Robert Bloch
EL LETRERO cubierto de
huellas de moscas, en la vitrina, decía: The Bright Spot Restaurant.
El letrero, un poco más
arriba, ordenaba: Coman.
El hombre no tenía hambre y
el lugar no parecía ser especialmente atractivo tampoco; pero, de todos modos,
entró.
Era una simple fonda, con una
sola hilera de mesas y asientos de respaldo duro, a lo largo de una de las
paredes. Media docena de clientes estaban trepados en los altos taburetes,
acodados en el mostrador, cerca de la puerta. Pasó junto a ellos y se dejó caer
en un taburete, al extremo más apartado.
Permaneció allí, inmóvil,
observando a las tres camareras. Ninguna de ellas parecía estar observándolo;
pero tenía que aprovechar cualquier oportunidad. Esperó, hasta que una de las
mujeres se le acercó.
-¿En qué puedo servirle,
señor?
-Déme una Coca, por favor.
La mujer le llevó el refresco
solicitado y colocó un vaso frente al hombre, sobre la mesa. El recién llegado
fingió estar examinando la carta del menú y habló, sin mirar a la mujer:
-Dígame, ¿trabaja aquí una
tal Helen Krauss?
-Yo soy Helen Krauss.
El hombre levantó la mirada.
¿Qué clase de cambio era aquel? Recordaba el modo en que Mike acostumbraba
hablar de ella, noche tras noche.
-Es una rubia alta, pero bien
rellena. Se parece mucho a la dama que interpreta a esa rubia tonta de la
televisión; ¿cómo se llama?; ya sabes de cuál hablo. Pero no es idiota, no
Helen. Además, cuando se trata del amor…
Después de eso, sus
descripciones se hacían anatómicamente intrincadas; pero había archivado
cuidadosamente en su memoria todos los detalles.
Examinó esos archivos; pero
nada de lo que había en ellos correspondía a lo que estaba viendo ante él.
Aquella mujer era alta; pero
ahí concluía todo el parecido. Debía pesar no menos de ochenta kilogramos, y su
cabello era de color castaño sucio y estaba bastante mal peinado. Llevaba
también lentes. Desde detrás de los gruesos cristales, los ojos azules y
borrosos de la dama lo miraban en forma poco inteligente.
La camarera debía haberse
dado cuenta de que la estaba examinando detenidamente y el hombre comprendió
que tendría que hablar con rapidez.
-Estoy buscando a una Helen
Krauss que solía vivir en Norton Center. Estaba casada con un hombre llamado
Mike.
Los ojos borrosos
parpadearon.
-Soy yo. ¿A dónde quiere ir a
parar con todo esto?
-Tengo un mensaje de su
esposo para usted.
-¿De Mike? Pero… si está
muerto…
-Ya lo sé. Estaba con él
cuando murió. Por lo menos, inmediatamente antes. Soy Rusty Connors. Fuimos
compañeros de celda durante dos años.
La expresión del rostro de la
mujer no cambió, pero su voz disminuyó de volumen, hasta convertirse en un
susurro.
-¿Cuál es el mensaje?
Miró en torno suyo.
-No puedo hablar aquí. ¿A qué
hora sale de trabajar?
-A las siete y media.
-Muy bien. ¿La espero afuera?
La mujer dudó.
-Que sea en la esquina, al
otro lado de la calle. Hay un parque, ¿lo conoce?
El hombre asintió, se levantó
y salió del establecimiento, sin mirar atrás.
No era lo que había esperado…,
no después de lo que Mike le había dicho sobre su esposa. Al adquirir su boleto
para trasladarse a Hainesville, había tenido otras ideas. Hubiera sido
agradable hallar a la rubia atractiva y ardiente que era la viuda de Mike y,
quizá, poder combinar los negocios con el placer. Incluso había pensado que los
dos juntos podrían dominar la ciudad, si es que era la mitad de atractiva que
lo que le había dicho Mike. Pero todas esas ideas quedaban excluidas. No
deseaba mezclarse con aquella mujer gorda, grasienta y estúpida, de ojos
inexpresivos.
Rusty se preguntó cómo era
posible que Mike hubiera podido estarle contando tantas mentiras a ese respecto
durante dos años enteros…, y de pronto lo comprendió. Dos años seguidos, esa
era la respuesta, dos años en una celda desnuda, sin una mujer. Quizá había
resultado que, al cabo de cierto tiempo, Mike creía ya en su propio relato, que
Helen Krauss había llegado a ser hermosa para él. Era posible que Mike hubiera
perdido un poco el buen juicio, antes de morir, imaginándose toda clase de
cosas raras.
Rusty esperaba tan sólo que
hubiera estado diciendo la verdad respecto a una sola cosa. Era mejor que así
fuera, ya que lo que Mike le había dicho en la celda era lo que le había hecho
ir a aquella ciudad. Era eso lo que lo había hecho reflexionar y acudir junto a
la mujer de Mike.
Esperaba que su compañero de
prisión le estuviera diciendo la verdad al mencionar los cincuenta y seis mil
dólares que había mantenido ocultos.
La mujer se reunió con él en
el parque, que estaba sumido en la oscuridad. Eso era muy apropiado, ya que así
nadie podría verlos juntos. Además, no podría; verle el rostro, ni ella el
suyo, de modo que le resultaría mucho más fácil decirle lo que tenía que
decirle.
Se sentaron en un banco, tras
el quiosco de la música, y Rusty encendió un cigarrillo. Luego, recordó que era
muy importante que se mostrara agradable con ella y le ofreció la cajetilla
abierta.
La mujer movió la cabeza.
-No, gracias… No fumo.
