Brian
W. Aldiss
EL LIBRO SECRETO DE HARAD IV
Yo, Harad IV, Escriba Mayor declaro que
éste mi escrito sólo puede ser mostrado a los sacerdotes de rango de la Iglesia
Ortodoxa Universal Sacrificial y a los Ancianos Elegidos del Consejo de la
Iglesia Ortodoxa Universal Sacrificial, porque aquí se entiende en cuestiones
relativas a las cuatro Herejías Viles que no deben ser vistas ni discutidas por
el pueblo.
Para una Correcta Consideración de las
más recientes y viles herejías, debemos contemplar en perspectiva los
acontecimientos de la historia. Así pues, retrocedamos al Primer Año de nuestra
era, cuando las Tinieblas del Mundo fueron desterradas por la venida del Dios
Inmenso, nuestro más verdadero y enorme Señor, a quien todos honramos y
tememos.
Desde este año actual, 910 D.I., es
imposible recordar cómo era el mundo entonces, pero a partir de los pocos
registros que todavía se conservan podemos hacernos cierta idea de aquellas
épocas e incluso realizar las Contorsiones Mentales necesarias para ver cómo
debieron ser juzgados los acontecimientos por aquellos pecadores que tomaron
parte en ellos.
El mundo sobre el que descendió el Dios
Inmenso estaba repleto de gentes y de sus maquinarias, todos completamente
desprevenidos para Su Visita. Puede que hubiera cien mil veces más gente de la
que hoy existe.
El Dios Inmenso aterrizó en lo que ahora
es el Mar Sagrado, sobre el que actualmente navegan algunas de nuestras más
bellas iglesias dedicadas a Su Nombre. En aquellos tiempos, la región era mucho
menos placentera, pues estaba dividida en numerosos estados que pertenecían a
distintas naciones. Tal era el sistema de posesión de la tierra antes que se
formasen nuestras actuales teorías sobre la migración y evacuación constantes.
Las patas traseras del Dios Inmenso se
extendieron muy hacia el interior de África -que entonces no era el continente
insular que es hoy en día, casi tocando el río Congo-, en el punto sagrado
donde ahora se alza la Iglesia Sacrificial de Basolo-Aketi-Ele, y en el punto
sagrado donde ahora se alza el Templo Santuario de Adén, arrasando el antiguo
puerto de Adén.
Algunas de las patas del Dios Inmenso se
extendieron sobre el Sudán y a través de lo que entonces constituía el Reino de
Libia y ahora es parte del Mar del Viejo Pesar, mientras que uno de sus pies
reposaba en una ciudad llamada Túnez en lo que entonces era la costa de
Tunicia. Allí se posaron algunas de las patas del costado izquierdo del Dios
Inmenso.
Las patas de su costado derecho
bendijeron y comprimieron las arenas de Arabia Saudita, hoy denominada Valle de
la Vida, y las estribaciones del Cáucaso, arrasando el Monte llamado Ararat en
el Asia Menor, en tanto que su pata Más delantera se extendió sobre el
territorio de Rusia, destruyendo de inmediato la gran ciudad capital de Moscú.
El cuerpo del Dios Inmenso, descansando
en reposo sobre tres antiguos mares, si hemos de creer a los Viejos Registros,
llamados el Mar del Mediterráneo, el Mar Rojo y el Mar del Nilo, que juntos
forman parte del actual Mar Sagrado. Con su Gran Mole erradicó también parte
del Mar Negro, que ahora llamamos Mar Blanco, así como Egipto, Atenas, Chipre y
la Península Balcánica hasta las cercanías de Belgrado, hoy Santo Belgrado,
puesto que sobre esta ciudad se irguió el Cuello del Dios Inmenso en su Primera
Visita a nosotros los mortales, rozando casi los tejados de las casas.
En cuanto a su Cabeza, se cernía sobre la
región montañosa que denominamos Italandia y que entonces era conocida como
Europa, una región muy poblada del planeta, alzándose a tal altitud que en los
días despejados fácilmente podía divisarse desde Londres, entonces como ahora
la ciudad principal de la tierra de los anglofranceses.
