Quiero
dirigirme, particularmente, a vosotros los realistas. Los maniquíes…, en todo
caso, los que yo conozco pueden perfectamente hablar. Debo pediros que nunca
tratéis de acallar las manifestaciones hechas por ellos o por otros objetos
inanimados. Si tú, por ejemplo, te golpeas la pierna contra una silla
atravesada en tu camino, golpéala, insúltala; pero, por el amor de Dios, no le
niegues el derecho a replicarte.
Dos
semanas antes de la inauguración de la temporada, Atlantic Beach Park era,
cualquier noche, una ciudad fantasma, envuelta en sombras y silencio. Una
neblina procedente del océano se enroscaba en la rueda Ferris, cubría la
desierta montaña rusa y transformaba las luces de la calle en vacilantes
manchas amarillas.
Dentro de
la gran habitación del viejo edificio que albergaba la cámara de los horrores
de Pop Dillon, el Gran Museo de Figuras de Cera, una bombilla polvorienta al
final de un largo cordón proyectaba escasa luz, pero dejaba los rincones llenos
de sombras que parecían agazapadas, a punto de saltar. Toda una vida dedicada
al negocio de las ferias, había hecho del hombrecillo apergaminado que era Pop,
un ave nocturna. Ahora estaba preparando su surtido de criminales, asesinos y
víctimas a punto para la temporada de trabajo. En realidad sólo se trataba de
quitarles el polvo del invierno o remendar algún que otro desgarrón en sus
ropas.
Tarareando
fuera de tono, Pop arregló la corbata de Hil-mes, el rey de los asesinos de
Chicago, cuyo extraordinario pasatiempo consistía en cortar a pedazos bellas
jovencitas en el sótano de su casa. Después pasó a John Dillinger.
"Boga,
boga, boga en tu barca, dulcemente río abajo
-canturreaba
Pop para sí-, alegremente, alegremente, que la vida no es más que un
sueño…"
-Hola,
señor Dillinger. Tiene usted muy buen aspecto. Pero, cómo, ¿ha descuidado usted
su pistola? ¡Está oxidada!
Dillinger
no contestó. Unas veces lo hacía; otras, no. Dependía del humor. Pop estaba
siempre dispuesto a charlar cuando una de sus figuras de cera parecía desearlo
y, así, había sostenido muchas e interesantes conversaciones con algunos, como
Jack el Destripado?, que era, naturalmente, muy presumido. Otros nunca decían
palabra…, eran del género silencioso. Pop nunca les forzaba a hablar…
"Incluso un muñeco de cera tiene derecho a su intimidad", solía
decir.
Pop estaba
limpiando el polvo de Jack el Destripador, que, cuchillo en ristre, se
inclinaba sobre una víctima femenina con una diabólica sonrisa en su rostro,
cuando oyó abrirse la puerta principal.
-¡Pop!
-Era Hendryx, el policía, un joven corpulento y amable que se adelantó hacia el
punto de luz en el momento en que Pop se volvía-. Tengo algo que decirle.
-¿Sí?
-dijo Pop lleno de curiosidad.
-Vengo a
advertirle. Acaba de ocurrir hace un par de horas.
-¿Qué?
-Su viejo
amigo Burke Morgan se ha fugado. Iba camino de la penitenciaría de Shore Beach…
-¿Que se
ha fugado Morgan? -Las facciones ajadas de Pop reflejaron cierto disgusto-.
Pero, ¡si va a ir a la silla eléctrica a medianoche!
-Iba.
-¿Quiere
decir que ya no va?
-Tuvo la
desfachatez de pedir al gobernador que retrasaran su ejecución. Dijo que no se
encontraba bien para ser ejecutado. ¡Imagínese! Ha estado internado en el
hospital de la cárcel con no sé qué. ¿Qué le parece el descaro?
A Pop sólo
se le ocurrió mover la cabeza.
-Claro que
el gobernador dijo que no. Pero tal como ha
ido todo,
no ha servido de nada. Burke se ha escapado. Creí
que e era
mejor advertirle a usted.
