Fredric Brown
De alguna manera, la cosa nunca ocurrió. En realidad, no habría ocurrido si una tormenta no hubiera estado en su punto álgido cuando los cuatro salían del cine.
Habían visto una película de terror. De terror de verdad; no una farfulla, sino algo insidioso y sutil que hacía que el aire cargado de agua de la noche pareciera limpio y agradable y bienvenido. A tres de ellos. Al cuarto…
Permanecieron de pie debajo del toldo, y Mae dijo:
-¡Eh, pandilla!, ¿qué hacemos ahora, nadar o coger un taxi? - Mae era una rubia menuda y aguda, de nariz respingona, ideal para oler los perfumes que vendía tras el mostrador de unos grandes almacenes.
Elsie se volvió hacia los dos chicos:
-Vayamos un rato hasta mi estudio. Aún es temprano - dijo, poniendo un ligero énfasis en la palabra «estudio». Sólo hacía una semana que lo tenía, y la novedad de vivir en un estudio, en vez de en una habitación alquilada con muebles la hacía sentirse orgullosa y bohemia, y un poco perversa. No habría invitado a Walter solo, por supuesto, pero como eran dos parejas no habría ningún problema.
-¡Genial! - dijo Bob -. Escuchad. Wally, coge ese taxi. Yo voy corriendo a buscar vino. ¿Os gusta el oporto, chicas?
Walter y las chicas cogieron el taxi mientras Bob trataba de convencer al camarero, a quien conocía un poco, de que le vendiera un quinto de vino, pasada la hora legal. Regresó corriendo con la botella y partieron hacia la casa de Elsie.
En el taxi, Mae se puso a pensar en la película de terror otra vez. Casi les hace salirse. Estaba temblando, y Bob la rodeó con un brazo protector.
-Olvídalo, Mae - le dijo -. No era más que una película. Nunca pasa nada parecido en la realidad.
-Si ocurriera… - Walter se detuvo abruptamente.
Bob lo miró y dijo:
-Si ocurriera… ¿qué?
La voz de Walter sonó un poco a disculpa.
-Olvidad lo que iba a decir. - Dibujó una sonrisa extraña, como si la película le hubiera afectado a él de manera diferente a como le había afectado al resto.
-¿Qué tal la escuela, Walter? - preguntó Elsie.
Walter estaba haciendo un curso nocturno de premedicina; aquella era su noche libre de la semana. Durante el día trabajaba en una librería de Chestnut Street. Asintió con la cabeza y dijo:
-Muy bien.
Elsie lo estaba comparando mentalmente con el novio de Mae, Bob. Walter no era tan alto como Bob, pero no era feo, a pesar de las gafas. Era mucho más listo que Bob y algún día llegaría mucho más lejos. Bob estaba aprendiendo para impresor y estaba a mitad de camino en sus estudios. Había abandonado el instituto en el tercer año. Cuando llegaron a su estudio, Elsie sacó cuatro vasos del armario, todos de diferentes formas y tamaños, y luego anduvo revolviendo en busca de las galletas y la mantequilla de cacahuete, mientras Bob abría la botella y llenaba los vasos.
Era la primera fiesta de Elsie en su estudio y resultó no ser demasiado mala. Hablaron, sobre todo, de la película de terror, y Bob volvió a llenar los vasos un par de veces, pero a ninguno de ellos le afectó mucho.
Luego la conversación decayó un poco y todavía era temprano.
-Bob, tú solías hacer buenos trucos de cartas - dijo Elsie -. Tengo una baraja en aquel cajón. Haznos una demostración.
Así fue como empezó todo; de lo más sencillo. Bob cogió la baraja e hizo que Mae sacara una carta. Después cortó e hizo que Mae colocara la carta en medio, y le dejó que cortara unas cuantas veces más. Luego examinó las cartas, boca arriba, y le enseñó una a Mae, el nueve de picas.
Walter miraba sin mucho interés. Probablemente no habría dicho nada si Mae no hubiera dicho de pronto:
-Es maravilloso, Bob. No sé cómo lo haces.
-Es fácil - le dijo Walter -. Miró la carta de abajo antes de empezar y cuando metió su carta en el corte aquella quedó por encima de ella, y así no tenía mas que escoger la que salía al lado.
Elsie vio la mirada que Bob le estaba lanzando a Walter y trató de disimular diciendo que era muy inteligente, aún sabiendo cómo funcionaba, pero Bob dijo:
-Wally, tal vez tú puedas mostrarnos algo bueno. Quizá seas el sobrino preferido de Houdini o algo parecido.
Walter le lanzó una sonrisa y dijo:
-Si tuviera un sombrero podría mostraros uno. - Estaba a salvo; ninguno de los chicos había llevado sombrero. Mae señaló la cosita que se había quitado de la cabeza y puesto sobre el tocador de Elsie. Walter frunció el ceño.
