El transito de la Edad Media al Renacimiento estuvo marcado en lo político por las monarquías territoriales. El poder real en muchos países de Occidente había conocido un proceso de afianzamiento durante el último período medieval; el resultado fue la aparición de monarquías autoritarias, en las que, sin perjuicio de las libertades de los municipios y de la influencia de la nobleza, todas las decisiones importantes eran tomadas por el rey, quien consulta el parecer de parlamentos y consejos, pero actúa libremente.
La Francia de Luis XI, que consiguió unificar y centralizar el país sometiendo a la nobleza, es un claro ejemplo de ese nuevo tipo de Estado. Por el contrario Alemania e Italia no superaron en esta época sus particularismos y entraron en la Edad Media con una peligrosa división y fragmentación política.
En cuanto a España, conoció ahora su unidad territorial gracias al fructífero reinado de los Reyes Católicos, quienes no se limitaron a unificar el territorio bajo su mando, sino que realizaron amplias reformas administrativas que, junto a su política religiosa, impulsaron la creación de un estado fuerte. Aunque los piases de a Corona de Aragón permanecieron al margen de casi todos los cambios, el poder que la unidad territorial puso en manos de los reyes, se manifestó con claridad en el termino de la Reconquista y en la entrada de la Monarquía hispánica como gran potencia en el concierto internacional.
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