-Mala
cosa. Su fuga…
-Lo tenía todo
preparado. Empezaron a ocurrir cosas sospechosas. Entonces, el gobernador manda
trasladar a Morgan a Shore Beach, porque la silla eléctrica de la penitenciaría
del Estado no funciona…
-Pero, me
acaba de decir que no iban a electrocutarle…
-Porque se
fugó. Iban cuatro guardias en la fugoneta y huyó. Apareció un camión, topó
contra la furgoneta y la volcó.
-Vaya,
¡qué desgracia!
-Tuvieron
que sacar a Morgan de la furgoneta con un soplete. Y los dos que lo hacían
llevaban ametralladoras… Es así como me lo han contado.
-¡Oh,
deben apresarle! -gimió Pop-. Todo mi verano se arruinará si no le cogen.
-Yo sólo
quería advertirle. Creen que está herido. Y esto no le hará mucha gracia.
Bueno, tengo que irme ya. Sólo le digo que esté al acecho.
- ¡Todo el
verano al diablo! -se quejó Pop-. Mire esto, Hendryx, fíjese en la
presentación. Será una gran atracción, pero sólo si se electrocuta a Morgan.
-Debería
irme -repitió Hendryx siguiendo a Pop hasta una silla eléctrica, de lo más
realista, colocada sobre una plataforma en medio de la habitación. Luego
preguntó-: ¿Qué será la atracción, Pop?
-Pues
estoy haciendo una figura de cera de Burke Morgan, la tengo en el taller.
Aparecerá sentado en esta silla eléctrica. Es bonita, ¿verdad? La conseguí en
Race Street a un precio muy razonable en una casa de atrezos para los teatros.
-La
muchacha que lleva la bandeja, figura ser Alice Johnson, ¿verdad?
-Y sentado
ante la mesa está Pretty Boy Thomas. Es la misma mesa donde estaba comiendo
cuando Morgan se acercó a la ventana de Briny Spray Oyster House junto al
muelle de madera y le pegó un tiro por una simple discusión.
-Se parece
mucho a Pretty Boy, Pop, de verdad. Parece vivo…, aunque lo cierto es que no lo
está.
-Voy a
llamar a este grupo "Burke Morgan, ganador del concurso, electrocutado,
contemplado por sus víctimas".
-Buena
idea, Pop. Pero de verdad que tengo que irme.
Sólo
quería avisarle. Si oyera a alguien tratando de entrar, mejor que nos llame
enseguida.
-Ese Burke
Morgan es un presumido. El haber tomado parte en aquel concurso, todavía le
envaneció más. Siempre presumiendo de lo mucho que había leído sobre el crimen
y los criminales, así que al salirle ese tema en el concurso fue estupendo para
él. De todos modos, vino a verme para hablar de mis huéspedes.
-Típico de
Morgan -observó Hendryx.
-¿A que no
sabe lo que me dijo? Que los otros criminales eran analfabetos y por eso les
apresaban. Luego añadió que había matado a doce hombres, ¡una docena entera!, y
que nunca se había sospechado de él.
-Está
bien, Pop. Tenga mucho cuidado.
Hendryx se
marchó. Por un momento, Pop pareció deprimido al acercarse a la mesa
primorosamente servida donde una figura hermosa, de cabello rizado, parecía
estar comiendo. Pero empezó a limpiar el polvo de la loza y los cubiertos y los
volvió a colocar.
-Así es la
vida, Pretty Boy -suspiró-. Preparo una buena escena y va Burke Morgan y se
fuga. A lo mejor todavía puedo salvarlo… Montar otra vez el asesinato, el
momento en que Morgan te dispara mientras tú comes ostras. ¿Por qué fue esa
pelea entre los dos?, dime.
Esperó,
pero Pretty Boy no contestó. Probablemente, también Pretty Boy estaba
preocupado por la fuga. Quizás hubiera preferido formar parte del grupo que
contemplaba la ejecución en lugar de recrear su propia muerte violenta.
Pop se
volvió a la figura de Alice Johnson, una joven esbelta de pelo castaño oscuro y
ojos tristes, la muchacha que había presenciado el crimen. Arregló el delantal
de Alice, se aseguró de que la bandeja estaba firme y le atusó el cabello.
-Ya está.
Estás muy guapa, Alice.