-¿Llamas a eso sombrero? Mira, Bob, siento haberte estropeado el truco. Déjalo; no se me dan bien.
Bob había estado pasándose las cartas de una mano a otra y lo hubiese dejado si el mazo no le hubiese resbalado y esparcido todas las cartas por el suelo. Las recogió y se puso colorado, no sólo por haber estado agachado. Ofreciéndole la baraja a Walter dijo:
-Tú debes ser bueno con las cartas también. Si pudiste estropearme el truco, debes saber alguno. ¡Venga, haz uno!
Walter cogió la baraja con algo de desgana, y pensó durante un minuto. Entonces, con
Elsie mirándolo con ansiedad, cogió tres cartas, de tal modo que nadie más pudiese verlas, y puso el mazo en su sitio. Luego alzó las tres, formando una V y dijo:
-Pondré una en la parte de arriba, otra debajo y otra en el medio del mazo, y las reuniré dándole un corte. Mirad, son el dos de diamantes, el as de diamantes y el tres de diamantes.
-Les dio la vuelta otra vez de forma que los lomos de las cartas estuvieran hacia su público y empezó a colocarlas, una encima del mazo, una en el medio, y…
-¡Eh, lo he pillado! No era el as de diamantes. Era el as de corazones y lo mostraste entre las otras dos cartas de forma que sólo asomara la punta del corazón. Tú ya tenías preparado el as de diamantes en la parte de arriba de la baraja. - Sonrió triunfante.
-Bob, eso ha sido una mezquindad - dijo Mae -. Wally te dejó terminar tu actuación antes de decir nada.
Elsie también frunció el ceño a Bob. Entonces su cara se encendió y cruzó hacia el armario, abrió la puerta y cogió una caja de cartón del último estante.
-Acabo de acordarme de esto. Es del año pasado, cuando formé parte de un ballet en el centro social. Un sombrero de copa.
Abrió la caja y lo sacó. Estaba abollado y, a pesar de la caja, un poco polvoriento, pero era, sin duda, un sombrero de copa. Lo puso boca arriba sobre la mesa, cerca de Walter.
-Dijiste que podías hacer uno bueno con un sombrero, Walter. Demuéstraselo - dijo ella. Todos miraban a Walter, y él se levantó incómodo.
-Yo… yo estaba bromeando, Elsie. Yo no… quiero decir que pasó muchísimo tiempo desde que intentaba estas cosas cuando era niño. No me acuerdo.
Bob sonrió feliz y se levantó. Su vaso y el de Walter estaban vacíos y los llenó, y añadió un poco a los de las chicas, aunque todavía no estaban vacíos. Entonces cogió una vara que estaba en el rincón y la agitó como si fuera el bastón del pregonero de un circo.
-Pasen por aquí, señoras y señores, para ver al mismísimo y único Walter Beekman haciendo el truco inexistente con el sombrero de copa negro. Y en la siguiente jaula tenemos…
-¡Cállate, Bob! - dijo Mae.
Había un leve brillo en los ojos de Walter.
-Por dos céntimos, yo… - empezó.
Bob metió la mano en el bolsillo y sacó un puñado de monedas. Cogió dos peniques y los metió en el sombrero de copa que estaba boca arriba.
-Ahí tienes - dijo, y agitó el bastón otra vez -. ¡Sólo por dos céntimos, la quincuagésima parte de un dólar! Acérquense y vean al más grande prestidigitador del mundo.
Walter se bebió su vino y su cara se fue poniendo colorada mientras Bob seguía parloteando. Entonces se levantó y dijo tranquilamente:
-¿Qué te gustaría ver por tus dos céntimos, Bob?
Elsie lo miraba con los ojos abiertos.
-¿Quieres decir, Wally, que estás ofreciendo sacar algo de…?
-Tal vez.
Bob estalló en una risa ronca.
-Ratas - dijo, y cogió la botella de vino.
-Tú lo has pedido - dijo Walter.
Dejó la chistera sobre la mesa, pero extendió una mano hacia ella, indeciso al principio. Se oyó un chillido dentro del sombrero y Walter introdujo la mano rápidamente y la sacó sujetando algo por el cogote.
Mae gritó y se tapó la boca con el anverso de la mano, con los ojos blancos como platos. Elsie se desplomó silenciosamente sobre el sofá del estudio; y Bob se quedó allí quieto, con el bastón en el aire y la expresión de la cara helada.
La cosa volvió a chillar al levantarla Walter un poco más sobre el sombrero. Parecía una monstruosa y odiosa rata negra. Pero era más grande, demasiado incluso para haber salido del sombrero. Sus ojos brillaban como bombillas rojas y mordía con sus largos y blancos dientes en forma de cimitarra, chasqueándolos al abrir la boca varias pulgadas y cerrarla como una trampa. Se revolvía para liberar su cogote de la mano temblorosa de Walter; sus garras anteriores se agitaban en el aire. Tenía un aspecto increíblemente fiero.
