante realidad pero, como recuerda la
profesora Anne-Marie
·
Delcambre, «la visión del monje hubiera sido más
acertada si hubiese
·
puesto en guardia a Mahoma y a su tío contra su
propio pueblo».
·
La revelación
·
Mahoma había tomado por costumbre retirarse
periódicamente a orar a
·
una gruta situada en el monte Hira (también
llamado Jabal al-nur o «monte de la
luz») a pocos kilómetros de La Meca. Según la tradición islámica, estaba rezando cuando se le apareció
el arcángel Gabriel que le exhortó a
leer en un libro y le anunció su condición de Profeta.
·
Ibn Ishaq, empleando los versículos del Corán,
recoge lo sucedido del
·
siguiente modo: «Cuenta el Profeta a ese
respecto. Dormía cuando [el
·
arcángel Gabriel] me trajo un paño de seda con
un libro. Me dijo,
·
¡lee! Yo le dije, ¡no leo! Entonces me sofocaba
con el libro de tal
·
modo que pensé que iba a morir. Enseguida me
soltó y repitió, ¡lee! Yo
·
repliqué otra vez, ¡no leo!». Así sucedió hasta
tres veces más hasta
·
que finalmente Mahoma preguntó: «¿Qué debo
leer?» Y el ángel
·
respondió: «¡Predica en el nombre de tu Señor,
el que te ha creado!
(…) Y así leí esas palabras y Gabriel me dejó.
Al despertar me pareció que aquellas
palabras habían quedado grabadas en mi corazón. Salí de la gruta y, mientras estaba de pie en el
monte, oí una voz del cielo que me
llamaba y decía, ¡Mahoma! Tú eres el enviado de Dios y yo soy Gabriel».
·
Aterrado y lleno de agitación al no entender lo
que le sucedía, Mahoma
·
regresó a su casa. Temía haber oído la voz de
algún demonio y así se
·
lo contó a Jadiya: «Por Dios te juro Jadiya que
jamás he odiado nada
·
como los ídolos y los adivinos paganos, pero
ahora tengo miedo de ser
·
yo mismo un adivino de esa índole, pues he visto
luces y oído voces».
·
Jadiya, convencida de que su esposo había visto
y oído al arcángel
·
Gabriel, le consoló y tranquilizó. Quiso además
pedir el consejo de un
·
amigo de la familia, el hanif Waraqah ibn
Naufal, quien tras escuchar
·
el relato sentenció: «Si eso es verdad, Mahoma
es el Profeta de
·
nuestro pueblo». Ibn Naufal conocía la tradición
profética cristiana y
·
judía, por lo que rápidamente relacionó la
experiencia de Mahoma con
·
las descritas por los profetas de aquellas
religiones, y también por
·
ello anunció a Mahoma que como Profeta le
esperaba la persecución y
·
expulsión de su pueblo.
·
A pesar de las palabras tranquilizadoras de
Jadiya, Mahoma continuó
·
atribulado pues las revelaciones continuaron
durante un tiempo sin que
·
supiese bien qué mensaje quería Dios
transmitirle con ellas. Aunque
·
las revelaciones le llegaban en momentos de
trance en los que con
·
frecuencia tenía fiebre y temblores, Mahoma fue
paulatinamente
·
aceptando el papel que parecía que Dios había
escogido para él. Sin
·
embargo, cuando comenzó a resignarse, las
revelaciones desaparecieron
·
súbitamente. Éste es el período que la tradición
islámica denomina
·
fatra y que según las distintas fuentes pudo
prolongarse entre seis
·
meses y tres años. Mahoma pasó entonces una
etapa de gran sufrimiento
·
espiritual pues era el hombre que, sin
esperarlo, Dios había escogido
·
para hacerle saber su voluntad y ahora parecía
que Éste lo había
·
abandonado de forma asimismo inesperada. Cabe
imaginar las dudas y
·
angustias que debió de sentir al pensar que
quizá sus actos podían
·
haber ofendido a Dios. Pero finalmente la etapa
de silencio terminó y
·
las revelaciones volvieron y así un día escuchó:
«Tu Señor no te ha
·
abandonado ni te aborrece. La última vida será
para ti mejor que la
·
primera. Tu Señor te dará y quedarás
satisfecho».
·
A partir de ese momento Mahoma percibió con
entera claridad la misión
·
que como Profeta Dios le encomendaba. Debía
predicar entre los hombres
·
la existencia de un único Dios, Allah, que
habría de recompensar a los
·
buenos y castigar a los malvados a la llegada
del Juicio Final. Por
·
ello debían someterse a su voluntad, abandonar
sus riquezas y la
·
corrupción de sus costumbres, renunciar a la
avaricia y el engaño,
·
tratar con caridad a los pobres, oprimidos y
despojados… El mensaje
·
profético de Mahoma no podía ser menos
éticamente o moralmente
·
censurable, ni más contrario a los intereses
comerciales y económicos
·
de los grupos dominantes de La Meca. El mensaje
del nuevo Profeta no
·
sólo ponía en entredicho la acumulación de
riqueza en manos de unos
·
pocos y el modelo social mequí, sino que además
hacía peligrar algo
·
que era esencial en el mismo, el papel de la
Kaaba como santuario
·
politeísta y por tanto como punto de atracción
de peregrinos y de los
·
beneficios que su presencia reportaban. Por otra
parte, no pocos
·
mequíes sentían que las palabras de Mahoma eran
un ataque declarado a
·
sus dioses y creencias, de modo que cuando éste
comenzó su predicación
·
pública en torno al año 610, sus palabras no
fueron precisamente bien
·
acogidas. Conforme las revelaciones continuaron,
Mahoma, siguiendo con
·
la importantísima tradición de los poetas en el
mundo árabe, las iba
·
memorizando y recitando públicamente (la palabra
«Corán» procede del
·
término árabe con el que se designa la
recitación oral solemne,
·
quran). Los primeros creyentes de la primitiva
comunidad islámica
·
fueron algunos miembros de la familia del
Profeta —su mujer Jadiya, el
·
hanif Ibn Naufal, el antiguo esclavo adoptado
por Mahoma Zayd y su
·
primo Alí— y un influyente comerciante de paños,
Abu Bakr, que
·
llegaría a convertirse en uno de los cuatro
primeros califas. Más
·
tarde comenzaron a unírseles algunos de los
mequíes menos influyentes
·
o más jóvenes, es decir, aquellos que más podían
desear el cambio que
·
predicaba el Profeta. En la medida en que iba
ganando seguidores su
·
presencia comenzó a resultar más incómoda en la
ciudad, por lo que la
·
oposición inicial fue transformándose en abierto
rechazo. Como indica
·
el profesor de Teología Adel-Theodor Khoury, «la
resistencia adquirió
·
forma de persecución cuando los habitantes de La
Meca comprobaron que
·
con la nueva predicación no sólo se ponía en
tela de juicio su estilo
·
de vida, sino que también se veían amenazados
sus pingües negocios en
·
torno a la Kaaba».
·
En un primer momento los miembros más poderosos
de los qurasíes, que
·
conviene no olvidar que controlaban el
santuario, trataron de
·
convencer a Mahoma para que abandonase su
predicación. Para ello
·
recurrieron a la intermediación de su tío Abu
Talib, que era además el
·
jefe del clan al que pertenecía Mahoma. Aunque
el Profeta sentía gran
·
cariño por el hombre que le había criado no
renunció a continuar con
·
su misión, pues estaba convencido de que ésa era
la voluntad de Dios.
·
Según la tradición islámica, los qurasíes
trataron de convencerle de
·
todas las formas posibles e incluso llegaron a
ofrecerle dinero o le
·
pidieron que realizase algún tipo de milagro.
Pero Mahoma continuó
·
firme en su postura y reprochó a los qurasíes su
negación a creer en
·
el mensaje del único y verdadero Dios, Allah. La
situación estaba
·
servida para que terminase estallando el
enfrentamiento entre
·
musulmanes (término que quiere decir «los que se
someten» a la
·
voluntad de Dios) y mequíes.
