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martes, 12 de abril de 2022

EN LA ORILLA DEL AGUA

 



Robert Bloch

 

EL LETRERO cubierto de huellas de moscas, en la vitrina, decía: The Bright Spot Restaurant.

El letrero, un poco más arriba, ordenaba: Coman.

El hombre no tenía hambre y el lugar no parecía ser especialmente atractivo tampoco; pero, de todos modos, entró.

Era una simple fonda, con una sola hilera de mesas y asientos de respaldo duro, a lo largo de una de las paredes. Media docena de clientes estaban trepados en los altos taburetes, acodados en el mostrador, cerca de la puerta. Pasó junto a ellos y se dejó caer en un taburete, al extremo más apartado.

Permaneció allí, inmóvil, observando a las tres camareras. Ninguna de ellas parecía estar observándolo; pero tenía que aprovechar cualquier oportunidad. Esperó, hasta que una de las mujeres se le acercó.

-¿En qué puedo servirle, señor?

-Déme una Coca, por favor.

La mujer le llevó el refresco solicitado y colocó un vaso frente al hombre, sobre la mesa. El recién llegado fingió estar examinando la carta del menú y habló, sin mirar a la mujer:

-Dígame, ¿trabaja aquí una tal Helen Krauss?

-Yo soy Helen Krauss.

El hombre levantó la mirada. ¿Qué clase de cambio era aquel? Recordaba el modo en que Mike acostumbraba hablar de ella, noche tras noche.

-Es una rubia alta, pero bien rellena. Se parece mucho a la dama que interpreta a esa rubia tonta de la televisión; ¿cómo se llama?; ya sabes de cuál hablo. Pero no es idiota, no Helen. Además, cuando se trata del amor…

Después de eso, sus descripciones se hacían anatómicamente intrincadas; pero había archivado cuidadosamente en su memoria todos los detalles.

Examinó esos archivos; pero nada de lo que había en ellos correspondía a lo que estaba viendo ante él.

Aquella mujer era alta; pero ahí concluía todo el parecido. Debía pesar no menos de ochenta kilogramos, y su cabello era de color castaño sucio y estaba bastante mal peinado. Llevaba también lentes. Desde detrás de los gruesos cristales, los ojos azules y borrosos de la dama lo miraban en forma poco inteligente.

La camarera debía haberse dado cuenta de que la estaba examinando detenidamente y el hombre comprendió que tendría que hablar con rapidez.

-Estoy buscando a una Helen Krauss que solía vivir en Norton Center. Estaba casada con un hombre llamado Mike.

Los ojos borrosos parpadearon.

-Soy yo. ¿A dónde quiere ir a parar con todo esto?

-Tengo un mensaje de su esposo para usted.

-¿De Mike? Pero… si está muerto…

-Ya lo sé. Estaba con él cuando murió. Por lo menos, inmediatamente antes. Soy Rusty Connors. Fuimos compañeros de celda durante dos años.

La expresión del rostro de la mujer no cambió, pero su voz disminuyó de volumen, hasta convertirse en un susurro.

-¿Cuál es el mensaje?

Miró en torno suyo.

-No puedo hablar aquí. ¿A qué hora sale de trabajar?

-A las siete y media.

-Muy bien. ¿La espero afuera?

La mujer dudó.

-Que sea en la esquina, al otro lado de la calle. Hay un parque, ¿lo conoce?

El hombre asintió, se levantó y salió del establecimiento, sin mirar atrás.

No era lo que había esperado…, no después de lo que Mike le había dicho sobre su esposa. Al adquirir su boleto para trasladarse a Hainesville, había tenido otras ideas. Hubiera sido agradable hallar a la rubia atractiva y ardiente que era la viuda de Mike y, quizá, poder combinar los negocios con el placer. Incluso había pensado que los dos juntos podrían dominar la ciudad, si es que era la mitad de atractiva que lo que le había dicho Mike. Pero todas esas ideas quedaban excluidas. No deseaba mezclarse con aquella mujer gorda, grasienta y estúpida, de ojos inexpresivos.

Rusty se preguntó cómo era posible que Mike hubiera podido estarle contando tantas mentiras a ese respecto durante dos años enteros…, y de pronto lo comprendió. Dos años seguidos, esa era la respuesta, dos años en una celda desnuda, sin una mujer. Quizá había resultado que, al cabo de cierto tiempo, Mike creía ya en su propio relato, que Helen Krauss había llegado a ser hermosa para él. Era posible que Mike hubiera perdido un poco el buen juicio, antes de morir, imaginándose toda clase de cosas raras.

Rusty esperaba tan sólo que hubiera estado diciendo la verdad respecto a una sola cosa. Era mejor que así fuera, ya que lo que Mike le había dicho en la celda era lo que le había hecho ir a aquella ciudad. Era eso lo que lo había hecho reflexionar y acudir junto a la mujer de Mike.

Esperaba que su compañero de prisión le estuviera diciendo la verdad al mencionar los cincuenta y seis mil dólares que había mantenido ocultos.

La mujer se reunió con él en el parque, que estaba sumido en la oscuridad. Eso era muy apropiado, ya que así nadie podría verlos juntos. Además, no podría; verle el rostro, ni ella el suyo, de modo que le resultaría mucho más fácil decirle lo que tenía que decirle.

Se sentaron en un banco, tras el quiosco de la música, y Rusty encendió un cigarrillo. Luego, recordó que era muy importante que se mostrara agradable con ella y le ofreció la cajetilla abierta.

La mujer movió la cabeza.

-No, gracias… No fumo.

