Amazon Prime

Kindle

viernes, 4 de marzo de 2022

Casi verano

 

ANTONIO MUNOZ MOLINA 27/03/1992 

 

Apenas han terminado de florecer los almendros y ya están abiertas las 

heladerías. La luz de las mañanas vibra con la ofuscación hiriente de las 

primeras mañanas calurosas de mayo, y la declinación de la tarde tiene una 

calidad rosada en la línea que divide los aleros de los edificios y el azul quieto 

del aire donde ya aletean a destiempo los murciélagos. Contra toda costumbre, 

el verano de la realidad irrumpe antes que el de los escaparates de las tiendas de 

modas, y ya hay mujeres que salen sin medias a la calle y cruzan los semáforos 

con las piernas desnudas y todavía muy blancas, con blusas translúcidas que 

llevan desabrochados los primeros botones. El desastre que anuncian los 

informes de los meteorólogos, el probable apocalipsis de bosques incendiados y 

de desiertos futuros que ya está sucediendo, tiene en la ciudad una apariencia 

casi lírica de verano prematuro, de primavera tranquila que puebla de veladores 

y de pájaros las calles que hasta hace nada ocupó el invierno. Nadie se acuerda 

de cuándo fue la última vez que vio llover, porque en la ciudad, en las ciudades; 

muy poca gente echa de menos la lluvia, la conciben como un fondo tedioso para 

los cristales opacos, como un contratiempo que interfiere el tráfico y vuelve 

difíciles los taxis. El agua, en la ciudad, sale dócilmente de los grifos, no cae del 

cielo ni brota de los manantiales de la tierra.La lluvia, como en el poema de 

Borges, sucede siempre en el pasado. La lluvia parece ya un atributo de la mala 

literatura, de las melancolías antiguas de provincias, de las películas en blanco y 

negro, donde sus hilos falsos chorreaban por los sombreros de los héroes y 

bruñían las hélices de los aviones y las carrocerías de los coches en los que 

escapaban los gánsteres por carreteras secundarias. Para la gente del campo, la 

que todavía queda, la lluvia es otro de los dones que le han arrebatado con 

inexplicable crueldad los tiempos modernos. Ven que se pierden las cosechas, 

que se trastornan los ciclos de las estaciones, y mueven la cabeza con un pesado 

sentimiento de estupor y despojo, acordándose de los gozosos temporales de 

hace 30 o 40 años, cuando durante semanas enteras no dejaba de oírse desde el 

interior de las casas el ruido olvidado de la lluvia, saltando a la calle por los 

canalones de zinc, golpeando las tejas sueltas, bajando en arroyos por los 

empedrados, empapando la tierra y las cortezas de los árboles, o cayendo en 

silencio, con un sigilo de niebla, sobre los surcos oscuros, inundándolos de una 

fertilidad poderosa que levantaba un vapor tenue sobre el verde recién brotado 

en las primeras mañanas de sol.

Los días de aceituna, en invierno, si al despertarnos oíamos la lluvia, era que nos 

podíamos quedar tranquilamente en la cama, y su sonido hacía más dulce el 

calor de-las mantas o el de las ascuas del brasero. Hay una parte de uno mismo 

que se . mantiene inalterada a través de los años, una memoria que se obstina 

en los anacronismos y en las promesas de la felicidad y se rebela sordamente 

contra la ausencia de la lluvia y no acepta la tiranía de esta claridad perpetua de 

verano, tan excesiva como la de esos anuncios de saludables Californias que 

suelen verse en la televisión. Es un desasosiego muy semejante al de los viajes 

transoceánicos o al de los cambios de hora, una necesidad de que el tiempo 

acomode su ritmo a las lentitudes de la vida, una nostalgia intolerable no de 

ningún paraíso, sino del hecho simple y olvidado de que al salir a la calle inunde 

el aire el olor de la lluvia o haya que salir corriendo para buscar el refugio de un 

alero o de un toldo. Pues sólo entonces será posible otra delicia que también 

pertenece ahora al pasado, la de descubrir cualquier mañana que ha dejado de 

llover, que el sol deslumbra el asfalto de la ciudad y las hojas de los árboles, que 

van a abrir muy pronto las heladerías y las mujeres han guardado las medias 

hasta el próximo invierno y han salido con las piernas desnudas. Dice hoy el 

periódico que por el noroeste se acerca la lluvia: si es cierto, cuando la vuelva a 

oír y la huela en el aire tendré la sensación de recobrar los olores de un sueño.


No hay comentarios:

Publicar un comentario