En aquellos primeros días se calculó que
la longitud del Dios Inmenso era de más de siete millares de kilómetros de
extremo a extremo, y cada una de sus ocho patas media sobre un millar y medio
de kilómetros. Ahora profesamos en nuestro Credo que el Dios Inmenso cambia su
forma, longitud y número de patas según esté Complacido o Enojado con el
hombre.
En aquellos días se desconocía la
naturaleza de Dios. Ningún preparativo se había hecho para su venida, aunque
corrían algunos rumores sobre el milenio. Por lo tanto, las especulaciones
sobre su naturaleza se alejaban mucho de la verdad y con frecuencia eran
sumamente blasfemas.
Aquí sigue un resumen del notorio
Documento Gersheimer, que contribuyó en gran medida a precipitar los
acontecimientos que condujeron a la Primera Cruzada en 271 D.I. Ignoramos quién
era el Gersheimer Negro, con la salvedad carente de significado que se trataba
de un Profeta Científico de un lugar llamado Cornell o Carnell, obviamente una
Iglesia del Continente Americano (cuya forma era entonces distinta).
«Los reconocimientos aéreos parecen
indicar que esta criatura -si podemos llamarla así-, que se extiende más o
menos en línea recta a lo largo del Mar Rojo y por el sudeste de Europa, no es
un ser viviente, al menos tal y como concebimos nosotros la vida. El hecho que
se parezca vagamente a un lagarto de ocho patas puede deberse a una mera
coincidencia, así que no debemos preocuparnos por su posible carácter maligno,
como han sugerido algunos periódicos sensacionalistas».
La vil jerga de aquellos remotos días no
resulta hoy plenamente comprensible, pero creemos que «reconocimientos aéreos»
es una referencia a los aparatos voladores mecánicos que aquella última
generación de Impíos poseía. El Gersheimer Negro prosigue:
«Si este objeto no está vivo, tal vez sea
un fragmento de escombros galácticos que se ha adherido momentáneamente al
planeta, quizá del mismo modo en que una hoja puede adherirse a un balón de
fútbol durante su trayectoria. Esta creencia no implica necesariamente una
modificación de nuestros conceptos científicos del Universo. Tanto si la cosa
tiene vida como si no, no hemos de volvernos todos supersticiosos.
Sencillamente, debemos recordarnos que en el Universo, tal como lo concebimos a
la luz de la ciencia del siglo XX, existen muchos fenómenos que nos siguen
siendo desconocidos. Por muy dolorosa que resulte esta aparición inesperada,
podemos consolarnos en parte pensando que nos proporcionará nuevos
conocimientos, tanto sobre nosotros mismos como acerca del mundo que se
extiende más allá de nuestro Sistema Solar».
Aunque términos como «escombros
galácticos» han perdido todo su significado, si es que alguna vez lo tuvieron,
el sentido general de este párrafo es claramente injurioso. Se decreta una
restricción contra el culto al Dios Inmenso, oponiendo en su lugar un herético
Dios de la Ciencia. Sólo hace falta citar otro pasaje de este ofensivo
revoltijo, porque resulta esencial para Mostrar la Actitud mental de Gersheimer
y, es de suponer, de la mayoría de sus contemporáneos.
«Como es natural, todos los pueblos del
mundo, y especialmente aquellos que aún se demoran en los umbrales de la
civilización, se hallan hoy muy asustados. Les parece ver algo de sobrenatural
en la llegada de esta cosa, y creo que cualquier hombre, si es sincero consigo
mismo, admitirá sentir en su corazón un eco de este temor. Solamente podremos
suprimirlo, solamente podremos enfrentarnos al caos en que el mundo se halla
ahora sumergido, si retenemos en nuestras mentes una imagen galáctica de la
situación. La propia inmensidad de esta cosa que yace perniciosamente tendida
sobre nuestro planeta es causa suficiente para el terror. Pero imaginémosla en
proporción. Un ciempiés está posado sobre una naranja. O, para elegir un
ejemplo que resulte menos repulsivo, una pequeña salamandra de unos nueve
centímetros descansa momentáneamente sobre un globo terráqueo de plástico de
sesenta centímetros de diámetro. Nos corresponde a nosotros, a toda la raza
humana, con todas las fuerzas tecnológicas a nuestra disposición, unirnos como
nunca lo hemos hecho y expulsar esta cosa, esta cosa grande y estúpida, hacia
las profundidades del espacio de las que ha surgido. Buenas noches».
