Éfeso, aproximadamente 550
antes de Cristo.
Cerca de la ciudad de Éfeso
existía un templo consagrado a la diosa Ártemis, que fue destruido en el siglo
VII antes de Cristo, cuando los sumerios invadieron la zona. Un siglo más
tarde, Creso -un rey de Lidia que, según se cuenta, fue el inventor de la
moneda- decidió reconstruir el templo. Para llevar a cabo su proyecto, solicitó
el aporte económico de los ciudadanos. El espléndido santuario contenía
estatuas esculpidas por refinados artistas, pinturas y pilares de oro.
El nuevo templo de Ártemis se
mantuvo durante doscientos años. En el 356 antes de Cristo, un pastor llamado
Eróstrato lo incendió para hacerse famoso. Dos décadas más tarde, Alejandro
Magno ocupó la ciudad con su ejército. Cuando le contaron la historia, se dio
cuenta de que el templo había sido quemado la misma noche de su nacimiento. Al
parecer, esta coincidencia lo impulsó a reconstruirlo. Sin embargo, el nuevo
templo no volvería a ser tan deslumbrante como el de Creso.
Ártemis era una diosa
valiente, pura y temperamental. Además de ser la hija de Zeus, el más poderoso
de los dioses.
Se cuenta que, el día que ella
cumplía tres años, su padre la miró a los ojos con ternura y le dijo:
-Quiero que elijas un regalo.
Ártemis le respondió que
deseaba tener los mismos derechos que su hermano varón, Apolo. Y agregó que
consideraba injusto que a veces los hombres tuviesen más derechos que las
mujeres, nada más que por el hecho de ser hombres.
Zeus se alegró de que su hija
ya manifestara un carácter tan fuerte, siendo tan chiquita. Era evidente que a
Ártemis le gustaba pensar las cosas por sí misma. Y sacaba sus propias
conclusiones, que no se parecían a las de nadie más.…
Con el paso de los años,
Ártemis se convirtió en una diosa venerada por muchísima gente. Todos sabían
que le gustaba deambular por los bosques y que era muy amiga de los animales.
Andaba escoltada por un grupo de perros sabuesos que la protegían.
La diosa nunca iba a ningún
lado sin su arco y sus flechas. Y solía entrenarse para llegar a tener una
puntería perfecta. Entre otras cosas, el arco y las flechas le servían para
defender a los chicos de todo aquel que les impidiera jugar. Y así se fue transformando
en la diosa preferida de los niños.
Al pueblo de Éfeso le
encantaba organizar festivales para honrar a la diosa. A Ártemis no le
interesaban demasiado los eventos multitudinarios, pero había un pequeño ritual
que sí apreciaba mucho. Era un festejo en el que intervenían nada más que las
nenas de doce años. Marchaban en fila india hasta el altar de Ártemis y allí
dejaban sus hebillas, sus juguetes y algunos mechones de pelo atados con una
cinta. A la diosa le resultaba divertido y esto hacía que sintiera una simpatía
especial por las nenas de esa edad.
Una reina decidió demostrarle
todo el amor que el pueblo le tenía. Y con ese objetivo comenzó la edificación
de uno de los lugares sagrados más famosos de la historia: el templo de Ártemis
en Éfeso.…
Muchos ciudadanos aportaron
dinero para colaborar en la construcción del templo. Pero en las afueras de la
ciudad había una mujer que deseaba contribuir y no podía, debido a su pobreza.
Su hija había enfermado de algo grave y no se sabía si sobreviviría.
La mujer imaginaba que, cuando
estuviera terminado el templo, el poder de la diosa le haría mucho bien a la
ciudad. Y, seguramente, también ayudaría a mejorar la salud de su hija Melisa.
Una tarde, a la mujer se le
ocurrió que podía contribuir con algo que no fuese dinero. Así fue como empezó
a llevarles comida y bebida a los constructores del templo. A veces, mientras
hacía el recorrido, unos misteriosos relámpagos rasgaban el cielo con un
temblor dorado, y la mamá de Melisa se asustaba. ¿Sería una señal de que los
dioses no estaban conformes con lo que ella hacía?
Pasaron los meses. La
construcción del templo progresaba. Y el enigma de los relámpagos seguía sin
aclararse… Además comenzó a ocurrir otro suceso extraño. Cada vez que Melisa
decía que no tenía fuerzas para seguir viviendo, un pájaro negro iba a posarse
en el marco de la ventana, y un viento fuerte sacudía los árboles.
Su mamá no sabía qué pensar.
Luego de mucho reflexionar,
llegó a la conclusión de que existían tres explicaciones posibles:
1a) Que los relámpagos y el
pájaro fuesen la forma en que los dioses le comunicaban su enojo. 2a) Que
fuesen señales de la naturaleza, que se lamentaba anticipadamente por la muerte
de Melisa.
3a) Que esos fenómenos no
tuviesen nada que ver entre sí, y mucho menos con ella. Es decir: que todo
sucediera por pura casualidad.…
Cuando el templo estuvo
terminado, todos coincidieron en que había quedado maravilloso. Era
increíblemente grande. Su techo estaba sostenido por 127 columnas de 20 metros
de altura. Por su elegancia, resultaba incomparable con cualquier otro templo
de cualquier otra ciudad.