·
A los primeros comenzaron a tratarlos como
proscritos: se les negaba
·
el trabajo y se prohibía su contacto así como el
comercio o el
·
matrimonio con ellos. En aquellas duras
circunstancias Mahoma perdió
·
primero a su esposa, pues Jadiya murió el año
619, y poco después a su
·
tío Abu Talib. Con ello el Profeta quedaba
completamente desprotegido
·
ya que su tío, como cabeza del clan, había
garantizado la protección
·
de éste para Mahoma según las costumbres árabes.
La muerte de Abu
·
Talib supuso que su lugar en el clan fuese
ocupado por su hermano Abu
·
Lahab, uno de los principales defensores de los
intereses comerciales
·
vinculados a la Kaaba y al que Mahoma había
acusado abiertamente de
·
idólatra por ello. Tal acusación representaba
para los árabes un
·
ataque a todo el clan por lo que, como afirma
Anne-Marie Delcambre, «Mahoma se
convirtió en un objeto de horror, en un hombre fuera de la ley, que había vulnerado la ley del clan. Un
hombre excluido de su clan era un hombre
socialmente muerto: cualquiera podría matarle,
venderle o maltratarle, sin temor a venganza alguna porque su clan ya no le defendería». La situación para Mahoma y
sus seguidores se había vuelto
insostenible en La Meca. Se imponía salir de la ciudad, pero el camino a seguir habrían de indicarlo unos
peregrinos recién llegados desde el
oasis de Yatrib.
·
La hégira y la vida en Medina
·
En el verano del año 620, varios peregrinos del
oasis de Yatrib se
·
dirigieron a La Meca para acudir conforme a la
costumbre a la Kaaba.
·
Según la tradición, allí encontraron predicando
a Mahoma y quedaron
·
impresionados por sus palabras y el profundo
convencimiento con que
·
las decía. En Yatrib existía una tensa situación
motivada por los
·
inacabables enfrentamientos entre las dos tribus
que se disputaban el
·
predominio sobre la ciudad, los Aws y los
Jazray. A través de los
·
peregrinos había llegado la noticia de la
existencia de un hombre en
·
La Meca que se proclamaba enviado de Dios y los
miembros de ambas
·
tribus pensaron que si le pedían que se asentase
en la ciudad podría
·
ejercer de mediador en sus querellas. Al año
siguiente cinco de los
·
peregrinos que habían visto a Mahoma regresaron
a buscarle acompañados
·
de otros siete para trasladarle la oferta, y,
tras largas
·
negociaciones, en julio del año 622 Mahoma
emprendió con buena parte
·
de sus seguidores el viaje a Yatrib. Desde
entonces la ciudad pasaría
·
a llamarse Medina (Madinat al-Nabi o «la ciudad
del Profeta») y la
·
emigración del Profeta y los primeros musulmanes
desde La Meca a
·
Medina se convertiría en el punto de arranque
del cómputo temporal del
·
mundo islámico. Es la llamada Hégira.
·
La importancia crucial atribuida a la Hégira
radica en que
·
precisamente a partir del momento en que Mahoma
se asentó en Medina
·
nació la comunidad musulmana como tal y se
definieron los principios
·
básicos que rigen a toda sociedad islámica. Los
cristianos calculan
·
los años tomando como punto de partida el
nacimiento de Cristo, pues
·
se considera que ése es el momento en que Dios
se encarna en un hombre
·
con la misión de salvar a la humanidad de sus
pecados. Sin embargo, en
·
la religión musulmana el nacimiento del Profeta
no es el momento
·
crucial para la humanidad, pues no se le
considera un ser divino, sino
·
que lo es aquel en el que la revelación de
Mahoma se hace realidad
·
palpable con la creación de la comunidad de los
musulmanes, de ahí que
·
los musulmanes de todo el mundo calculen los
años desde el 16 de julio
·
del año 622. Los distintos pactos acordados
entre Mahoma y los
·
habitantes de Medina se designan con el erróneo
nombre de «Constitución de Medina», ya
que no se trata de lo que entendemos
actualmente por una constitución sino que son una serie de acuerdos para organizar la convivencia. Mediante ellos
Mahoma garantizó no sólo que los
musulmanes serían bien acogidos en Medina, sino que cualquier musulmán que fuese atacado o perseguido sería
defendido por todos los habitantes de la
ciudad, prestándoles protección como si de su propio clan se tratara. Tal protección se extendería
además a cualquier individuo que se
convirtiese en musulmán. De este modo Mahoma
establecía como base de la convivencia y la organización social una nueva umma («comunidad») no definida por los
lazos de sangre (clanes)
·
ni por la genealogía común (tribus), sino por la
participación en una
·
fe común. Como señala la profesora Delcambre,
«Mahoma se había
·
convertido en un jefe, no en un jefe de tribu,
sino, como Moisés, en
·
el jefe de un pueblo».
