No te he perdido. Te has quedado en el fondo de mi ser. Eres tú, pero otra eres: sin fronda ni flor, sin la risa brillante que tenías en el tiempo que no vuelve, sin aquel canto. Otra eres, más bella. Amas, y no esperas ser amada: ante cada flor que se abre o fruto que madura, o párvulo que nace, al Dios de los campos y de las estirpes das gracias de corazón. Año tras año, dentro de ti, fuiste cambiando rostro y sustancia. Cada dolor más firme te hizo: a cada huella del paso del tiempo, tu linfa oculta y verde opusiste, como remedio. Ahora miras la luz que no engaña; en su espejo contemplas la vida perdurable. Y permaneces como una edad sin nombre: humana entre las humanas miserias, pero viviendo solo de Dios y solo en Dios feliz. Oh juventud sin tiempo, oh siempre renovada esperanza, yo te confío a los que vendrán, para que en la tierra vuelva a florecer la primavera, y en el cielo nazcan las estrellas cuando se oculte el sol. |
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