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miércoles, 11 de enero de 2023

CRISTÓBAL COLÓN.

 



El intrépido navegante

 

Pocas figuras de la Historia son al tiempo tan conocidas y desconocidas

como la de Cristóbal Colón. La importancia del legado que dejó a la

humanidad, el descubrimiento de América, nunca se ha discutido, pero no

pasa lo mismo con muchos aspectos de su biografía. Sus oscuros orígenes

familiares, su convicción en el proyecto de la navegación a Asia por

Occidente o sus chocantes teorías cosmográficas y geográficas son sólo

algunos de los aspectos que han provocado más discusiones. Todavía hoy

los historiadores siguen debatiendo sobre el perfil poliédrico y

escurridizo de uno de los más grandes marinos que han visto los tiempos.

Además, su trayectoria tiene cierta dimensión trágica: salido de la nada

logró encumbrarse a la mayor de las glorias para morir en la más

absoluta de las marginaciones. Quizá representa como nadie el prototipo

de genio incomprendido que no obtuvo el reconocimiento que merecía, pero

es posible que esto no sea tan injusto si se tiene en cuenta que Colón

nunca llegó a ser realmente consciente de la importancia de su hallazgo.

Murió con la convicción de que el territorio al que había arribado era

una estribación de Asia oriental. Paradojas del destino de una de las

personas que de forma más nítida han marcado el inicio de la modernidad

y han trazado una divisoria en la Historia universal.

 

A finales de la Edad Media Europa estaba preparada para abrirse al

mundo. Por un lado, su crecimiento económico había producido una mayor

demanda de mercancías suntuarias de origen lejano: las especias, los

ricos tejidos y las perlas que llegaban de Asia oriental por la Ruta de

la Seda tenían cada vez mayor aceptación entre las clases adineradas de

Occidente. Además, el perfeccionamiento técnico de los conocimientos

científicos europeos cada vez permitía emprender aventuras que sólo unas

décadas antes eran impensables. Los cambios en la concepción del mundo

(el estudio del legado grecolatino había llevado ya a comienzos del

siglo XV a la aceptación de la esfericidad de la Tierra) y el

perfeccionamiento de los barcos (aparición de la carabela) e

instrumentos de navegación (la brújula, el sextante) llevaron a que se

abandonase la navegación de cabotaje para dar los primeros pasos de la

navegación en alta mar. Por fin se podían efectuar los primeros intentos

de navegación oceánica.

 

Los países que más se implicaron en estos cambios fueron los de la

fachada atlántica, sobre todo Portugal desde la segunda década del siglo

XV. Las motivaciones para emprender la aventura fueron, por una parte,

el espíritu de Cruzada (continuar la lucha contra los musulmanes que se

venía desarrollando durante siete siglos en la península Ibérica), la

búsqueda de tierras cristianas más allá del islam (la leyenda del Preste

Juan y su fabulosa contribución a una posible recuperación de Tierra

Santa para la cristiandad) y el deseo de acceder directamente a las

fuentes de los fabulosos bienes que llegaban de Extremo Oriente (además

del oro y los esclavos, que se podían obtener de la prácticamente

desconocida África subsahariana). Asimismo, la irrupción de los turcos

en Próximo Oriente, que además de la caída del Imperio bizantino supuso

la desarticulación de las rutas terrestres que conectaban con Asia,

añadió un aliciente en la búsqueda de rutas marítimas hacia la India y

China. Todo ello hizo que el siglo XV fuese una de las edades de oro de

la navegación y en ella tendría un papel destacado un marino de oscuro

origen que enderezaría su carrera en la península Ibérica.

 

 

 

De Génova a Lisboa

 

Sobre los orígenes familiares de Cristóbal Colón se han vertido ríos de

tinta, que se han plasmado en especulaciones de todo tipo y de muy

escasa base científica. Tradicionalmente se ha identificado al

descubridor de América con Cristoforo Colombo, el primero de los cinco

hijos del tejedor Domenico Colombo y Susanna Fontanarossa, nacido en

Génova en 1451. De ser así, su origen sería el de una modesta familia de

tejedores y laneros asentada en una de las ciudades portuarias más

prósperas del Mediterráneo. Se ha apuntado que muy posiblemente Susanna

sería de origen judío, lo que explicaría la sistemática labor del

descubridor de borrar cualquier huella de su pasado, razón por la cual

se sabe tan poco de sus orígenes. También se han propuesto otros

orígenes, sobre todo en el Levante de la península Ibérica, en las zonas

de arraigada tradición marinera de Cataluña y Mallorca. Sin embargo, la

tesis genovesa es la que goza de mayor aceptación hoy en día por contar

con una base documental más sólida.