-Es cierto. Mike me lo dijo -hizo una pausa-. Me dijo muchas cosas sobre usted, Helen.

-También me escribió sobre usted. Me decía que era usted el mejor amigo que había tenido en toda su vida.

-Me agrada saberlo. Mike era alguien a quien yo apreciaba de veras. No conocí a nadie mejor que él. No debía estar en un sucio agujero como la prisión.

-Decía lo mismo sobre usted.

-Supongo que los dos tuvimos mala suerte. En lo que a mí concierne, era todavía un niño que carecía de experiencia. Cuando fui licenciado del servicio militar estuve dando vueltas, hasta que se me acabó el dinero y, entonces, acepté trabajar con un apostador ilegal. Nunca llevé a cabo un trabajo de pistolero, en mi vida, hasta la noche en la que las oficinas sufrieron un asalto por parte de la policía.

“El jefe me entregó su maletín, lleno de dinero, y me indicó que saliera por la puerta de atrás. Allí había un policía, que se me acercó, apuntándome con una pistola. Por consiguiente, le golpeé en la cabeza con el maletín. Era simplemente un acto reflejo…, ni siquiera deseaba causarle daño; sólo quería poder huir. No obstante, el polizonte tuvo una fractura de cráneo y falleció.”

-Mike me escribió a ese respecto. Tuvo usted muy mala suerte.

-También su esposo, Helen -Rusty utilizaba el nombre de pila de la mujer deliberadamente, e hizo que su voz se dulcificara.

Eso era parte de la puesta en escena.

-Como le decía, no podía comprender de ninguna manera lo que le había sucedido. Un tipo honrado como él golpeando a su mejor amigo para quitarle el dinero de la nómina. Y él solo, además. Luego, deshaciéndose del cadáver, de tal modo que nunca pudieran encontrarlo. No hallaron nunca el cuerpo de Pete Taylor, ¿verdad?

-¡Por favor! ¡Ya no quiero volver a hablar de eso!

-Comprendo cómo se siente.

Rusty tomó la mano de la mujer, que era fofa y sudorosa, y permaneció en la mano de él como un pedazo de carne caliente. Pero Helen no la retiró y el hombre siguió hablando.

-Lo acusaron simplemente con pruebas circunstanciales, ¿no es así?

-Alguien vio a Mike recoger a Pete aquella tarde -dijo Helen-. Había perdido en alguna parte las llaves del automóvil, y supongo que pensó que sería muy conveniente que Mike lo llevara hasta la fábrica, con el dinero de la nómina. Eso era todo lo que necesitaba la policía. Lo atraparon antes de que pudiera quitarse las manchas de sangre. Por supuesto, no tenía coartada. Juré que había estado en casa, conmigo, toda la tarde; pero no quisieron aceptarlo. Por consiguiente, le dieron diez años de prisión.

-Cumplió dos y murió -dijo Rusty-, pero nunca dijo cómo se había deshecho del cadáver, ni donde escondió el dinero.

Vio que la mujer asentía, a pesar de la oscuridad reinante.

-Es cierto. Supongo que debieron atormentarlo de manera terrible; pero nunca les dijo nada.

Rusty guardó silencia durante unos instantes. Luego, le dio una fumada a su cigarrillo y dijo:

-¿Se lo confesó alguna vez a usted?

Helen Krauss produjo un sonido extraño con la garganta.

-¿Qué está pensando? Huí de Norton Center porque no podía soportar el modo en que la gente seguía hablando de todo el caso. Fue entonces cuando vine a Hainesville. Durante dos años he trabajado en ese odioso restaurante. ¿Le hace pensar eso que pudo haberme dicho algo?

El hombre tiró la colilla de su cigarrillo a la vereda, y vio que la brasa roja parecía parpadear. La miró, mientras hablaba.

-¿Qué haría usted si encontrara ese dinero, Helen? ¿Se lo devolvería a los policías?

La mujer volvió a hacer el mismo ruido con la garganta.

-¿Para qué? ¿Para decirles: “muchas gracias por llevarse a Mike y matarlo”? Eso fue lo que hicieron, matarlo. Me dijeron que, había sido neumonía… ¡Ya conozco su neumonía! Lo dejaron pudrirse en esa celda, ¿no es así?

-El carcelero dijo que era sólo la gripe. Hice un escándalo tan grande que lo llevaron finalmente a la enfermería.

-Bueno. Yo digo que lo mataron y que pagó por ese dinero con su vida. Soy su viuda…, de modo que me pertenece.

-Es nuestro -le dijo Rusty.

Los dedos de la mujer se agitaron y sus uñas se apoyaron en la palma de la mano del hombre.

-¿Le dijo dónde está escondido? ¿Es eso lo que quiere usted decirme?

-Sólo me dio ciertas indicaciones. Antes de que se lo llevaran. Se estaba muriendo y no podía decir gran cosa. Pero oí lo bastante como para poder hacerme una idea bastante buena de lo que quería decirme. Supuse que al venir hasta aquí y hablar con usted, podríamos atar cabos y encontrar el dinero. Cincuenta y seis mil dólares dijo que había… Aunque lo dividamos entre los dos, es de todos modos una buena cantidad de dinero.

-¿Por qué me está incluyendo en el asunto, si sabe dónde está el dinero?

La voz de Helen tenía un acento de suspicacia, de sospecha. El hombre lo comprendió y se dedicó a calmarla.