El motivo que me impulsa a repetir esta
Blasfemia Inicial es que veamos en este mensaje de un miembro de las Tinieblas
del Mundo las huellas de aquel pecado original que -pese a todos nuestros
sacrificios, a todas nuestras penalidades, a todas nuestras cruzadas- aún no
hemos logrado extirpar. Por eso nos enfrentamos ahora con la mayor Crisis de la
Iglesia Ortodoxa Universal Sacrificial, y por eso ha llegado la hora de una
Cuarta Cruzada que supere en su envergadura a todas las anteriores.
El Dios Inmenso permaneció donde se
hallaba, en lo que hoy designamos la Posición del Mar Sagrado, durante cierto
número de años, en todo y por todo inmóvil.
Para la humanidad, éste fue el gran período
de formación de la Creencia, marcado por el establecimiento de la Iglesia
Universal y caracterizado por sus numerosas convulsiones. Grandemente hubieron
de sufrir los primeros sacerdotes y profetas a fin que la Palabra se diseminara
por el Mundo y las sectas blasfemas fuesen destruidas, aunque el Libro
Clandestino de los Hechos de la Iglesia parece indicar que muchos de ellos eran
en realidad miembros de anteriores iglesias que, viendo la luz, mudaron su
lealtad.
La poderosa figura del Dios Inmenso se
vio sometida a una multitud de pequeños agravios. Las Mayores Armas de aquella
remota era, frutos de la charlatanería técnica, eran llamadas Nucleares, y ésas
le fueron arrojadas al Dios Inmenso, pero, como era de esperar, sin efecto
alguno. Muros de fuego se alzaron en vano a su alrededor. Nuestro Dios Inmenso,
al que todos honramos y tememos, es inmune a la debilidad terrenal. Su cuerpo
estaba revestido como con un Metal -ésa fue la semilla de la Segunda Cruzada-
pero no tenía ninguna de las debilidades del metal.
Su descenso a la tierra fue acogido por
la naturaleza con una respuesta inmediata. Los antiguos vientos que hasta
entonces prevalecían se estrellaron contra sus poderosos costados y fueron
desviados hacia otros lugares. Esto produjo el efecto de enfriar el centro de
África, de tal manera que desaparecieron las selvas tropicales y todas las
criaturas que en ellas moraban. En las tierras limítrofes de Caspana (entonces
llamadas Persia y Járkov, según antiguos relatos), se desencadenaron huracanes
de nieve durante una docena de crudos inviernos, llegando por el este hasta el
interior de la India. En los demás lugares, por todo el mundo, la venida del
Dios Inmenso se dejó sentir en los cielos, en forma de lluvias inesperadas,
vientos erráticos y temporales que duraron muchos meses. También los océanos
fueron perturbados, mientras que el gran volumen de agua desplazado por su
cuerpo inundó las tierras cercanas, matando a muchos millares de seres y
arrojando diez mil ballenas muertas a los muelles de Colombo.
La tierra se sumó a las convulsiones.
Mientras se hundía el territorio situado bajo la gran masa del Dios Inmenso,
disponiéndose a recibir lo que luego sería el Mar Sagrado, las tierras de
alrededor se elevaron hacia Arriba formando pequeñas colinas, como las abruptas
y salvajes Dolominas que hoy protegen los límites meridionales de Italandia.
Hubo sismos y nuevos volcanes y géiseres allí donde jamás había manado el agua,
y plagas de serpientes, florestas incendiadas y muchos signos prodigiosos que ayudaron
a los Primeros Padres de nuestra fe a convertir a los ignorantes. Por todas
partes se extendieron, predicando que la única salvación se hallaba en
entregarse a él.
Numerosos Pueblos Enteros perecieron en
esta época de convulsión, entre ellos Búlgaros, Egipcios, Israelitas, Moravos,
Kurdos, Turcos, Sirios, Turcos de las Montañas y también la mayor parte de los
Eslavos del Sur, Georgianos y Croatas, los robustos Valacos y las razas
Griegas, Chipriotas y Cretenses. Además de otras cuyos pecados eran muy grandes
y cuyos nombres no fueron recogidos en los anales de la iglesia.