 

La República de Génova era una de las tres grandes potencias marítimas

del Mediterráneo, en liza con la República de Venecia y la Corona de

Aragón. Sus negocios abarcaban no sólo el Mediterráneo, sino que a

través de colonias de comerciantes se extendía también hacia el

Atlántico. Parece que dos de los hijos de Domenico Colombo, Cristoforo y

Bartolomeo, pronto se sintieron atraídos por la profesión marinera.

Desde muy joven el primero se enroló en las expediciones comerciales por

el Mediterráneo y aprendió de forma eminentemente práctica el arte de la

navegación. Asimismo participó en algún conflicto bélico en el arma

naval, como el que enfrentó por la soberanía del reino de Nápoles a

Renato de Anjou y Alfonso V de Aragón.

 

Un cambio sustancial en su vida le vendría dado por el azar. El 13 de

agosto de 1476, la nave en la que estaba embarcado naufragó cerca del

cabo de San Vicente. Colón se pudo salvar y llegó a la costa portuguesa.

Como recuerda su biógrafa Nancy Levinson, «cuando el barco se hundía

Colón se las arregló para escapar. Con la ayuda de un remo pudo nadar

casi diez kilómetros hasta la costa». La fortuna le había llevado hasta

el país que en aquel entonces era el paraíso de los navegantes. En

palabras del catedrático de Geografía Robert Fuson, «los portugueses

disponían de los mejores marineros, de los mejores navegantes, estaban

haciendo más navegaciones que nadie en aquel entonces, durante las

décadas de 1470 y 1480». De hecho, tras el naufragio llegó a Lagos, en

el Algarbe, que era uno de los centros marineros más activos desde donde

partían las expediciones portuguesas hacia la costa atlántica africana.

Fascinado muy posiblemente por el ambiente que encontró en el reino

lusitano, decidió marchar a Lisboa, donde rehízo su vida. En los años

posteriores navegaría hacia los países europeos del Atlántico norte y,

sobre todo, realizaría frecuentes viajes a Madeira, Azores y Canarias.

También contrajo matrimonio con la portuguesa Felipa Perestrello Moniz,

con quien tendría en 1480 a su hijo primogénito Diego.

 

Pero el aspecto más sobresaliente de estos años fue la maduración del

proyecto de navegar hacia Occidente para abrir una nueva ruta marítima

hacia las lejanas tierras de Catay y Cipango, nombres que entonces

recibían China y Japón. Fueron años en los que con una decisión

inusitada se lanzó al estudio de los conocimientos que podían hacer

realidad su proyecto. Como señala Nancy Levinson, «con las historias de

Marco Polo y los sueños que estaba tejiendo en su cabeza comenzó a

buscar más escritos de cosmógrafos y geógrafos antiguos». Efectivamente,

los relatos bajomedievales de viajes a Oriente captaban vivamente la

imaginación de todos los navegantes que en el siglo XV se enrolaban en

las muy arriesgadas aventuras descubridoras. Además se enfrascó en el

estudio de las obras que en ese momento centraban el debate sobre la

forma y dimensión de la Tierra. Hacía ya mucho tiempo que la

recuperación de los textos de la Antigüedad clásica sobre geografía

habían asentado definitivamente que la Tierra era esférica (uno de los

autores que había enunciado ese principio fue, entre otros,

Aristóteles). Como apunta Robert Fuson, «el mundo era redondo para

cualquiera que supiese un poco de geografía». Pero el debate en aquel

momento se centraba en el tamaño de la circunferencia terrestre, puesto

que hasta aquel entonces se consideraba que un viaje hacia Occidente no

era posible debido a las dimensiones del globo terráqueo. Colón tuvo

acceso a una obra fundamental del momento, la correspondencia y el mapa

que el cosmógrafo florentino Toscanelli había enviado al rey Juan II de

Portugal en 1474, así como a obras importantes de Eneas Silvio

Piccolomini y Pierre d’Ailly. Lo más destacado de esta actividad fue

que, como destaca Fuson, Colón «pensaba que la Tierra era un veinte por

ciento más pequeña de lo que era en realidad, por lo que tenía una idea

equivocada e incluso disparatada; si hubiese estado en lo cierto, nadie

habría ido con él ni podría haber conseguido lo que hizo». En varios

viajes que emprendió a Guinea pudo realizar comprobaciones que

confirmaban su teoría. La conclusión era, como indica Geoffrey Simcox,

profesor de Historia de la Universidad de California-Los Ángeles, que

«el cálculo era que sólo había un océano que separase Europa de China

sin que existiese un continente entre medias. Nadie sabía que hubiese

una masa de tierra de por medio».

