La CRIMINAL obsesión RUSA con Ucrania: gente que comía ratas, perros y
hasta a sus hijos en la brutal HAMBRUNA ordenada por el dictador STALIN
*En 1932 y 1933, Stalin desató una tremenda hambruna que mató a cinco
millones de personas.* Así como los judíos tienen su Holocausto, los
ucranianos tienen su Holodomor (Holod = hambre, Mor = exterminio). La
historia muestra que los rusos siempre tuvieron temor del independentismo
ucraniano, porque la región es el granero de Rusia, lo fue de los zares, de
la *URSS* y lo es ahora de Vladimir Putin
Dos palabras que encierran un drama: *UCRANIA* significa “frontera” en ruso
y en polaco; Holodomor, menos conocida, designa el genocidio desatado en
los años 30 del pasado siglo por José Stalin, que condenó a la muerte por
hambre a más de cinco millones de personas, una masacre que el comunismo
siempre calló. Holodomor es la unión de dos palabras ucranianas: hólod
(hambre) y mor (exterminio).
El hambre que Stalin desató sobre Ucrania fue tan enorme, que un solo
testimonio resume aquel drama: “Los niños morían de hambre. Y los padres,
muy próximos también a la muerte por inanición, cocinaban los cadáveres de
sus hijos y se los comían. La debilidad los sumía en un profundo
embotamiento. Luego, cuando se daban cuenta de lo que habían hecho,
enloquecían”. Esto contó una reclusa polaca, prisionera de los soviéticos,
según le contaron los sobrevivientes del Holodomor. Es uno más de los
testimonios recogidos por la escritora y periodista americana Anne
Applebaum en su libro *Hambruna roja*, esencial para entender, o intentar
entender, aquel desastre.
Ucrania siempre fue el granero de Rusia. Esa fue su fortuna. Y su
desgracia. Y hoy vuelve a verse cercada, por las armas como hace noventa
años, por un remedo del estalinismo encarnado por Vladimir Putin. No es la
cosecha la razón de la intromisión rusa en Ucrania. O lo es, pero en menor
medida que hace casi un siglo; tampoco es, o no lo es de manera
determinante, el poderío militar; Ucrania era dueña hasta 2014 de la
península de Crimea, con su importante puerto de Sebastopol, cuna y sede de
la flota de guerra rusa. Ese año, Putin la integró al territorio ruso. Es
el deseo de independencia de Ucrania el que alborota los sentidos rusos y
mueve a sus ejércitos hacia ese territorio en conflicto histórico, para
sofocar cualquier intento de soberanía política ucraniana, en especial si
busca vincular su destino con Occidente.
Remontarse al origen del drama es viajar al siglo XIV, cuando ya existía un
idioma ucraniano, de raíces eslavas, vinculado al polaco y al ruso:
vinculado, pero diferente. Los ucranianos tenían su propia comida, sus
tradiciones, sus costumbres, sus héroes, sus villanos y sus leyendas. Su
identidad se fortaleció durante los siglos XVIII y XIX, pero siempre formó
parte, a manera de colonia, de otros imperios europeos. Rusos y polacos
buscaron siempre negar la existencia de una nación ucraniana, en especial
la Rusia de los zares, que atacó y dinamitó el uso del idioma y la
educación ucraniana. Cuando la Revolución Rusa de 1917, Ucrania aprovechó
aquellos vientos y declaró la República Popular Ucraniana. Reverdeció el
uso del idioma, que se convirtió en un símbolo de libertad económica y
política, y tuvo un especial empuje el descubrimiento de carbón y el
desarrollo de cierta industria pesada en la región del Donbás, que es la
que Putin acaba de declarar independiente y es escenario de una guerra
todavía larvada.
Con esas ansias terminó Lenin, que en enero de 1918 ordenó un ataque
militar, como ahora Putin, y estableció un régimen anti ucraniano en Kiev.
Según los dictados de Carlos Marx, seguidos por Lenin y Stalin, los
campesinos eran despreciados en la nueva URSS, que ponía sus esperanzas en
el nuevo proletariado industrial del que los bolcheviques se decían “la
vanguardia”. Stalin decidió industrializar a la URSS como una de las bases
del desarrollo de la URSS. ¿Quién iba a financiar el enorme costo de esa
inversión? El cereal. El cereal ucraniano.
El suelo de Ucrania, el que no está muerto como el de Chernóbil, es un
milagro. Permitía entonces dos cosechas anuales. El “trigo de invierno” se
siembra en otoño y se cosecha en julio y agosto, pleno verano; el cereal de
primavera se siembra en abril y mayo y se cosecha en octubre y noviembre.
Stalin diseñó un plan ambicioso para que la URSS tuviese una moneda fuerte:
explotar la riqueza agrícola. En 1929 puso en marcha su primer plan
quinquenal, como respuesta a la crisis financiera mundial, un plan que
ocultaba una idea disparatada: convertir al campesinado de la URSS en un
nuevo proletariado. El plan incluía la “colectivización” de la producción
agrícola: el Estado era dueño de todo.
Una gran desconfianza mutua envenenaba a los campesinos ucranianos y a los
funcionarios soviéticos. Stalin, que buscaba pagar la modernización
industrial con las exportaciones de trigo y temía además una intentona
independentista como la de 1917, no sabía cuánto grano acumulaba Ucrania y
sospechaba que los campesinos escondían buena parte de ella. Sospechaba
bien. Los campesinos, que habían sido siervos del zar, no querían ser ahora
siervos del nuevo régimen comunista.