El Dios Inmenso abandonó nuestro mundo en
el año 89 o, como algunos sostienen, en el 90. (Ésta fue la primera Partida y
como tal se celebra, en el calendario de nuestra Iglesia, aunque la Iglesia
Católica Universal lo denomina Día de la Primera Desaparición). Regresó en el
91, grande y temido sea su nombre.
Es poco lo que sabemos del período en que
estuvo ausente de la Tierra. Podemos hacernos una idea de cómo pensaba entonces
la gente si consideramos que, en general, las naciones de la Tierra se
regocijaron grandemente. Siguieron produciéndose cataclismos naturales, pues
los océanos se derramaban en el enorme hueco que él había creado, formando así
nuestro amado y venerado Mar Sagrado. En toda la faz del planeta estallaron
Grandes Guerras.
Su regreso en el año 91 puso fin a las
guerras, como un signo de la gran paz que su presencia le prometía a su pueblo
elegido.
Pero los habitantes del mundo en Aquella
Época no eran todos de nuestra religión, por más que los profetas andaban entre
ellos, y numerosas eran sus blasfemias. En el Museo Negro que hay adjunto a la
gran basílica de Omán y Yemen se conservan pruebas documentales indicando que
en este período intentaron comunicarse con el Dios Inmenso por medio de sus
máquinas. No hace falta decir que no obtuvieron respuesta; pero muchos hombres
razonaron entonces, en la confusión de sus mentes, que esto se debía a que el
Dios era una Cosa, tal y como había profetizado el Gersheimer Negro.
En ésta su Segunda Venida, el Dios
Inmenso bendijo nuestra tierra aposentándose principalmente dentro de los
confines del Círculo Ártico, o lo que entonces era el Círculo Ártico, con su
cuerpo extendido sobre el norte del Canadá, como era llamado, por encima de una
gran península denominada Alaska, a través del Mar de Bering y por las regiones
septentrionales de las tierras rusas hasta el río Lena, hoy Bahía de Lenn.
Algunas de sus patas traseras quebraron grandes fragmentos del Hielo Ártico,
mientras que otras patas delanteras se sumergían en el norte del Océano
Pacífico. Pero en verdad para él no somos más que arena bajo sus pies y sus
pies son indiferentes a nuestras montañas y nuestras Variaciones Climáticas.
En cuanto a su pavorosa cabeza, desde
todas las ciudades de la franja costera del norte de América se la podía ver
alzándose hasta la estratósfera y refulgiendo con un brillo metálico; desde
ciudades hoy desaparecidas como Vancouver, Seattle, Edmonton, Portland, Blanco,
Reno e incluso San Francisco. Fue la enérgica y pecaminosa nación que poseía
estas ciudades la que entonces se volvió con más fuerza contra el Dios Inmenso.
Todo el peso de su impía civilización científica se volvió contra él, pero lo
único que consiguieron sus gentes fue destruir sus propias costas.
Mientras tanto, se produjeron nuevos
cambios naturales. La masa del Dios Inmenso desvió a la Tierra en su diario
girar, de modo que las estaciones se alteraron y los libros proféticos nos
cuentan cómo los grandes árboles hacían brotar sus hojas para cubrirse en
invierno y las perdían en verano. Los murciélagos volaban a la luz del día y
las mujeres daban a luz niños peludos. La fusión de los casquetes polares causó
grandes inundaciones, olas de marea y rocíos ponzoñosos, y sabemos que una noche
se agitaron las aguas de la Profundidad, de tal forma que la marea que surgió
de las Tierras Altas Malayas (como hoy las conocemos) fue tan poderosa que en
pocas horas formó la península continental de Bestlandia con lo que hasta
entonces habían sido los Continentes o Islas independientes de Singapur,
Sumatra, Indonesia, Java, Sidney y Australia o Austria.
Con tan impresionantes portentos,
nuestros sacerdotes pudieron Convertir a los Pueblos, y millones de
supervivientes se apresuraron a ingresar en la Iglesia. Ésa fue la Primera Gran
Época de la Iglesia, cuando la palabra se extendió por todo el asolado y
transformado planeta. Nuestras instituciones se crearon a lo largo de las
siguientes generaciones, principalmente en los diversos Concilios de la Nueva Iglesia
(algunos de los cuales han sido luego reconocidos como heréticos).