Los habitantes de Éfeso se
sentían muy orgullosos por la obra. Y los niños eran los más felices, ya que
sabían que Ártemis los quería y les permitiría jugar en el templo. Con todas
esas columnas, sería el lugar ideal para la mancha y las escondidas.
A la hora en que empezaba la
fiesta de inauguración, en la casa de la mujer había un clima de tristeza.
Melisa cumplía doce años, pero se sentía tan mal que no podía celebrar su
cumpleaños. Su madre trataba de bajarle la fiebre con paños de agua fría.
De pronto, la luz de un
relámpago inundó la habitación y las hojas de los árboles empezaron a aplaudir.
El pájaro negro se posó en la ventana. Y después apareció la propia Ártemis con
todos sus perros.
Al ver a la diosa en su casa,
la madre de Melisa gritó de alegría. La nena no entendía qué estaba sucediendo.
Se incorporó y descubrió que su cama se encontraba rodeada de sabuesos. Ellos
empezaron a cantarle el feliz cumpleaños.
Luego, Ártemis le sonrió y le
dijo:
-Voy a enseñarte uno de mis
trucos. Verás qué fácil es y qué rápido te vas a mejorar.
El truco consistía en respirar
con calma, como hacía la diosa cada vez que iba a disparar sus flechas. O,
también, como hacían sus perros cada vez que combatían con los osos. Melisa
realizó el ejercicio de respiración que Ártemis le propuso. La prueba le salió
perfecta y los perros la aclamaron con ladridos.
Melisa comenzó a reír. Ya se
sentía menos afiebrada. Ártemis le pidió que le hiciera una promesa con la
parte más pura de su alma.
-¿Qué puedo prometerte?
-Que no le entregarás tu
corazón a nadie que no sea sincero -dijo la diosa.
La nena se apoyó la mano en el
pecho y respondió:
-Ártemis, te lo prometo.…
Mientras tanto, la gente
llegaba a la fiesta de inauguración del templo desde todos los lugares de la
ciudad. Los músicos no paraban de tocar melodías exaltadas. Los ciudadanos
bebían y disfrutaban del logro compartido. Nadie sospechaba que la diosa había
enviado una abeja, con la misión de ver cómo era el templo, así como de
investigar si las personas que estaban allí la honraban con sinceridad.
Una vez que la abeja observó
todo, voló hasta la casa de Melisa. Cuando entró por la ventana, Ártemis le
explicaba a la nena el significado de una palabra:
-Metamorfosis significa
“cambiar de forma” -dijo la diosa-. Por ejemplo, cuando un caballo se convierte
en montaña o cuando una frazada se transforma en un jardín cubierto de pasto
fresco. Todos los seres deberían practicar el don de la metamorfosis. A los que
nunca lo hacen, la tristeza y las preocupaciones les quitan poco a poco la
belleza.
-Metamorfosis también es
cuando una niña se convierte en abeja -intervino la abeja-. Eso fue lo que me
pasó a mí cuando cumplí doce años.
Sorprendida, Melisa se dio
vuelta y vio a la abeja.
-Yo cumplo doce años hoy… -dijo
la niña un poco preocupada, y enseguida preguntó-:
¿Cómo te llamas?
-Ahora mi nombre es “abeja”.
Pero cuando era una niña me llamaba Helena…
Melisa pensó que era triste
que el bichito hubiese perdido su nombre después de la metamorfosis. Justo en
ese momento, la diosa la miró y le dijo, como Zeus a ella cuando cumplió sus
tres años:
-Quiero que elijas un regalo.
Melisa no tardó en contestar:
-Quisiera que los animales
tengan nombres, como los seres humanos. Creo que no es lindo que esta abeja se
llame simplemente “abeja”, como todas las demás.
Ártemis opinó que se trataba
de un pedido inteligente. Porque así como todos los seres humanos somos
distintos, también cada animal es único.
-Muy bien -le dijo la diosa-.
Es cierto que cada ser vivo es diferente de todos los demás. También debo decir
que fuiste bondadosa.
Pediste algo en beneficio de
los otros. Y eso te hace merecer la “metamorfosis” de tu enfermedad.
Melisa abrió mucho los ojos,
conmovida.
-¿Y en qué se va a transformar
mi enfermedad? -le preguntó.
La diosa se agachó y lo
consultó con el más viejo de sus perros. Era un sabueso muy valiente, que había
arriesgado dos veces la vida por ella. El perro se rascó la cabeza y contempló
unos instantes la lluvia que empezaba a caer más allá de la ventana. Acercó su
hocico al oído de Ártemis, y le indicó que quizá lo mejor sería convertir a la
enfermedad en una nube.
-Será una nube -declaró la
diosa-. Pero no se moverá. Estará siempre quieta sobre el templo, velando por
la salud de todos los habitantes de Éfeso..
Melisa y su mamá se abrazaron.
Estaban tan felices que, de pronto, tuvieron un ataque de risa.
FIN
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