La Piedra Milagrosa del Cacique Namún Curá
LOS GRANDES TIEMPOS DE LAS tribus araucanas pasaron hace mucho tiempo. Ellos dominaban el sur del continente y eran famosos por su valor y orgullo.
Aún se recuerda al gran Namún Curá, cacique sin temor al enemigo. Su padre, y el padre de su padre habían recibido de generación en generación una piedra milagrosa. Todos los caciques de la familia la utilizaron en la lucha contra el peligro. La piedra se lanzaba, destruía la amenaza y regresaba a la mano del cacique. Actuaba como un rayo, pero parecía tener ojos, porque jamás rompía el techo del pobre. Sólo atacaba al avaro y al codicioso. Ahora la tenía Namún Curá.
Los araucanos no se metían con los blancos, pero últimamente los invasores se establecían cada vez más cerca. Estos trajeron animales que pastaban en antiguas propiedades de los araucanos. “Si ellos siguen penetrando hacia nuestra tierra, pronto no tendremos qué comer”, dijo Namún Curá a su gente. “Aunque poseen estas armas de fuego, nosotros tenemos que enfrentarnos con ellos. Tenemos que reunir el número más grande de guerreros y vamos a cercar a sus pueblos. No nos queda otro remedio”.
Los araucanos obedecieron a su cacique y alistaron las armas; cada hombre llevaba suficientes flechas y arcos bien templados. Durante la noche se pusieron en camino. No se dejaron ver durante el día. “Nuestro ataque debe sorprenderlos”, esa había sido la idea de Namún Curá. Y realmente lograron llegar a una población sin que los blancos los vieran. Lo primero que lanzó contra el enemigo fue la piedra milagrosa del cacique, a la que siguieron flechas con antorchas. Y los techos empezaron a quemarse. Los blancos salían asustados, porque era la primera vez que los indígenas atacaban durante la noche.
La piedra de Namún Curá seguía volando y cayendo. Las viviendas de los blancos quedaron en ruinas. Entonces, los indígenas atacaron con sus lanzas y dejaron oír sus gritos de batalla. Casi todos los hombres blancos murieron. Las mujeres y los niños fueron atados, y las casas saqueadas.
Encontraron vino y no tardaron en emborracharse. Algunos de los guerreros viejos le recordaron al cacique que seguramente iba a haber un contraataque. Unas mujeres pudieron huir en los caballos. Pero el vino -una bebida desconocida para ellos- había borrado la sensatez de la cabeza de los araucanos.
Con la madrugada llegaron los hombres de las poblaciones vecinas y empezaron a disparar sus armas de fuego. Los araucanos fueron incapaces de defenderse. Entre los guerreros caídos estaba el gran cacique. Muy mal herido, aún tenía la piedra maravillosa en su poder. La lanzó una vez contra el enemigo. Regresó a su mano, pero después ya no tuvo más fuerza. Le dijo a un guerrero joven que yacía a su lado: “Tómala y lánzala hacia el Sol. Vamos a pedir una tormenta para poder escapar”. Cuando la piedra voló hacia el gran Sol, se desató la tormenta, pero esta vez la piedra no regresó. La tormenta ayudó a los araucanos. Escaparon los pocos que sobrevivieron, pero todo el botín tuvieron que dejarlo atrás. No pudieron llevar nada de carne, ni tampoco a las mujeres blancas que capturaron. El cacique murió sin dejar heredero.
Los ataques contra los invasores continuaron pero cada vez con menos éxito. Los araucanos tuvieron que ceder sus mejores tierras a los invasores. Pero en los días de fiesta ellos siguen recordando su grandeza y la piedra maravillosa de Namún Curá.
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