No cesaba de chillar aterradoramente y despedía un olor fétido y rancio, como si hubiera vivido en tumbas, alimentándose de su contenido.
Entonces, tan rápido como había sacado la mano del sombrero, Walter la volvió a meter, junto con la cosa, dentro. Los chillidos cesaron y Walter sacó la mano. Permaneció allí de pie, temblando, con la cara pálida. Sacó un pañuelo del bolsillo y se secó el sudor de la frente. Su voz sonó extraña:
-No debería haberlo hecho. - Corrió hacia la puerta, la abrió y lo oyeron bajar las escaleras a tropezones.
Mae se apartó la mano de la boca lentamente y dijo:
-Lle… llévame a casa, Bob.
Bob se pasó la mano por los ojos y dijo:
-¡Dios! Qué… - se dirigió hacia el sombrero y miró dentro. Sus dos peniques estaban allí dentro pero no hizo ademán de cogerlos.
-¿Qué hacemos con Elsie? ¿Deberíamos…? - dijo con la voz quebrada. Mae se levantó despacio y respondió:
-Déjala dormir. - No hablaron mucho durante el viaje de regreso a casa.
Dos días más tarde, Bob y Elsie se encontraron en la calle.
-¡Hola, Elsie! - saludó él.
-Hola ¿qué tal? - contestó ella.
-¡Caray, vaya fiesta que tuvimos en tu estudio la otra noche! - dijo él -. Me temo que bebimos demasiado.
Algo pareció pasar por la cara de Elsie por un momento, y luego sonrió y dijo:
-Bueno, yo seguro que sí. Me caí como un fardo.
Bob le devolvió la sonrisa y dijo:
-Yo también estaba un poco excitado. La próxima vez tendré mejores modales.
Mae volvió a salir con Bob al lunes siguiente. No fue una cita doble aquella vez.
Después del espectáculo, Bob preguntó:
-¿Vamos a algún sitio a tomar algo?
Inconscientemente, Mae sintió un pequeño escalofrío.
-Bueno, pero nada de vino. Estoy retirada del vino. Por cierto, ¿has visto a Wally desde la semana pasada?
Bob meneó la cabeza.
-Creo que tienes razón con lo del vino. Wally tampoco lo puede tomar. Le sentó mal, o algo, y salió corriendo, ¿no? Espero que alcanzara la calle a tiempo.
Mae le hizo una mueca.
-Usted tampoco estaba muy sobrio, señor Evans. ¿Acaso no trataste de pelearte con él por un estúpido truco de cartas, o algo así? La película que vimos fue horrible. Tuve pesadillas toda la noche.
Él sonrió.
-¿Con qué soñaste?
-Con una… bah, no me acuerdo. Es curioso, lo real que puede ser un sueño y aún así no poder recordarlo.
Bob no volvió a ver a Walter Beekam hasta cierto día, tres semanas después de la fiesta, que se dejó caer por la librería. Era una hora muerta y Walter, solo en la tienda, estaba escribiendo en una mesa al fondo.
-¡Qué hay, Wally!
Walter se levantó y señaló con la cabeza unos papeles con los que había estado trabajando.
-La tesis. Es mi último año de premedicina y estoy especializándome en sicología.
Bob se inclinó sobre el escritorio.
-Sicología, ¿eh? ¿Sobre qué estas escribiendo?
Walter lo miró durante un momento antes de contestar.
-Un tema interesante. Estoy tratando de demostrar que la mente humana es incapaz de asimilar lo totalmente increíble. O sea que, en otras palabras, si tú vieras algo que no pudieses creer de ninguna manera, te convencerías a ti mismo de que no lo habías visto. De algún modo lo racionalizarías.
-¿Quieres decir que si viera un elefante rosa no lo creería?
-Sí, eso o… déjalo - dijo Walter. Y se dirigió al frente para atender a otro cliente.
Cuando Walter regresó, Bob dijo:
-¿Tienes algo bueno de misterio para alquilar? Tengo el fin de semana libre y quizás lea uno.
Walter pasó la vista por los estantes de alquiler y luego abrió la tapa de un libro con el índice.
-Aquí tienes uno de misterio fantástico - dijo -. Va de seres de otro mundo, que viven aquí disfrazados, fingiendo que son gente normal.
-¿Con qué fin?
Walter le sonrió.
-Léelo y descúbrelo. Puede que te sorprenda.
Bob se movió inquieto y se volvió para ver los libros de alquiler por si mismo.
-Preferiría una simple historia de misterio - dijo -. Todo ese tipo de cosas son tonterías para mí.
Por alguna razón que no entendía, levantó la vista hacia Walter y preguntó:
-¿No es cierto?
Walter asintió con la cabeza y dijo:
-Sí, supongo que sí.
FIN
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