Creyó
oírla decir "gracias", pero no estaba seguro. Alice seguía siendo muy
tímida y apenas hablaba más fuerte que un susurro. Pero estaba tan guapa, que
Pop no pudo evitar decirle:
-Si no
hubieras gritado, Alice, Morgan no se habría fijado en ti y no hubiera
disparado. Pero, bueno, no te pongas triste, no debí habértelo recordado. Sé
que es una pesadilla, pero serás feliz aquí con nosotros, Alice; de verdad que
lo serás. Este verano podrás ver a miles de personas que te admirarán, ya lo
verás. Y después de todo, si no hubieras gritado no habrían apresado a Morgan.
Pop, con
mucho tacto, dejó que Alice recuperara la compostura y siguió limpiando el
polvo hacia lo más oscuro de la habitación. Allí se paró. Un muñeco no estaba
en su sitio.
-Vamos, Burke
Morgan -le reprochó-, ¿qué estás haciendo en este rincón?
-Está
bien, Pop -contestó la figura a media voz-, tómalo con calma, no querrás que te
mate.
La
expresión de Pop se volvió severa. Sus figuras estaban autorizadas a hablarle,
pero no se les permitía amenazar.
-No me
hables así, Morgan -le advirtió-, o te meteré una semana en un armario oscuro.
Además, todavía no estás terminado. Así que vete ahora mismo al taller.
La figura
de cera se adelantó unos pasos, con un brillo de acero en la mano.
- Soy yo,
Burke Morgan -dijo la voz curiosamente culta y dulce-. No creerás de verdad que
una de tus figuras se pone a hablar contigo.
-Claro que
lo hacen -le respondió Pop, dándose cuenta de que este Burke Morgan era de
carne y hueso y no de cera. Aparentemente el bandido se había deslizado a la
cámara de los horrores para esconderse-. Casi todos ellos me hablan. Jack el
Destripador y Billy el Niño son muy buenos conversadores. Un poco fanfarrones,
eso sí. Solamente Jesse James es el que nunca dice nada. Creo que Jesse James
está enfadado porque la gente ya no le presta tanta atención.
-Desconecta,
estás hablando demasiado. -Morgan se adelantó y cacheó a Pop, luego guardó su
propia pistola-. Si quieres vivir para inaugurar esta fábrica de horrores el
mes que viene, mejor será que hagas lo que te diga.
-Lo haré
-prometió Pop-. Y todos los presentes también. No queremos que nos hagas daño.
La mayoría de los que están aquí, excepto yo, ya han sido asesinados, y con una
vez basta.
-La
Policía ha rodeado la casa y yo tengo una herida en el hombro. Tengo que llegar
al escondrijo que mis amigos me han preparado. Ahí es donde entras tú.
Pop movió
la cabeza, dubitativo:
-No hay
ninguna posibilidad. La Policía descubrirá tu ropa de presidiario al instante.
-Pero,
¿qué es lo único que no descubrirán esta noche? -susurró Burke Morgan-. Otro
policía. Aquí tienes media docena de figuras que visten uniforme de policía.
Quiero uno de esos uniformes.
-Oye, es
una idea muy inteligente. -Pop ladeó la cabeza y escuchó-. Todos lo consideran
muy inteligente, Burke. Jack el Destripador dice que eres un tío de recursos.
-Deja en
paz a Jack el Destripador. Un hombre debe poseer cerebro e imaginación para
sobresalir en cualquier negocio, Pop, y yo los poseo. Por eso estoy aquí y no
en la perrera estatal esperando el paseo hacia la pequeña puerta verde. Ahora
ayúdame con esto… ¡Mi hombro! Tendrás que cortarme la chaqueta para quitármela.
-¡Oh, no
quisiera tener que hacerlo! Si puedo sacarte la ropa sin cortarla, puedo
utilizarla. Puedo enseñar la ropa de presidiario que llevabas al fugarte la
noche que tenían que electrocutarte.
-Pop, no
me hagas enfadar. El médico de la cárcel dijo que enfadarme era malo para mi
salud, así que procuro tratarte con dulzura. No me importa si los veinticinco
años de dirigir este depósito de cadáveres te han estropeado las marchas y
piensas que tus muñecos te hablan, pero conmigo no juegues.
-Oh, no
hablan sólo conmigo -explicó Pop-, también hablan entre ellos. Tendrías que
haberles oído hablar la noche que mataste a Pretty Boy y a Alice Johnson en el
muelle de madera. ¡Qué excitados estaban…! ¡Oh, perdóname! Te cortaré la
chaqueta ahora mismo y no diré ni una palabra más.
-¡Pop! -La
palabra sonó como un disparo-. ¡Alguien está golpeando la puerta!
-Probablemente
es Hendryx que ha vuelto. -Pop miró hacia la puerta-. No puede ser más que él.
-¡Échale!
-El hombre alto, de claros ojos azules, se metió entre un grupo de figuras
junto a una mesa de juego. Una de las figuras era Jesse James y detrás de él,
Howard, su asesino, se aproximaba con un revólver en la mano. Junto a la mesa,
Morgan se quedó inmóvil como si fuera otro mirón.
-Esperaré
aquí hasta que se haya ido -murmuró Morgan-. Recuerda, te estaré apuntando. Una
sola palabra equivocada y tú y el policía pasaréis a ser personajes de este
cementerio tridimensional.
-Tendré
cuidado -prometió Pop-. Todo el mundo debe prometer guardar silencio.
Especialmente tú, Billy el Niño. -Y levantó la voz-. ¿Es usted, Hendryx?
El
corpulento policía traspasó la puerta.
-Sólo
quería volver a advertirle, Pop. Hace una hora han visto entrar a Morgan en el
parque de atracciones. Vamos a recorrer el lugar palmo a palmo. Nos han dado
orden de disparar a matar.
-¡Oh, por
favor, no le maten! Si le prenden vivo todavía podrá ir a la silla eléctrica y
yo podré utilizar mi nuevo montaje.
Se oyó un
leve ruido, un breve movimiento. El joven Hendryx se quedó mirando al grupo de
figuras junto a la mesa de juego.
-Pop, ¡una
de esas figuras se ha movido!
-¡No puede
ser! Me prometieron que se quedarían quietos.
Pero
Hendryx había sacado el revólver y se dirigía al cuadro de la mesa de juego. No
había dado más de dos pasos cuando el destello de un 38 rasgó las sombras sobre
los rostros de cera de un montón de figuras que parecían, horrorizadas, hacer
muecas de excitación.
Hendryx se
quejó al entrarle la bala, exhaló un extraño suspiro gutural, y cayó de cara.
Pop
permaneció rígido.
-Mejor que
te marches, Morgan -le dijo-. Aunque la Policía no haya oído el disparo, no
tardarán en llegar porque están registrando todo el parque. Encontrarán a
Hendryx y te encontrarán a ti; aquí ya no queda sitio donde esconderte.
-Ya lo
creo -objetó Burke Morgan-, Así que me quedo. Primero, echa dos o tres de esas
figuras de uniforme sobre el policía. Si alguien hace preguntas, di que las vas
a llevar al taller para repararlas.
-Podría
resultar, sí, creo que sí -accedió Pop-. El doctor Crippen, el envenenador
inglés, dice que cree que saldrá bien. Y tú, ¿qué?
-Por mí no
te preocupes, Pop. ¿Se te ha olvidado ya?, ¡tengo imaginación! Así que cuando
llegue la Policía estaré preparado. Y tú no me delatarás o recibirás lo que
recibió Hendryx. Ahora date prisa y amontona las figuras encima de él.
-Sí,
Morgan, así lo haré. Y no diré una palabra a la Policía. Y esto vale para
todos. -Pop levantó la voz-. Si viene la Policía, ni una palabra de lo
ocurrido, ¿me habéis oído?
Esperó,
luego movió afirmativamente la cabeza:
-Lo han
prometido, Morgan. Incluso Billy el Niño lo ha prometido. Por mí. No dirán una
sola palabra.
-Mantenga
los ojos abiertos, Pop -le gritó el inspector de Policía en el momento de
salir-. Si oye algo, no tiene más que tocar el silbato que le he dado.
Vendremos corriendo. Morgan está en alguna parte por aquí cerca.
-Así lo
haré, inspector -contestó Pop Dillon, manteniéndose cuidadosamente delante de
la figura sentada en la silla eléctrica, una figura con el rostro cubierto por
una caperuza negra, con una chapa de metal sobre el cráneo, con unas correas
sujetándole las manos y los tobillos.
