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jueves, 9 de diciembre de 2021

EL ÚLTIMO VUELO. Por santiago Posteguillo

  EL ÚLTIMO VUELO

 

El presidente Eisenhower, sin saberlo, se cruzó una segunda vez con la historia de la literatura universal. En este caso examinó aquella carta que acababa de recibir y que le habían dejado en la mesa junto con el resto del correo oficial relevante según sus asesores. Se trataba de una petición, una más, pero especial: un francés de cuarenta y tres años, experimentadísimo piloto, solicitaba ser admitido en un convoy para incorporarse como piloto de reconocimiento en el Mediterráneo. El solicitante apenas podía vestirse solo ni girar la cabeza hacia la izquierda, lo que implicaba que no podría detectar a un avión enemigo por ese lado. Todo esto se debía a innumerables fracturas de accidentes aéreos sufridos en el pasado. Pese a todo, el solicitante insistía en que todavía podía ser útil a su país y a los aliados como piloto gracias a su enorme experiencia. El presidente estadounidense dejó la carta sobre la mesa. Meditó. Quien había escrito aquella petición no era alguien común; por eso había llegado hasta la mesa del presidente de Estados Unidos. Eisenhower asintió en silencio. Aprobó la solicitud. Ese espíritu era el que necesitaban para ganar aquella maldita guerra.

 

Antoine esperaba con ansia la reacción a su carta. Llegó en el correo de una mañana cálida. Cuando Antoine recibió la respuesta del presidente, no lo dudó: lo tenía todo preparado hacía muchos días, semanas. Solamente faltaba un detalle. Algo que no consideraba de particular importancia, sólo era un libro más, pero aun así se preocupó de embalar bien las hojas y remitir el manuscrito a sus editores. Ya había publicado cinco novelas con ellos. La mayoría eran relatos épicos sobre la historia de la aviación basados en sus propias experiencias en Europa, el Atlántico, África y Sudamérica. Aquel nuevo relato, no obstante, era algo diferente. Se trataba de una gran metáfora.

 

Antoine cruzó el gran océano en dirección a Europa a los pocos días, pero le ordenaron ir al norte de África. Allí tendría la misión. No discutió. Sabía que con sus heridas del pasado no estaba en situación de exigir nada. Una vez en una base de la Francia libre en Argelia, le asignaron un moderno P-38 Lightning. Necesitó varias semanas de adiestramiento para familiarizarse con el nuevo cuadro de mandos y su tecnología, pero al final volvió a volar. Fue una sensación maravillosa aquel reencuentro con el cielo azul, las nubes y los grandes horizontes sin fin. Lamentablemente, en su segunda misión estrelló el avión. La investigación confirmó que el avión había sufrido un fallo mecánico que había detenido el motor, pero aun así Antoine, que una vez más había sobrevivido, tuvo que quedarse ocho meses sin pilotar. Para él se trataba de una condena injusta, pues él no había sido el culpable del accidente, pero calló y aguantó. El general norteamericano Ira Eaker permitió que por fin Antoine volviera a volar tras ese período de meses en tierra, pero la nueva orden llegó tarde: el mal ya estaba hecho. Y es que Antoine había tenido que sufrir no sólo que le alejaran del aire, sino las acusaciones de ser colaborador del régimen de Vichy. Antoine era demasiado conocido y su nombre era usado como moneda de cambio para acusaciones políticas de unos y otros. Hasta el propio De Gaulle le acusó de ser colaboracionista de los alemanes. Antoine cayó en una profunda depresión. Fue entonces cuando empezó a beber de forma incontrolada.

 

La mañana del 31 de julio de 1944, Antoine subió de nuevo a un P- 38 modelo P5 no armado y partió en su novena misión de reconocimiento. El ejército estadounidense estaba preparando la invasión del sur de Francia, lo que luego denominarían la Operación Dragón, y necesitaban de más informes sobre los movimientos de tropas alemanas en esa región.

 

No sabemos exactamente qué pasó.

 

Antoine no regresó nunca de aquella misión.

 

¿Le atacaron por la izquierda y no pudo ver el avión de combate alemán? ¿Subió en malas condiciones al avión? ¿O el aparato sufrió un nuevo error mecánico? La perfección no era frecuente en la construcción de aviones durante la segunda guerra mundial. De hecho, hasta hay obras de teatro norteamericanas sobre el asunto: por ejemplo, por si sienten curiosidad, lean Todos eran mis hijos, de Eugene O’Neill. Pero, volviendo a Antoine y su desaparición, no sabemos nada. Pudo pasar cualquier cosa.