-Es cierto. Mike me lo dijo -hizo
una pausa-. Me dijo muchas cosas sobre usted, Helen.
-También me escribió sobre
usted. Me decía que era usted el mejor amigo que había tenido en toda su vida.
-Me agrada saberlo. Mike era
alguien a quien yo apreciaba de veras. No conocí a nadie mejor que él. No debía
estar en un sucio agujero como la prisión.
-Decía lo mismo sobre usted.
-Supongo que los dos tuvimos
mala suerte. En lo que a mí concierne, era todavía un niño que carecía de
experiencia. Cuando fui licenciado del servicio militar estuve dando vueltas,
hasta que se me acabó el dinero y, entonces, acepté trabajar con un apostador
ilegal. Nunca llevé a cabo un trabajo de pistolero, en mi vida, hasta la noche
en la que las oficinas sufrieron un asalto por parte de la policía.
“El jefe me entregó su
maletín, lleno de dinero, y me indicó que saliera por la puerta de atrás. Allí
había un policía, que se me acercó, apuntándome con una pistola. Por
consiguiente, le golpeé en la cabeza con el maletín. Era simplemente un acto
reflejo…, ni siquiera deseaba causarle daño; sólo quería poder huir. No
obstante, el polizonte tuvo una fractura de cráneo y falleció.”
-Mike me escribió a ese
respecto. Tuvo usted muy mala suerte.
-También su esposo, Helen -Rusty
utilizaba el nombre de pila de la mujer deliberadamente, e hizo que su voz se
dulcificara.
Eso era parte de la puesta en
escena.
-Como le decía, no podía
comprender de ninguna manera lo que le había sucedido. Un tipo honrado como él
golpeando a su mejor amigo para quitarle el dinero de la nómina. Y él solo,
además. Luego, deshaciéndose del cadáver, de tal modo que nunca pudieran
encontrarlo. No hallaron nunca el cuerpo de Pete Taylor, ¿verdad?
-¡Por favor! ¡Ya no quiero
volver a hablar de eso!
-Comprendo cómo se siente.
Rusty tomó la mano de la
mujer, que era fofa y sudorosa, y permaneció en la mano de él como un pedazo de
carne caliente. Pero Helen no la retiró y el hombre siguió hablando.
-Lo acusaron simplemente con
pruebas circunstanciales, ¿no es así?
-Alguien vio a Mike recoger a
Pete aquella tarde -dijo Helen-. Había perdido en alguna parte las llaves del
automóvil, y supongo que pensó que sería muy conveniente que Mike lo llevara
hasta la fábrica, con el dinero de la nómina. Eso era todo lo que necesitaba la
policía. Lo atraparon antes de que pudiera quitarse las manchas de sangre. Por
supuesto, no tenía coartada. Juré que había estado en casa, conmigo, toda la
tarde; pero no quisieron aceptarlo. Por consiguiente, le dieron diez años de
prisión.
-Cumplió dos y murió -dijo
Rusty-, pero nunca dijo cómo se había deshecho del cadáver, ni donde escondió
el dinero.
Vio que la mujer asentía, a
pesar de la oscuridad reinante.
-Es cierto. Supongo que
debieron atormentarlo de manera terrible; pero nunca les dijo nada.
Rusty guardó silencia durante
unos instantes. Luego, le dio una fumada a su cigarrillo y dijo:
-¿Se lo confesó alguna vez a
usted?
Helen Krauss produjo un
sonido extraño con la garganta.
-¿Qué está pensando? Huí de
Norton Center porque no podía soportar el modo en que la gente seguía hablando
de todo el caso. Fue entonces cuando vine a Hainesville. Durante dos años he
trabajado en ese odioso restaurante. ¿Le hace pensar eso que pudo haberme dicho
algo?
El hombre tiró la colilla de
su cigarrillo a la vereda, y vio que la brasa roja parecía parpadear. La miró,
mientras hablaba.
-¿Qué haría usted si
encontrara ese dinero, Helen? ¿Se lo devolvería a los policías?
La mujer volvió a hacer el
mismo ruido con la garganta.
-¿Para qué? ¿Para decirles:
“muchas gracias por llevarse a Mike y matarlo”? Eso fue lo que hicieron,
matarlo. Me dijeron que, había sido neumonía… ¡Ya conozco su neumonía! Lo
dejaron pudrirse en esa celda, ¿no es así?
-El carcelero dijo que era
sólo la gripe. Hice un escándalo tan grande que lo llevaron finalmente a la
enfermería.
-Bueno. Yo digo que lo
mataron y que pagó por ese dinero con su vida. Soy su viuda…, de modo que me
pertenece.
-Es nuestro -le dijo Rusty.
Los dedos de la mujer se
agitaron y sus uñas se apoyaron en la palma de la mano del hombre.
-¿Le dijo dónde está
escondido? ¿Es eso lo que quiere usted decirme?
-Sólo me dio ciertas
indicaciones. Antes de que se lo llevaran. Se estaba muriendo y no podía decir
gran cosa. Pero oí lo bastante como para poder hacerme una idea bastante buena
de lo que quería decirme. Supuse que al venir hasta aquí y hablar con usted,
podríamos atar cabos y encontrar el dinero. Cincuenta y seis mil dólares dijo
que había… Aunque lo dividamos entre los dos, es de todos modos una buena
cantidad de dinero.
-¿Por qué me está incluyendo
en el asunto, si sabe dónde está el dinero?
La voz de Helen tenía un
acento de suspicacia, de sospecha. El hombre lo comprendió y se dedicó a
calmarla.