 

Pero ¿cómo fue posible que un navegante de formación básicamente

práctica, por mucha experiencia que tuviese, decidiese investigar sobre

uno de los debates científicos más complejos de su tiempo? A los

historiadores siempre les ha llamado la atención la decisión colombina a

la hora de acometer su proyecto, que en sus inicios era una quimera. A

mediados del siglo XX, el historiador español Juan Manzano lanzó una

teoría, sin base documental que la confirmase, que podría explicar la

decisión y el acierto milagroso de Colón a la hora de trazar su

proyecto. Manzano defendía que muy posiblemente, en alguno de los

numerosos viajes que Colón realizó a Madeira o a las Azores, habría

conocido a algún marinero que habría alcanzado tierra hacia Occidente

antes que él y que, por motivos desconocidos, no pudo dar a conocer su

descubrimiento o desarrollarlo en posteriores viajes. Quizá se tratase

de algún marino portugués que al regresar de un viaje desde Guinea se

hubiese visto empujado hasta las Antillas por una tormenta. El caso es

que el conocimiento de esta información a priori encajaría bien con la

trayectoria de Colón en Portugal y con su determinación para hacer

demostrable un proyecto del que repentinamente se mostraba convencido.

Los historiadores llaman a esta conjetura «teoría del protonauta

anónimo» o «del predescubrimiento de América». Fuera como fuese, Colón

creía tener un proyecto que podía defender con solidez y estaba

dispuesto a luchar por él para lograr financiación y apoyo oficial.

Ambas cosas sólo podía encontrarlas en un sitio, la corte.

 

 

 

Castilla: de Córdoba a Palos

 

Los cosmógrafos y geógrafos de la corte de Juan II de Portugal ya habían

rechazado la información aportada por Toscanelli, y cuando Colón les

presentó su proyecto entre 1483 y 1484, no tuvo mejor suerte. El rechazo

del proyecto no le desanimó, y optó por probar fortuna en otro sitio.

Decidió cruzar la frontera y llegó a Castilla en los primeros meses de

1485, poco después de que muriera su esposa. Le costaría un año entero

lograr una audiencia con los Reyes Católicos para exponerles su plan. El

encuentro se produjo el 20 de enero de 1486 en Córdoba y el resultado

fue la convocatoria regia de una junta de expertos para que dictaminasen

sobre el proyecto. Se convocó a astrónomos, geógrafos, cosmógrafos,

letrados y navegantes, que no dudaron en rechazar las propuestas del

genovés. En palabras de Robert Fuson, «a los cosmógrafos y geógrafos

reales les transmitió su teoría sobre el tamaño de la Tierra, y afirmó

que la idea que tenían basada en las mediciones que se habían hecho

durante años era incorrecta; se equivocaban en un veinte por ciento,

eran treinta mil kilómetros y no cuarenta mil. Evidentemente no les

convenció y desaprobaron su plan, estaba equivocado». Pese al revés

Colón decidió no darse por vencido e insistir. Pasó los años 1487 y 1488

entre Córdoba y Sevilla, sobreviviendo a base de comerciar con libros

impresos y dibujando mapas para navegantes. En estos años de soledad y

angustia inició su relación con Beatriz Enríquez de Arana, mujer humilde

con la que nunca se casaría y que daría a luz a su hijo Hernando el 15

de agosto de 1488.

 

En estos momentos de dudas y soledad sólo encontró apoyo en algunos

sectores del clero. Fueron el franciscano Antonio de Marchena, el

dominico Diego de Deza —maestro del príncipe don Juan, hijo de los

reyes)— y el franciscano de La Rábida Juan Pérez, quien jugó un papel

decisivo. Parece que Colón exploró la posibilidad de probar fortuna en

otros reinos y con tal objeto envió a su hermano Bartolomé, con quien

siempre estuvo muy unido, a ofrecerlo a las cortes de Francia e

Inglaterra, donde no cosechó ningún éxito. Pese a ello, fray Juan Pérez

acogió a Colón en La Rábida en 1491 y 1492, y movilizó los recursos

necesarios para que los reyes reconsiderasen la propuesta. Parece que

algunos cortesanos de peso apoyaron también la iniciativa, como Luis de

Santángel, Juan Cabrero o Gabriel Sánchez, todos de origen aragonés.