No nos establecimos sin dificultades, e
hizo falta quemar a mucha gente antes que el resto se apercibiera de la fe que
Ardía En Ellos. Pero, según fueron pasando las generaciones, el Verdadero
Nombre del Dios se extendió por un territorio cada vez más amplio.
Sólo los habitantes del norte de América
seguían aferrándose mayoritariamente a su abyecta superstición. Fortificados
por su ciencia, rechazaban la Gracia. Así fue como en el Año 271 se emprendió
la Primera Cruzada, especialmente contra ellos pero también contra los
Irlandeses, cuyas opiniones heréticas no estaban sustentadas en la ciencia: los
Irlandeses fueron rápidamente Erradicados casi hasta el último hombre. Los
Americanos eran más formidables, pero esta dificultad sólo sirvió para agrupar
a la gente y unir aún más a la Iglesia.
La Primera Cruzada se libró para combatir
la Primera Gran Herejía de la Iglesia, la herejía que proclamaba que el Dios
Inmenso era una Cosa y no un Dios, según lo había expuesto Gersheimer Negro.
Concluyó satisfactoriamente cuando el jefe de los Americanos, Lionel
Undermeyer, se reunió con el Venerable Obispo Emperador del Mundo, Jon II, y
consintió en que los mensajeros de la Iglesia disfrutaran de libertad para
predicar en América sin ser estorbados. Tal vez habría podido forzarse un
convenio más severo, como aducen algunos comentaristas, pero para entonces
ambos bandos padecían grandes penurias a causa de la peste y la hambruna,
porque las cosechas del mundo se habían perdido. Fue una afortunada
coincidencia que la población del mundo ya se hubiera reducido a la mitad, pues
de otro modo la reorganización de las estaciones habría ido seguida del hambre
más absoluta.
En todas las iglesias del mundo se rogó
al Dios Inmenso que diera una señal que había sido Testigo de la gran derrota
infligida a los infieles Americanos. Quienes se opusieron a este inspirado acto
fueron destruidos. El Dios respondió a las plegarias en el 297, avanzando
velozmente una Pequeña Porción y acomodándose principalmente en el Océano
Pacífico a donde llegaba por el sur a lo que ahora es la Antarta, entonces era
el Trópico de Capricornio y anteriormente había sido el Ecuador. Algunas de sus
patas izquierdas cubrieron numerosas ciudades de la costa occidental de
América, entre las que se contaban algunas de las que ya hemos citado, como San
Francisco, y llegaron por el sur hasta Guadalajara (donde el Templo del Santo
Dedo honra todavía la huella de su pie). Este es el movimiento que designamos
Primera Mudanza, y fue justamente considerado como una prueba indiscutible del
desprecio del Dios Inmenso hacia América.
Tal sensación prevaleció también en la
propia América. Purificados por el hambre, los descomunales terremotos y otras
catástrofes naturales, sus habitantes quedaron mejor preparados para aceptar
las palabras de los sacerdotes y se convirtió hasta el último hombre. Se
emprendieron peregrinaciones en masa para contemplar el enorme cuerpo de Dios,
que cubría su nación de un extremo a otro. Los peregrinos más osados ascendían
en aeroplanos voladores y sobrevolaban su lomo, barrido Sin Cesar por terribles
tempestades durante más de cien años. Los que allí se convirtieron se volvieron
más Extremados que sus hermanos del otro lado del mundo, más antiguos en la fe.
Apenas se habían unido las congregaciones americanas con las nuestras cuando ya
se separaban por una desavenencia doctrinal en el Concilio de la Tenca Muerta
(322). Esta fecha marca el surgimiento de la Iglesia Católica Universal
Sacrificial. En aquellos remotos días, los creyentes de la fe Ortodoxa no
disfrutábamos de la armonía que reina hoy con nuestros hermanos Americanos.