·
Según la tradición musulmana, Mahoma fue, junto
con su amigo el
·
comerciante Abu Bakr, el último en salir de La
Meca. Varios grupos de
·
musulmanes se habían adelantado, pero el Profeta
quiso permanecer en
·
la ciudad hasta asegurarse de que la partida se
desarrollaba sin
·
contratiempos. A pesar de la salida de sus
seguidores, los mequíes
·
seguían viendo tanto en Mahoma como en su
mensaje una futura fuente de
·
problemas, por lo que organizaron un complot
para asesinarle antes de
·
que partiese hacia Medina. Armados con sus
espadas sorprenderían al
·
Profeta mientras dormía y acabarían fácilmente
con su vida. Sin
·
embargo Mahoma fue advertido por su primo Alí,
que se prestó a ocupar
·
su lugar en la cama para engañar a los asesinos.
Cuando éstos fueron a
·
buscarle encontraron a Alí. Mientras, Mahoma
había escapado con Abu
·
Bakr aprovechando el engaño. En su huida ambos
se refugiaron en una
·
cueva a cuya entrada, providencialmente, una
araña tejió una tupida
·
tela y una paloma se puso a empollar sus huevos.
Los perseguidores al
·
ver ambas cosas pensaron que hacía mucho tiempo
que nadie entraba
·
allí, de modo que pasaron por delante salvando,
sin saberlo, la vida
·
de aquel a quien querían matar. Mahoma y Abu
Bakr tardaron varias
·
semanas en llegar a Yatrib. Montaban en unos
camellos que había
·
comprado el comerciante, por lo que poco antes
de llegar a su destino
·
Mahoma le compró la camella en que iba montado,
pues como forma de
·
reforzar su dignidad de hombre del desierto
quería entrar en la ciudad
·
a lomos de su propia montura. La camella del
Profeta, Qaswa, jugaría
·
un importante papel cuando éste llagase allí ya
que al principio todos
·
los habitantes de Yatrib querían ofrecer
alojamiento a Mahoma.
·
Consciente de que elegir a unos y no a otros
podía convertirse en
·
motivo de celos y disputas, Mahoma decidió
soltar la brida de Qaswa y
·
levantar su nueva casa allí donde la camella se
parase a reposar. Así
·
lo hizo y cuando el animal se detuvo en un solar
que pertenecía a dos
·
hermanos huérfanos, el Profeta les compró el
terreno y ordenó edificar
·
allí su casa.
·
En Medina el papel desempeñado hasta entonces
por Mahoma como líder
·
espiritual se modificó sustancialmente. Se había
convertido en el
·
responsable de una comunidad humana en todos sus
aspectos, por lo que,
·
como apunta el profesor Khoury, «en Medina
Mahoma ya no siguió siendo
·
exclusivamente el profeta inspirado y el asceta
apartado del mundo,
·
sino que se fue convirtiendo cada vez más en el
estadista perspicaz y
·
ponderado, en el legislador sabio, en el
caudillo político, en el
·
estratega y, para decirlo brevemente, en la
figura central de la
·
comunidad islámica primitiva». Así, Mahoma tomó
todas las medidas
·
necesarias para la organización política, social
y religiosa de la
·
nueva comunidad, medidas que aún hoy se
encuentran en la base
·
organizativa de todas las sociedades musulmanas.
Incluso las
·
costumbres y pautas de vida cotidiana del
Profeta se convirtieron en
·
el ejemplo que todo buen musulmán debía seguir
en su propia vida. La
·
casa de Mahoma y la primera mezquita levantada
en Medina, con sus
·
agradables patios y jardines interiores, pasaron
a ser el referente
·
para todas las posteriores. En el caso de las
mezquitas además se fijó
·
el modo en que los creyentes debían ser llamados
a la oración, la voz
·
del muecín repitiendo: «Allah es el más grande,
no hay más Dios que
·
Allah. Mahoma es su Profeta. Venid a la oración.