Quizá la intercesión de éstos fuese la que inclinaría el ánimo del rey

Fernando, que, contra lo que se suele afirmar, fue quien más apoyó a

Colón de los dos regentes. La imagen de la reina Isabel entregando sus

alhajas personales para financiar el primera viaje a América fue un

falso cliché que acuñó el romanticismo decimonónico, más interesado en

resaltar los tintes melodramáticos de la historia que en hacer justicia

a la verdad.

 

¿Cuál fue la razón última para que los reyes apostasen por Colón

ignorando el dictamen que había pronunciado la junta de expertos por

ellos mismos convocada? Como apunta el profesor Simcox, Colón «ofreció

una forma de alcanzar a la potencia vecina rival, los portugueses. Éstos

estaban realizando todos los descubrimientos y comenzaban a experimentar

los beneficios que podían reportar, adquiriendo un imperio y riqueza,

algo que no estaba haciendo España». Finalmente, Colón fue llamado al

cuartel de los reyes en Santa Fe, en el Reino de Granada, durante los

últimos días de la campaña de reconquista del último reino musulmán que

quedaba en la península Ibérica. Se le comunicó la resolución real de

apoyar su proyecto, y entonces comenzó una negociación entre el

navegante y la Corona sobre las condiciones de la empresa. Tras llegar a

un acuerdo, los representantes de ambas partes, el secretario aragonés

Juan de Coloma representando a los reyes y fray Juan Pérez a Colón,

ambos firmaron el acuerdo el 17 de abril de 1492. Eran las llamadas

Capitulaciones de Santa Fe. Se trataba de un contrato que regulaba las

relaciones entre ambas partes. Colón aceptaba tomar posesión de los

territorios que descubriese en nombre de los reyes y éstos le otorgaban

a cambio el título de «almirante del mar océano» (con prerrogativas

similares al ya existente de «almirante mayor de Castilla»), los oficios

de virrey y gobernador de los territorios descubiertos y la décima parte

de todas las ganancias que arrojase la empresa. El 12 de mayo abandonaba

Granada rumbo a la villa onubense de Palos para preparar la flota con la

que se haría a la mar.

 

No fue tarea fácil. La Corona aportó algo más de la mitad del

presupuesto total de la expedición, unos dos millones de maravedíes, y

el resto se repartió entre la villa de Palos y el propio Colón. Se

ignora de dónde sacó éste su parte. Además, los reyes ordenaron a las

poblaciones costeras de la zona poner a su disposición tres carabelas.

Finalmente la villa de Palos se encargaría de aportar dos, la Pinta y la

Niña, como contribución extraordinaria por una deuda pendiente con la

Corona. La tercera nave no fue una carabela, sino una nao, llamada Santa

María, que fue aportada por su propietario, el marino y cartógrafo Juan

de la Cosa, vecino de El Puerto de Santa María. Reclutar a la

tripulación fue casi una misión imposible. Tras un mes de peregrinación

por los pueblos de la zona para enrolar a los marineros, Colón sólo

había logrado que se apuntasen cuatro convictos condenados a muerte,

pues era potestad tradicional de los almirantes de Castilla sacar de

prisión a los reos que quisiesen participar en una flota. La suerte

cambió cuando uno de los marinos más respetados del paraje, Martín

Alonso Pinzón, entró en contacto con él a través de los monjes de La

Rábida. Entusiasmado con la empresa, logró que sus parientes y próximos

se alistasen, el propio Martín ejercería de capitán de la Pinta, su

hermano Vicente Yáñez Pinzón haría lo propio en la Niña y Colón

capitanearía la Santa María. Al amanecer del 3 de agosto de 1492 las

tres embarcaciones se hacían a la mar en la que acabaría siendo la

navegación más trascendental de la Historia.

 

 

 

El primer viaje

 

Inicialmente, pese a lo arriesgado de la aventura, los ánimos

permanecieron altos. El primer destino eran las islas Canarias, donde se

realizarían los últimos preparativos antes de poner rumbo a lo

desconocido. Las incomodidades a bordo eran importantes. Como recuerda

Nancy Levinson, las naves «eran extraordinariamente pequeñas, es

increíble que cuarenta hombres pudiesen arreglárselas a bordo de la

Santa María . No podían dormir todos al mismo tiempo y tenían que

turnarse para ello». Durante aquellas primeras jornadas experimentaron

también algún contratiempo técnico, como la rotura del timón de la

Pinta, que se pudo solventar en la primera escala. El 8 de septiembre

zarparon los tres navíos con rumbo oeste manteniendo todo lo posible la

latitud del paralelo de Canarias. Desde el comienzo Colón demostró que

era un marino excepcionalmente dotado. Tras años de navegación en el

Atlántico norte, demostró haber entendido que este océano estaba

dominado por unos vientos que le favorecerían en su empresa, los

Alisios. En palabras de Geoffrey Simcox, «se había dado cuenta de que

había un sistema de vientos circular en el Atlántico que le podía llevar

hacia Occidente y después de vuelta hacia Europa. Así que lo que hizo

fue fundamentalmente seguir ese sistema circular de navegación. Que

pudiese seguirlo y aprovecharse de él fue una obra maestra de la

navegación».

