El hermano zorro sabe que va a salir muy mal parado.
Joel Chandler Harris, Uncle Remus
-Los zorros -decía en ese momento Diente de León
mordisqueando una ramita de pimpinela y tendiéndose bajo el sol del atardecer-,
los zorros pueden causar muchos problemas si viven cerca de donde uno vive.
Nosotros no hemos tenido ningún problema desde que estamos aquí, gracias a
Frith, y espero que siga así.
-Pero tienen un olor muy fuerte -dijo Pelucón-, y además,
por muy astutos que sean, es fácil verlos por el color.
-Lo sé. Pero es malo que un zorro se instale cerca de una
madriguera, porque es difícil para los conejos permanecer todo el tiempo
alerta. -Y continuó:
Dicen que, en una ocasión, en la madriguera de El-ahrairah
tuvieron dificultades porque un zorro instaló su guarida en las inmediaciones.
En realidad eran una pareja. Estaban subiendo a su camada y, como necesitaban
cazar para comer, la madriguera no tenía un momento de paz. El problema no era
que perdieran muchos conejos, aunque sí perdieron algunos, sino la continua
tensión y el miedo, que hicieron que en la madriguera los ánimos decayeran
rápidamente. Todos esperaban que El-ahrairah encontrara una solución, pero él
estaba tan perdido como los demás. Hablaba poco, y sus conejos suponían que era
porque estaba dándole vueltas al asunto. Pero los días pasaban y la situación
no cambiaba. La ansiedad empezaba a inquietar a las hembras.
Una mañana El-ahrairah desapareció. Ni siquiera Rabscuttle,
el capitán de su Owsla, tenía idea de adónde podía haber ido. Cuando vieron que
pasaba un día, y después otro, y que no regresaba, algunos empezaron a murmurar
que los había abandonado y se había ido a buscar otra madriguera. Todos se
sintieron abatidos, sobre todo más tarde cuando, aquel mismo día, el zorro mató
a otro conejo.
El-ahrairah había estado errando casi en trance. Necesitaba
tiempo y espacio para pensar. Necesitaba encontrar algo que le ayudara a
solucionar el terrible problema de la madriguera.
Pasó dos días por las afueras de una ciudad. No hubo nada
que lo perturbara, pero su mente seguía sin decidirse. Una tarde, cuando yacía
medio dormido en una zanja, junto a un huerto, se sobresaltó al oír que algo se
arrastraba cerca de él. Pero no era un enemigo, era Yona, el erizo, que buscaba
comida. El-ahrairah lo saludó amablemente y charlaron un rato.
-Es muy difícil encontrar babosas -le dijo el erizo-. Parece
que cada vez hay menos, sobre todo en otoño. No sé dónde se meten.
-Yo te lo diré -le respondió El-ahrairah-. Están en los
huertos de esta ciudad. Los huertos están llenos de verduras y flores, y eso
las atrae. Si quieres babosas, entra en los huertos de los humanos.
-Pero me matarán -dijo Yona.
-No, al contrario. Ahora lo veo. Te recibirán con los brazos
abiertos, porque saben que vienes a comerte las babosas. Harán lo que sea para
que te quedes. Ya lo verás.
Así es que Yona se introdujo en los huertos de los humanos y
prosperó, tal como había dicho El-ahrairah. Y desde aquel día, los erizos han
frecuentado los huertos y han sido bien recibidos por los hombres.
El-ahrairah siguió deambulando, con la mente enturbiada.
Dejó la ciudad y pronto se encontró en tierra de cultivos. Y había allí
conejos. Él no los conocía, pero ellos sí sabían quién era él y solicitaron su
consejo.
-Mirad -le dijo su conejo jefe-, aquí hay un bonito campo de
verduras. Pero el granjero sabe que somos muy listos, y por eso lo ha rodeado
con un alambre, y lo ha enterrado tan hondo que no podemos llegar hasta él.
Mirad todo el trabajo que han hecho nuestros mejores excavadores, y sin embargo
no pueden llegar al fondo del alambre. ¿Qué debemos hacer?
-No vale la pena seguir intentándolo -dijo El-ahrairah-.
Sería una pérdida de tiempo.
En ese momento una bandada de grajos llegó volando desde el
cielo. Su jefe se posó junto a El-ahrairah y le habló.
-Vamos a caer sobre ese campo y lo haremos pedazos. ¿Quién
nos va a detener?
-El hombre os espera -le dijo El-ahrairah-. Está escondido
entre los arbustos con su escopeta. Si entráis ahí os matará.
Pero el jefe de los grajos no le hizo caso y voló con su
bandada sobre la alambrada. En cuanto entraron en el campo de verduras, dos
escopetas empezaron a disparar, y no pudieron escapar sin perder antes a cuatro
de los suyos. El-ahrairah aconsejó a los conejos que no se metieran en aquel
lugar y así lo hicieron.
Dicen que después de esto El-ahrairah se alejó más y más en
su búsqueda, y allá adonde iba, siempre daba buenos consejos y ayudaba a los
pájaros y a los otros animales. En su camino encontró ratones, ratas de agua e
incluso una nutria, que no le hizo daño. Pero seguía sin encontrar la
respuesta.
