Por Álvaro Restrepo
“No one is free, even the birds are chained to the sky.”―Bob Dylan
(Nadie es libre, hasta los pájaros están encadenados al cielo)
Érase una vez un rey muy poderoso que amaba con locura los cantos de
los pájaros. En su palacio tenía cientos, miles de jaulas de todos los
tamaños, formas y materiales preciosos, en las que coleccionaba las
más bellas aves del reino. El rey las tenía clasificadas por el tipo
de sonido que producían: trinos, gorjeos, graznidos, silbidos,
chirridos, llamados, reclamos… Le gustaba sentarse, a diferentes horas
del día, a escuchar con deleite la gran variedad de melodías que
emanaban de las jaulas en las que vivían sus amadas joyas aladas.
Un buen día llegó al reino un juglar, que venía precedido no sólo por
por su fama de cantante y vate inspirado sino sobre todo por su
talento único para traducir, al lenguaje de los hombres, el canto de
los pájaros.
El monarca ordenó que el bardo viniera a verlo, pues quería entender
lo que decían sus amores en sus trinos. Le gustaba, además, ostentar
la cantidad y variedad de sus tesoros frente a los extranjeros que
visitaban sus dominios. El poeta fue conducido de inmediato ante el
rey. No le advirtieron que su misión era, no sólo entretener con su
canto al soberano sino - más importante aún - traducir para él las
voces y versos de sus aves.
Luego de cantar en la sala del trono para el rey y sus cortesanos,
este le pidió que lo acompañara a recorrer el palacio, para que
admirara las portentosas jaulas y sus multicolores habitantes.
“Quiero saber qué dicen mis ángeles”, le dijo, “quiero entender sus
voces y tonadas”.
“Majestad, me temo que esto no será posible. Yo vengo de tierras
lejanas y no conozco el idioma de estas aves.”
“¡Mientes!”, le dijo el rey…, “es por todos sabido que dominas el
lenguaje universal de los seres alados de este mundo. Si te niegas a
cumplir lo que te pido te cortaré la lengua para que no puedas volver
a cantar… ¡ni a mentir!”, le dijo el monarca enfurecido.
El poeta bajó la mirada y de sus ojos brotaron lágrimas:
“Majestad: escucho y obedezco. En unas pocas frases resumiré lo que
cantan sus pájaros amados. Pero debe prometerme, Alteza, que una vez
Ud. esté enterado, me permitirá regresar a mi patria, para nunca pisar
de nuevo estas tierras.”
“Así será,” dijo el rey. “Tienes mi palabra. "
“La primera vez que la palabra libertad fue escrita en el firmamento”,
dijo el poeta, “lo hizo el Creador con la primera pluma de la primera
ave que brotó de sus manos. Alas y libertad son desde entonces
sinónimos. Alteza, los cantos que Ud. escucha con deleite todos los
días, no son otra cosa que lamentos, aullidos, gritos, imprecaciones,
maldiciones, alaridos desgarradores por la libertad arrebatada. Un
pájaro enjaulado equivale a un muñón, a un ojo sacado con un gancho… a
un árbol talado a golpes de hacha ensangrentada. Los gritos de
angustia y desesperación que se escuchan en los manicomios y las
prisiones del reino, no son más que pálidos y débiles ecos, comparados
con el dolor que cantan sus aves. Alteza, no puedo mentirle: entre más
bello, sutil y dulce es el canto de los seres que Ud. tanto ama, más
lascerante y trágico es su mensaje. Un pájaro enjaulado es la
manifestación más aguda y tremenda de la muerte en vida… Pero…se lo
ruego...permítame ahora partir. Mi corazón sufre por el sufrimiento
que estas verdades le han causado. Majestad, una verdad enjaulada y
sin vuelo, es como uno de sus emplumados prisioneros.”
El rey, desconsolado, lo dejó partir, pero cuando ya estaba el
trovador a punto de cruzar las fronteras del reino, ordenó que lo
emboscaran y apresaran y que le cortaran la lengua, la misma que le
había revelado su infamia.
Acto seguido, fueron abiertas las jaulas y liberadas todas las aves
del palacio del rey. Algunos pájaros, aún con la puerta abierta, se
negaron a partir, pues ya no sabían vivir en libertad. La única que
permaneció cerrada para siempre fue una jaula de oro, con
incrustaciones de piedras preciosas, donde el monarca exhibía la
lengua cercenada y palpitante del poeta que desnudó su crueldad y que
lo llevó a comprender que la libertad es un insondable - e
insobornable - vuelo sin retorno.
Fin
Tomado del periódico el espectador de Colombia.
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