 

Como medida de precaución, antes de partir de Canarias había advertido a

los otros dos capitanes de que no esperaba llegar a su objetivo,

Cipango, hasta pasadas las setecientas cincuenta leguas de Canarias.

Como medida adicional, durante el viaje llevó dos contabilidades sobre

la distancia: una oficial, que disminuía para no inquietar de más a la

marinería, y una secreta, en la que dejaba constancia de los cálculos

que consideraba reales. Pero según pasaban las semanas la inquietud iba

haciendo mella, y el día 1 de octubre la preocupación del almirante era

evidente. El día 6 la alarma ya era general y se reunieron los tres

capitanes. Martín Alonso Pinzón propuso cambiar el rumbo a sudoeste

cuarta oeste, Colón se negó en redondo. La noche del 6 al 7 se produjo

el primer intento de motín entre los marineros de la Santa María. Su

capitán logró calmar los ánimos pero por contrapartida se vio obligado a

aceptar el cambio de rumbo propuesto por Pinzón. En la noche de 9 al 10

el malestar era generalizado y los hermanos Pinzón plantearon un

ultimátum al almirante: si en los días siguientes no hallaban tierra

darían la vuelta.

 

No hizo falta agotar el ultimátum. La noche del 11 al 12 de octubre de

1492, sobre las dos de la madrugada, uno de los avistadores de la Pinta,

Juan Rodríguez Bermejo, apodado Rodrigo de Triana, avistó tierra. Se

decidió dejar la flota quieta hasta el amanecer. Nancy señala que «la

noche anterior al desembarco hubo una espera de tres horas, entre las

dos y las cinco de la madrugada, cuando comenzaba a clarear. Fueron

horas trascendentales en las que los marineros cayeron de rodillas y

lloraron de alivio y alegría». A la mañana siguiente se aproximaron a la

isla que habían avistado la noche anterior, Colón desembarcó y tomó

posesión de ella en nombre de los Reyes Católicos. Se trataba de una de

las islas Bahamas (no ha podido identificarse con exactitud) y le puso

el nombre de San Salvador, aunque los indios la llamaban Guanahaní. El

impacto en el almirante fue doble. Por un lado, dejó constancia de lo

agradable y exuberante de la naturaleza que iba encontrando a su paso;

por otro, comenzaron los primeros encuentros con los indígenas de

aquellas islas. El primer encuentro entre europeos y americanos debió de

ser indescriptible. Nancy Levinson apunta la reacción del almirante:

«Estaba asombrado y atónito de encontrar a gente “desnuda como su madre

los parió”, que fue lo que anotó, ya que él esperaba gente vestida con

bellos y ricos ropajes en edificios de oro relucientes bajo el sol». Los

indígenas, según Robert Fuson, «lo primero que debieron de pensar fue

que [los europeos] llegaban directamente del cielo, inmortales que

bajaban del Olimpo o algo similar. Posiblemente vieron a los españoles

como algo sobrenatural, como si se tratase de un OVNI aterrizando, con

un asombro total».

 

Colón estaba convencido de que había dado con la evidencia que probaba

que su proyecto estaba en lo cierto. Como apunta Geoffrey Simcox,

«cuando Colón vio tierra y desembarcó por primera vez probablemente

pensó que estaba en un archipiélago en la costa oriental de China. Desde

el principio pensó que estaba en Asia y que las tierras del emperador de

China se encontraban tras el horizonte o justo detrás del próximo grupo

de islas». Ésta es la razón por la que navegó a toda prisa por las

Bahamas en busca de algún indicio de tierra continental. El 28 de

octubre llegó a Cuba, isla que bautizó con el nombre de Juana en honor

al príncipe don Juan, heredero de Isabel y Fernando. El 6 de diciembre

divisó la isla de Santo Domingo, que bautizó con el nombre de La

Española y procedió a reconocer sus costas. Durante este proceso, el 24

de diciembre, la Santa María encalló, aunque logró salvar su cargamento

gracias a los indígenas dirigidos por el cacique Guacanagarí. Tomando

dicho acontecimiento como una señal divina, Colón decidió fundar allí el

primer destacamento de españoles, al que puso por nombre Fuerte de la

Navidad, donde dejó a treinta y nueve hombres con víveres para más de un

año. Continuó la exploración de La Española por un tiempo pero ordenó el

regreso a España el 16 de enero de 1493.