Por fin, un día llegó a una gran extensión de terreno
comunal, donde el suelo de turba negra aparecía cubierto durante kilómetros y
kilómetros de brezo, enebros y abedules de los cánoes. En aquella zona
pantanosa había plantas que comían insectos y murajes de las marismas, y los
culiblancos que revoloteaban de un lado a otro no le decían nada a El-ahrairah,
porque no lo conocían. Pasó por aquellos parajes como extranjero, hasta que al
fin, agotado, se tumbó en un lugar donde daba el sol, sin pararse a pensar que
algún armiño o alguna comadreja descarriados pudieran pasar por allí.
Mientras dormitaba sintió la presencia de alguna criatura
muy cerca de él, y al abrir los ojos vio que una serpiente lo observaba. No
tuvo miedo de la serpiente, por supuesto; la saludó y esperó para ver qué le
decía.
-¡Qué frío! -dijo por fin la serpiente-. ¡Qué frío hace!
El día era cálido y soleado y a El-ahrairah casi le sobraba
la piel. Cautelosamente, alargó una pata y tanteó con ella el cuerpo de la
serpiente. Realmente estaba muy frío. Reflexionó sobre este hecho, pero no pudo
encontrar ninguna explicación.
Estuvieron tendidos sobre la hierba durante largo rato,
hasta que El-ahrairah reparó en algo que no se había parado a pensar.
-Tu sangre no es como la nuestra -le dijo a la serpiente-.
No tienes pulso, ¿verdad?
-¿Qué es pulso?
-Ven y sentirás el mío.
La serpiente se pegó a El-ahrairah y sintió cómo latía su
corazón.
-Ése es el motivo de que estés fría. Tu sangre es fría.
Serpiente, tienes que yacer bajo el sol todo el tiempo posible. Cuando no lo
hagas, estarás adormecida. Pero cuando estés bajo el sol, éste calentará tu
sangre y te sentirás más activa. Ésa es la respuesta a tu problema, el calor
del sol.
Siguieron tendidos bajo el sol algunas horas más, hasta que
la serpiente empezó a revivir y sintió ganas de cazar.
-Eres un buen amigo, El-ahrairah -le dijo la serpiente-.
Había oído antes que has ayudado a muchas criaturas con tu consejo. Quiero
ofrecerte un regalo. Te daré el poder hipnótico que tengo en mis ojos. Pero si
alguna vez lo utilizas, ten cuidado, porque no dura mucho. ¡Mírame fijamente!
El-ahrairah miró directamente a los ojos de la serpiente y
sintió que su voluntad se esfumaba, no podía moverse. Al cabo, la serpiente
apartó la mirada.
-Ya está -le dijo, así es que El-ahrairah se levantó y se
despidieron.
El-ahrairah emprendió el camino de regreso. Era larga la
distancia que le separaba de su madriguera, y no fue sino hasta la tarde
siguiente que la avistó.
Según se cuenta, para llegar a la madriguera, El-ahrairah
debía cruzar un pequeño puente que pasaba sobre un arroyuelo. El-ahrairah se
detuvo en el puente y esperó, pues en su corazón sabía lo que iba a suceder.
Poco después, el zorro salió del bosque. El-ahrairah lo vio
venir y su corazón titubeó, pero se quedó donde estaba hasta que el zorro llegó
junto a él y empezó a relamerse.
-¡Un conejo! -dijo el zorro-. ¡Por mi vida! Un conejo fresco
y regordete. ¡Qué suerte!
Y entonces El-ahrairah le dijo al zorro:
-Puede que huelas a zorro y que seas un zorro, pero yo puedo
leer tu destino en el agua.
-¡Ja, ja! -dijo el zorro-, ¿que puedes leer mi destino? ¿Y
qué es lo que ves en el agua, amigo mío? ¿Conejos rollizos que corren por la
hierba?
-No -replicó El-ahrairah-, no son conejos lo que veo, sino
rápidos sabuesos que siguen un rastro, y a mi enemigo que corre para salvar su
vida.
Y con esto se volvió y miró al zorro fijamente a los ojos.
El zorro lo miró también y se dio cuenta de que no podía apartar la mirada y
fue como si empequeñeciera y se encogiera ante él. A El-ahrairah, como en un
sueño, le pareció que veía grandes perros que corrían colina abajo, y hasta
pudo oír débilmente sus ladridos.
-¡Vete! -le susurró al zorro-. ¡Vete y no vuelvas jamás!
El zorro, como hechizado, se levantó y fue tambaleándose
hasta el borde del puente e intentó saltar, pero cayó. El-ahrairah lo vio
flotar con la corriente. Consiguió salir por la orilla más alejada y se
escabulló entre los arbustos.
El-ahrairah, exhausto por el terrible encuentro, volvió a la
madriguera, donde todos sus conejos se alegraron de verle. El zorro y su hembra
desaparecieron, y seguramente explicaron lo sucedido, porque nunca vino ningún
otro zorro a ocupar su sitio y la madriguera tuvo por fin paz, igual que
nosotros, loado sea Frith.
Fin
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