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lunes, 10 de enero de 2022

Los grandes personajes de la historia: MAHOMA








· El padre del islam



· Cerca de mil millones de personas en todo el mundo profesan la

· religión musulmana, es decir, creen en un único Dios, Allah, que

· reveló su voluntad a los hombres a través de un profeta, Mahoma. En un

· momento de la Historia en que la situación política internacional

· parece más que nunca favorecer el distanciamiento del mundo

· occidental, de tradición cristiana, del islámico, cabe preguntarse

· quién fue ese hombre de origen humilde, huérfano, que no sabía ni leer

· ni escribir y que se dedicaba al comercio, pero que dio pie a una de

· las tradiciones religiosas más importantes y ricas del mundo. Mahoma

· logró en vida unificar las tribus de Arabia formando una única

· comunidad política y religiosa, y tan sólo cien años después de su

· muerte su legado espiritual y político fue capaz de sostener un

· imperio que iba desde el norte de África hasta la India. Las claves

· que explican tan imponente obra deben buscarse en su vida.



· Aunque el proceso de construcción de la religión musulmana es uno de

· los que mejor se conocen históricamente, las fuentes de que disponen

· los historiadores para reconstruir la vida de Mahoma y los orígenes

· del islam son relativamente escasas. Principalmente se trata del

· Corán, o libro sagrado de los musulmanes, que recoge la revelación

· hecha por Allah a Mahoma, el relato biográfico que sobre el Profeta

· compuso Ibn Ishaq más de un siglo después de su muerte, y el hadit, o

· conjunto de dichos y hechos atribuidos a Mahoma que se transmitieron

· oralmente hasta que en el siglo IX fueron puestos por escrito. Resulta

· por tanto difícil distinguir los hechos históricamente contrastables

· del resto de elementos que conforman la tradición, si bien ésta ofrece

· un relato coherente sobre la vida de Mahoma.







· Una infancia difícil



· Mahoma nació en el año 570 de la era cristiana en la ciudad de La

· Meca, en la actual Arabia Saudí. Por entonces la península Arábiga

· estaba habitada fundamentalmente por grupos tribales tanto nómadas

· como sedentarios. Los primeros se dedicaban al pastoreo y al comercio,

· mientras que los segundos se asentaban en los escasos enclaves

· fértiles en los que era posible practicar la agricultura. En ambos

· casos la unidad esencial de la organización social era la tribu cuyos

· miembros reconocían unos antepasados comunes aunque no existiese entre

· ellos vínculos de sangre. Cada tribu a su vez se dividía en múltiples

· clanes entre cuyos integrantes sí existían lazos de parentesco.

· Entender la forma en que se organizaba la sociedad árabe de la época

· resulta indispensable para comprender hasta qué punto la labor llevada

· a cabo por Mahoma fue revolucionaria, pues a su muerte había logrado

· establecer un nuevo modo de organización social no basado en la tribu

· ni en los lazos de sangre, sino en la profesión de una fe común.



· Mahoma pertenecía a la tribu de los Qurays (qurasíes) y dentro de ella

· al clan de los Hasim (hasimíes) que se dedicaba al comercio y gozaba

· de cierta relevancia dentro de la tribu. La Meca, pese a estar ubicada

· en una zona particularmente árida e inhóspita, era una de las ciudades

· más prósperas de Arabia, en parte por su importante actividad

· comercial (sobre todo en relación con el vecino Imperio bizantino) y

· en parte porque en ella se encontraba uno de los principales

· santuarios y puntos de peregrinación para los árabes, la Kaaba. Se

· trataba (y se trata) de un gran santuario de forma cúbica en uno de

· cuyos ángulos se encontraba la gran Piedra Negra (probablemente un

· meteorito) a la que entonces se rendía culto. Según la tradición, el

· santuario había sido creado originalmente por Adán, pero tras el

· Diluvio el patriarca bíblico Abraham lo habría reconstruido engastando

· en su ángulo sudeste la Piedra Negra que le habría entregado el

· arcángel san Gabriel. La tribu a la que pertenecía Mahoma, los

· qurasíes, era la más importante de La Meca puesto que tenía a su

· cuidado la custodia de la Kaaba.