-Porque, como le he dicho, no
me dijo lo bastante. Tendremos que averiguar lo que significa y, luego,
dedicarnos a la búsqueda. Soy forastero por estos contornos, y la gente podría
sospechar si me viera dar vueltas por todos lados. Pero si usted me ayuda,
quizá no tendría ninguna necesidad de dar vueltas. Quizá pudiéramos ir en línea
recta hasta donde se encuentra el dinero.
-Un acuerdo de negocios, ¿no
es así?
-No del todo, Helen. Ya sabe
cuáles eran las relaciones entre Mike y yo. Hablaba de usted siempre. Al cabo
de cierto tiempo, tenía ya una sensación extraña, como de conocerla… tan bien
como el mismo Mike. Poco a poco, comencé a desear conocerla mejor.
Mantuvo el volumen de voz en
un susurro y sintió las uñas de la mujer contra la palma de su mano.
Repentinamente, la mano de Rusty le devolvió la presión a la de su acompañante,
y su voz se hizo excitada.
-Helen, quizá estoy un poco
tocado; pero estuve más de dos años en ese agujero. Dos años sin una mujer.
¿Comprende lo que significa eso para un hombre?
-Yo también lo he soportado
durante más de dos años.
La rodeó entre sus brazos y
se esforzó en que sus labios ascendieran hasta los de ella. No necesitó
esforzarse mucho.
-¿Tiene una habitación? -inquirió
Rusty.
-Sí, Rusty…, tengo una
habitación.
Se levantaron enlazados.
Antes de alejarse, el hombre le echó una ojeada a la brasa roja de la colilla
de su cigarrillo, y la aplastó con el tacón.
II
Otra brasa roja brillaba en
la habitación, y Rusty mantuvo el cigarrillo en la mano, hacia un lado, con el
fin de que el resplandor permaneciera invisible. No quería que la mujer viera
el desagrado reflejado en su rostro.
Era posible que Helen se
hubiera dormido ya. Esperaba que así fuera, ya que, en ese caso, tendría tiempo
para pensar.
Hasta entonces, todo había
salido bien. Aquella vez todo tendría que funcionar bien, puesto que, hasta
entonces, siempre había habido fallas y golpes de mala suerte.
El tomar el maletín lleno de
dinero le había parecido una buena idea, hacía tiempo, cuando la policía había
irrumpido en la oficina de apuestas ilegales en que había estado empleado.
Creyó poder escurrirse por la puerta de atrás, antes de que alguien pudiera
notar su desaparición, en medio de la enorme confusión. Pero se había engañado
por completo y aterrizó en la cárcel.
El hacerse amigo del tal Mike
había sido otra buena idea. No pasó mucho tiempo antes de que lo supiera todo
respecto al asunto del dinero de la nómina… todo, excepto dónde había escondido
Mike el botín. El tipo aquel no hubiera dicho nunca nada a ese respecto.
Fue sólo cuando se enfermó que
Rusty pudo ocuparse de él, sin que hubiera alguna otra persona que pudiera
darse cuenta de lo que ocurría. Se había asegurado de que su compañero de celda
estuviera verdaderamente enfermo, antes de ejercer una verdadera presión sobre
él.
Ni siquiera entonces había
consentido en hablar aquel piojoso… Rusty debería haberlo medio matado, allí
mismo, en la celda. Quizá se le había pasado un poco la mano, ya que sólo pudo
sacarle una frase, antes de que se presentaran los celadores.
Entonces, durante cierto tiempo,
se preguntó si lo que había hecho podría tener repercusiones para él. Si Mike
se hubiera salvado, es seguro que hubiera hablado al respecto. Pero no había
logrado salir con bien…, muriendo en la enfermería antes de la mañana, y
dijeron que era a causa de una neumonía.
Por consiguiente, Rusty
estaba a salvo…, y podía hacer planes.
Hasta ese momento, sus planes
estaban saliendo a pedir de boca. Nunca había solicitado la libertad
provisional, considerando más conveniente cumplir los seis meses que le quedaban,
con el fin de salir completamente libre, sin que hubiera nadie que le siguiera
los pasos. Cuando lo soltaron, tomó el primer autobús hacia Hainesville. Sabía
a dónde dirigirse, ya que Mike le había confiado que Helen trabajaba en un
restaurante.
No la había engañado respecto
a lo mucho que la necesitaba en el negocio. Era cierto que le sería útil.
Necesitaba que lo ayudara, que diera la cara por él, con el fin de que no
tuviera que andar buscando por su propia cuenta, despertando curiosidad, cuando
les hiciera ciertas preguntas a desconocidos. Eso estaba suficientemente claro.
Sin embargo, durante todo
aquel tiempo, basándose en lo que le había contado Mike, había esperado que
Helen fuera una verdadera muñeca, una de esas vampiresas sobre las que escriben
en las novelas de suspenso. Se había aferrado a la idea de hallar el dinero y
huir con ella, con el fin de tener una buena época en su vida.
Sin embargo, aquella parte de
sus proyectos quedaba totalmente excluida.
Hizo una mueca en la
oscuridad al recordar el cuerpo grasiento de la mujer, sus siseos, jadeos y
gritos… No, no podría soportarlo mucho más. Pero tenía que seguir adelante con
ello, porque era parte del plan. La necesitaba a su lado y aquella era la mejor
manera de mantenerla bien sujeta.
Había llegado el momento de
tomar una decisión respecto a sus próximos movimientos. Si hallaran el botín;
¿cómo podría estar seguro de ella, una vez que hubieran efectuado la
repartición? No deseaba seguir atado a aquella bazofia de hembra, y tenía que
haber alguna forma de…
-Querido, ¿estás despierto?
¡La voz de Helen! ¡Y le
llamaba “querido”! Se estremeció y logró controlarse con un poderoso esfuerzo.
-Sí.
