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lunes, 19 de junio de 2023

El HORNERO

 

 

El vuelo es corto, lento y sereno. Desciende suavemente y al llegar al suelo da un saltito y avanza un largo trecho corriendo.

Tiene el lomo pardo rojizo, la garganta y el pecho blancos y marrones las patas y el pico.

Cuando canta agita las alas y un ligero temblor sacude todo su cuerpo. Su música se oye desde el amanecer hasta las últimas luces de la tarde.

Le gusta comer lombrices, larvas y, de cuando en cuando, se deja tentar y picotea las frutas maduras.

En otoño, después de las primeras lluvias, el macho y la hembra comparten la labor en la construcción del nido que hacen con barro y paja en las ramas de los árboles, en los aleros de los ranchos, en los postes telegráficos. Tiene la forma de un hornito con una entrada oval que mira siempre hacia el norte para resguardarse de los fuertes pamperos y con dos habitaciones: una sala y un dormitorio.

Ambos trabajan de sol a sol. Amasan y alisan el barro casi exclusivamente con el pico ayudándose a veces con las patitas.

Descansan los domingos y fiestas de guardar. Martiniano Leguizamón cuenta en La carreta, que mientras iba con Fray Mocho atravesando un campo guiados por un viejo soldado rosista, vieron “un gran galpón coronado por un arco del que pendía una campana sin badajo. Sobre el travesaño de madera que la sostenía, un hornero había construido su nido y cantaba agitando las alas. ‘No trabaja porque es día de fiesta’, observó el guía con esa certidumbre profunda de las creencias populares. Era domingo, en efecto. Ante la risa burlona de fray Mocho, el viejo añadió firmemente: ‘No se ría, nadie vio trabajar a un hornero en día domingo. Eso no lo saben los doctores, porque no está escrito en los libros.

Al nacer los pichones sale el macho en busca de luciérnagas para iluminar el interior de la casa.

Si un ave le roba el nido, el hornero espera a que llegue la noche y tapa con barro la puerta de entrada, de manera que el intruso queda encerrado y muere por asfixia.

El pueblo lo quiere y lo respeta. Nadie se atreve a darle caza ni a destruir su vivienda. Al contrario. Se oye decir: “Quien mata a un hornero atrae la tormenta”, “En casa con nido de hornero no caen rayos”.

Para los indios mocovíes fue un pájaro brujo, le daban el nombre de piognac (hechicero) y veían en él a un enviado de los enemigos que iba a robarles las armas y a escuchar, oculto en su choza o en un árbol, los secretos de la tribu.

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