· Desde el punto de vista religioso, la Arabia del siglo VI puede

· dibujarse como un gran cruce de tradiciones. Por una parte, había

· amplios grupos de población cristiana, así como de judíos y algunos

· más pequeños seguidores del zoroastrismo persa. Junto con ellos

· coexistía la religión politeísta de la mayor parte de las tribus

· árabes que, en palabras del profesor de Historia medieval Eduardo

· Manzano, podría definirse como «un paganismo que tenía muchos puntos

· de contacto con otras religiones politeístas de origen semítico». En

· la Kaaba se rendía culto a multitud de dioses y espíritus

· representados mediante ídolos más o menos toscos y también mediante

· piedras, aunque el santuario estaba especialmente dedicado a las tres

· diosas principales, Al-Uzza (identificada con el planeta Venus),

· Al-Lat (que correspondía con el Sol, que es femenino en árabe) y Manat (el destino). Las tres diosas eran consideradas hermanas e hijas de un gran dios que tenía preeminencia sobre el resto, Allah. Pero la influencia de las religiones monoteístas también se hacía notar en la tradicional religiosidad árabe y no faltaban quienes eran monoteístas, los llamados hanifes.



· Según la tradición musulmana, poco antes del nacimiento de Mahoma la

· situación en Arabia, y especialmente en La Meca, había llegado a un

· grado de laxitud religiosa que hacía que parte del pueblo árabe

· desease la pronta venida de un hombre, un profeta, que diese un vuelco

· a la situación. A ello se unirían los desmanes que los enriquecidos

· mequíes cometían con los grupos menos favorecidos y que habrían

· llevado a una corrupción de las costumbres propias de los beduinos de

· la que, según este relato, escapaban los qurasíes. Y precisamente en

· esa situación se produjo el nacimiento de Mahoma, el hijo de un

· camellero qurasí llamado Abd Allah que dejó a su hijo huérfano unos

· pocos meses antes de nacer. La escasez de recursos de su madre Amina

· unida a la costumbre de enviar a los hijos de los notables de La Meca

· a criar con una nodriza en las tribus del desierto para asegurar su

· educación en la tradición, motivó que siendo aún muy pequeño Mahoma

· fuese entregado a una nodriza, Halima, del clan de los Saad, que llevó

· al niño a las regiones montañosas de Taif donde aprendería a cuidar el

· ganado al tiempo que las costumbres de las tribus árabes.



· La tradición rodea de hechos sorprendentes el nacimiento de Mahoma,

· tales como que una estrella en el cielo avisó del suceso a los judíos

· del oasis de Yatrib, que los magos persas de Zaratustra vieron

· apagarse el fuego sagrado que ardía en su templo desde hacía mil años,

· o que la luz de la noche se hizo tan intensa que su madre pudo ver

· desde La Meca el zoco de Damasco. Lo que sí parece probable es que,

· siguiendo la costumbre árabe, al recién nacido se le cortase el pelo

· para entregar su peso en oro como limosna a los pobres. Sea como

· fuere, el niño fue enviado al desierto y no volvería a ver a su madre

· hasta los seis años, si bien también entonces sería por muy breve

· espacio de tiempo. Poco después de su reencuentro, la madre de Mahoma

· también falleció, por lo que durante los dos siguientes años de su

· vida el pequeño quedó bajo el cuidado de su abuelo paterno Abd

· al-Muttalib que murió cuando Mahoma tenía ocho años. En esa situación

· el clan pasó a ser el protector del menor que quedó confiado a su tío

· Abu Talib.



· Abu Talib, al igual que su padre y su hermano, era un importante

· comerciante por lo que desde niño Mahoma se acostumbró a viajar con él

· en sus grandes caravanas de camellos. En sus frecuentes viajes Mahoma

· pudo contactar con las múltiples corrientes religiosas de Arabia, de

· ahí que las fuentes musulmanas recojan el encuentro de carácter

· profético que tuvo su tío con un monje eremita del desierto de Siria.

· Según este relato, un día la caravana de Abu Talib llegó a la hermosa

· ciudad cristiana de Bosra donde había un eremita llamado Bahira que

· nunca se acercaba a los comerciantes que paraban por allí. Sin

· embargo, poco antes de la llegada de la caravana en la que venía

· Mahoma junto con su tío, Bahira tuvo un sueño en el que vio acercarse

· a un grupo de camelleros uno de los cuales tenía la cabeza rodeada por

· una aureola y sobre él flotaba una nube. Cuando llegaron los

· comerciantes Bahira se dirigió a ellos e incluso compartió con algunos

· su comida, y viendo a Mahoma reconoció al camellero de su sueño por lo

· que se dirigió a él y le dijo: «Tú eres el enviado de Dios, el profeta

· que anuncia mi libro santo». Llegado el momento de despedirse, Bahira

· advirtió a Abu Talib que cuidase del niño pues si, especialmente los

· judíos, veían en él lo mismo que él había reconocido, querrían hacerle

· daño.