Alargó la mano y apagó la
colilla de su cigarrillo en su cenicero.
-¿Tienes ganas de hablar
ahora?
-Por supuesto.
-Estaba pensando que quizá
sería mejor que hiciéramos planes.
-Eso es lo que me gusta, una
mujer práctica -dijo, esforzándose en que el tono de su voz fuera festivo-.
Tienes razón, preciosa. Cuanto antes nos pongamos a trabajar, mejor -se puso en
posición, sentado, y se volvió hacia su compañera de cama-. Comencemos desde el
principio, con lo que me dijo Mike, antes de morir. Dijo que no habían
encontrado el dinero, que nunca podrían hacerlo…, porque Pete lo tenía aún.
Durante un momento, Helen
Krauss guardó silencio, luego dijo:
-¿Eso es todo?
-¿Todo? ¿Qué otra cosa
quieres? Está claro como la punta de tu nariz, ¿no te parece? El dinero está
oculto junto al cadáver de Pete.
Sintió el aliento de Helen
sobre su hombro.
-No te preocupes por la punta
de mi nariz -dijo la mujer-. Ya sé dónde se encuentra. Sin embargo, durante dos
años, todos los policías del condado han sido incapaces de hallar el cuerpo de
Pete -Helen suspiró-. Creí que tenías verdaderamente alguna información
valiosa; pero creo que me equivoqué. Debí suponérmelo.
Rusty la tomó por los
hombros.
-¡No digas eso! Tenemos la
respuesta que necesitamos. Lo único que nos queda por hacer es imaginarnos
dónde debemos buscar.
-¡Claro! ¡Es muy sencillo!
El tono de voz de la mujer
denunciaba su sarcasmo.
-Ahora, recuerda. ¿Dónde
buscaron los policías?
-Buscaron en nuestra casa,
por supuesto. Vivíamos en una casa alquilada, pero eso no los detuvo.
Destrozaron todo el edificio, incluyendo los sótanos. No encontraron ni un
centavo.
-¿En qué otros lugares
buscaron?
-El comisario del condado
tuvo ocupados a sus hombres durante todo un mes, buscando por los bosques en
torno a Norton Center. Rebuscaron en todas las cabañas y granjas abandonadas en
la zona, y en todos los lugares similares. Incluso dragaron el lago. Pete
Taylor era soltero…, tenía una pequeña vivienda en la ciudad y otra cerca del
lago. Destrozaron ambas. No hallaron nada en absoluto.
Rusty guardó silencio.
-¿Cuánto tiempo tardó Mike en
recoger a Pete y regresar a casa otra vez?
-Cerca de tres horas.
-¡Diablos! En ese caso, pudo
ir muy lejos. ¿No es así? El cuerpo debe estar oculto cerca de la ciudad.
-Eso es precisamente lo que
suponía la policía. Te aseguro que hicieron un buen trabajo. Excavaron las
zanjas, limpiaron los desagües, etc., No encontraron nada.
-Bueno, debe haber una
solución en alguna parte. Veamos las cosas desde otro ángulo. Pete Taylor y tu
marido eran amigos, ¿no es cierto?
-Sí. Desde que nos casamos,
Mike estaba muy entusiasmado con él. Se entendían sumamente bien.
-¿Qué solían hacer? Quiero
decir, ¿solían beber, jugar a las cartas, o qué?
-Mike no acostumbraba beber
mucho. Principalmente, se dedicaban a cazar y pescar. Como ya te dije, Pete
Taylor tenía una cabaña cerca del lago.
-¿Está cerca dé Norton
Center?
-A unos cinco kilómetros de
distancia de la ciudad -Helen parecía estar bastante impaciente-. Ya sé en qué
estás pensando; pero no es una buena idea. Ya te he dicho que dragaron todo el
lago y rebuscaron por todas partes en torno a la cabaña. Incluso levantaron las
tablas de los suelos y todo lo demás.
-¿No hay cobertizos o lugares
en donde se guardan los botes o los accesorios de pesca?
-Pete Taylor no tenía más que
la cabaña en su propiedad. Cuando mi marido y él salían a pescar tomaban
prestada una barca de los vecinos más cercanos, a la orilla del lago -volvió a
suspirar-. No creas que no he tratado de imaginármelo. Durante dos años he
estado reflexionando en todo el caso, y te aseguro que no existe ninguna salida
posible.
Rusty rebuscó otro cigarrillo
y lo encendió.
-Por cincuenta y seis mil
dólares, debe haber alguna solución -opinó-. ¿Qué sucedió el día que murió Pete
Taylor? Es posible que haya algo que hayas olvidado a ese respecto.
-En realidad, no sé qué fue
lo que ocurrió. Estaba en casa y Mike tenía el día libre, de modo que se fue al
centro de la ciudad a dar un paseo.
-¿Dijo algo antes de irse?
¿Estaba nervioso? ¿Se comportó de manera extraña?
-No…, no creo que hubiera
planeado nada, si es eso lo que estás tratando de averiguar. Creo que fue algo
repentino…, se encontró de improviso en el automóvil con Pete Taylor y todo ese
dinero, y se decidió a hacerlo.
“Bueno, ellos pensaron que
había sido planeado todo al avance. Dijeron que Mike sabía que era el día de
pago de la nómina y que Pete iba siempre al banco con el cheque y sacaba el
dinero en efectivo. El viejo Huggins, de la fábrica, era un tipo recto y siempre
le gustaba pagar en efectivo. De todos modos, vieron a Pete entrar al banco, y
Mike debía estar esperándolo en el estacionamiento, situado en la parte
posterior del edificio.
»Creen que se deslizó hasta
el automóvil de Pete y le robó las llaves, de modo que, cuando salió con el
guardia, no pudo poner en marcha el automóvil.
