Cómo el río de la Plata recibió su nombre.
EL SOL Y LA LUNA DECIDIERON regalarle a la Tierra la luz del día y de la noche. La Luna -con sus hijas las estrellas- iluminaba la noche con todo el brillo de plata que el cielo reflejaba. Y el padre Sol se encargaba de calentar y dejar crecer las cosechas de sus hijos.
En aquellos tiempos lejanos, los hombres no sólo admiraban las estrellas en el cielo, también lo hacían en la Tierra. A veces, durante el día, las niñas Estrella bajaban de su morada celestial para bañarse en las aguas cristalinas del río Paraná y Uruguay, que formaban un ancho cauce antes de entrar en el mar. Allí, ellas lavaban sus coronitas de plata, que en el centro estaban adornadas por una estrella. Ésta siempre debía estar muy limpia para que pudiera relucir durante la noche.
El padre Sol siempre estaba pendiente de sus hijas; le encantaba que ellas fueran a divertirse en la Tierra. “¿Para qué hicimos este jardín hermoso? Nuestras hijas deben disfrutarlo y también estar junto a sus hermanos que viven en la Tierra”.
Mucho tiempo pasó en paz y armonía. Pero siempre hay seres que les gusta crear confusión, fomentar maldad e incitar a la guerra. Son los seres que se ocultan debajo de las montañas, que hacen temblar a la Tierra, que hacen salir la ardiente lava de los volcanes, y que también generan intriga entre los humanos diciéndoles: “Olviden que ustedes han llegado del cielo. Nosotros somos de la Tierra y ustedes nos pertenecen. Tienen que obedecernos. El hombre está aquí para luchar, para mostrar su fuerza en la guerra. Tienen que saber matar y destruir”.
Entre estos seres malditos también se encuentra la gran Culebra de la marea, que recoge el agua con su inmensa boca y la deja salir nuevamente, bajando y subiendo así el nivel del agua. En toda la región que frecuentaban las niñas Estrella no había ni plata ni oro bajo la tierra. Hasta las piedras escaseaban.
¡Cuán vivo era el deseo de apoderarse de algo brillante entre los seres de la oscuridad! Ellos estaban decididos a robar las coronas adornadas con estrellas que usaban las hijas del Sol y de la Luna. Todos se unieron y dijeron: “Soplaremos con fuerza y el viento desatará una tormenta. Así del cielo no se podrá ver lo que está sucediendo en la Tierra”.
La culebra fue enterada del plan. Tendría que moverse con violencia, provocar enormes olas y salpicar gran cantidad de agua para asustar a las niñas Estrella.
Los canallas que se ocultaban debajo de la Tierra también saldrían para gritar y revolcar la orilla. Siempre hubo discordia entre ellos, pero cuando existe el deseo de conseguir lo que pertenece a otros se llega a un acuerdo. También se habló de levantar una nube de niebla para tapar la cara del Sol.
Y llegó el día en que se desarrolló el plan que había costado trabajo poner en marcha. Las niñas celestiales se fugaron cuando vieron a la gigantesca culebra y al escuchar el bullicio que se había organizado en la playa. Del susto casi todas las niñas Estrella dejaron caer su corona. Nunca habían sido atropelladas de forma tan brutal. Pálidas y llorando se dejaron consolar del Sol y de la Luna. “¿Qué vamos a hacer para remplazar lo perdido?”
Al fin se desvaneció la nube que tapaba los ojos de la pareja celestial. Vieron que el agua cristalina que llevaban los ríos Paraná y Uruguay había perdido su limpieza. El agua estaba revuelta. Tenía un color amarillento y sucio. ¿Y por qué? Toda la chusma en su afán de conseguir las coronas de las niñas Estrella se lanzó al agua. En lo hondo buscaban entre el lodo el tesoro perdido. Y lo siguen buscando hasta el día de hoy, porque nunca el río de la Plata volvió a tener aguas cristalinas.
¿Y cómo volvieron a resplandecer las niñas Estrella en el cielo? ¿Cómo consiguieron nuevas coronas? Fue así: el Sol y la Luna mandaron a cuatro de sus hijos varones, a las tierras que hoy se llaman Perú, porque allí era fácil conseguir metal brillante. Les comunicaron a los hombres que vivían en esa región: “Necesitamos bastante oro, pues tenemos que fabricar coronas con estrellas para mis hermanas”. Entre todos se logró reunir suficiente metal para las coronas. Los hombres ayudaron a elaborar las nuevas coronas y éstas fueron llevadas al cielo. Desde aquel entonces se ven brillar sólo estrellas de color oro.
Las de color plata son muy pocas. Los cuatro hermanos que coordinaron este trabajo se quedaron entre la gente de las altas montañas de los Andes. Tomaron el nombre de incas y levantaron un imperio del Sol en la Tierra. Se dice que en el reino de los incas no había miseria ni hambre. Estos hijos del Sol supieron llevar bienestar a su gente. ¡Qué lástima! Allá también llegó la guerra y la destrucción.
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