-Porque, como le he dicho, no me dijo lo bastante. Tendremos que averiguar lo que significa y, luego, dedicarnos a la búsqueda. Soy forastero por estos contornos, y la gente podría sospechar si me viera dar vueltas por todos lados. Pero si usted me ayuda, quizá no tendría ninguna necesidad de dar vueltas. Quizá pudiéramos ir en línea recta hasta donde se encuentra el dinero.

-Un acuerdo de negocios, ¿no es así?

-No del todo, Helen. Ya sabe cuáles eran las relaciones entre Mike y yo. Hablaba de usted siempre. Al cabo de cierto tiempo, tenía ya una sensación extraña, como de conocerla… tan bien como el mismo Mike. Poco a poco, comencé a desear conocerla mejor.

Mantuvo el volumen de voz en un susurro y sintió las uñas de la mujer contra la palma de su mano. Repentinamente, la mano de Rusty le devolvió la presión a la de su acompañante, y su voz se hizo excitada.

-Helen, quizá estoy un poco tocado; pero estuve más de dos años en ese agujero. Dos años sin una mujer. ¿Comprende lo que significa eso para un hombre?

-Yo también lo he soportado durante más de dos años.

La rodeó entre sus brazos y se esforzó en que sus labios ascendieran hasta los de ella. No necesitó esforzarse mucho.

-¿Tiene una habitación? -inquirió Rusty.

-Sí, Rusty…, tengo una habitación.

Se levantaron enlazados. Antes de alejarse, el hombre le echó una ojeada a la brasa roja de la colilla de su cigarrillo, y la aplastó con el tacón.

 

II

Otra brasa roja brillaba en la habitación, y Rusty mantuvo el cigarrillo en la mano, hacia un lado, con el fin de que el resplandor permaneciera invisible. No quería que la mujer viera el desagrado reflejado en su rostro.

Era posible que Helen se hubiera dormido ya. Esperaba que así fuera, ya que, en ese caso, tendría tiempo para pensar.

Hasta entonces, todo había salido bien. Aquella vez todo tendría que funcionar bien, puesto que, hasta entonces, siempre había habido fallas y golpes de mala suerte.

El tomar el maletín lleno de dinero le había parecido una buena idea, hacía tiempo, cuando la policía había irrumpido en la oficina de apuestas ilegales en que había estado empleado. Creyó poder escurrirse por la puerta de atrás, antes de que alguien pudiera notar su desaparición, en medio de la enorme confusión. Pero se había engañado por completo y aterrizó en la cárcel.

El hacerse amigo del tal Mike había sido otra buena idea. No pasó mucho tiempo antes de que lo supiera todo respecto al asunto del dinero de la nómina… todo, excepto dónde había escondido Mike el botín. El tipo aquel no hubiera dicho nunca nada a ese respecto.

Fue sólo cuando se enfermó que Rusty pudo ocuparse de él, sin que hubiera alguna otra persona que pudiera darse cuenta de lo que ocurría. Se había asegurado de que su compañero de celda estuviera verdaderamente enfermo, antes de ejercer una verdadera presión sobre él.

Ni siquiera entonces había consentido en hablar aquel piojoso… Rusty debería haberlo medio matado, allí mismo, en la celda. Quizá se le había pasado un poco la mano, ya que sólo pudo sacarle una frase, antes de que se presentaran los celadores.

Entonces, durante cierto tiempo, se preguntó si lo que había hecho podría tener repercusiones para él. Si Mike se hubiera salvado, es seguro que hubiera hablado al respecto. Pero no había logrado salir con bien…, muriendo en la enfermería antes de la mañana, y dijeron que era a causa de una neumonía.

Por consiguiente, Rusty estaba a salvo…, y podía hacer planes.

Hasta ese momento, sus planes estaban saliendo a pedir de boca. Nunca había solicitado la libertad provisional, considerando más conveniente cumplir los seis meses que le quedaban, con el fin de salir completamente libre, sin que hubiera nadie que le siguiera los pasos. Cuando lo soltaron, tomó el primer autobús hacia Hainesville. Sabía a dónde dirigirse, ya que Mike le había confiado que Helen trabajaba en un restaurante.

No la había engañado respecto a lo mucho que la necesitaba en el negocio. Era cierto que le sería útil. Necesitaba que lo ayudara, que diera la cara por él, con el fin de que no tuviera que andar buscando por su propia cuenta, despertando curiosidad, cuando les hiciera ciertas preguntas a desconocidos. Eso estaba suficientemente claro.

Sin embargo, durante todo aquel tiempo, basándose en lo que le había contado Mike, había esperado que Helen fuera una verdadera muñeca, una de esas vampiresas sobre las que escriben en las novelas de suspenso. Se había aferrado a la idea de hallar el dinero y huir con ella, con el fin de tener una buena época en su vida.

Sin embargo, aquella parte de sus proyectos quedaba totalmente excluida.

Hizo una mueca en la oscuridad al recordar el cuerpo grasiento de la mujer, sus siseos, jadeos y gritos… No, no podría soportarlo mucho más. Pero tenía que seguir adelante con ello, porque era parte del plan. La necesitaba a su lado y aquella era la mejor manera de mantenerla bien sujeta.

Había llegado el momento de tomar una decisión respecto a sus próximos movimientos. Si hallaran el botín; ¿cómo podría estar seguro de ella, una vez que hubieran efectuado la repartición? No deseaba seguir atado a aquella bazofia de hembra, y tenía que haber alguna forma de…

-Querido, ¿estás despierto?

¡La voz de Helen! ¡Y le llamaba “querido”! Se estremeció y logró controlarse con un poderoso esfuerzo.

-Sí.