Venid a la
·
felicidad». Asimismo se establecieron algunas de
las obligaciones de
·
todo musulmán, como la profesión de fe o shahada
(es decir, la
·
obligación de afirmar que no hay más Dios que
Allah y que Mahoma es su
·
Profeta), la limosna fija o zaka y la oración
cinco veces al día o
·
salat realizada en dirección a La Meca. Las
otras dos grandes
·
obligaciones de los musulmanes, el ayuno o sawm
y la peregrinación a
·
La Meca o hadjdj, se matizarían a partir de
hechos posteriores.
·
El establecimiento de la obligación de rezar en
dirección a La Meca
·
responde a la labor de creación de una identidad
diferenciada para la
·
comunidad islámica respecto de las otras dos
grandes religiones
·
monoteístas —cristianismo y judaísmo— que
también Mahoma abordó
·
durante su estancia en Medina. Mahoma compartía
buena parte de la
·
tradición cristina y judía, pero consideraba que
la revelación de los
·
profetas bíblicos había sido distorsionada por
las comunidades
·
humanas. En un hábil desarrollo teológico,
Mahoma apeló al tronco
·
común de las grandes religiones monoteístas de
modo que reivindicó la
·
religión de Abraham (el primer hanif) como la
única y verdadera
·
religión que ya existía antes de los profetas
del cristianismo (Jesús)
·
y del judaísmo (Moisés). El islam suponía la
recuperación de esa
·
verdadera religión, de ahí que desde entonces la
costumbre de orar en
·
dirección a Jerusalén fuese sustituida por la
obligación de hacerlo en
·
dirección a La Meca, es decir, al lugar en el
que se hallaba el
·
santuario erigido por Abraham, la Kaaba.
·
También otras costumbres de carácter cotidiano y
cuestiones legales se
·
definieron entonces. Entre las primeras se
estableció qué alimentos
·
podían tomarse y cuáles no (caso del cerdo, el
alcohol o los animales
·
que no hayan sido desangrados tras su
sacrificio), el modo en que
·
debían ingerirse (empleando siempre la mano
derecha y sin soplar),
·
cuándo no era recomendable tomarlos (como la
cebolla o el ajo crudos
·
antes de acudir a orar), qué vestimenta debían
emplear tanto hombres (turbante,
vestidos que no fuesen de seda o brocado y perfumes en lugar de joyas) como mujeres (uso voluntario
del velo y prohibición de usar pelucas
para evitar su confusión con las judías) o las normas de cortesía que deben guardarse en las reuniones
sociales. Entre las segundas Mahoma
estableció la posibilidad de que los musulmanes
desposaran hasta cuatro mujeres siempre y cuando el esposo pudiese garantizar el mismo trato y condiciones para
todas ellas (el propio Mahoma llegó a
tener tras la muerte de Jadiya hasta nueve esposas) y, contrariamente a lo que suele creerse, otorgó
derechos a las mujeres de los que
carecían en la sociedad tradicional árabe, como el derecho a la vida (al prohibir el infanticidio
femenino), a la educación al igual que
los varones o a la percepción de herencias, lo que suponía el reconocimiento de su independencia
económica y de su derecho a comprar y
vender propiedades.
·
Aunque la ingente tarea desarrollada por Mahoma
en Medina supuso la
·
articulación de la primitiva comunidad islámica,
la situación de los
·
musulmanes en la ciudad no era sencilla. La
fortuna de los más
·
acaudalados no era suficiente para garantizar la
supervivencia de la
·
comunidad, tampoco podían trabajar unas tierras
de las que no eran
·
propietarios, ni beneficiarse de unos negocios
que pertenecían a los
·
habitantes de la ciudad. La hospitalidad
ofrecida por los medinenses
·
que se habían convertido ayudaba a paliar la
situación, pero no
·
resultaba suficiente para atender a una
comunidad de creyentes cada
·
vez más numerosa. Por otra parte, las cosas con
relación a La Meca
·
estaban aún pendientes de una solución, por lo
que en el año 624
·
Mahoma decidió que había llegado el momento de
pasar a la acción y
·
completar su obra.