El punto de la doctrina que dio lugar al
cisma de las iglesias fue, como por todos es sabido, la cuestión de si la
humanidad debía o no utilizar vestiduras que imitaran el lustre metálico del
Dios Inmenso. Se adujo que esto equivalía, a equiparar al hombre con la Imagen
de Dios, pero en realidad se trataba de una calumnia deliberada contra los
sacerdotes Ortodoxos Universales, que utilizaban prendas de plástico o metal en
honor de su hacedor.
De ahí surgió la Segunda Gran Herejía.
Como este prolongado y confuso período ha sido estudiado a fondo en otros
tratados, no es necesario que nos detengamos en él: diremos tan sólo que la
disputa llegó a su apogeo con la Segunda Cruzada, que los Católicos Universales
Americanos emprendieron contra nosotros en el año 450. Puesto que todavía
poseían una gran preponderancia de máquinas, consiguieron imponer sus
opiniones, saquear varios monasterios a las orillas del Mar Sagrado, deshonrar
a nuestras mujeres y regresar gloriosamente a su tierra.
Desde entonces, todos los habitantes del
planeta se cubren únicamente con prendas de lana o piel. Quienes se opusieron a
este inspirado acto fueron destruidos.
Sería un error resaltar excesivamente las
querellas del pasado. Durante todo este tiempo, la mayoría de las personas se
dedicaban pacíficamente al culto, eran sacrificadas regularmente y rezaban cada
amanecer y cada anochecer (fuera cuando fuese) para que el Dios Inmenso
abandonara nuestro mundo, ya que no éramos dignos de él.
La Segunda Cruzada dejó un reguero de
problemas tras ella; en conjunto, los cincuenta años que siguieron no fueron
años felices. Las huestes Americanas regresaron a su país para descubrir que la
enorme presión ejercida sobre la plataforma continental occidental había creado
muchos volcanes en su mayor cordillera, las Montañas Rocosas. Su tierra estaba
cubierta de lava y fuego, y su aire cargado de hedionda ceniza.
Acertadamente, aceptaron esto como una
señal indicando que su conducta dejaba mucho que desear a los ojos del Dios
Inmenso (pues, aunque nunca se ha podido demostrar que tenga ojos, no cabe duda
que Nos Ve). Puesto que el resto del mundo no había sido Visitado por un
castigo de semejante escala, adivinaron correctamente que su pecado era que
seguían aferrándose a la tecnología y a las armas de la tecnología contra los
deseos de Dios.
Con fe intensa en sus corazones,
destruyeron hasta el último artefacto de la ciencia que aún quedaba, desde los
Nucleares a los Abrelatas y, como acto propiciatorio, arrojaron a cien millares
de vírgenes de la fe en los volcanes más a propósito. Quienes se opusieron a
estos inspirados actos fueron destruidos, y algunos ceremonialmente devorados.
Nosotros, los creyentes de la fe Ortodoxa
Universal, aplaudimos esta ejemplar acción de nuestros hermanos. Pero no
estábamos seguros que se hubieran purificado lo suficiente. Puesto que ya no
poseían armas y nosotros aún teníamos algunas era evidente que podíamos
ayudarles en su purificación. Por consiguiente, una poderosa flota de ciento
sesenta y seis navíos de madera zarpó con rumbo a América, para ayudarles a
sufrir por la religión y, de paso, para recobrar parte del botín que se habían
llevado. Esta fue la Tercera Cruzada del año 482, bajo Jon el Rechoncho.
Mientras los dos ejércitos contendientes
libraban la batalla en las afueras de Nueva York, se produjo la Segunda
Mudanza. No duró más allá de cinco minutos.
En este lapso, el Dios Inmenso se volvió
hacia su costado izquierdo, se arrastró sobre el centro de lo que entonces era
el continente del Norte de América, cruzó el Atlántico como si fuera un charco,
se desplazó a través de África y vino a detenerse al Sur del Océano Indico,
destruyendo Madagaska con una pata trasera. En Todas las Partes de la Tierra se
hizo la noche.
Cuando llegó el amanecer, difícilmente
podía quedar un solo hombre que no creyera en el poder y la sabiduría del Dios
Inmenso, a cuyo nombre corresponde todo el Terror y la Fuerza. Lamentablemente,
entre los que no podían creer figuraban los dos ejércitos rivales, que habían
sido engullidos por una Oleada de Tierra y Rocas ante el paso del Dios.