Alargó la mano y apagó la colilla de su cigarrillo en su cenicero.

-¿Tienes ganas de hablar ahora?

-Por supuesto.

-Estaba pensando que quizá sería mejor que hiciéramos planes.

-Eso es lo que me gusta, una mujer práctica -dijo, esforzándose en que el tono de su voz fuera festivo-. Tienes razón, preciosa. Cuanto antes nos pongamos a trabajar, mejor -se puso en posición, sentado, y se volvió hacia su compañera de cama-. Comencemos desde el principio, con lo que me dijo Mike, antes de morir. Dijo que no habían encontrado el dinero, que nunca podrían hacerlo…, porque Pete lo tenía aún.

Durante un momento, Helen Krauss guardó silencio, luego dijo:

-¿Eso es todo?

-¿Todo? ¿Qué otra cosa quieres? Está claro como la punta de tu nariz, ¿no te parece? El dinero está oculto junto al cadáver de Pete.

Sintió el aliento de Helen sobre su hombro.

-No te preocupes por la punta de mi nariz -dijo la mujer-. Ya sé dónde se encuentra. Sin embargo, durante dos años, todos los policías del condado han sido incapaces de hallar el cuerpo de Pete -Helen suspiró-. Creí que tenías verdaderamente alguna información valiosa; pero creo que me equivoqué. Debí suponérmelo.

Rusty la tomó por los hombros.

-¡No digas eso! Tenemos la respuesta que necesitamos. Lo único que nos queda por hacer es imaginarnos dónde debemos buscar.

-¡Claro! ¡Es muy sencillo!

El tono de voz de la mujer denunciaba su sarcasmo.

-Ahora, recuerda. ¿Dónde buscaron los policías?

-Buscaron en nuestra casa, por supuesto. Vivíamos en una casa alquilada, pero eso no los detuvo. Destrozaron todo el edificio, incluyendo los sótanos. No encontraron ni un centavo.

-¿En qué otros lugares buscaron?

-El comisario del condado tuvo ocupados a sus hombres durante todo un mes, buscando por los bosques en torno a Norton Center. Rebuscaron en todas las cabañas y granjas abandonadas en la zona, y en todos los lugares similares. Incluso dragaron el lago. Pete Taylor era soltero…, tenía una pequeña vivienda en la ciudad y otra cerca del lago. Destrozaron ambas. No hallaron nada en absoluto.

Rusty guardó silencio.

-¿Cuánto tiempo tardó Mike en recoger a Pete y regresar a casa otra vez?

-Cerca de tres horas.

-¡Diablos! En ese caso, pudo ir muy lejos. ¿No es así? El cuerpo debe estar oculto cerca de la ciudad.

-Eso es precisamente lo que suponía la policía. Te aseguro que hicieron un buen trabajo. Excavaron las zanjas, limpiaron los desagües, etc., No encontraron nada.

-Bueno, debe haber una solución en alguna parte. Veamos las cosas desde otro ángulo. Pete Taylor y tu marido eran amigos, ¿no es cierto?

-Sí. Desde que nos casamos, Mike estaba muy entusiasmado con él. Se entendían sumamente bien.

-¿Qué solían hacer? Quiero decir, ¿solían beber, jugar a las cartas, o qué?

-Mike no acostumbraba beber mucho. Principalmente, se dedicaban a cazar y pescar. Como ya te dije, Pete Taylor tenía una cabaña cerca del lago.

-¿Está cerca dé Norton Center?

-A unos cinco kilómetros de distancia de la ciudad -Helen parecía estar bastante impaciente-. Ya sé en qué estás pensando; pero no es una buena idea. Ya te he dicho que dragaron todo el lago y rebuscaron por todas partes en torno a la cabaña. Incluso levantaron las tablas de los suelos y todo lo demás.

-¿No hay cobertizos o lugares en donde se guardan los botes o los accesorios de pesca?

-Pete Taylor no tenía más que la cabaña en su propiedad. Cuando mi marido y él salían a pescar tomaban prestada una barca de los vecinos más cercanos, a la orilla del lago -volvió a suspirar-. No creas que no he tratado de imaginármelo. Durante dos años he estado reflexionando en todo el caso, y te aseguro que no existe ninguna salida posible.

Rusty rebuscó otro cigarrillo y lo encendió.

-Por cincuenta y seis mil dólares, debe haber alguna solución -opinó-. ¿Qué sucedió el día que murió Pete Taylor? Es posible que haya algo que hayas olvidado a ese respecto.

-En realidad, no sé qué fue lo que ocurrió. Estaba en casa y Mike tenía el día libre, de modo que se fue al centro de la ciudad a dar un paseo.

-¿Dijo algo antes de irse? ¿Estaba nervioso? ¿Se comportó de manera extraña?

-No…, no creo que hubiera planeado nada, si es eso lo que estás tratando de averiguar. Creo que fue algo repentino…, se encontró de improviso en el automóvil con Pete Taylor y todo ese dinero, y se decidió a hacerlo.

“Bueno, ellos pensaron que había sido planeado todo al avance. Dijeron que Mike sabía que era el día de pago de la nómina y que Pete iba siempre al banco con el cheque y sacaba el dinero en efectivo. El viejo Huggins, de la fábrica, era un tipo recto y siempre le gustaba pagar en efectivo. De todos modos, vieron a Pete entrar al banco, y Mike debía estar esperándolo en el estacionamiento, situado en la parte posterior del edificio.

»Creen que se deslizó hasta el automóvil de Pete y le robó las llaves, de modo que, cuando salió con el guardia, no pudo poner en marcha el automóvil.