 

Con la misma naturalidad que había mostrado para fijar el rumbo a la

ida, ahora no tuvo problema para decidir que se siguiese la dirección

nordeste cuarta este hasta alcanzar el paralelo de las Azores, virando

entonces hacia el este. El 15 de febrero, tras una espantosa tormenta,

llegaron al archipiélago portugués, y el 4 de marzo avistaban el

estuario del Tajo. Ante la imposibilidad de que los barcos continuasen

la travesía, la Niña atracaba en Lisboa (por problemas durante una

tormenta, la Pinta, mandada por Martín Alonso Pinzón, llegaría a Bayona,

Galicia). Apenas ocho meses después de su salida de Palos, Colón había

regresado para contarlo. Se podía llegar a Asia navegando hacia Occidente.

 

SIC TRANSIT GLORIA MUNDI

  («ASÍ PASA LA GLORIA DEL MUNDO»)

 

El regreso de Colón a la Península tras su aventura ultramarina produjo

un impacto mayúsculo. Primero de todo en la propia corte portuguesa, que

todavía no había logrado llegar a Asia oriental circunnavegando África,

lo cual no sucedería hasta la llegada de Vasco da Gama a Calicut en

1498. A solicitud del rey, Colón se entrevistó con Juan II, deseoso de

conocer adónde había llegado realmente el genovés. Diez días después de

su llegada a Lisboa zarpó rumbo al sur, con destino a Palos, donde el

recibimiento fue triunfal, y un mes más tarde acudió a Barcelona a

informar en persona a los Reyes Católicos. La preocupación inmediata de

los monarcas fue asegurar que los descubrimientos hechos y los que se

pudiesen llegar a hacer en las «Indias Occidentales» fuesen para

Castilla en exclusiva. La rivalidad con Portugal llegó en ese momento a

su mayor grado de tensión. Por este motivo, Isabel y Fernando lograron

primero que el papa Alejandro VI dictase cuatro bulas favorables a sus

pretensiones y, tras una larga negociación con Portugal, después los

monarcas llegaron a un acuerdo con el Tratado de Tordesillas (1494), por

el que se repartían los territorios por descubrir de forma amistosa,

trazando una divisoria imaginaria de las áreas de influencia de ambos

países a trescientas setenta leguas al oeste del archipiélago portugués

de Cabo Verde.

 

Sin embargo, el efecto más inmediato de los informes que presentó Colón

a los reyes fue el de decidir una nueva expedición que zarpase en el

menor plazo posible. Como señala Robert Fuson, los reyes «se quedaron lo

suficientemente impresionados como para ordenar un segundo viaje, que

debería ser realmente magnífico: diecisiete naves y entre mil doscientas

y mil quinientas personas. La idea de Colón era la de establecer una

colonia: llevar colonos, plantas y animales. Llevó caballos y cerdos

consigo». Pero se han señalado también otras posibles motivaciones de

este segundo viaje colombino, como el de dotar de un contingente armado

a esas tierras frente a posibles hostilidades portuguesas, construir

puntos fortificados y asentamientos, y el de comprobar cómo la flora y

fauna doméstica europea se podía adaptar a los nuevos territorios.

 

La partida esta vez fue desde Cádiz, el 25 de septiembre de 1493, apenas

seis meses después de su regreso. El itinerario fue similar al del viaje

anterior, primero Canarias y después cruzar el Atlántico aprovechando

los vientos alisios. El viaje sólo duró veintiún días. La llegada al

Caribe se produjo en un punto más al sur que el primer desembarco. Las

primeras islas en ser divisadas fueron las Antillas Menores, Dominica,

Guadalupe y otras más pequeñas, hasta que descubrió una gran isla que

los nativos llamaban Borinquén (actual Puerto Rico) y de allí puso rumbo

a La Española. El paisaje que encontró fue desolador. Los indios taínos

habían acabado con todo el contingente español en el Fuerte de la

Navidad, a causa de los abusos cometidos en ausencia de Colón. El

almirante optó por no castigar a nadie y, un poco más al este, fundó la

villa de La Isabela, primer asentamiento español en el Nuevo Mundo.

