Amazon Prime

Kindle

lunes, 22 de mayo de 2023

ALMA DE GATO

 

 

Aparece y desaparece como por arte de magia. Silba, llora, maúlla. Para unos es el ahijado predilecto del diablo, y en los días de viento norte el mismo demonio con plumas y alas.

Las veces que habré andado por el monte curioseando pájaros y sólo en dos oportunidades conseguí verlo: en Puerto Aguirre, Misiones, y en el Paraguay, cerca del lago San Bernardino. Se posó en una rama. El pico ligeramente curvo, marrón oscuro igual que las patas; marrón dorado la cabeza, el lomo, las alas y la garganta, la pancita gris, la cola en forma de abanico, dos veces más larga que el resto del cuerpo, marrón rojiza con manchas blancas, y los ojillos casi negros.

Bien ganado tiene el nombre de alma de gato. Inquieto, ondulante. Arqueaba el lomo, gozoso, al recibir la caricia del viento. Apenas lo tuve unos instantes al alcance del ojo y de pronto desapareció en el aire. Lejos, cerca -no pude precisar la distancia-, escuché su canto: un largo y gutural maullido.

Me informaron que construía el nido en la copa de los árboles con hojas secas y palitos entrecruzados, que se alimentaba de orugas, que su carne sabía a ceniza y a azufre y que producía el efecto de una purga inmediatamente después de haberse comido.

Es el güirá payé -ave hechicera- de los guaraníes. Y por el grito gatuno, el padrinazgo del diablo y la facilidad para ocultarse, le atribuyen el poder de hacerse invisible al hombre, poder que se obtiene cumpliendo al pie de la letra las siguientes instrucciones:

Cace a un alma de gato, sin herirlo, en la tarde de un viernes impar. Llévelo al pie de un árbol y, justo a la medianoche, entiérrelo vivo con tres semillas de haba: una en el pico, y las dos restantes debajo de las alas. Regrese cuando hayan brotado las semillas, llevando a un niño de la mano y sin hablar durante todo el trayecto. Veinte pasos antes de llegar al árbol, el niño deberá quedarse inmóvil con los brazos cruzados. Avance con la cabeza baja, corte una de las hojas, llévesela a la boca y con ella entre los dientes y sin morderla, pregunte al niño: ¿Me ves?”. Este, como todavía lo sigue viendo, contestará: “-Sí.” Tome una segunda hoja, repita la misma operación y vuelva a preguntar: “- ¿Me ves?”. Sí.”, ha, de contestar el niño; pero esta vez lo ve como si estuviera detrás de la niebla. Rápidamente tome la tercera y última hoja colocándola encima de las otras dos, formule la consabida pregunta: “¿Me ves?”. Si ha realizado la prueba sin equivocarse ya es invisible y el niño contestará: “-No.”.

Para volver al estado primitivo debe quitarse las hojas de la boca, una por una, en el orden que fueron colocadas, guárdelas en un pañuelo negro y le servirán para hacerse invisible las veces que quiera.

Con ellas no se consigue burlar a las aves, además pierden todo el poder si las descubre un alma de gato y maúlla detrás del que las posee.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario