Alejandría de Egipto,
aproximadamente 280 antes de Cristo. La pequeña isla de Faros estaba conectada
con la ciudad de Alejandría por un dique, y constituía su segundo puerto. Las
peligrosas condiciones de navegación del mar Mediterráneo hacían necesaria una luz
que guiara a los marinos. Así fue como, por encargo del rey Ptolomeo Soter, se
construyó la torre más alta de su tiempo. Medía
Para hacerla, se utilizaron
piezas de mármol unidas entre sí con plomo fundido. En los cimientos se
colocaron grandes bloques de vidrio, para aumentar la solidez de la edificación
y la resistencia contra la fuerza del mar. En la punta había un espejo gigantesco,
para que la luz fuese muy potente y no hubiese forma de confundirla con la de
una estrella. Durante el día, este espejo reflejaba los rayos solares y, por
las noches, las llamas de una gran fogata, encendida con leña y resina. La luz
podía verse desde una distancia de
No se sabe bien cuándo
desapareció este monumento. Y nunca se encontraron sus ruinas.
Filón estaba a punto de subir
al barco, cuando apareció una chica con un gato bajo el brazo y le preguntó
adónde iba.
-Voy a conocer el mundo -respondió
Filón-. Estoy cansado de vivir con mis padres. Además, sé tocar la lira. En
cada lugar al que vaya, podré tocarla en público y con eso ganaré unas monedas.
La chica le preguntó si
también era bueno cantando.
-Canto todo tipo de canciones -contestó
él-. Y creo que afino bastante bien.
-¿Podrías cantarme una canción
sobre una chica que aparece en el puerto con un gato? -pidió ella, mirándolo a
los ojos.
-No estoy seguro… Podría
intentarlo. Pero primero quisiera saber tu nombre.
-Me llamo Teófila.
Filón entonó una canción cuya
protagonista se llamaba Teófila. La letra decía que si Teófila caminaba por la
costa en compañía de su gato, las olas del mar aplaudían.
A la chica le pareció una
canción preciosa.
-¡Qué bien! -exclamó-. Ahora
quisiera que me cantes una canción romántica.
Filón se disculpó. Le explicó
que no sabía ninguna y que ya debía irse. Le contó que su primer destino sería
Alejandría, adonde pensaba llegar por el camino de Chipre. Y que a la noche se
dejaría guiar por la llama del faro.
Filón soñaba con ver aquella
torre. Le habían hablado maravillas de ese faro que orientaba a los navegantes.
Y también le habían dicho que Alejandría estaba llena de sabios y por eso la
llamaban “la capital del conocimiento”.
-Qué pena… -suspiró Teófila-.
Yo quería una canción sobre un romance… Yo sé una sobre un navegante que se
pone a cantar, pero afina muy mal. Y al final, una chica lo hace callar dándole
un beso…
A Filón le parecía bastante
tentador quedarse, pero tenía que continuar con su plan. Estaba entusiasmado
por la idea de llegar a Alejandría y conocer la famosa biblioteca. Se comentaba
que era inmensa, que estaba repleta de volúmenes y que contenía las respuestas
a todas las preguntas posibles.
-El mundo es un lugar muy
grande -reflexionó en voz alta-. Si quiero tener una vida interesante y rica en
experiencias, es necesario que conozca algo más que mi ciudad.
Teófila le deseó buena suerte.
Y le pidió que, si alguna vez volvía, la buscara para contarle lo que había
aprendido en su viaje. El gato soltó unos maullidos lastimeros mientras Filón
subía al barco y se preparaba para partir.
El muchacho empezó a
experimentar una confusa tristeza. Y le vino a la cabeza un pensamiento raro…
Se dijo: “¡Ojalá yo pudiera viajar y, al mismo tiempo, quedarme aquí para
cantarle mil canciones a Teófila!”.
Pero el barco zarpó y Filón
vio cómo la chica, de pie sobre la costa, comenzaba a alejarse.…
A la medianoche, la lluvia
sorprendió al solitario viajero en medio de la oscuridad de alta mar.
Entonces Filón imaginó que
besaba a Teófila y dudó de que realmente quisiera realizar ese viaje.
Pero la decisión estaba tomada
e incluso se encontraba ya bastante cerca de Alejandría. Había navegado más
rápido que lo previsto. Apenas distinguió la luz del faro, recuperó el
entusiasmo y se puso a cantar a todo pulmón. Al rato volvió a sentirse afligido
y se calló de golpe. Entonces miró fijamente la llama de la torre, como si allí
fuera a encontrar un consejo.
