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lunes, 21 de agosto de 2023

LA BALSA

 



 

             

            Ésta es la orilla de un lago grande como un país, rodeado de montañas.

             

            No, no es el mismo de antes, éste es muy distinto. Es el lago más alto del mundo y se llama Titicaca. No queda en Escocia sino entre Bolivia y Perú, en medio de los Andes.

             

            Y nadie ha dicho hasta ahora que en él asome ningún monstruo. ¡No hay monstruo que pueda respirar a cuatro mil metros de altura, salvo algún dragoncito de plástico!

             

            En la orilla está la familia Urubamba, construyendo una balsa de totora. Trabajan el padre, la madre y los chicos, que son ocho. La balsa será su casa, y van a vivir en el agua.

             

            En la orilla hay otra gente que no hace nada, es decir, que sólo mira cómo esta familia trabaja. Son turistas y esperan que la balsa esté terminada para dar un paseo por el lago. Regatean mucho con la familia para conseguir el viaje baratito. ¡Ja!

             

            El menor de los Urubamba les vende chucherías, pero nada más. ¡La balsa no será ningún colectivo! Ningún extraño será recibido a bordo. ¡Faltaba más!

             

            Por fin la terminan y entre todos la empujan hasta el agua.

             

            Un quirquincho que estaba en su cueva aparece a curiosear, creyendo pasado el peligro. Temía que lo cazaran, lo comieran asado y después hicieran un charango con su caparazón. La chica mayor de los Urubamba lo tiene bien fichado.

             

            Y de repente, todo el mundo se pone a mirar una cosa rara que aparece en el cielo. ¿Será un ovni?

             

            El quirquincho arruga los ojos porque el sol lo ciega y no ha traído los anteojos negros.

             

            Los turistas empuñan toda clase de binoculares y señalan con el dedo hasta que se les acalambran los brazos y parecen cactos.

             

            Enterados de inmediato del extraño suceso, ¿quiénes creen que aparecen levantando polvareda? ¡El malón de los Ranqueteles! ¡Revolean cámaras y hacen viborear los cables pegando chicotazos!

             

            Atropellan a un grupo de vendedoras de yuyos que están sentaditas en el suelo, y las pobres se caen para atrás, mostrando sus enaguas de mil colores mientras gritan toda clase de maldiciones en su lengua indígena.

             

            Aprovechando la confusión, la chica mayor de los Urubamba, en lo que dura un pestañeo, caza el quirquincho por la cola y lo esconde bajo su poncho.

             

            ¡Pobre bicho! La muerde y la rasguña, pero no hay caso. Gana la chica, que lo tiene bien apretado, como un paquete. Y mira para arriba, ella también con cara de Yonofuí.

             

            ¿Qué es eso que flota en el cielo como un gran melón?

             

            ¡Es el zepelín de propaganda de la colonia para bebés Babypuf, señores!

             

            Acuatiza serenito, serenito, y entonces se ve muy clara a la beba narigona pintada en el globo.

             

            La cabina, que es una especie de canasta, acaricia el agua durante un rato, pero después sopla un ventarrón y el dirigible se eleva otra vez y desaparece entre las cumbres nevadas de los Andes.

             

            Todos se quedan con la boca abierta y el brazo levantado.

             

            ¿Qué ha venido a hacer esta nave en este cielo y sobre este lago? ¿Solamente a pasar un aviso de colonia para bebés?

             

            Los Urubamba, entretenidos en acomodar su balsa, no entienden nada, pero desconfían. No saben si ese raro artefacto es de mal agüero o va a traerles suerte.

             

            Y salen a navegar, muy contentos todos, menos el quirquincho, que dice:

             

            —¡Soné! Y más voy a sonar de muerto. Esto me pasa por mirar para arriba como un bobo.

             

            La mayor de la familia lo deposita en el piso de la balsa, haciéndose la sorprendida:

             

            —¡Ooiiiaaa! ¡Un peludo!

             

            Y de pronto oyen una voz cantarina que dice:

             

            —Manuelita, presente.

             

            El dirigible la llevó hasta el Titicaca, nadó, se trepó a la balsa y saludó, según es su costumbre.

             

            El señor Urubamba la mira fijo, como comiéndola con los ojos.

             

            No es que la familia tenga hambre, pero sí ganas de comer.

             

            Manuelita se arrima al quirquincho y se quedan los dos muy juntitos, para darse coraje ante el peligro.

             

            La familia nunca conoció animales que hablaran, pero saben que en los cuentos los animales hablan hasta por los codos.

             

            La señora Urubamba se abre paso a ojotazos entre sus hijos y después de un rato largo dice:

             

            —Estos animalitos se nos han colado, no sé cómo. Sus familias son muy antiguas sobre la Tierra, como las nuestras. Los dos nos traerán suerte en nuestra balsa nueva. Bienvenidas al agua, criaturas con corazas. En vez de comerlas, por ahora les vamos a dar de comer. Después, se verá.

             

            Palabra santa la de la mamá Urubamba, nadie chista ni se retoba.

             

            Los ocho hijos, con cara de fallutos, acarician a los animalitos y prometen cuidarlos.

             

            Así fue como Manuelita pasó unos días de descanso, navegando en familia, pero los chicos, como los duendes, no son de confiar. Han empezado a jugar con ellos a la pelota.

             

            —¿Viniste en el dirigible? —le pregunta el quirquincho en un intervalo del juego.

             

            —Sí, pero me trajo el viento sin saber adónde.

             

            —Te trajo donde encontrarías un amigo, que soy yo.

             

            —Entonces el viaje valió la pena —dice Manuelita.

             

            Pero esas vacaciones son tan tranquilas como peligrosas.

             

            El quirquincho extraña su cueva y a su familia. Manuelita prefiere seguir viajando, le quedan muchas cosas por aprender.

             

            Deciden escapar, y una noche se deslizan al agua. Manuelita remolca al quirquincho llevándolo con la boca por la cola. ¡Flor de esfuerzo!, como podrán imaginar.

             

            Llegan a la orilla sanitos y salvos, pero ahora el quirquincho trepa con sus fuertes uñas y remolca a Manuelita cuesta arriba.

             

            Se van caminando hasta la parada del ómnibus, mientras se cuentan muchísimos cuentos, cuentos de sus antepasados cascarudos.

             

            Manuelita ha visitado un lugar que no figuraba en sus planes, pero está chocha porque nadó en el lago Titicaca, el más alto del mundo, y encontró un amigo íntimo para toda la vida.

             

            El quirquincho se va a dormir a su cueva, y Manuelita se esconde enterita en su caparazón, dispuesta a dormir bajo las estrellas, que desde el Titicaca se ven como diamantes de collar de giganta, enormes y temblorosos.

             

            Y sueña que llega el ómnibus y ella sube entre los indígenas cargados de canastas y una que otra gallina, y se va se va se va.

             

             

            *Tomado del libro ¡Cuánto cuento!, de María Elena Walsh.

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