Cuando de noche pienso en Alemania, no desciende a mis párpados el sueño; mis ojos no se cierran, mas los mojan mis lágrimas de fuego. El tiempo va pasando; ya doce años desde que vi a mi madre trascurrieron; con la ausencia se acrecen cada día mi pena y mis deseos. Aumentan mis deseos y mis penas; de extraño hechizo preso, a todas horas en mi mente viene la viejecita, que conserve el cielo. La pobre vieja me idolatra tanto, que hasta en sus cartas veo cómo su mano tiembla, y cual se agita su corazón de madre allá en su pecho. No se escapa mi madre de mi mente; doce años trascurrieron, doce años de dolor huyeron tardos, después que la estreché contra mi pecho. Será eterna Alemania, es país de robusto y sano cuerpo: con sus fuertes encinas, con sus tilos, siempre podré encontrar su amado suelo. Si allí mi pobre madre no viviera, no suspirara por volver mi pecho. No morirá Alemania, mas mi madre puede volar al cielo. ¡Cuántos, después que abandoné mi patria, besó la muerte con su helado beso! ¡Sangre derrama triste mi pobre corazón cuando los cuento! Y es preciso contarlos; con el número aumenta mi dolor, y que los muertos, fríos y tristes ruedan, creo ¡gran Dios! sobre mi herido pecho. ¡Dios de bondad! por mi balcón penetra del sol de Francia el resplandor sereno; mi esposa llega, y su sonrisa aleja mis patrios melancólicos recuerdos. |
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