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miércoles, 23 de febrero de 2022

FREUD


Sigmund Freud (1856-1939), el famoso psicoanalista, pedía a sus enfermos que le relataran detenidamente todo lo que recordaban de sus vidas, pues sólo así conseguía descubrirles las vivencias subyacentes. Y prefería que los enfermos, mientras se confesaban, no le vieran, pues temía que su presencia pudiera intimidarles. Les hacía tumbarse cómodamente, dejaba la habitación a media luz, se sentaba detrás del enfermo y le rogaba:

—Cuente, cuente. Vaya contando su vida. Todo lo que recuerde. Pero no como si me lo contara a mí, sino como si lo recordara en voz alta.

Y algunas sesiones duraban dos o tres horas y hasta más. Era muy cansado para Freud. Y una vez, mientras una de sus enfermas hablaba, Freud se durmió. No lo pudo evitar. La enferma se dio cuenta, aunque no le veía, al oír unos ronquidos. Se incorporó entonces rápidamente y apostrofó a Freud, el cual se defendió así:

—Lo siento, señora. Pero tenga la seguridad de que si me hubiese contado usted algo de veras importante, no me habría dormido.

—Así resulta que nada de lo que le he contado tiene importancia.

—Hasta ahora, nada. Y sepa usted, señora, que las cosas importantes no se dicen muchas veces sino después de una o dos horas de decir otras sin importancia ninguna.

La enferma lo aceptó y continuó hablando.

Freud tuvo enemigos, como todo el mundo. Decían sus enemigos que el hecho de recordar los impulsos instintivos malos podía fortalecerlos. Freud sostenía lo contrario; que recordarlos y analizarlos era la única forma de combatirlos. Y les preguntaba:

—¿Aconsejarían a los policías que no entraran jamás en contacto con los ladrones y otros delincuentes, por miedo a contagiarse de la mala costumbre social de robar y maltratar al prójimo? ¿Aconsejarían a un sacerdote que no tratara con gentes de mal vivir, por no considerarles compañía beneficiosa para personas de bien? Pues es lo mismo.

En el año 1933, cuando la persecución de los judíos en Alemania, los libros de Freud, que era judío, fueron quemados públicamente. Freud, al saberlo, hizo este comentario: —Y después dirán que la humanidad no progresa.

Le preguntaron:

—¿Es un progreso perseguir así a los judíos?

—Desde luego. Siglos atrás me habrían quemado vivo a mí. Y ahora sólo queman mis libros.

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