Érase
un campesino que tenía un gato tan travieso, que su dueño, perdiendo al fin la
paciencia, lo cogió un día, lo metió en un saco y lo llevó al bosque, dejándolo
allí abandonado.
El
Gato, viéndose solo, salió del saco y se puso a errar por el bosque hasta que
llegó a la cabaña de un guarda. Se subió a la guardilla y se estableció allí.
Cuando tenía ganas de comer cazaba pájaros y ratones, y después de haber
satisfecho el hambre volvía a su guardilla y se dormía tranquilamente. Estaba
contentísimo de su suerte.
Un
día se fue a pasear por el bosque y tropezó con una Zorra. Ésta, al ver al
Gato, se asombró mucho, pensando: «Tantos años como llevo viviendo en este
bosque y nunca he visto un animal como éste.»
Le
hizo una reverencia, preguntándole:
-Dime,
joven valeroso, ¿quién eres? ¿Cómo has venido aquí? ¿Cómo te llamas?
El
Gato, erizando el pelo, contestó:
-Me
han mandado de los bosques de Siberia para ejercer el cargo de burgomaestre de
este bosque; me llamo Kotofei Ivanovich.
-¡Oh
Kotofei Ivanovich! -dijo la Zorra-. No había oído ni siquiera hablar de tu
persona, pero ven a hacerme una visita.
El
Gato se fue con la Zorra, y llegados a la cueva de ésta, ella lo convidó con
toda clase de caza, y entretanto le preguntaba detalles de su vida.
-Dime,
Kotofei Ivanovich, ¿estás casado o eres soltero?
-Soy
soltero -dijo el Gato.
-Yo
también soy soltera. ¿Quieres casarte conmigo?
El
Gato consintió y en seguida celebraron la boda con un gran festín.
Al
día siguiente se marchó la zorra de caza para procurarse más provisiones,
poderlas almacenar y poder pasar el invierno, sin preocupaciones, con su joven
esposo. El Gato se quedó en casa.
La
Zorra, mientras cazaba, se encontró con el Lobo, que empezó a hacerle la corte.
-¿Dónde
has estado metida, amiguita? Te he buscado por todas partes y en todas las
cuevas sin poder encontrarte.
-Déjame,
Lobo. Antes era soltera, pero ahora soy casada; de modo que ten cuidado
conmigo.
-¿Con
quién te has casado, Lisaveta Ivanovna?
-¿Cómo?
No has oído que nos han mandado de los bosques de Siberia un burgomaestre
llamado Kotofei Ivanovich? Pues ése es mi marido.
-No
he oído nada, Lisaveta Ivanovna, y tendría mucho gusto en conocerlo.
-¡Oh,
mi esposo tiene un genio muy malo! Si alguien lo incomoda, en seguida se le
echa encima y se lo come. Si vas a verle no te olvides de preparar un cordero y
llevárselo en señal de respeto; pondrás el cordero en el suelo y tú te
esconderás en un sitio cualquiera para que no te vea, porque si no, no respondo
de nada.
El
Lobo corrió en busca de un cordero.
Entretanto,
la Zorra siguió cazando y se encontró con el Oso, el cual empezó, a su vez, a
hacerle la corte.
-¿Qué
piensas tú de mí, zambo? Antes era soltera, pero ahora soy casada y no puedo
escuchar tus galanterías.
-¿Qué
me dices, Lisaveta Ivanovna? ¿Con quién te has casado?
-Pues
con el mismísimo burgomaestre de este bosque, enviado aquí desde los bosques de
Siberia, y que se llama Kotofei Ivanovich.
-¿Y
no sería posible verle, Lisaveta Ivanovna?
-¡Oh
amigo! Mi esposo tiene un genio muy malo, y cuando se enfada con alguien se le
echa encima y lo devora. Ve, prepara un buey y tráeselo como demostración de tu
respeto; pero no olvides, al presentarle el regalo, esconderte bien para que no
te vea; si no, amigo, no te garantizo nada.
El
Oso se fue en busca del buey.