»Mike esperó hasta que el
guardia se fue; luego, avanzó y vio a Pete, como si se hubiera encontrado allí
por casualidad, y preguntó qué era lo que pasaba.
»Debió suceder algo semejante,
ya que el empleado del estacionamiento dijo que hablaron y que, luego, Pete se
subió al automóvil de Mike y se fueron juntos.
Eso es todo lo que saben al
respecto. Hasta que Mike regresó solo a casa, casi tres horas más tarde.”
Rusty asintió.
-Regresó a casa solo en el
automóvil. ¿Qué fue lo que te dijo?
-No gran cosa. Supongo que no
tenía tiempo para hacerlo, ya que el coche patrulla se detuvo junto a la puerta
de entrada aproximadamente dos minutos después de su llegada.
-¿Con tanta rapidez? ¿Quién
los informó?
-Bueno, naturalmente, los de
la fábrica se preocuparon al no ver aparecer a Pete con el dinero de los
salarios. Por consiguiente, el viejo Huggins llamó al banco, donde verificaron
con el cajero y el guardia, y alguien salió a hacer preguntas en el
estacionamiento. El empleado les explicó que Pete se había ido en el automóvil
de Mike. Por consiguiente, fueron a nuestra casa a buscarlo.
-¿Ofreció alguna resistencia?
-No. Nunca se molestó
siquiera en pronunciar una sola palabra. Simplemente, se lo llevaron. Estaba en
el lavabo, lavándose.
-¿Estaba muy sucio? -inquirió
Rusty.
-Sólo- tenía sucias las
manos, eso es todo. Nunca descubrieron nada que pudieran verificar en sus
laboratorios o como se llamen. Creo que tenía los zapatos lodosos. Hubo un gran
escándalo porque faltaba su pistola. Esa fue la peor parte de todas, el hecho
de que se llevara la pistola consigo. Por supuesto, nunca la encontraron, pero
sabían que tenía una, y había desaparecido. Les dijo que la había perdido
varios meses antes, pero no le creyeron.
-¿Y tú?
-No lo sé.
-¿Alguna otra cosa?
-Bueno, tenía la mano cortada.
Sangraba un poco cuando llegó a casa. Lo noté y le hice preguntas al respecto.
Estaba a mitad de camino hacia el piso superior y dijo algo sobre ratas. Más
tarde, en el tribunal, les dijo a los jueces que se había lastimado la mano con
los cristales de la ventanilla, por lo que había sangre en el automóvil. Una de
las ventanillas del vehículo estaba rota. Pero analizaron la sangre y vieron
que no era de su tipo. Coincidía con el tipo de sangre de Pete Taylor que
figuraba en los registros.
Rusty le dio una profunda
chupada a su cigarrillo.
-Pero eso no fue lo que te
dijo a ti al llegar a casa, sino que te dijo que una rata lo había mordido.
-No… Simplemente dijo algo
sobre las ratas, no pude entenderle qué. En el tribunal, el doctor prestó
testimonio de que había subido al primer piso y se había cortado la mano con
una navaja de afeitar. Hallaron su navaja de afeitar en el gabinete del baño, y
tenía la hoja ensangrentada.
-Espera un minuto -le dijo
Rusty, con lentitud-. Comenzó a decirte algo sobre ratas. Luego, subió al
primer piso y se cortó la mano con una navaja de afeitar. Todo comienza a tener
sentido, ¿no lo comprendes? Una rata lo mordió, quizá mientras se estaba
deshaciendo del cadáver, pero si alguien lo hubiera sabido, hubieran buscado el
cuerpo en algún lugar en el que hubiera ratas. Por consiguiente, cubrió ese
rastro, cortándose la mano con la navaja de afeitar.
-Es posible -apreció Helen
Krauss-; pero, ¿a dónde nos conduce eso? ¿Vamos a tener que buscar en todos los
lugares en que haya ratas, de las inmediaciones de Norton Center?
-Espero que no -respondió
Rusty-. Me horripilan esos horribles bichos. Me dan escalofríos. Acostumbraba
verlos durante el servicio militar…, bichos grandes y gordos, que se paseaban
por los muelles… -produjo un chasquido con los dedos-. ¡Un momento! Me dijiste
que cuando Pete y Mike se iban a pescar tomaban una barca prestada a sus
vecinos, ¿no es así? ¿Dónde guardaban la barca esos vecinos?
-Tenían un cobertizo.
-¿Lo registraron los
policías?
-No lo sé… Supongo que sí.
-Quizá no lo registraron
suficientemente bien. ¿Estaban los vecinos en su propiedad ese día?
-No,
-¿Estás segura?
-Ya lo creo. Era de una
pareja de Chicago, de nombre Thomason. Dos semanas antes, del robo del dinero
de la nómina murieron en un accidente de automóvil, cuando regresaban a su
hogar.
-Por consiguiente, no había
nadie en las inmediaciones, y Mike lo sabía, ¿no es así?
-Exactamente -la voz de Helen
sonaba repentinamente seca-. De todos modos, la temporada estaba ya demasiado
avanzada. Más o menos como ahora. El lago estaba desierto. ¿Crees que…?
-¿Quién, vive actualmente en
las cercanías? -inquirió Rusty.
-Por lo que he sabido, ya no
vive allí nadie. No tenían hijos y no fue posible vender la propiedad. También
la cabaña de Pete Taylor se encuentra abandonada, por la misma razón.
-Eso se ajusta… a cincuenta y
seis mil dólares, si no me equivoco. ¿Cuándo podemos ir allá?
-Mañana, si quieres. Es mi
día libre. Podemos utilizar mi automóvil. ¡Oh, querido, estoy tan excitada!