El barco parecía un caballo
desbocado que saltaba sobre las olas. No ofrecía ninguna resistencia al mar
agitado por el viento. Y Filón tampoco ofrecía resistencia a su desesperación.
Pensó: “Tal vez el mundo sea
tan grande y tan enigmático como yo suponía; pero probablemente tiene más
sufrimiento que placer, más desgracias que bellas situaciones, más lugares
tenebrosos que paraísos secretos”.
El cielo se convirtió en una
fosa. Todo estaba cubierto de bruma. Filón miraba hacia adelante con
desesperación. Sacudido por la tempestad, su corazón ya no podía distinguir
ningún horizonte. Sintió la proximidad de la muerte.
Para calmarse, se puso a
pensar en la increíble biblioteca de Alejandría. “Ojalá que los libros me
expliquen el sentido de la vida”, se dijo. Además, le interesaba obtener
información sobre distintas ciudades, porque intuía que en cada lugar de la
Tierra hay diferentes maneras de vivir, y él quería estar abierto a todas las
posibilidades.
Su pensamiento quedó
interrumpido por una ola descomunal. El agua alzó la nave como si no pesara
nada. Filón parecía un torero en el mar. Y cuanto más maniobraba el timón, peor
le iba. Él quería girar hacia un lado, y la corriente lo precipitaba hacia el
otro. Finalmente, luego de una prolongada lucha inútil, estaba tan agotado que
se desmayó.…
El sonido de un trueno lo
obligó a volver en sí. Lo primero que vio al abrir los ojos fue el faro. Justo
estaba pasando junto a él. El barco, por su propia cuenta, había avanzado de
proa hacia la costa. El sol brillaba y el fuego de la torre había sido apagado.
El humo negro subía hasta mezclarse con las nubes, y hacia adelante se extendía
la ciudad, con sus cúpulas y sus fortificaciones. Alejandría tenía dos puertos,
a uno y otro lado del faro: el “Puerto Grande”, y el “Eunostos”, que significa
“feliz regreso”. Filón se encaminó hacia el segundo, seducido por el nombre.
Era la hora del almuerzo cuando pisó tierra firme. Tenía mucha hambre y,
justamente, caminó unos pocos pasos y un viejo le ofreció pescado. Filón se
sintió intimidado por la mirada de aquel hombre, que daba la impresión de ser
un adivino o un sabio. Tenía ojos de halcón y una larga barba blanca.
Filón le confesó lo que
pensaba:
-Parece que usted tuviera toda
la sabiduría contenida en los libros… Seguramente me podrá indicar dónde queda
la biblioteca que vine a conocer.
El viejo lanzó una carcajada y
respondió:
-¿Te parece que soy sabio,
muchacho? Debe ser porque a lo largo de mi vida he visto innumerables barcos, y
sé todo lo que puede ocurrir en este vasto mar.
El anciano le contó que había
pasado toda la noche observando su nave. Entonces Filón comprendió que el viejo
era el encargado de mantener encendida la llama del faro hasta el amanecer.
-A veces, los barcos son
sombras más oscuras que la noche y más inquietas que el pensamiento -dijo el
anciano.
Filón lo observó conmovido.
Imaginó que ese sabio debía entristecerse cada vez que veía un naufragio. Así
que le preguntó por qué había elegido trabajar en el faro.
-Es que amo el movimiento del
agua -respondió el anciano-. El mar no habla de nosotros, los hombres. Pero
sabe imitar los vaivenes de nuestras almas…
Filón pensó que la mirada de
ese viejo lo había salvado durante la tempestad. Y tocó una canción con su
lira, para agradecerle por haber sido su guía mientras él estaba sin
conocimiento. El vigía del faro escuchó con atención y luego le explicó:
-Fuiste tú mismo el
responsable de todo eso. Al soltar el timón y permitir que el barco viajara
libremente, lograste salvarte. En el amor y en el mar -le susurró con un tono
de complicidad-, hay que ser más astuto que un gato y dejarse llevar.
Filón se acordó de Teófila con
su gatito. Todo lo que él esperaba aprender de su viaje parecía haberse dado en
ese solo instante. Ya no era necesario llegar hasta la biblioteca… Se despidió
del anciano y lentamente caminó de vuelta hacia la orilla.
-Sigue tocando la lira -lo
alentó el viejito-. Tócala ahora, mientras navegas. Así viajarás en armonía con
el mar.
Filón volvió a subir al barco.
Y a medida que se alejaba del faro, se le ocurrieron las palabras para contarle
a Teófila que un vigía lo había ayudado a comprender el secreto del amor.
FIN
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