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jueves, 17 de marzo de 2022

Entre todas las mujeres y 6

 

Antonio Muñoz Molina 04/08/1995 

 

Cuando volvía de la compra era la una y veinte de la tarde. Ya no salí de mi casa 

hasta las siete y medía de la mañana, siguiente. Aunque las medidas exteriores 

del tiempo no explican nunca la duración de la felicidad ni del dolor puedo decir 

con, toda certeza que ésas fueron las dieciocho horas con diez minutos. más 

felices de mi vida adulta, si bien, no las pasé todas en estado de vigilia,. Pero 

incluso cuando me quedaba dormido la felicidad se transmitía a los sueños, 

vividos sueños en colores muy fuertes especialmente en las últimas horas de la 

noche, cuando ya estábamos los dos gastados y rendidos y yo no creía que nos 

fuera posible disfrutar más y aún alcazábamos un éxtasis más largo y más dulce, 

respirando luego despacio el aire fresco del amanecer de verano con la primera 

claridad por la ventana abierta.Así recuerdo la sucesión de las horas, según el 

grado de luz o de oscuridad en la ventana de mi dormitorio. ¡Penumbra listada y 

caliente de la siesta, azul rosado del atardecer, con una brisa que agitaba las 

cortinas mientras cruzaban el aire silbidos de ventejos, noche estática de luna 

llena y negrura azulada de tinta, con un fondo de grillos, con gallos lejanos y 

rurales antes de que amaneciera!

Pero lo que mas me gusta revivir siempre es el principio, los primeros. instantes 

en los que todo se decidió, los atrevimientos y los gestos morenos de los que 

dependía la posibilidad tan frágil de que las cosas llegarán a suceder. Cuántas 

veces me ha conmovido. después el símple hecho de asomarme al cuarto de 

baño el olor a gel y a champú, la voz tan grave de Nina Simone, de quien compré 

una cinta enseguida, porque Pilar, al irse, se llevó la suya en aquel bolso en el 

que iba todo su equipaje, sus, cigarrillos Winston, su encendedor desechable, 

sus gafas de sol, un. lápiz de labios y un pequeña espejo, un paquete de kleenex 

y prácticamente nada más, aparte de una camisa mía, la que le di cuando salió 

de la bañera, porque ella no tenía otra ropa que la que llevaba puesta.

Al entrar en el cuarto de baño yo había procurado caballerosamente entregarle 

la cerveza mirándola sólo a los ojos, queriendo hablarle con una ficción de 

normalidad que sin duda era desmentida por mi cara y mi voz..

- Me he traído de tu dormitorio el radiocasete -dijo Pilar, -y se incorporó sin 

precaución de pudor en el agua espumosa-, ¿No te importa?

-Estas en tu casa. Mientras terminas de bañar te haré algo de comer.

Pilar dio un trago de la botella de cerveza y se hundió de nuevo en la espuma. Vi 

un instante entre sus muslos la sombra del vello movido por los turbiones del 

agua. Luego le traje una toalla, limpia, y cuando volvía a marcharme caballerosa 

y desesperadamente del cuarto de baño y me dijo que la ayudara a envolverse en 

ella, y después me llamó desde mi dormitorio para pedirme una camisa y ya no 

pude resistir. Tenía la cara todavía mojada, y el pelo adherido a los pómulos, y 

en sus ojos había ese brillo que a veces hay en los ojos de las mujeres cuando 

acaban de salir del agua, y yo abrí el armarío y escogí la camisa y mientras me 

volvía pensaba, ahora o nunca, pero estaba seguro de que sería nunca, y sin 

embargo avancé hacia ella, y con: una repentina serenidad, como si estuviera 

hipnotizado, le solté el, nudo de la toalla, le puse las manos en la cintura todavía 

húmeda, la fui empujando despacio hacia atrás, hacia el borde de mi cama, y 

ella se apretó contra mí y dijo con una sonrisa de descaro y alivio:

-Ya pensaba que no ibas a decidirte nunca.Todo era fácil de pronto, pero 

también increíble, al menos para mí, todo fluía y se encadenaba en una 

demorada naturalidad de indecencia y ternura. Nos levantamos para comer y 

enseguida el vino tinto y el apetito saciado nos dieron una somnolencia de 

siesta. Varias veces nos despertamos esa tarde y nos quedamos dormidos, y ya 

estaba haciéndose de noche cuando volví a levantarme para traer un plato de 

fruta recién lavada que comimos sentados el uno frente al otro en la cama. Pilar 

se limpió con una servilleta la boca húmeda de jugo de melón y dijo que parecía 

que estábamos de picnic, y me preguntó que pensaba.-Estoy enamorado de ti -

dije firmemente-.

Quiero vivir siempre contigo. No podría resistir que te fueras. Entiendo, a tu 

marido, y a ese Rafa, y a todos los que te han querido se han vuelto locos cuándo 

los has dejado. Los entiendo y a la vez te juro que los mataría por haberse 

acostado contigo.

Qué cosas dices

-Pilar se inclinó un poco hacia mí con una mirada de incredulidad o indulgencia 

y me pasó los dedos por la nuca y el nacimiento del pelo, y la excitación revivió 

en toda su plenitud con ese simple gesto- Qué mentiras más bonitas.

-De mentiras nada

-seguí hablando con la misma, seriedad, ahora incluso con un punto de ultraje- 

Quiero que seas mi mujer y que no tengas que tratar nunca más Pon esa gentuza 

que ha abusado tanto de ti. Toni Carráscosa. Es que me da náuseas pensar que 

has estado con un individuo que sé llama así. Esta tarde he descubierto algo. 

Para ti o para otras personas puede ser una tontería, pero a mí me ha cambiado 

la vida. Es lo siguiente: yo antes pensaba que la realidad era una cosa mas o 

menos deficieníte, que podía tener ratos mejores o peores pero que en conjunto 

no daba mucho de sí. Las cosas buenas de verdad pasaban en la imaginación, en 

las películas o las novelas. El deseo siempre ira superior a lo que viniera 

después. Esta tarde me he dado cuenta de que estaba completamente 

equivocado. Todo el deseo que he sentido por ti desde ayer por la mañana no es 

nada en comparación con un solo segundo de lo que he disfrutado esta tarde. Y 

la imaginación es una tontería. Yo pensaba que era muy imaginativo, pero 

también me equivocaba. Toda mi vida creyendo que imaginaba cosas 

estupendas, mucho mejores que la realidad y núnca habría sido capaz de 

imaginarme lo que me pasaría contigo. Hay otra cosa más que no te he dicho. Yo 

tengo un defecto, y es que hasta ayer me volvían loco prácticamente todas las 

mujeres. Eso es un sinvivir. Estás con una en un bar y enseguida la comparas 

con otra que hay en la mesa de al lado. Contigo lo que me pasa es que me gustas 

más que nadie. Si te viera entre, todas las mujeres del mundo te elegiría sin la 

menor vacilación, y nunca miraría a ninguna otra.,, De otras mujeres a lo mejor 

me gustan mucho la cara o las piernas, pero no el tipo, o la voz, o los pendientes 

o los zapatos que llevan, o me encanta el carácter, pero fisicamente no me dicen 

gran cosa, así que no hay nada que hacer, para qué vamos a engañarnos. De ti 

me enloquece todo, hasta me gusta encontrarte en la boca un sabor a tabaco, 

fijate, y eso que yo no fumo. Me encanta que fumes en la cama. Dime como se 

llama esa canción de Nina Simone que te gusta tanto.

-Pero sí ya te lo he dicho muchas veces.

-Anda, una sola vez más.

-Don't smoke in bed.

Habíamos llevado el radiocasete a los pies de la cama. Rebóbiné la cinta y la 

puse en marcha desde la primera canción. Iba a decir algo más pero Pilar se 

apretó largamente contra mí, me pasó por los labios, las yemas de los dedos y 

me pidió en un susurro que no siguiera hablando.