· Bajo los cuidados atentos de su tío, Mahoma aprendió todo lo necesario

· para desempeñar el oficio de comerciante —lo que no incluía ni leer ni

· escribir— por lo que con veinticinco años ya se había ganado una buena

· reputación como tal. Fue entonces cuando por sus virtudes una joven y

· rica viuda de La Meca veinticinco años mayor que él, Jadiya, se fijó

· en Mahoma. Jadiya gozaba de una posición muy desahogada gracias a su

· actividad comercial, de modo que pronto decidió pedir a Mahoma que

· entrase a su servicio como comerciante. Pero la intención de Jadiya

· era convertir a Mahoma en su esposo y finalmente se lo hizo saber

· mediante una proposición de matrimonio. Pese a la diferencia de edad,

· Mahoma aceptó, y si bien es cierto que el matrimonio supuso su ascenso

· social y económico, también lo es que debió de tratarse de un

· matrimonio excepcionalmente bien avenido y enamorado ya que, aun a

· pesar de que Jadiya sólo le dio hijas, Mahoma le fue fiel mientras

· vivió y no desposó a ninguna otra mujer hasta después de su muerte. El

· matrimonio se celebró el año 595 y Mahoma continuó trabajando como

· mercader pero sin las duras condiciones que había conocido hasta

· entonces. En el clan de su esposa conoció a muchos hombres de

· costumbres piadosas que sin ser ni judíos ni árabes creían en la

· existencia de un único Dios, es decir, eran hanifes. Probablemente

· estos contactos, unidos a los conocimientos adquiridos en sus muchos

· viajes como comerciante sobre las grandes tradiciones religiosas

· presentes en Arabia, fueron moldeando la espiritualidad de Mahoma, que

· poco a poco comenzó a compartir el gusto de algunos hombres de la

· época de retirarse a orar y meditar en algunos montes o cuevas

· cercanas a La Meca. Su fama de hombre justo, caritativo y piadoso fue

· creciendo paulatinamente en la ciudad y llegó a alcanzar un notable

· reconocimiento público.



· De esta forma apacible transcurrió la vida del futuro Profeta hasta

· los cuarenta años, edad en la que sufrió su primera experiencia y a

· partir de la cual cambiaría radicalmente su mundo. La figura de Jadiya

· desempeñaría entonces un papel de primer orden y Arabia conocería un

· proceso de cambio religioso y político tal que nada volvería a ser

· como hasta entonces. El vaticinio del eremita Bahira se convertiría en

· una deslumbrante realidad pero, como recuerda la profesora Anne-Marie

· Delcambre, «la visión del monje hubiera sido más acertada si hubiese

· puesto en guardia a Mahoma y a su tío contra su propio pueblo».







· La revelación



· Mahoma había tomado por costumbre retirarse periódicamente a orar a

· una gruta situada en el monte Hira (también llamado Jabal al-nur o «monte de la luz») a pocos kilómetros de La Meca. Según la tradición islámica, estaba rezando cuando se le apareció el arcángel Gabriel que le exhortó a leer en un libro y le anunció su condición de Profeta.

· Ibn Ishaq, empleando los versículos del Corán, recoge lo sucedido del

· siguiente modo: «Cuenta el Profeta a ese respecto. Dormía cuando [el

· arcángel Gabriel] me trajo un paño de seda con un libro. Me dijo,

· ¡lee! Yo le dije, ¡no leo! Entonces me sofocaba con el libro de tal

· modo que pensé que iba a morir. Enseguida me soltó y repitió, ¡lee! Yo

· repliqué otra vez, ¡no leo!». Así sucedió hasta tres veces más hasta

· que finalmente Mahoma preguntó: «¿Qué debo leer?» Y el ángel

· respondió: «¡Predica en el nombre de tu Señor, el que te ha creado!

(…) Y así leí esas palabras y Gabriel me dejó. Al despertar me pareció que aquellas palabras habían quedado grabadas en mi corazón. Salí de la gruta y, mientras estaba de pie en el monte, oí una voz del cielo que me llamaba y decía, ¡Mahoma! Tú eres el enviado de Dios y yo soy Gabriel».



· Aterrado y lleno de agitación al no entender lo que le sucedía, Mahoma

· regresó a su casa. Temía haber oído la voz de algún demonio y así se

· lo contó a Jadiya: «Por Dios te juro Jadiya que jamás he odiado nada

· como los ídolos y los adivinos paganos, pero ahora tengo miedo de ser

· yo mismo un adivino de esa índole, pues he visto luces y oído voces».