Decidió explorar el interior de la isla en un intento de encontrar oro y

las tierras asiáticas que seguía buscando y, ante el fracaso, se embarcó

de nuevo para continuar la labor de exploración. Descubrió Jamaica (a la

que llamó Santiago) y exploró Cuba. Tan convencido estaba de que era

Catay, que incluso lo hizo certificar por el escribano de La Isabela y

firmar por todos sus acompañantes con el compromiso de no desdecirse so

pena de una multa y de cortarles la lengua. Como en sus años de espera

tras la corte de los Reyes Católicos, Colón seguía demostrando su

tozudez y obstinación, que llegaban a extremos insospechados cuando

tenían que ver con su proyecto descubridor.

 

De regreso a La Isabela se reencontró con su hermano Bartolomé y tuvo

noticia de las primeras defecciones de españoles indignados con la

gestión del almirante al frente de los territorios de América. En

opinión del profesor Simcox, «Colón era un excelente navegante y un

marino brillante, pero no era un buen administrador y no supo cómo

manejar a esa gran cantidad de rudos colonos que habían llegado a las

Indias Occidentales». El problema es que las expectativas de éstos se

estaban viendo defraudadas por lo que encontraban en aquellas islas, y

la actitud autoritaria del almirante no parecía ser lo más apropiado

para apaciguar los ánimos y concertar voluntades en esos delicados

momentos. Haciendo caso omiso, Colón zarpó a la búsqueda del continente,

y aunque su descubrimiento oficial tuvo lugar en 1498, parece que entre

finales de 1494 y comienzos de 1495 Colón tenía ya la certeza de haber

encontrado tierra firme, información que no haría llegar a los reyes.

Antes de zarpar de regreso a España le llegaron también rumores de las

protestas de los nativos por el maltrato y la esclavización a los que se

veían sometidos por los españoles. Sobre este proceder puntualiza Simcox

que «Colón era un hombre de su tiempo, al igual que los colonos, que

estaban allí para enriquecerse. Durante la Edad Media hubo un

floreciente mercado de esclavos, la esclavitud era algo habitual de la

sociedad europea. Por tanto no era en absoluto extraordinario para Colón

y los colonos recurrir a ella», pese a que con ello cometiesen una

flagrante injusticia para con los pobladores de un continente que había

permanecido al margen de esa Europa durante siglos. El 20 de abril de

1496 ponía rumbo de regreso a Europa con dos carabelas, que llegarían a

Cádiz en junio. En el otoño se trasladó a Burgos para informar a los

reyes de los asuntos indianos. Pero el momento de gloria de Colón había

pasado y ya nunca gozaría de la reputación que adquirió al regreso de su

primer viaje.

 

 

 

Los últimos años del almirante del mar océano

 

Pese a las quejas que llegaban ya a la Península de la mala

administración y los desmanes por parte de Colón y su familia en los

territorios descubiertos, los reyes acogieron al almirante con

generosidad, confirmándole sus privilegios y honores. La primavera

siguiente tomaron las primeras disposiciones para un tercer viaje que,

sin embargo, se retrasó más de un año en su ejecución. La nueva

expedición estuvo compuesta por ocho navíos y salió de Sanlúcar de

Barrameda el 30 de mayo de 1498. Durante el viaje Colón sufrió un primer

ataque de gota, la enfermedad que tanto le haría padecer en años

sucesivos. El punto de llegada fue distinto respecto a los viajes

anteriores. Los barcos llegaron a la isla de Trinidad y exploraron la

desembocadura del Orinoco, en la actual Venezuela. El inmenso río y el

paisaje, fauna y flora que contempló en sus orillas le causaron una gran

impresión, por lo que no dudó en situar allí el Paraíso terrenal.

Decidió entonces dirigirse a La Española, donde el destacamento español

había cambiado de ubicación. Siguiendo las órdenes de Bartolomé Colón se

habían trasladado a una población de nueva creación, Santo Domingo; por

entonces los colonos se hallaban divididos entre partidarios y

detractores de los Colón. La llegada del almirante tendría que haber

servido para apaciguar los ánimos, pero no fue posible y las divisiones

se acentuaron. El 21 de mayo los Reyes Católicos firmaron el

nombramiento de Francisco de Bobadilla como sucesor de Colón al frente

de la administración española en los territorios recién descubiertos.

Era un golpe en toda regla a la acción de Colón justo en el momento en

que anunciaba a los reyes el hallazgo de Tierra Firme al sur. El 23 de

agosto hacía su entrada Bobadilla en Santo Domingo y, pese a su

indulgencia inicial, no pudo reprimir las críticas de los partidarios de

Colón, por lo que ordenó la prisión de los hermanos Colón y su posterior

regreso a España. El profesor Simcox describe así el retorno de Colón a

Europa: «Fue enviado de vuelta como un caído en desgracia. Una vez que

estuvo a bordo del barco camino de España, el capitán le ofreció

quitarle las cadenas ya que allí no hacían falta. Colón se negó, las

llevó como un símbolo casi de martirio, como algo que dramatizaba su caso».