No creo que hubiera dormido más de tres horas cuando a la mañana siguiente 

llegué al Ayuntamiento a las ocho en punto, pero sentía en todo mi cuerpo una 

ligereza elástica, y en mi ánimo una liviana disposición de optimismo. Ya había 

sol en los pisos más altos de los edificios, pero en las calles perduraba una 

fragante penumbra matinal y se agitaba en las capas de los árboles un escándalo 

resonante de pájaros. Yo saludaba a los demás funcionarios y fichaba como 

ellos, pero subía con un paso más rápido hacia las oficinas y guardaba dentro de 

mí como un privilegio el secreto espléndido de las dieciocho horas y diez 

minutos que había pasado en mi casa con Pilar.

Había temido encontrarme un oficio amenazador de Personal pidiéndome 

cuentas por la ausencia del día anterior. Pero nadie parecía haber reparado en 

ella. Cumplimenté los papeles de Registro sílbando Don't smoke in bed, sentado 

cerca de una ventana abierta, laborioso y feliz. Entonces recordé de pronto que 

debía llamar por teléfono a Marce para decirle que no viniera el fin de semana y 

para explicarle con toda franqueza lo que me había sucedido con Pilar y me 

agobió una mezcla de culpabilidad y desánimo que, tal vez no era más que un 

disfraz no demasiado indigno para la pura cobardía.

Me dije que era muy pronto, que al menos hasta una hora después ése problema 

no existía. Antes de dormirnos Pilar y yo habíamos acordado que en unas 

semanas yo dejaría el trabajo y nos iríamos juntos a Tánger, donde la vida era 

excitante y barata y ella tenía la posibilidad de que la contrataran como cantante 

en la orquesta de un hotel de lujo.

¿Y si aquel individuo con nombre de macarra o de narcotraficante panameño 

nos encontraba? Antes de las nueve sonó mi teléfono. Temí irracionalmente que 

fuera Marce, que lo hubiera descubierto todo, me dispuse instintivamente a 

negar y a mentir. Era Pilar. Quería que nos viéramos enseguida. Le pedí que 

esperara hasta las nueve y media, por no , arriesgarme otra vez a una sanción. 

Quedamos en un bar al que yo sabía que no iba mucha gente, en uno de los 

callejones que hay por detrás del Ayuntamiento. Antes fui al banco y retiré todo 

mi dinero, unas noventa mil pesetas, todo lo que había podido ahorrar en casi 

un año de trabajo. Guardé los fajos en un soporte con membrete del 

Ayuntamiento y fui en busca de Pilar, que ya estaba esperándome, con el pelo 

todavía húmedo de la ducha, con un olor limpio y fresco a gel. Mirarla me hizo 

tanta sensación como si hubiera pasado varias semanas y no un par de horas 

lejos de ella. Me senté frente a ella y cuando nuestras rodillas se encontraron el 

deseo desvaneció todas las incertidumbres de mi cobardía. Pero al fijarme con 

más cuidado en sus ojos me di cuenta de que había venido para despedirse de 

mí. Dijo simplemente que lo había pensado bien y que se iba sola, que no tenía 

derecho a complicarme a mí en el. desastre de su vida.

-Lo que pasa es que no te gusto mucho -dije tristemente-. Que te he hecho 

disfrutar mucho menos que tú a mí.

-¿Tan ciego estás como para decir eso? -por primera vez parecía ofendida 

conmigo- ¿Ya no te acuerdas de las cosas que me has hecho decirte?

-Tú no estás enamorada de mí no había sentido una congoja igual desde que 

tenía quince años-. Eso es lo que te ocurre. Todo lo demás es palabrería.

-Pero me gustaría estarlo -la mordedura del dolor fue tremenda: así que ella 

misma decía que no estaba enamorada- Hay una canción que a mí me gusta y 

que lo explica todo: "Si yo tuviera un corazón...".