-Buenas
noches -dijo el inspector Mansfield, y salió seguido de sus hombres.
Al
cerrarse la puerta, la figura de la silla eléctrica se movió. Burke Morgan
apartó las falsas correas que parecían sujetarle pies y manos, apartó la
cacerola de metal de su cabeza y se quitó el trapo negro de la cara. Hizo una
mueca de dolor cuando su hombro herido protestó.
-Creí que
no se iban nunca -dijo-. Suerte que tenían prisa, porque mi hombro estaba
doliéndome mucho. Pero, ya viste, ni siquiera me miraron.
-¡Oh, fue
una idea muy original! Pero ahora, ¿qué puedes hacer? Si salieras, incluso
vestido de policía, te reconocerían; hay muchísimos.
-No lo
creo. De todos modos, voy a quedarme aquí otro par de horas hasta que se
marchen a otra parte. Si vuelven, volveremos a hacer lo mismo. Yo me voy a
quedar aquí en esta silla y tú puedes sentarte en tu vieja mecedora.
Esperaremos juntos, Pop.
Pop se
limitó a mover la cabeza. Le parecía haber oído a Jack el Destripador
preguntar: "¿Y qué se propone hacer contigo, Pop, cuando se marche?".
Pero creyó más prudente no pasar la pregunta a Burke Morgan.
-Apaga la
luz -le ordenó Morgan-. Saben que estás aquí y que no puedes dormir con la luz
encendida.
Pop,
obediente, tiró del cordón. El hombre alto y flaco masculló una maldición.
- ¡Pretty
Boy Thomas y la muchacha! -exclamó-. ¡Sus rostros brillan en la oscuridad!
-Es
fósforo -le explicó Pop mientras se acomodaba en su vieja mecedora-. Figura que
son espectros, o algo así, contemplando tu muerte. Deberías oír la cinta que
grabé. Es muy dramática.
-Basta de
charla. Debería enfadarme por tus exhibiciones, pero no lo haré.
Pop se
recostó cómodamente. ¡Cuántas noches había pasado adormilado hasta el amanecer
en la vieja mecedora! Observó a Morgan tratando de acomodarse en la rigidez de
la falsa silla eléctrica, y se dio cuenta de que el hombro de Morgan tenía que
haber empeorado…, y mucho, porque Morgan se revolvía muy inquieto.
-El
pobrecillo necesita una droga. Sospecho que morfina.
Era el
doctor Crippen, susurrándole al oído.
-Está mal.
-era Dillinger, que comentaba en tono frío y profesional-. Probablemente le
inyectaron cuando le sacaron y ahora necesita otra. Seguro que sus nervios se
revuelven como gusanos metálicos dentro de su piel.
Pop estaba
de acuerdo. Había visto en su oficio demasiados casos para no reconocer los
síntomas. Burke Morgan estaba sufriendo, pero Pop no podía hacer nada por él.
Cerró los ojos; su respiración se hizo profunda y regular. A los pocos minutos
estaba roncando.
El hombre
alto, sentado en la silla, en la pequeña plataforma, oyó los ronquidos y se
quedó malhumorado. El dolor del hombro se había transformado en un ardor
continuo, interrumpido, a veces, por ramalazos de dolor agudo. Sentía que el
sudor le bañaba la frente. Le temblaban las manos. Hubiera querido gritar,
maldecir, intentar la huida, abrirse paso a tiros por entre los policías del
exterior.
Pero no
hizo nada. Así era como podía morir un hombre…, por obrar impulsivamente. Había
matado a Pretty Boy Thomas impulsivamente y le habían cogido. Ahora se instaló
bien en la silla, decidido a mantenerse quieto, y lo consiguió. Se concentró de
lleno en la necesidad de pasar la noche.
Había
estado aquí, en el museo de figuras de cera de Pop Dillon, infinidad de veces.
Ahora, en la oscuridad solamente rota por la escasa luz procedente de un farol
cercano a la ventana, podía percibir las figuras de bandidos, criminales,
asesinos y sus víctimas. Podía percibirlos hasta el punto de casi oírles hablar
y verles moverse. No era extraño que Pop, después de tantos años, pudiera creer
que hablaban. En aquel silencio, Burke Morgan se encontró esperando que una voz
lo rompiera.