·
El triunfo del Islam: la vuelta a La Meca
·
Como caudillo político y hombre de Estado,
Mahoma buscó el modo de
·
consolidar la labor desarrollada hasta entonces
y al tiempo de
·
solventar los graves problemas materiales que
acuciaban a los
·
musulmanes en Medina. Tomó así la decisión de
recurrir a la costumbre
·
beduina de la razia y atacar una gran caravana
mequí que se dirigía a
·
La Meca procedente de Gaza. Los qurasíes más
acaudalados tenían no
·
pocas riquezas invertidas en la caravana de la
que esperaban obtener
·
grandes beneficios comerciales, de modo que
cuando se enteraron de que
·
Mahoma y sus seguidores planeaban atacarla, no
dudaron en preparar un
·
gran ejército con el que hacerles frente. El
encuentro tuvo lugar en
·
Badr y la tradición musulmana describe
épicamente que los qurasíes
·
superaban a los musulmanes en proporción de tres
a uno. Lo cierto es
·
que el enfrentamiento se saldó con una gran
victoria de Mahoma y los
·
suyos, contribuyendo a afianzar su postura.
Además, como indica
·
Anne-Marie Delcambre, «a partir de aquel momento
ya no se habla de
·
razias, sino de la guerra santa, el djihad,
contra los enemigos de
·
Allah». La guerra santa se definiría entonces
como una guerra
·
defensiva para garantizar la paz y el bienestar
de la comunidad
·
musulmana en la que el ataque se incluye como
forma de defensa.
·
El conflicto con los mequíes estaba declarado y
para asegurarse el
·
triunfo era necesario acabar con cualquier
posibilidad de disensión
·
interna en Medina. En ese contexto se produjeron
varios
·
enfrentamientos con los judíos de Medina, que
podían servir de apoyo a
·
los intereses de los habitantes de La Meca, y
que terminaron con la
·
expulsión de la ciudad además de la confiscación
de los bienes de
·
muchos de ellos, y con el asesinato de otros
muchos. Pero mientras
·
Mahoma y sus seguidores se ocupaban de poner
orden en casa, los
·
mequíes preparaban su réplica a la derrota de
Badr. En el año 625, un
·
potente ejército se dirigió hacia Medina con
intención de acabar con
·
Mahoma y los suyos. Se produjo un nuevo
enfrentamiento armado en un
·
pequeño monte de las afueras de la ciudad
llamado Uhud. Las fuentes
·
musulmanas narran que antes de producirse el
choque trescientos de los
·
mil hombres con que creía contar el Profeta lo
abandonaron —son los
·
que la tradición musulmana denomina
«hipócritas»—, pese a lo cual la
·
batalla tuvo lugar. La derrota musulmana fue
irremediable, e incluso
·
Mahoma resultó herido. Aun así, los mequíes no
aprovecharon para
·
asestar el golpe de gracia en Medina, en parte
porque también habían
·
sufrido importantes pérdidas y en parte porque
querían dejar claro que
·
sus enemigos eran los musulmanes, no los
habitantes de la ciudad. En
·
la batalla no habían conseguido acabar con
Mahoma, por lo que la
·
estrategia de debilitar su situación interna
parecía la más efectiva.
·
Pero en los dos años que siguieron a la derrota
musulmana de Uhud la
·
posición de Mahoma, lejos de debilitarse, se fue
haciendo
·
paulatinamente más fuerte. Los últimos grupos
judíos que quedaban en
·
Medina fueron expulsados y se castigó a quienes
vulneraron el apoyo a
·
los musulmanes al que estaban comprometidos. Por
otra parte, Mahoma
·
comenzó a recabar el apoyo de nuevos grupos
tribales de la región del
·
Hiyaz que hasta entonces habían permanecido
neutrales y que se unieron
·
a la nueva fe predicada por el Profeta. Los
mequíes, temerosos de lo
·
que todo ello podía suponer, decidieron intentar
poner punto final al
·
problema y prepararon un ejército de diez mil
hombres para asediar
·
Medina. Según las fuentes, Mahoma sólo contaba
con el apoyo de unos
·
tres mil hombres, pese a lo cual no se arredró y
dispuso la defensa de
·
la ciudad. Aconsejado por un esclavo persa,
Mahoma ordenó cavar un
·
foso alrededor de la ciudad y dispuso el
almacenamiento de la cosecha
·
y víveres suficientes para resistir el asedio.