»Mike esperó hasta que el guardia se fue; luego, avanzó y vio a Pete, como si se hubiera encontrado allí por casualidad, y preguntó qué era lo que pasaba.

»Debió suceder algo semejante, ya que el empleado del estacionamiento dijo que hablaron y que, luego, Pete se subió al automóvil de Mike y se fueron juntos.

Eso es todo lo que saben al respecto. Hasta que Mike regresó solo a casa, casi tres horas más tarde.”

Rusty asintió.

-Regresó a casa solo en el automóvil. ¿Qué fue lo que te dijo?

-No gran cosa. Supongo que no tenía tiempo para hacerlo, ya que el coche patrulla se detuvo junto a la puerta de entrada aproximadamente dos minutos después de su llegada.

-¿Con tanta rapidez? ¿Quién los informó?

-Bueno, naturalmente, los de la fábrica se preocuparon al no ver aparecer a Pete con el dinero de los salarios. Por consiguiente, el viejo Huggins llamó al banco, donde verificaron con el cajero y el guardia, y alguien salió a hacer preguntas en el estacionamiento. El empleado les explicó que Pete se había ido en el automóvil de Mike. Por consiguiente, fueron a nuestra casa a buscarlo.

-¿Ofreció alguna resistencia?

-No. Nunca se molestó siquiera en pronunciar una sola palabra. Simplemente, se lo llevaron. Estaba en el lavabo, lavándose.

-¿Estaba muy sucio? -inquirió Rusty.

-Sólo- tenía sucias las manos, eso es todo. Nunca descubrieron nada que pudieran verificar en sus laboratorios o como se llamen. Creo que tenía los zapatos lodosos. Hubo un gran escándalo porque faltaba su pistola. Esa fue la peor parte de todas, el hecho de que se llevara la pistola consigo. Por supuesto, nunca la encontraron, pero sabían que tenía una, y había desaparecido. Les dijo que la había perdido varios meses antes, pero no le creyeron.

-¿Y tú?

-No lo sé.

-¿Alguna otra cosa?

-Bueno, tenía la mano cortada. Sangraba un poco cuando llegó a casa. Lo noté y le hice preguntas al respecto. Estaba a mitad de camino hacia el piso superior y dijo algo sobre ratas. Más tarde, en el tribunal, les dijo a los jueces que se había lastimado la mano con los cristales de la ventanilla, por lo que había sangre en el automóvil. Una de las ventanillas del vehículo estaba rota. Pero analizaron la sangre y vieron que no era de su tipo. Coincidía con el tipo de sangre de Pete Taylor que figuraba en los registros.

Rusty le dio una profunda chupada a su cigarrillo.

-Pero eso no fue lo que te dijo a ti al llegar a casa, sino que te dijo que una rata lo había mordido.

-No… Simplemente dijo algo sobre las ratas, no pude entenderle qué. En el tribunal, el doctor prestó testimonio de que había subido al primer piso y se había cortado la mano con una navaja de afeitar. Hallaron su navaja de afeitar en el gabinete del baño, y tenía la hoja ensangrentada.

-Espera un minuto -le dijo Rusty, con lentitud-. Comenzó a decirte algo sobre ratas. Luego, subió al primer piso y se cortó la mano con una navaja de afeitar. Todo comienza a tener sentido, ¿no lo comprendes? Una rata lo mordió, quizá mientras se estaba deshaciendo del cadáver, pero si alguien lo hubiera sabido, hubieran buscado el cuerpo en algún lugar en el que hubiera ratas. Por consiguiente, cubrió ese rastro, cortándose la mano con la navaja de afeitar.

-Es posible -apreció Helen Krauss-; pero, ¿a dónde nos conduce eso? ¿Vamos a tener que buscar en todos los lugares en que haya ratas, de las inmediaciones de Norton Center?

-Espero que no -respondió Rusty-. Me horripilan esos horribles bichos. Me dan escalofríos. Acostumbraba verlos durante el servicio militar…, bichos grandes y gordos, que se paseaban por los muelles… -produjo un chasquido con los dedos-. ¡Un momento! Me dijiste que cuando Pete y Mike se iban a pescar tomaban una barca prestada a sus vecinos, ¿no es así? ¿Dónde guardaban la barca esos vecinos?

-Tenían un cobertizo.

-¿Lo registraron los policías?

-No lo sé… Supongo que sí.

-Quizá no lo registraron suficientemente bien. ¿Estaban los vecinos en su propiedad ese día?

-No,

-¿Estás segura?

-Ya lo creo. Era de una pareja de Chicago, de nombre Thomason. Dos semanas antes, del robo del dinero de la nómina murieron en un accidente de automóvil, cuando regresaban a su hogar.

-Por consiguiente, no había nadie en las inmediaciones, y Mike lo sabía, ¿no es así?

-Exactamente -la voz de Helen sonaba repentinamente seca-. De todos modos, la temporada estaba ya demasiado avanzada. Más o menos como ahora. El lago estaba desierto. ¿Crees que…?

-¿Quién, vive actualmente en las cercanías? -inquirió Rusty.

-Por lo que he sabido, ya no vive allí nadie. No tenían hijos y no fue posible vender la propiedad. También la cabaña de Pete Taylor se encuentra abandonada, por la misma razón.

-Eso se ajusta… a cincuenta y seis mil dólares, si no me equivoco. ¿Cuándo podemos ir allá?

-Mañana, si quieres. Es mi día libre. Podemos utilizar mi automóvil. ¡Oh, querido, estoy tan excitada!