Los soviéticos entonces desataron una campaña contra los kulaks, los
campesinos más prósperos, que no querían renunciar a sus tierras y unirse a
las granjas colectivas. Esa negativa fue juzgada como sabotaje por el
Kremlin, se expropiaron tierras y unos ciento veinticinco mil kulaks fueron
enviados a los campos, gulags, siberianos. En 1931, el cuarenta y dos por
ciento de la excelente cosecha ucraniana fue a parar a manos del Estado. Al
año siguiente, 1932, la cosecha fue un desastre, en buena medida porque los
campesinos se negaron a sembrar: ¿para qué, si todo se lo llevaba el
Estado? Sembraron lo elemental para su manutención, y escondieron el grano.
“A fines de 1932, las estaciones de tren de Ucrania ya estaban abarrotadas
de gente raquítica que mendigaba”, reveló Applebaum.
Todo fue a peor cuando el Kremlin sancionó la “Ley de las tres espigas”,
que sancionaba con diez años de trabajos forzados a quien robara cualquier
propiedad estatal. Y la comida era del Estado soviético. Tropas del
Ejército Rojo y activistas del Partico Comunista viajaron a Ucrania para
requisar los alimentos que el campesinado atesoraba para sobrevivir. La
requisa fue enorme, Ucrania quedó vacía y aislada: Stalin creó un cordón
alrededor de muchos pueblos, rodeados por la policía que vigilaba desde
altas torres, para evitar que alguien pudiese escapar.
La gente empezó a comer todo lo que estaba vivo. Y luego, lo que pudiera
ser comido. Revela Applebaum en Hambruna roja: “La gente comía cualquier
cosa para no morir. Comían alimentos podridos o sobras de comida que las
brigadas hubiesen pasado por alto. Comían caballos, perros, gatos, ratas,
hormigas, tortugas. Hervían ranas y sapos. Comían ardillas. Cocinaban
erizos en hogueras y freían huevos de pájaros. Comían la corteza de los
robles, musgo, bellotas. Comían hojas y dientes de león, caléndulas y un
tipo de espinaca silvestre. Mataban cuervos, palomas y gorriones. Nadía
Lutsíshina recordaba que las ranas no duraron muchos: las cazaron a todas
(…). Ser propietario de una vaca separaba a la vida de la muerte. ¿Qué
podían comer las vacas? La paja de los techos de las cabañas campesinas”.
Entre el 15 de diciembre de 1932 y el 2 de febrero de 1933, noventa y cinco
mil campesinos habían dejado sus hogares para no morir de hambre. La
versión oficial decía, con enorme hipocresía, que el éxodo se debía a que
“no han conseguido satisfacer sus obligaciones en materia de acopio de
cereal”, es decir, que no habían cumplido con la cuota de cereal que debían
entregar a Stalin y temían la represión. Sólo un organismo admitió, en
lenguaje alambicado, que la huida era porque “se ven afectados por
problemas relacionados con el abastecimiento de alimentos”.
La hambruna fue bestial. Una chica de diez años, cita Applebaum en su
libro, escribió una carta a su tío que vivía en Járkov, la segunda mayor
ciudad de Ucrania: “¡Querido tío! No tenemos pan ni nada para comer. Mis
padres están exhaustos por el hambre, se han tumbado y ya no se levantan. A
mi madre, el hambre la ha dejado ciega y no puede ver. La he sacado a la
calle. Tengo muchas ganas de comer pan, Tío, llévame a Járkov contigo
porque voy a morir de hambre. Lévame contigo, soy pequeña y quiero vivir, y
aquí me moriré, porque todo el mundo se muere (…)”.
Los ucranianos empezaron a morir en las calles. Por hambre. Con las
proteínas devoradas por el propio cuerpo que busca alimentarse y canibaliza
los tejidos y los músculos. Al final, la piel se hace más fina, los ojos se
dilatan, las piernas y el estómago se hinchan porque el cuerpo retiene agua
a como dé lugar. El más mínimo esfuerzo causa agotamiento. Estallas las
enfermedades que llevan a la muerte: neumonía, tifus, difteria, escorbuto.
Un párrafo de Hambruna roja revela: “La hermana de Volodímir Slípchenko
trabajaba en una escuela en la que vio morir de hambre a chicos durante las
clases. Un chico está sentado en su pupitre, se desmaya, o cae, o mientras
jugaba fuera, en el patio. Muchas personas fallecieron mientras intentaban
huir a pie. Otro superviviente recordaba que los caminos que llevaban al
Donbás estaban cubiertos de cadáveres. Había aldeanos muertos en las
carreteras, en las cunetas y en los caminos. Había más cadáveres que
personas para moverlos (...)”.
Padres que salvaron sus vidas a costa de las de sus hijos, se comían sus
raciones de pan y los dejaban morir: aquel chico que buscaba algo de granos
en las huellas que dejaban los carros y camiones de las brigadas de
recolección, al que le avisan que su padre ha muerto y responde: “Que se
vaya al infierno. Yo quiero comer”; las calles llenas de cadáveres, como si
se tratara de gente muy cansada que echa un sueño al aire libre; campesinos
fusilados por haber intentado robar un pedazo de pan: todo está documentado
en fotografías espeluznantes que el poder soviético ocultó durante años. El
eslogan oficial, de nuevo la hipocresía de los “relatos”, decía: “Los rusos
tienen hambre, sí. Pero nadie se muere”.
No era verdad: cinco millones de víctimas gritan todavía lo contrario aún
hoy, cuando la sombra del pasado vuelve a oscurecer el cielo de Ucrania.
(C) Por *Alberto Amato*
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