-Morgan…
Hubiera
jurado que oyó pronunciar su nombre.
-Burke
Morgan…
Sí, lo
había oído. Miró a Pop. A la escasa luz vio a Pop dormido en su mecedora, con
la boca entreabierta por los ronquidos, con el pecho subiendo y bajando con
cierta irregularidad.
Burke
Morgan se pasó la lengua por los labios. Era la falta de polvos blancos. No
hubiera debido aceptar el pinchazo cuando le sacaron de la furgoneta de la
cárcel. Pero le había ayudado. Ahora iba a tener que parar su imaginación.
Hacía falta imaginación para conseguir desbaratar una silla eléctrica gracias
al soborno de un electricista, organizar su traslado, preparar su fuga y
llevarla a cabo pese a que todo saliera mal. Pero ahora era preciso dominar su
imaginación. Podía esperar. Otras veces lo había hecho.
El
silencio parecía estirarse como una goma tensada al máximo que no se rompe.
Apretó los dientes y agarró con fuerza los brazos de la silla para aquietar el
temblor de sus manos.
-Burke
Morgan…
Esta vez
lo oyó con toda claridad, pero sabía que era una voz en su mente, no en sus
oídos. El rostro fosforescente de Pretty Boy Thomas parecía sonreírle.
-¿Qué te
parece esperar a que tiren de la clavija a medianoche? ¿Qué te parece saber que
sólo te quedan un par de minutos de vida?
Estuvo a
punto de contestar sin darse cuenta, pero apretó los labios. Así es como uno
enloquecía, contestando a voces que no existían. Otra vez el silencio volvió a
estirarse al máximo.
-No lo
sabe.
Era la
dulce voz de la muchacha. Miró hacia Alice Johnson y hubiera jurado que los
labios de la muchacha se habían movido.
-Explicadle
que está soñando, que está libre y lo entenderá.
-No es más
que eso, Burke. -Y esta vez pudo oír bien la voz de Pretty Boy-. Estás soñando
con nosotros. Es casi medianoche, necesitas desesperadamente el polvo blanco y
estás amarrado a la silla eléctrica. No puedes soportar la idea de morir, así
que sueñas que te has fugado, sueñas que vas a alejarte. Pero no es así.
Burke
Morgan cerró la boca y cortó la respuesta que casi había formulado. Había oído
hablar de toda esa historia fantástica que le hace a uno creer que está libre
antes de bajar la clavija. "La mente huyendo de la realidad", lo
llamaban. Pero esto era real. No era ningún sueño.
Se mordió
los labios hasta que le sangraron y los rostros de Pretty Boy Thomas y de la
muchacha dejaron de tener vida, se volvieron de nuevo simples caras de cera.
Silencio,
largo y tenso silencio.
-Casi
medianoche -dijo Alice Johnson, y Morgan pegó un salto.
-Dentro de
un minuto te reunirás con nosotros -anunció Pretty Boy-. Fíjate, se puede oír
el reloj que da las primeras campanadas de medianoche.
No tenía
que fijarse. La primera campanada del reloj de la torre hizo vibrar el aire, y
para él fue como el doblar a muerto.
-Pronto
habrá terminado todo. -La voz de Pretty Boy era casi tierna-. A la sexta
campanada bajarán la clavija y tres mil voltios se estrellarán en tu cuerpo,
quemarán tus nervios y el cortocircuito deshará tu cerebro. Fíjate, ésta es la
cuarta campanada…, la quinta…
Burke
Morgan creyó oír un coro de voces contando juntas cuatro…, cinco…, seis…
Hizo un
esfuerzo por no oírlas, por no oír el sonoro reloj, por no oír nada. Pero no
pudo impedir el chasquido de la corriente eléctrica entrando en su carne. No
pudo ignorar el enorme ramillete de chispas que surgió junto a su cabeza, junto
a sus manos, junto a sus pies, ni el olor a quemado…
Burke
Morgan dio un salto. Exhaló un grito y le pareció que cien gargantas le
respondieron. Luego, silencio, oscuridad, nada.
