Aquella tarde, cuando desperté de la siesta, era casi de noche. Había llegado cansado y, tumbado en mi cama, había caído en un profundo sueño. Mi casa estaba en silencio. De pronto, la ventana de mi cuarto se abrió de golpe mientras las cortinas volaban de un lado a otro. Me levanté de un salto y cerré el ventanal como pude, pues la fuerza del viento me lo impedía. Unas nubes negras anunciaban un gran chaparrón. Al comenzar a tronar, oí que alguien andaba por el pasillo de casa.
«¿Mamá eres tú?» grité. Nadie contestó, los pasos se detuvieron. Pero en un instante el pomo de la puerta empezó a girar lentamente, mientras mi corazón latía a mil por hora. Me metí dentro del armario y, escondido detrás de unos abrigos, esperé callado y muerto de miedo. Alguien entró en mi habitación y miró debajo de la cama; yo podía verlo a través de la cerradura del armario. Era un hombre corpulento que llevaba un abrigo largo y unos guantes negros.
«Es un ladrón, el primero que veo en mi vida». Mientras pensaba esto, el hombre se volvió hacia el armario y vino hacia mí. Abrió la puerta pero no me vio. Se quitó un guante y movió lentamente el brazo de un lado a otro. Su mano estaba a punto de alcanzarme cuando la ventana volvió a abrirse de un fuerte golpe y una voz lejana gritaba «Javi, ya estamos aquí».
El hombre de negro desapareció por la ventana, saltando al jardín de mi casa casi al tiempo que mi madre entró en mi habitación encontrando todo revuelto. — ¿Pero qué ha pasado aquí?
—¡Mamá ha entrado un ladrón! Ha huido por ahí…
Mis padres se asomaron y vieron que un gato negro se alejaba por el jardín.
—Siempre tienes el mismo sueño, Javi.
Aturdido, no supe qué responder, ¿sería una pesadilla? Pero aquella noche debajo de mi cama encontré algo que me dejó helado: un enorme guante negro.
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