No tenía necesidad de
decírselo para que lo supiera. Podía darse cuenta de ello, sentirlo en ella,
cuando se lanzó a sus brazos. Una vez más, tuvo que forzarse. Le era preciso
pensar en otra cosa, con el fin de no delatar cómo se encontraba.
Estuvo pensando en el dinero
y en lo que haría después de encontrarlo. Necesitaba hallar la solución
correcta, con rapidez.
Estaba todavía pensando,
cuando la mujer se dejó caer de espaldas y le sorprendió, inquiriendo:
-¿En qué piensas?
Rusty abrió la boca y le dijo
la verdad.
-En el dinero -respondió-. En
todo ese dinero. Veintiocho mil dólares para cada uno.
-¿Tenemos que repartírnoslo,
querido?
Vaciló un poco antes de
responder, y luego le dio la contestación apropiada:
-Por supuesto que no…, no a
menos que tú quieras que sea en esa forma.
Y no lo repartirían. Eran
todavía cincuenta y seis mil dólares, que se apropiaría para él en cuanto los
descubrieran.
Lo único que tenía, que hacer
era quitársela del camino.
III
Si Rusty tenía algunas dudas
respecto a poder salir adelante con aquel asunto, se desvanecieron al día
siguiente. Pasó la mañana y la tarde con ella, en su habitación, porque tenía
que hacerlo. No tenía sentido permitir que los vieran juntos en la ciudad o en
alguna parte, cerca del lago.
Por consiguiente se esforzó
en satisfacerla, y sólo había una forma de hacerlo. De todos modos, para cuando
comenzó a oscurecer, tenía ya ganas de matarla, con o sin dinero, tan sólo para
quedar libre de su cuerpo grasiento y apestoso.
¿Cómo pudo Mike decir alguna
vez que era atractiva? No podía comprenderlo, del mismo modo que no entendía lo
que había pensado aquel tipo tranquilo cuando decidió liquidar a su mejor
amigo, para quedarse con el dinero de la nómina.
Pero eso ya no tenía
importancia…, lo único que le interesaba era encontrar la cajita metálica
negra.
Hacia las cuatro de la tarde,
se deslizó por las escaleras y le dio la vuelta a la esquina. A los diez
minutos, Helen lo recogió en su automóvil.
Tenían una hora completa de
recorrido hasta llegar al lago. La mujer dio un rodeo en torno a Norton Center
y se acercaron a la orilla del lago por una vereda de grava. Rusty hubiera
querido, que apagara los faros del automóvil, pero la mujer le dijo que no
había ninguna necesidad de hacerlo, ya que, de todos modos, no había nadie en
las inmediaciones. Cuando pudieron echarle una ojeada a las orillas Rusty
comprendió que su acompañante le estaba diciendo la verdad…; el lago estaba
oscuro, desierto, aquella noche de primeros del mes de noviembre.
Se detuvieron detrás de la
cabaña de Pete Taylor. Al verla, Rusty comprendió inmediatamente que era
imposible que el cadáver estuviera oculto en ella. La construcción no hubiera
podido ocultar durante mucho tiempo ni siquiera a una masca muerta. Helen sacó
del automóvil una lámpara de bolsillo.
-Supongo que querrás ir
directamente al cobertizo donde guardaban las barcas -dijo-. Es por aquí, a la
izquierda. Ten cuidado…, el camino está muy resbaladizo.
Era muy arriesgado ir por
allí en medio de la oscuridad. Rusty la siguió, preguntándose si sería el
momento apropiado para deshacerse de su acompañante. Podía tomar una piedra y
aplastarle la cabeza, mientras le daba la espalda.
Decidió que era mejor
esperar. Primeramente, debería ver si estaba allí el dinero todavía, y
encontrar un buen lugar para abandonar el cadáver de la mujer. Debía haber un
buen escondite… que había encontrado Mike.
El cobertizo se levantaba
detrás de un pequeño embarcadero, que se internaba en el lago. Rusty probó la
puerta y vio que estaba cerrada con candado.
-Échate hacia atrás -dijo.
Tomó a continuación una
piedra de la orilla del lago. El candado estaba viejo y oxidado por la falta de
uso. Se rompió con facilidad y cayó al suelo.
Le quitó a Helen la lámpara
de bolsillo, abrió la puerta y miró al interior. El rayo de luz iluminó el
cobertizo, atravesando la oscuridad. Pero la oscuridad no era completa. Rusty
pudo ver el resplandor de un centenar de brasas de colillas de cigarrillos, que
lo miraban, como ojos.
Entonces, comprendió que eran
ojos.
-Ratas -dijo-. Ven, no tengas
miedo. Parece que teníamos razón en nuestras suposiciones.
Helen se desplazó a sus
espaldas, sin dar muestras de temor. Pero Rusty había dicho aquello en realidad
para si mismo. No le gustaban las ratas. Se vio muy contento cuando los
roedores se dispersaron y desaparecieron ante el rayo de luz de la lámpara. El
ruido de pasos hizo que se lanzaran hacia los rincones, hacia las entradas de
sus madrigueras, situadas bajo el suelo del cobertizo.
¡El suelo! Rusty dirigió
hacia abajo el rayo de luz. Era de cemento armado, por supuesto. ¿Y debajo…?
-¡Maldita sea! -exclamó-.
Deben haber estado ya aquí.
Era cierto, ya que el suelo
que había sido de concreto sólido, sólo era un montón de escombros. Los
ayudantes del comisario habían hecho un buen trabajo con sus picos.
-Ya te lo había dicho -suspiró
Helen Krauss-. Buscaron en todas partes.