 

De regreso en España fue presentado ante los reyes el 16 de diciembre de

1500, y rápidamente fue liberado. Además, los monarcas quisieron

restituirle algunos derechos económicos. Permaneció durante largos meses

junto a la corte en Granada, esperando recibir un trato favorable para

su caso. Por fin los reyes decidieron organizar un cuarto viaje

comandado por Colón, aunque él se sentía viejo y desbordado por el

encargo, cuyo objetivo era hallar el camino directo de las fuentes de

las especias y descubrir si existía algún estrecho que permitiese

facilitar la exploración. Colón aceptó a disgusto, aunque aquello

encajase con la composición de lugar que se había hecho sobre los

territorios descubiertos. En opinión de Robert Fuson, «en su mente veía

Sudamérica como un continente, sin duda, pero como una parte meridional

de Asia. Centroamérica sería la península Malaya, y si podía rodearla

llegaría hasta el océano Índico». Un estrecho en Centroamérica

facilitaría enormemente la labor y permitiría a Castilla una ventaja

indudable en la navegación hacia Extremo Oriente. Zarpó de Cádiz el 11

de mayo de 1502 con cuatro navíos y una tripulación de ciento cincuenta

hombres. Llegó al otro lado del Atlántico el 15 de junio, y enseguida se

centró en su tarea de explorar la costa continental, pero fue un

completo desastre. Como señala el profesor Fuson, «el intento de navegar

a tierra firme fue un fracaso, no logró instalar el primer asentamiento,

tuvo problemas con los indios, tuvo problemas con las tormentas, los

barcos se estaban pudriendo… tuvo toda clase de problemas». No obstante,

dos episodios demostraron que todavía tenía talento de navegante y alma

de aventurero. A su llegada a La Española, antes de partir hacia

Centroamérica, fue capaz de predecir que se avecinaba un huracán y

aconsejó que no saliese la flota que escoltaría al ya ex gobernador

Bobadilla a España. Su consejo fue ignorado, con el resultado de más de

quinientos tripulantes muertos y toda la flota perdida. Por otra parte,

y ya de regreso a La Española desde Tierra Firme, sus naves encallaron

en Jamaica debido a su mal estado. Allí tuvo que esperar más de un año a

que enviasen un barco de rescate, durante el cual tuvo todo tipo de

problemas con los indígenas. Parece que la predicción de un eclipse

lunar sirvió a Colón para amedrentar a los nativos y mantener el nivel

de tensión con ellos en niveles aceptables. Por fin puso tasa a tantos

sinsabores. El 12 de septiembre de 1504 abandonaba Santo Domingo rumbo a

España, y ya no volvería a ver nunca más el Nuevo Mundo que había

descubierto.

 

Llegó a Sanlúcar de Barrameda el 12 de septiembre e intentó desde

entonces servirse de las influencias para conseguir que la corte le

reconociese los derechos que seguía reclamando sobre sus

descubrimientos. Pero para entonces ya estaba muy enfermo y

decepcionado. Como recuerda Geoffrey Simcox, «en sus últimos años, Colón

estaba amargado, desilusionado, decepcionado. Sentía que la corona

española no le había tratado como se merecía». El 20 de mayo de 1506, a

los cincuenta y cinco años de edad, fallecía en Valladolid el que fue

muy probablemente el mejor marino de la Historia, el almirante del mar

océano. En sus escritos dejó constancia de que se sentía poseedor de una

misión divina que le había movido a realizar la navegación hacia

Occidente. En opinión de Robert Fuson, Colón «estaba obsesionado y se

creía que era la Divina Providencia la que actuaba y la que le había

escogido. Se veía como un instrumento de Dios, actuando bajo la corona

española para desempeñar su misión».

 

Nunca llegó a ser consciente de que había revelado al mundo un tesoro

fabuloso, todo un continente lleno de secretos por descubrir. Poco

después de su muerte, la generación de navegantes que tomó el relevo

demostraría la verdadera dimensión de lo que se había encontrado y

entonces, como había sucedido en el siglo anterior, la forma de entender

el mundo y las gentes que en él habitaban cambió definitivamente ante

una nueva realidad que demostraba a Europa, Asia y África que no estaban

solas en el planeta. Gracias a Cristóbal Colón el mundo fue desde

entonces un poco más pequeño y la humanidad, un poco más grande.

 


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