Pop Dillon
volvió a acomodarse en su mecedora porque pronto llegarían los fotógrafos y los
reporteros y tenía que estar dispuesto. En los periódicos de mañana habría
artículos sobre la cámara de los horrores. ¡Oh, sería un verano maravilloso!
Ahora por fin se había ido la Policía, llevándose los cuerpos de Burke Morgan y
del pobre oficial Hendryx al depósito, cuerpos que eventualmente serían
inmortalizados, en cera, en la cámara de los horrores.
-Pop. -Era
la voz de Pretty Boy Thomas…, sí, lo era-. Muy inteligente, Pop. Incluso a mí
me pareció mi propia voz.
-Y también
la mía me lo pareció. -Aquella dulce y tímida vocecita sólo podía ser la de
Alice Johnson.
-Bueno,
después de todo, yo fui un buen imitador -respondió Pop con modestia, pero
encantado con las alabanzas-. Lo fui por espacio de diez años en una compañía
de ferias. ¿Sabéis lo que es un imitador? Un ventrílocuo, sí. La gente de las
giras los llama así.
-Lo
manejaste muy bien. -Esta vez era Jack el Destripador. Las voces no eran más
fuertes que el roce de los ratones en la madera, o el movimiento de las
cortinas en las ventanas. A cualquiera, excepto a Pop, es lo que le hubieran
parecido-. Me estuve preguntando si intentarías el chorro de chispas que
inventaste para impresionar a la gente y sorprenderla, apretando con el pie un
botón junto a la plataforma.
-Sí, pensé
que le sorprendería el tiempo suficiente para dar lugar a llegar a la puerta y
pedir auxilio.
-Lo que no
sabías era que fue por el corazón por lo que fue al hospital de la cárcel -dijo
el doctor Crippen, el envenenador, con indiferencia profesional-. Pero la
necesidad de droga, la tremenda tensión, el sobresalto y el corazón en mal
estado le mataron. Ahí mismo, en tu silla eléctrica.
-Recibió
su merecido -refunfuñó Dillinger-. Deberías permitirme tener balas de verdad en
mi pistola y te hubiera ahorrado todas esas molestias.
-Así ha
sido mejor -afirmó Billy el Niño-. Tendremos un verano estupendo. La gente
llegará en oleadas.
-Las
oleadas serán para verme a mí y no a ti, viejo polvoriento y apolillado
-rezongó una voz suave, y un silencio de asombro llenó la enorme estancia.
Los ojos
de Pop Dillon se abrieron sorprendidos para mirar la figura de Burke Morgan que
había subido del taller y la habían sentado en la silla eléctrica en honor a
los fotógrafos.
-¿Es éste
el modo de hablar, Morgan? -preguntó Pop, severamente-. Apenas acabas de morir
y ya estás fanfarroneando.
-Es
verdad, y lo sabes -protestó Burke Morgan-. Invadirán el lugar para ver la
silla eléctrica donde morí, a medianoche, en el preciso momento en que la
sentencia decía que debía morir.
Pop se
disponía a contestar, cuando Jack el Destripador le interrumpió:
-Déjale
que hable cuanto quiera. No le contestes y se cansará de que no se le haga
caso. Es una tontería preocuparse por lo que más atrae a la gente, porque lo
que es bueno para uno es bueno para todos. Pensemos únicamente en lo que
ocurriría si Pop tuviera que dejar el negocio. Nos venderían, nos fundirían…,
nos matarían.
Hubo un
murmullo en la estancia, una agitación de ansiedad, un rumor como los crujidos
de madera vieja.
-¡Oh!,
todavía me queda tiempo -les tranquilizó Pop-. Pero deseo que este verano os
portéis mejor que nunca, que la representación sea la mejor de todas.
-Lo
haremos… Lo haremos… Ten la seguridad de que así lo haremos… -le aseguraron.
Cerró los
ojos, satisfecho. Formaban un buen grupo de trabajo. Iba a ser un verano
maravilloso.
Mientras
iba adormeciéndose, pudo oír el susurro de voces menudas que departían en la
oscuridad. Todas ahora discutían los acontecimientos de la noche.
Incluso
Jesse James.
FIN
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