Rusty iluminó todo el local,
haciendo describir a la lámpara todo un círculo. No había ninguna barca, nada
almacenado en los rincones. El rayo revelaba paredes completamente desnudas.
Levantó la luz hacia el techo
plano y sólo obtuvo el reflejo de mica de la cubierta de papel alquitranado del
aislamiento.
-No hay nada que hacer -dijo
Helen-. No podía ser tan sencillo.
-Queda aún la casa -le dijo
su acompañante-. Vamos.
Giró sobre sus talones y
salió del cobertizo, contento de dejar atrás el olor rancio y fétido de los
animales. Luego, dirigió el rayo de luz hacia el tejado.
De pronto, se detuvo.
-¿No notas nada? -inquirió.
-¿Qué?
-El tejado. Está más alto que
el techo.
-¿Y qué?
-Es posible que haya ahí un
espacio libre -comentó.
-Sí, pero…
-Escucha…
La mujer guardó silencio…,
los dos permanecieron inmóviles y en silencio. En esa forma, pudieron escuchar
el ruido predominante. Al principio se oía como si fueran gotas de lluvia que
resonaran sobre el tejado; pero no estaba lloviendo y el sonido no procedía del
tejado. Era producido inmediatamente debajo…, era el ruido producido por pies
diminutos y ágiles, entre el cielo raso del techo y el tejado.
Había allí ratas. ¿Y qué otra
cosa?
-Ven -murmuró.
-¿Adónde vamos?
-A la casa…, para buscar una
escalera de mano.
No tuvieron que forzar la
entrada y eso fue agradable. Había una escalera en la parte posterior y Rusty
la llevó consigo. Helen descubrió una barra de acero.
La mujer sostuvo la lámpara
mientras su acompañante colocaba la escalera de mano contra la pared y se subía
a ella. Con la barra de acero separó el papel alquitranado del aislamiento,
haciéndolo pedazos. Fue fácil desmontarlo, sacando unos cuantos clavos.
Aparentemente, el papel había sido colocado apresuradamente. Un hombre que sólo
tiene unas cuantas horas a su disposición tiene que trabajar en esa forma.
Debajo del papel
alquitranado, Rusty descubrió vigas de madera. Entonces, la barra de acero fue
verdaderamente útil. Los troncos crujieron con fuerza y se oyeron otros
sonidos, cuando las ratas se deslizaron por las hendiduras, a lo largo de las
paredes. Rusty se vio muy contento de que lo hicieran, ya que, de otro modo,
nunca hubiera tenido valor suficiente para arrastrarse por la abertura, sobre
las vigas, con el fin de echar una ojeada. Helen le tendió la lámpara de mano y
Rusty la utilizó.
No tuvo necesidad de buscar
mucho.
La cajita metálica negra se
encontraba exactamente frente a él. Un poco más lejos estaba el cuerpo.
Rusty, comprendió, que era
Pete Taylor, debido a que tenía que serlo; pero era imposible identificarlo. No
quedaba ni una tira de la tela de sus ropas y tampoco piel o carne. Las ratas
lo habían limpiado, hasta dejar los puros huesos, bien pulidos. Todo lo que
quedaba era un esqueleto…, un esqueleto y una caja metálica.
Rusty se acercó a la caja
metálica y la abrió. Entonces vio los billetes, en manojos. Olió el dinero,
incluso por encima del espantoso hedor. Olía bien, a perfume, estofados de
carne y el aroma a cuero de los asientos de un automóvil nuevo.
-¿Encontraste algo? -le
preguntó Helen.
Su voz temblaba un poco.
-Sí -respondió, y su voz
temblaba también un poco-. Lo tengo. Sostén la escalera. Voy a bajar.
Estaba descendiendo ya y eso
significaba que ya era tiempo…, tiempo de actuar. Le tendió la lámpara y la
barra de acero, pero mantuvo los dedos sobre el asa de la cajita metálica
negra. Deseaba llevarla él mismo. Luego, cuando la colocara en el, suelo y la
mujer se inclinara, a mirarla, podría tomar un pedazo de los escombros de
cemento y darle un buen, golpe.
Iba a ser fácil. Ya lo había
imaginado todo al avance…, todo, excepto el hecho de tenderle a ella la barra
de acero.
Eso fue lo que utilizó Helen
para golpearlo, cuando llegó a la parte baja de la escalera…
Debió permanecer sin
conocimiento durante diez minutos, por lo menos. De todos modos, había sido lo
suficiente para que la mujer hallara la cuerda en alguna parte. Quizá la tenía
en el automóvil. Fuera donde fuera que la había encontrado, lo cierto era que
sabía usarla. Le dolían las muñecas y los tobillos casi tanto como la parte
posterior del cráneo, donde la sangre comenzaba a coagulársele.
Abrió la boca y descubrió que
no le serviría de nada, ya que Helen lo había amordazado a conciencia, con un
pañuelo. Lo único que podía hacer era permanecer tendido sobre los escombros,
en el suelo del cobertizo, viendo como la mujer se apoderaba de la cajita
metálica.
Helen la abrió y soltó una
carcajada.
La lámpara estaba tirada en
el suelo. En su rayo, Rusty pudo ver el rostro de la mujer con mucha claridad.
Se había quitado los lentes, que estaban tirados en el suelo, rotos.
La dama vio qué era lo que
estaba mirando y volvió a reírse.
-Ya no necesito esos lentes -le
explicó-. Nunca los necesité. Era parte del acto, como el dejar que se me
pusiera el cabello negro y engordar tanto. Hace ya dos años que he estado
representando a la mujer estúpida y rechoncha, con el fin de que nadie se
fijara en mí. Ahora, cuando abandone la ciudad, nadie se preocupará por mí en
absoluto. A veces resulta útil parecer tonta, ¿comprendes?