Entre
tanto, el Lobo mató un cordero, le quitó la piel y se quedó reflexionando hasta
que vio venir al Oso llevando un buey; contento de no estar solo, lo saludó,
diciendo:
-Buenos
días, hermano Mijail Ivanovich.
-Buenos
días, hermano Levon -contestó el Oso-. ¿Aún no has visto a la Zorra con su
esposo?
-No,
aunque llevo esperando un buen rato.
-Pues
ve a llamarlos.
-¡Oh,
no, Mijail Ivanovich, yo no iré! Ve tú, que eres más valiente.
-No,
amigo Levon, tampoco iré yo.
De
pronto vieron una liebre que corría a toda prisa.
-Ven
aquí tú, diablejo -rugió el Oso.
La
Liebre, asustada, se acercó a los dos amigos, y el Oso le preguntó:
-Oye
tú, pillete, ¿sabes dónde vive la Zorra?
-Sí,
Mijail Ivanovich, lo sé muy bien -contestó la Liebre con voz temblorosa.
-Bueno,
pues corre a su cueva y avísale que Mijail Ivanovich con su hermano Levon están
listos esperando a los recién casados para felicitarlos y presentarles, como
regalos de boda, un buey y un cordero.
La
Liebre echó a correr a casa de la Zorra, y el Oso y el Lobo se pusieron a
buscar el sitio para esconderse. El Oso dijo:
-Yo
me subiré a un pino.
-¿Y
qué haré yo? ¿Dónde podré esconderme? -preguntó el Lobo, desesperado-. No
podría subirme a un árbol a pesar de todos mis esfuerzos. Oye, Mijail
Ivanovich, sé buen amigo: ayúdame, por favor, a esconderme en algún sitio.
El
Oso lo escondió entre los zarzales y amontonó encima de él hojas secas. Luego
se subió a un pino y desde allí se puso a vigilar la llegada de la Zorra con su
esposo, el terrible Kotofei Ivanovich.
Entre
tanto la Liebre llegó a la cueva de la Zorra, dio unos golpecitos a la entrada,
y le dijo:
-Mijail
Ivanovich con su hermano Levon me han enviado para que te diga que están listos
y te esperan a ti con tu esposo para felicitarlos y presentarles, como regalo
de boda, un buey y un cordero.
-Bien,
Liebre, diles que en seguida iremos.
Un
rato después salieron el Gato y la Zorra. El Oso, viéndolos venir, dijo al
Lobo:
-Oh
amigo Levon, allí vienen la Zorra y su esposo. ¡Qué pequeñín es él!
El
Gato se acercó al sitio donde estaban los regalos, y precipitándose sobre el
buey empezó a arrancarle la carne con los dientes y las uñas. Se le erizó el
pelo, y mientras devoraba la carne, como si estuviese enfadado, refunfuñaba
«¡Malo! ¡Malo!»
El
Oso pensó asustado: «¡Qué animal tan pequeño y tan voraz! ¡Y qué exigente! A
nosotros nos parece tan sabrosa la carne de buey y a él no lo gusta; a lo mejor
querrá probar la nuestra.»
El
Lobo, escondido en los zarzales, quiso ver al famoso burgomaestre; pero como
las hojas le estorbaban para ver, empezó a separarlas.
El
Gato, oyendo el ruido de las hojas, creyó que sería algún ratón, se lanzó sobre
el montón que formaban y clavó sus garras en el hocico del Lobo. Éste dio un
salto y escapó corriendo. El Gato, asustado también, trepó al mismo árbol donde
estaba escondido el Oso.
«
¡Me ha visto a mí!», pensó el Oso, y como no podía bajar por el tronco, se dejó
caer desde lo alto al suelo, y a pesar del daño que se hizo, se puso en pie y
echó a correr.
La
Zorra los persiguió con sus gritos.
-¡Esperen
un poco y se los comerá mi valiente esposo!
Desde
entonces todos los animales tuvieron un gran miedo al Gato, y la Zorra, con su
maridito, provistos de carne para todo el invierno, vivieron contentos y felices
de su suerte
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