-No me hables de canciones -yo estaba ignominiosamente a punto de llorar, 

delante del camarero que nos servía los cafés- No dicen más que tonterías.

Pilar se encogió de hombros y se puso de pie. Iba a irse, y se iba a ir justo en ese 

momento, no al cabo de unos minutos o de una hora. Le pedí que volviera a 

sentarse. No podía imaginar cómo sería mi vida cuando no me miraran nunca 

más aquellos ojos. Le tendí el sobre, y al palparlo supo lo que era, e hizo un 

gesto de rechazo que yo me negué a aceptar.

-Es el dinero de la subvención -le dije- He movido influencias para que te lo 

concedieran a fondo perdido. No tienes que justificarlo. Eso se llama "Fomento 

de actividades culturales" Pero frente a sus ojos tan claros yo no tenía la. menor 

posibilidad de que me fuese creída una mentira ,Guardó el sobre en el bolso, y 

luego el tabaco y el mechero, las gafas de sol, la barra de carmín y el espejo que 

acababa de usar, el único equipaje que yo le conocí. Nos pusimos los dos 

formalmente de pie, y yo pensé que la despedida nos paralizaría, pero me 

adelanté hacia ella y la estreché contra mí y la besé en la boca hasta quedarme 

sin aliento. Antes de irse me limpió el carmín con aquel gesto suyo de las yemas 

de los dedos. Volví a sentarme, bebí un sorbo de café con leche, levanté los ojos 

y Pilar ya no estaba en el café..

Me prometió que me escribiría desde Tanger, que me devolvería el dinero en 

cuanto pudiera. Se acabaron las mañanas maravillosas de agosto, terminaron 

las vacaciones de los jefes y Pilar no me había escrito aún. Yo buscaba con pavor 

en las páginas de sucesos alguna noticia que aludiera a ella o al impresentable 

gánster y proxeneta Ton Carrascosa.

A Marce no le dije nada, rompiendo así el pacto de contárnoslo todo que 

habíamos formulado cuando decidimos irnos a vivir juntos: Con el paso del 

tiempo, a medida que se me suavizaba el dolor de haber perdido a Pilar, pensé 

que esa experiencia, a pesar de todo, me había enseñado muchas cosas, y que tal 

vez sólo después de haberla vivido me encontraba de verdad en el camino de esa 

maduración de mi carácter que Marce tanto había echado siempre en falta.Pero 

ayer ocurrió algo. Estaba yo sentado en la parte de la mesa que corresponde al 

negociado de Fiestas, encogido opresivamente entre doña Flori, la subjefa de 

Varios, y la opresiva María Angustias Minguillón, y don Cecilio Nombela, que 

escribía a máquina de pie, en la repisa de la ventana, se volvió hacia el 

mostrador, se bajó las gafas hasta la punta de la nariz y me dijo-Mateo, hágame 

usted el favor de atender a esa señorita.Me emocioné nada más mirarla. Le 

pregunté que en qué podía servirla y me dijo que estaba buscando un calendario 

de las actividades culturales de la ciudad. Era rubia, con el pelo muy largo, con 

un traje. de, chaqueta entallado, medias oscuras y tacones, y llevaba una de esas 

carteras negras que suelen usar los ejecutivos. Me dijo que trabajaba en una 

oficina de congresos y actividades turísticas: me mostré enseguida de acuerdo 

en que nuestra información cultural podía interesar mucho a sus potenciales 

clientes, pero lamenté no poder facilitársela justo en ese momento. Le sugerí, no 

sin astucia, que volviera esta mañana, a las once, porque a esa hora don Cecilio, 

doña Flori y María Angustias Minguillón tienen que asistir providencialmente a 

una asamblea de funcionarios de la que estamos excluidos los interinos. Ahora 

mismo la estoy esperando, yo solo en el negociado, sentado en el sillón giratorio 

de don Cecilio, contando con avidez los pocos minutos para que den las once. 

Quién sabe si entre todas las mujeres del mundo no será de verdad esta rubia la 

mujer de mi vida


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