Rusty hizo ruidos bajo la
mordaza y la mujer pensó que eso también era divertido.
-Supongo que empiezas ya a
darte cuenta de lo ocurrido -le dijo-. Mike no quiso nunca robar el dinero de
la nómina. Pete Taylor y yo le estábamos poniendo los cuernos desde hacía más
de seis meses, y comenzaba a sospecharlo. No sé quién se lo dijo ni qué fue lo
que le dijeron.
“Nunca me dijo nada antes del
suceso, se limitó a ir a la ciudad, con la pistola, para buscar a Pete Taylor y
matarlo. Quizá deseaba matarme también. Lo cierto es que, en aquellos momentos,
no pensaba siquiera en el dinero. Lo único que sabía era que resultaría fácil
encontrar a Pete el día de pago de la nómina.
»Supongo que le dio un golpe
a Pete y lo trajo hasta aquí. Luego, Pete recuperó el conocimiento antes de
morir y le aseguró que era inocente. Al menos, Mike me explicó todo eso al
regresar a casa.
»No tuve oportunidad para
preguntarle a dónde se había llevado el cadáver ni dónde había escondido el
dinero. Lo primero que hice, en cuanto mi marido, llegó a casa y me dijo lo que
había hecho, fue tratar de cubrirme. Le juré que era toda una sarta de
mentiras, que Pete y yo no habíamos hecho nunca nada malo. Le dije que podíamos
tomar el dinero y huir juntos. Lo estaba convenciendo de ello cuando llegaron
los policías.
»Supongo que me creyó…,
porque nunca flaqueó durante el juicio. Pero no volví a tener la oportunidad de
preguntarle dónde había escondido el dinero. No podía escribirme de la prisión,
ya que censuraban toda la correspondencia. Por consiguiente, lo único que podía
hacer era esperar… hasta que Mike regresara o lo hiciera alguna otra persona. Y
fue así como obtuve resultados.”
Rusty trató de decir algo,
pero la mordaza estaba demasiado apretada.
-¿Por qué te di el golpe? Por
la misma razón que me lo ibas a dar tú. No intentes. negarlo. Eso es lo que
pensabas hacer…, ¿no es así? Sé muy bien cómo piensan los tipos de baja estofa
como tú.
Su voz era suave.
Luego, le dedicó una sonrisa.
-Comprendo muy bien cómo se
llega a pensar mientras se es prisionero…, porque yo también estuve presa
durante dos años…, prisionera en mi enorme y grasiento cuerpo. He sudado lo
bastante para obtener ese dinero y ahora me voy. Voy a abandonar la prisión de
camarera idiota que me fabriqué. Voy a eliminar veinte kilogramos, a aclararme
de nuevo el cabello y a ser la misma Helen Krauss de antes…, con cincuenta y
seis mil dólares para gozar de la vida.
Rusty se esforzó una vez más.
Todo lo que pudo producir fue un carraspeo.
-No te preocupes -le dijo la
mujer-, no me encontrarán. Y tampoco te hallarán a ti, durante mucho, mucho
tiempo. Voy a poner de nuevo el candado en la puerta, cuando me vaya. Además,
no hay nada que pueda unirnos a ambos. Todo está tan claro como un silbido.
Se volvió y, entonces, Rusty
dejó de carraspear. Se lanzó hacia adelante y la golpeó con los dos pies
atados. El golpe aterrizó en la parte posterior de las rodillas de Helen, que
se doblaron. Luego, Rusty rodó sobre los escombros y levantó los pies del
suelo, como si fueran un mayal. Los hizo descender sobre el vientre de la
mujer, que dejó escapar un quejido.
Cayó contra la puerta del
cobertizo, que se cerró de un golpe, quedando su propio cuerpo bien sujeto
contra la puerta. Rusty comenzó a darle patadas en el rostro. Al cabo de un
momento, la lámpara rodó sobre los escombros y se apagó, de modo que el hombre
siguió descargando golpes en dirección a los quejidos. Al cabo de un rato, los
lamentos cesaron y el cobertizo quedó sumido en la oscuridad.
Rusty escuchó, tratando de
descubrir la respiración de la mujer, y no oyó ningún sonido. Rodó hasta ella y
oprimió su rostro contra algo cálido y húmedo. Se estremeció, se retiró y
volvió a oprimir el rostro contra ella. La zona no magullada de su cuerpo
estaba fría.
Rusty se dio la vuelta hacia
un costado y trató de liberarse las manos. Frotó los bordes de la cuerda contra
los bordes de los escombros del suelo, esperando sentir que se debilitaba y se
rompía. Sus muñecas comenzaron a sangrar, pero la cuerda resistió. El cadáver
de la mujer estaba apoyado contra la puerta, manteniéndola cerrada y
obligándolo a permanecer en el interior, en medio de la oscuridad.
Comprendió que tendría que
apartarla para poder abrir la puerta cuanto antes. Era preciso que saliera del
cobertizo rápidamente.
Comenzó a apoyar la cabeza
contra el cuerpo de la mujer, tratando de desplazarlo…, pero era demasiado
gruesa y pesada. Golpeó la caja del dinero y trató de decirle a la mujer, por
debajo de la mordaza, que tenía que levantarse para que ambos pudieran salir de
allí; que estaban los dos en prisión y que el dinero no importaba ya. Todo
había sido un error, no quería dañarla a ella ni a nadie, sólo quería salir
adelante.
Pero no pudo hacerlo.
Al cabo de un rato, las ratas
volvieron.
FIN
Edición: 1972, Nova Dell
(Editorial Novaro) Recopilación “Cuentos Macabros”
Traducción: Agustín Contin
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