No tenía necesidad de decírselo para que lo supiera. Podía darse cuenta de ello, sentirlo en ella, cuando se lanzó a sus brazos. Una vez más, tuvo que forzarse. Le era preciso pensar en otra cosa, con el fin de no delatar cómo se encontraba.

Estuvo pensando en el dinero y en lo que haría después de encontrarlo. Necesitaba hallar la solución correcta, con rapidez.

Estaba todavía pensando, cuando la mujer se dejó caer de espaldas y le sorprendió, inquiriendo:

-¿En qué piensas?

Rusty abrió la boca y le dijo la verdad.

-En el dinero -respondió-. En todo ese dinero. Veintiocho mil dólares para cada uno.

-¿Tenemos que repartírnoslo, querido?

Vaciló un poco antes de responder, y luego le dio la contestación apropiada:

-Por supuesto que no…, no a menos que tú quieras que sea en esa forma.

Y no lo repartirían. Eran todavía cincuenta y seis mil dólares, que se apropiaría para él en cuanto los descubrieran.

Lo único que tenía, que hacer era quitársela del camino.

 

III

Si Rusty tenía algunas dudas respecto a poder salir adelante con aquel asunto, se desvanecieron al día siguiente. Pasó la mañana y la tarde con ella, en su habitación, porque tenía que hacerlo. No tenía sentido permitir que los vieran juntos en la ciudad o en alguna parte, cerca del lago.

Por consiguiente se esforzó en satisfacerla, y sólo había una forma de hacerlo. De todos modos, para cuando comenzó a oscurecer, tenía ya ganas de matarla, con o sin dinero, tan sólo para quedar libre de su cuerpo grasiento y apestoso.

¿Cómo pudo Mike decir alguna vez que era atractiva? No podía comprenderlo, del mismo modo que no entendía lo que había pensado aquel tipo tranquilo cuando decidió liquidar a su mejor amigo, para quedarse con el dinero de la nómina.

Pero eso ya no tenía importancia…, lo único que le interesaba era encontrar la cajita metálica negra.

Hacia las cuatro de la tarde, se deslizó por las escaleras y le dio la vuelta a la esquina. A los diez minutos, Helen lo recogió en su automóvil.

Tenían una hora completa de recorrido hasta llegar al lago. La mujer dio un rodeo en torno a Norton Center y se acercaron a la orilla del lago por una vereda de grava. Rusty hubiera querido, que apagara los faros del automóvil, pero la mujer le dijo que no había ninguna necesidad de hacerlo, ya que, de todos modos, no había nadie en las inmediaciones. Cuando pudieron echarle una ojeada a las orillas Rusty comprendió que su acompañante le estaba diciendo la verdad…; el lago estaba oscuro, desierto, aquella noche de primeros del mes de noviembre.

Se detuvieron detrás de la cabaña de Pete Taylor. Al verla, Rusty comprendió inmediatamente que era imposible que el cadáver estuviera oculto en ella. La construcción no hubiera podido ocultar durante mucho tiempo ni siquiera a una masca muerta. Helen sacó del automóvil una lámpara de bolsillo.

-Supongo que querrás ir directamente al cobertizo donde guardaban las barcas -dijo-. Es por aquí, a la izquierda. Ten cuidado…, el camino está muy resbaladizo.

Era muy arriesgado ir por allí en medio de la oscuridad. Rusty la siguió, preguntándose si sería el momento apropiado para deshacerse de su acompañante. Podía tomar una piedra y aplastarle la cabeza, mientras le daba la espalda.

Decidió que era mejor esperar. Primeramente, debería ver si estaba allí el dinero todavía, y encontrar un buen lugar para abandonar el cadáver de la mujer. Debía haber un buen escondite… que había encontrado Mike.

El cobertizo se levantaba detrás de un pequeño embarcadero, que se internaba en el lago. Rusty probó la puerta y vio que estaba cerrada con candado.

-Échate hacia atrás -dijo.

Tomó a continuación una piedra de la orilla del lago. El candado estaba viejo y oxidado por la falta de uso. Se rompió con facilidad y cayó al suelo.

Le quitó a Helen la lámpara de bolsillo, abrió la puerta y miró al interior. El rayo de luz iluminó el cobertizo, atravesando la oscuridad. Pero la oscuridad no era completa. Rusty pudo ver el resplandor de un centenar de brasas de colillas de cigarrillos, que lo miraban, como ojos.

Entonces, comprendió que eran ojos.

-Ratas -dijo-. Ven, no tengas miedo. Parece que teníamos razón en nuestras suposiciones.

Helen se desplazó a sus espaldas, sin dar muestras de temor. Pero Rusty había dicho aquello en realidad para si mismo. No le gustaban las ratas. Se vio muy contento cuando los roedores se dispersaron y desaparecieron ante el rayo de luz de la lámpara. El ruido de pasos hizo que se lanzaran hacia los rincones, hacia las entradas de sus madrigueras, situadas bajo el suelo del cobertizo.

¡El suelo! Rusty dirigió hacia abajo el rayo de luz. Era de cemento armado, por supuesto. ¿Y debajo…?

-¡Maldita sea! -exclamó-. Deben haber estado ya aquí.

Era cierto, ya que el suelo que había sido de concreto sólido, sólo era un montón de escombros. Los ayudantes del comisario habían hecho un buen trabajo con sus picos.

-Ya te lo había dicho -suspiró Helen Krauss-. Buscaron en todas partes.