 

Mientras, en Nueva York, su editor leía aquel manuscrito que Antoine le había enviado antes de alistarse en las fuerzas francesas en el norte de África. Se quedó perplejo.

 

¿Qué era aquello? No era una novela como El aviador (1926), Correo del sur (1928), Vuelo nocturno (1931), Tierra de hombres (1939) o Piloto de guerra (1942). Era otra cosa completamente diferente. Ni siquiera sabía si quería publicarlo o no. Pero entonces llegaron las noticias: Antoine había caído en el frente europeo. El piloto de pilotos, uno de los aviadores más audaces de la historia, a la par que un escritor difícil de clasificar, había muerto. El editor se quedó mirando aquellas páginas. Era su testamento literario. Antoine siempre había cumplido. Incluso si aquel texto era extraño, merecía ver la luz. Publicó el libro.

 

Un piloto germano reclamó en 2008 que él fue quien abatió el P-38 modelo P5 de Antoine en el sur de Francia, en las costas próximas a Marsella, pero que al saber quién era el piloto prefirió no admitirlo en ese momento. Las investigaciones posteriores no han confirmado este hecho. Es muy improbable que un piloto alemán pudiera saber quién era Antoine, uno de los más famosos periodistas, escritores y pilotos franceses de toda la historia, pues los aliados no revelaron su identidad hasta varios días después de la desaparición de su avión. Quizá el octogenario piloto alemán de 2008 sólo buscaba publicidad. Es posible. Es difícil saber la verdad sobre el pasado.

 

Pero ¿quién era Antoine?

 

Apenas unos meses después de la desaparición de su avión, el último manuscrito de Antoine se publicó en Estados Unidos y luego en Francia con un notable éxito de crítica y público, aunque nadie tenía muy claro si se trataba de un cuento para niños o de una gran metáfora sobre la existencia del hombre. El texto era inesperado, peculiar, diferente: trataba sobre un niño que vivía en un asteroide, el numerado B-612, en donde había tres volcanes y una rosa y donde el peculiar protagonista niño tiene que luchar contra los árboles baobab que amenazan con echar raíces en su planeta. De hacerlo, quebrarían el asteroide en mil pedazos. La rosa es más bien engreída y siempre tiene un comentario negativo para el niño, que, un día, decidirá abandonar su pequeño asteroide para viajar y conocer otros mundos. En uno de esos viajes, el pequeño príncipe del asteroide B-612 llegará a un lejano planeta llamado Tierra, en donde conocerá a un aviador que camina perdido por el desierto. Los diálogos entre el protagonista y los diferentes personajes del relato no tienen desperdicio, repletos de ironías y críticas a nuestra sociedad, empeñada en destruir la ingenuidad de los niños para que éstos terminen aceptando la cruda realidad del mundo gobernado por los adultos y sus innumerables prejuicios, incoherencias e injusticias. A la gente le apasionó. Y aún sigue gustando a grandes y pequeños. Cada uno lo lee desde su visión y el texto le aporta enseñanzas diferentes sobre la vida. Hoy día, los investigadores que han profundizado en la vida de Antoine consideran que el relato que se publicó tras su muerte tiene mucho que ver con los días que siguieron a un accidente de Antoine en los años treinta, antes de la segunda guerra mundial, cuando éste quedó, junto con su copiloto, perdido en medio del desierto del Sahara hasta que fue rescatado por un beduino cuando estaba a punto de morir por deshidratación. ¿Era el relato fruto de las alucinaciones por la falta de agua y el sol cegador? Fuera como fuese, El principito, que así se llamaba aquel relato o novela corta, sigue despertando enorme interés de público y crítica.

 

El avión de Antoine de Saint- Exupéry, curiosamente, fue recuperado en octubre de 2003. El 7 de abril de 2004 los investigadores confirmaron que se trataba de un P-38 modelo P5. No había impactos de balas en los trozos recuperados, pero quedó mucho avión enterrado en el fondo del mar; y también es posible que fuera en el fuselaje, que no se recuperó, donde estuviera la respuesta a aquel fatal accidente. ¿O ataque militar? Es casi imposible aceptar un fallo humano en alguien que pilotaba desde los años veinte.

 

¿Qué fue lo último que pensó Antoine? Muchas preguntas y pocas respuestas, aunque quizá él dejó todas sus respuestas a esta existencia de locos que nos ha tocado vivir en El principito. Muchos creen que se trata de un simple cuento de hadas, de un relato infantil, pero para mí ese libro es la obra de alguien que había visto la muerte de cerca muchas veces en su vida. Las reflexiones de alguien así merecen la pena leerse.

 

* Tomado de “La noche en que Frankenstein leyó el Quijote” de Santiago Posteguillo.

 

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