Cuando el ejército
·
mequí comprobó la efectividad de las medidas
dictadas por el Profeta
·
terminó por retirarse tras dos semanas de sitio
fallido. Como afirma
·
el profesor Eduardo Manzano, «el frustrado
asedio de Medina marcó el
·
principio del fin de la supremacía mequense».
·
Mahoma era consciente del vuelco que había dado
la situación y con
·
gran habilidad política no dudó en aprovecharlo.
En el 628 organizó
·
una gran expedición pacífica de musulmanes a La
Meca con la única
·
intención aparente de peregrinar al santuario de
la ciudad. Los
·
mequíes debían elegir entre impedir la entrada
de peregrinos, y, en
·
consecuencia, hacer frente a una posterior
respuesta armada, o bien
·
llegar a un acuerdo pacífico con los musulmanes.
El llamado Pacto de
·
al-Hudaybiyya confirmó la solución pacífica. Con
él se establecía una
·
tregua de diez años entre ambos bandos y se
autorizaba a Mahoma a
·
realizar su peregrinación al año siguiente
durante tres días en los
·
que los mequíes abandonarían la ciudad. La
peregrinación se llevó a
·
cabo conforme lo establecido, pero en el año
630, con el pretexto del
·
asesinato de un musulmán, Mahoma decidió dar un
último golpe de mano.
·
Al frente de un ejército que las fuentes estiman
en diez mil hombres,
·
se dirigió a La Meca para tomar definitivamente
la ciudad. Los
·
mequíes, rendidos a la evidencia, permitieron su
entrada sin oponer
·
resistencia alguna. Mahoma se dirigió entonces a
la Kaaba y destruyó
·
más de trescientos ídolos dejando sólo la Piedra
Negra que recordaba
·
su fundación por Abraham. Los qurasíes fueron
perdonados y no se
·
tomaron represalias contra los habitantes de la
ciudad. El islam había
·
triunfado y Mahoma había logrado su
reconocimiento en La Meca sin
·
derramar ni una gota de sangre.
·
Tras el triunfo de La Meca, Mahoma regresó a
Medina para continuar con
·
su labor de estructuración de la comunidad
musulmana y al tiempo logró
·
extender el poder musulmán por toda la península
Arábiga cuyas tribus
·
fueron sometiéndose a la nueva religión a cambio
de pactos de no
·
agresión. Sin embargo, en el año 632 Mahoma
comenzó a sentirse enfermo
·
y sintiendo que se acercaba el momento de su
muerte decidió hacer una
·
última peregrinación a La Meca. Se cortó el pelo
y la barba, hizo
·
oraciones y sacrificios y se dirigió a la
ciudad. Esta peregrinación
·
pasaría a ser conocida en la tradición musulmana
como «Peregrinación
·
del adiós» y se convirtió en el modelo a seguir
por todos los
·
musulmanes cuando, al menos una vez en su vida,
peregrinan a La Meca.
·
De vuelta a Medina la salud de Mahoma se agravó
súbitamente y murió en
·
junio de ese mismo año.
·
La extensión que alcanzó con posterioridad a su
muerte el poder
·
político y religioso musulmán cambiaría la
historia de Oriente y
·
Occidente. Con su mensaje religioso, Mahoma puso
las bases para
·
levantar un colosal aparato de poder que para
extenderse sólo
·
necesitaba la fe de quienes formaban parte de
él. Desde el punto de
·
vista político, su obra fue revolucionaria, pues
cambió por completo
·
los fundamentos de la sociedad árabe y alumbró
una nueva forma de
·
organización social; desde el punto de vista
espiritual, su legado da
·
sentido aún hoy a la vida de millones de
personas en todo el planeta.
1998 por Paya Frank
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