Rusty iluminó todo el local, haciendo describir a la lámpara todo un círculo. No había ninguna barca, nada almacenado en los rincones. El rayo revelaba paredes completamente desnudas.

Levantó la luz hacia el techo plano y sólo obtuvo el reflejo de mica de la cubierta de papel alquitranado del aislamiento.

-No hay nada que hacer -dijo Helen-. No podía ser tan sencillo.

-Queda aún la casa -le dijo su acompañante-. Vamos.

Giró sobre sus talones y salió del cobertizo, contento de dejar atrás el olor rancio y fétido de los animales. Luego, dirigió el rayo de luz hacia el tejado.

De pronto, se detuvo.

-¿No notas nada? -inquirió.

-¿Qué?

-El tejado. Está más alto que el techo.

-¿Y qué?

-Es posible que haya ahí un espacio libre -comentó.

-Sí, pero…

-Escucha…

La mujer guardó silencio…, los dos permanecieron inmóviles y en silencio. En esa forma, pudieron escuchar el ruido predominante. Al principio se oía como si fueran gotas de lluvia que resonaran sobre el tejado; pero no estaba lloviendo y el sonido no procedía del tejado. Era producido inmediatamente debajo…, era el ruido producido por pies diminutos y ágiles, entre el cielo raso del techo y el tejado.

Había allí ratas. ¿Y qué otra cosa?

-Ven -murmuró.

-¿Adónde vamos?

-A la casa…, para buscar una escalera de mano.

No tuvieron que forzar la entrada y eso fue agradable. Había una escalera en la parte posterior y Rusty la llevó consigo. Helen descubrió una barra de acero.

La mujer sostuvo la lámpara mientras su acompañante colocaba la escalera de mano contra la pared y se subía a ella. Con la barra de acero separó el papel alquitranado del aislamiento, haciéndolo pedazos. Fue fácil desmontarlo, sacando unos cuantos clavos. Aparentemente, el papel había sido colocado apresuradamente. Un hombre que sólo tiene unas cuantas horas a su disposición tiene que trabajar en esa forma.

Debajo del papel alquitranado, Rusty descubrió vigas de madera. Entonces, la barra de acero fue verdaderamente útil. Los troncos crujieron con fuerza y se oyeron otros sonidos, cuando las ratas se deslizaron por las hendiduras, a lo largo de las paredes. Rusty se vio muy contento de que lo hicieran, ya que, de otro modo, nunca hubiera tenido valor suficiente para arrastrarse por la abertura, sobre las vigas, con el fin de echar una ojeada. Helen le tendió la lámpara de mano y Rusty la utilizó.

No tuvo necesidad de buscar mucho.

La cajita metálica negra se encontraba exactamente frente a él. Un poco más lejos estaba el cuerpo.

Rusty, comprendió, que era Pete Taylor, debido a que tenía que serlo; pero era imposible identificarlo. No quedaba ni una tira de la tela de sus ropas y tampoco piel o carne. Las ratas lo habían limpiado, hasta dejar los puros huesos, bien pulidos. Todo lo que quedaba era un esqueleto…, un esqueleto y una caja metálica.

Rusty se acercó a la caja metálica y la abrió. Entonces vio los billetes, en manojos. Olió el dinero, incluso por encima del espantoso hedor. Olía bien, a perfume, estofados de carne y el aroma a cuero de los asientos de un automóvil nuevo.

-¿Encontraste algo? -le preguntó Helen.

Su voz temblaba un poco.

-Sí -respondió, y su voz temblaba también un poco-. Lo tengo. Sostén la escalera. Voy a bajar.

Estaba descendiendo ya y eso significaba que ya era tiempo…, tiempo de actuar. Le tendió la lámpara y la barra de acero, pero mantuvo los dedos sobre el asa de la cajita metálica negra. Deseaba llevarla él mismo. Luego, cuando la colocara en el, suelo y la mujer se inclinara, a mirarla, podría tomar un pedazo de los escombros de cemento y darle un buen, golpe.

Iba a ser fácil. Ya lo había imaginado todo al avance…, todo, excepto el hecho de tenderle a ella la barra de acero.

Eso fue lo que utilizó Helen para golpearlo, cuando llegó a la parte baja de la escalera…

Debió permanecer sin conocimiento durante diez minutos, por lo menos. De todos modos, había sido lo suficiente para que la mujer hallara la cuerda en alguna parte. Quizá la tenía en el automóvil. Fuera donde fuera que la había encontrado, lo cierto era que sabía usarla. Le dolían las muñecas y los tobillos casi tanto como la parte posterior del cráneo, donde la sangre comenzaba a coagulársele.

Abrió la boca y descubrió que no le serviría de nada, ya que Helen lo había amordazado a conciencia, con un pañuelo. Lo único que podía hacer era permanecer tendido sobre los escombros, en el suelo del cobertizo, viendo como la mujer se apoderaba de la cajita metálica.

Helen la abrió y soltó una carcajada.

La lámpara estaba tirada en el suelo. En su rayo, Rusty pudo ver el rostro de la mujer con mucha claridad. Se había quitado los lentes, que estaban tirados en el suelo, rotos.

La dama vio qué era lo que estaba mirando y volvió a reírse.

-Ya no necesito esos lentes -le explicó-. Nunca los necesité. Era parte del acto, como el dejar que se me pusiera el cabello negro y engordar tanto. Hace ya dos años que he estado representando a la mujer estúpida y rechoncha, con el fin de que nadie se fijara en mí. Ahora, cuando abandone la ciudad, nadie se preocupará por mí en absoluto. A veces resulta útil parecer tonta, ¿comprendes?