En el caos subsiguiente sólo prevaleció
una nota de cordura: la cordura de la Iglesia. La Iglesia estableció como
Tercera Gran Herejía la idea que al hombre pudiera serle permitida ninguna
máquina contra los deseos de Dios. Hubo cierta disputa doctrinal acerca de si
los libros debían considerarse o no como máquinas. Por las dudas, se decidió
que sí lo eran. A partir de entonces todos los hombres quedaron en libertad de
no hacer nada más que trabajar en los campos y rendir culto, y orar al Dios
Inmenso para que se retirase a otro mundo más digno de su poderío. Al mismo tiempo
se incrementó el número de sacrificios y se introdujo el Método de la Quema
Lenta (año 499).
A continuación vino la gran Paz, que duró
hasta el 900. Durante todo este tiempo, el Dios Inmenso no se movió; en verdad
se ha dicho que los siglos no son más que segundos para él. Es probable que la
humanidad no haya conocido jamás una paz tan prolongada como la de estos
cuatrocientos años; una paz que existía en el interior de los corazones ya que
no en el exterior, pues, naturalmente, el mundo se hallaba sumido en Cierto
Desorden. La enorme fuerza del desplazamiento del Dios Inmenso a través de
medio mundo había trastornado en gran medida la sucesión de los días y las
noches. Algunas leyendas afirman que, antes de la Segunda Mudanza, el sol salía
por el este y se ponía por el oeste; precisamente al contrario que el orden
natural de las cosas según nosotros las conocemos.
Gradualmente, este período de paz conoció
cierto restablecimiento del orden de las estaciones y cierta cesación de las
crecidas, chubascos de sangre, pedriscos, terremotos, diluvios de carámbanos,
apariciones de cometas, erupciones volcánicas, nieblas miasmáticas, vendavales
destructivos, plagas agrícolas, plagas de lobos y dragones, maremotos, tornados
de un año de duración, lluvias feroces y demás azotes que las escrituras de
este período con tanta elocuencia describen. Los Padres de la Iglesia,
retirándose a la relativa seguridad de los mares interiores y las soleadas
praderas de Gobilandia, en Mongolia, establecieron una nueva ortodoxia bien calculada
en su rigor de oraciones y sacrificios humanos en la hoguera para incitar al
Dios Inmenso a dejar nuestro pobre y miserable mundo rumbo a otro mejor y más
substancioso.
Con esto la historia llega casi al
momento actual. El año 900, apenas una década antes del momento en que vuestro
escriba redacta estas notas. ¡Ese año el Dios Inmenso abandonó nuestra tierra!
Recordad, si os place, que la Primera
Partida en el año 89 no duró más de veinte meses. ¡Ya ahora el Dios Inmenso se
ha alejado de nosotros casi la mitad de este número de años! ¡Necesitamos su
vuelta; no podemos vivir sin él, como habríamos debido comprender Hace Mucho de
no haber sido blasfemos en nuestro corazón!
Al partir, impulsó nuestro humilde globo
hacia un rumbo tal que estamos condenados a vivir todo el año en el más crudo
de los inviernos; el sol está lejano y encogido; los mares se congelan durante
la mitad del año: témpanos de hielo desfilan por nuestros campos; a mediodía,
es demasiado oscuro para leer sin una vela. ¡Ay de nosotros!
Pero, en verdad, merecemos nuestro sino.
Es un castigo justo, pues durante todos los siglos de nuestra época, cuando
nuestra especie vivía relativamente feliz y sin perturbaciones, orábamos como
dementes para que el Dios Inmenso nos dejara.
Solicito a todos los Ancianos Elegidos
del Consejo que repudien tales oraciones como la Cuarta y Mayor Herejía y
declaren que, de ahora en adelante, todos los esfuerzos de la humanidad se
encaminarán a llamar al Dios Inmenso para rogarle que regrese a nosotros de inmediato.
Igualmente solicito que vuelva a
incrementarse el número de sacrificios. Es inútil tratar de escatimar sólo
porque se nos están acabando las mujeres.
Igualmente solicito que se emprenda una
Cuarta Cruzada a toda prisa, ¡antes que el aire empiece a congelarse dentro de
nuestras narices!
FIN
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