Rusty hizo ruidos bajo la mordaza y la mujer pensó que eso también era divertido.

-Supongo que empiezas ya a darte cuenta de lo ocurrido -le dijo-. Mike no quiso nunca robar el dinero de la nómina. Pete Taylor y yo le estábamos poniendo los cuernos desde hacía más de seis meses, y comenzaba a sospecharlo. No sé quién se lo dijo ni qué fue lo que le dijeron.

“Nunca me dijo nada antes del suceso, se limitó a ir a la ciudad, con la pistola, para buscar a Pete Taylor y matarlo. Quizá deseaba matarme también. Lo cierto es que, en aquellos momentos, no pensaba siquiera en el dinero. Lo único que sabía era que resultaría fácil encontrar a Pete el día de pago de la nómina.

»Supongo que le dio un golpe a Pete y lo trajo hasta aquí. Luego, Pete recuperó el conocimiento antes de morir y le aseguró que era inocente. Al menos, Mike me explicó todo eso al regresar a casa.

»No tuve oportunidad para preguntarle a dónde se había llevado el cadáver ni dónde había escondido el dinero. Lo primero que hice, en cuanto mi marido, llegó a casa y me dijo lo que había hecho, fue tratar de cubrirme. Le juré que era toda una sarta de mentiras, que Pete y yo no habíamos hecho nunca nada malo. Le dije que podíamos tomar el dinero y huir juntos. Lo estaba convenciendo de ello cuando llegaron los policías.

»Supongo que me creyó…, porque nunca flaqueó durante el juicio. Pero no volví a tener la oportunidad de preguntarle dónde había escondido el dinero. No podía escribirme de la prisión, ya que censuraban toda la correspondencia. Por consiguiente, lo único que podía hacer era esperar… hasta que Mike regresara o lo hiciera alguna otra persona. Y fue así como obtuve resultados.”

Rusty trató de decir algo, pero la mordaza estaba demasiado apretada.

-¿Por qué te di el golpe? Por la misma razón que me lo ibas a dar tú. No intentes. negarlo. Eso es lo que pensabas hacer…, ¿no es así? Sé muy bien cómo piensan los tipos de baja estofa como tú.

Su voz era suave.

Luego, le dedicó una sonrisa.

-Comprendo muy bien cómo se llega a pensar mientras se es prisionero…, porque yo también estuve presa durante dos años…, prisionera en mi enorme y grasiento cuerpo. He sudado lo bastante para obtener ese dinero y ahora me voy. Voy a abandonar la prisión de camarera idiota que me fabriqué. Voy a eliminar veinte kilogramos, a aclararme de nuevo el cabello y a ser la misma Helen Krauss de antes…, con cincuenta y seis mil dólares para gozar de la vida.

Rusty se esforzó una vez más. Todo lo que pudo producir fue un carraspeo.

-No te preocupes -le dijo la mujer-, no me encontrarán. Y tampoco te hallarán a ti, durante mucho, mucho tiempo. Voy a poner de nuevo el candado en la puerta, cuando me vaya. Además, no hay nada que pueda unirnos a ambos. Todo está tan claro como un silbido.

Se volvió y, entonces, Rusty dejó de carraspear. Se lanzó hacia adelante y la golpeó con los dos pies atados. El golpe aterrizó en la parte posterior de las rodillas de Helen, que se doblaron. Luego, Rusty rodó sobre los escombros y levantó los pies del suelo, como si fueran un mayal. Los hizo descender sobre el vientre de la mujer, que dejó escapar un quejido.

Cayó contra la puerta del cobertizo, que se cerró de un golpe, quedando su propio cuerpo bien sujeto contra la puerta. Rusty comenzó a darle patadas en el rostro. Al cabo de un momento, la lámpara rodó sobre los escombros y se apagó, de modo que el hombre siguió descargando golpes en dirección a los quejidos. Al cabo de un rato, los lamentos cesaron y el cobertizo quedó sumido en la oscuridad.

Rusty escuchó, tratando de descubrir la respiración de la mujer, y no oyó ningún sonido. Rodó hasta ella y oprimió su rostro contra algo cálido y húmedo. Se estremeció, se retiró y volvió a oprimir el rostro contra ella. La zona no magullada de su cuerpo estaba fría.

Rusty se dio la vuelta hacia un costado y trató de liberarse las manos. Frotó los bordes de la cuerda contra los bordes de los escombros del suelo, esperando sentir que se debilitaba y se rompía. Sus muñecas comenzaron a sangrar, pero la cuerda resistió. El cadáver de la mujer estaba apoyado contra la puerta, manteniéndola cerrada y obligándolo a permanecer en el interior, en medio de la oscuridad.

Comprendió que tendría que apartarla para poder abrir la puerta cuanto antes. Era preciso que saliera del cobertizo rápidamente.

Comenzó a apoyar la cabeza contra el cuerpo de la mujer, tratando de desplazarlo…, pero era demasiado gruesa y pesada. Golpeó la caja del dinero y trató de decirle a la mujer, por debajo de la mordaza, que tenía que levantarse para que ambos pudieran salir de allí; que estaban los dos en prisión y que el dinero no importaba ya. Todo había sido un error, no quería dañarla a ella ni a nadie, sólo quería salir adelante.

Pero no pudo hacerlo.

Al cabo de un rato, las ratas volvieron.

 

FIN

 

Edición: 1972, Nova Dell (Editorial Novaro) Recopilación “Cuentos Macabros”

Traducción: Agustín Contin

 

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