· Jadiya, convencida de que su esposo había visto y oído al arcángel

· Gabriel, le consoló y tranquilizó. Quiso además pedir el consejo de un

· amigo de la familia, el hanif Waraqah ibn Naufal, quien tras escuchar

· el relato sentenció: «Si eso es verdad, Mahoma es el Profeta de

· nuestro pueblo». Ibn Naufal conocía la tradición profética cristiana y

· judía, por lo que rápidamente relacionó la experiencia de Mahoma con

· las descritas por los profetas de aquellas religiones, y también por

· ello anunció a Mahoma que como Profeta le esperaba la persecución y

· expulsión de su pueblo.



· A pesar de las palabras tranquilizadoras de Jadiya, Mahoma continuó

· atribulado pues las revelaciones continuaron durante un tiempo sin que

· supiese bien qué mensaje quería Dios transmitirle con ellas. Aunque

· las revelaciones le llegaban en momentos de trance en los que con

· frecuencia tenía fiebre y temblores, Mahoma fue paulatinamente

· aceptando el papel que parecía que Dios había escogido para él. Sin

· embargo, cuando comenzó a resignarse, las revelaciones desaparecieron

· súbitamente. Éste es el período que la tradición islámica denomina

· fatra y que según las distintas fuentes pudo prolongarse entre seis

· meses y tres años. Mahoma pasó entonces una etapa de gran sufrimiento

· espiritual pues era el hombre que, sin esperarlo, Dios había escogido

· para hacerle saber su voluntad y ahora parecía que Éste lo había

· abandonado de forma asimismo inesperada. Cabe imaginar las dudas y

· angustias que debió de sentir al pensar que quizá sus actos podían

· haber ofendido a Dios. Pero finalmente la etapa de silencio terminó y

· las revelaciones volvieron y así un día escuchó: «Tu Señor no te ha

· abandonado ni te aborrece. La última vida será para ti mejor que la

· primera. Tu Señor te dará y quedarás satisfecho».



· A partir de ese momento Mahoma percibió con entera claridad la misión

· que como Profeta Dios le encomendaba. Debía predicar entre los hombres

· la existencia de un único Dios, Allah, que habría de recompensar a los

· buenos y castigar a los malvados a la llegada del Juicio Final. Por

· ello debían someterse a su voluntad, abandonar sus riquezas y la

· corrupción de sus costumbres, renunciar a la avaricia y el engaño,

· tratar con caridad a los pobres, oprimidos y despojados… El mensaje

· profético de Mahoma no podía ser menos éticamente o moralmente

· censurable, ni más contrario a los intereses comerciales y económicos

· de los grupos dominantes de La Meca. El mensaje del nuevo Profeta no

· sólo ponía en entredicho la acumulación de riqueza en manos de unos

· pocos y el modelo social mequí, sino que además hacía peligrar algo

· que era esencial en el mismo, el papel de la Kaaba como santuario

· politeísta y por tanto como punto de atracción de peregrinos y de los

· beneficios que su presencia reportaban. Por otra parte, no pocos

· mequíes sentían que las palabras de Mahoma eran un ataque declarado a

· sus dioses y creencias, de modo que cuando éste comenzó su predicación

· pública en torno al año 610, sus palabras no fueron precisamente bien

· acogidas. Conforme las revelaciones continuaron, Mahoma, siguiendo con

· la importantísima tradición de los poetas en el mundo árabe, las iba

· memorizando y recitando públicamente (la palabra «Corán» procede del

· término árabe con el que se designa la recitación oral solemne,

· quran). Los primeros creyentes de la primitiva comunidad islámica

· fueron algunos miembros de la familia del Profeta —su mujer Jadiya, el

· hanif Ibn Naufal, el antiguo esclavo adoptado por Mahoma Zayd y su

· primo Alí— y un influyente comerciante de paños, Abu Bakr, que

· llegaría a convertirse en uno de los cuatro primeros califas. Más

· tarde comenzaron a unírseles algunos de los mequíes menos influyentes

· o más jóvenes, es decir, aquellos que más podían desear el cambio que

· predicaba el Profeta. En la medida en que iba ganando seguidores su

· presencia comenzó a resultar más incómoda en la ciudad, por lo que la

· oposición inicial fue transformándose en abierto rechazo. Como indica

· el profesor de Teología Adel-Theodor Khoury, «la resistencia adquirió

· forma de persecución cuando los habitantes de La Meca comprobaron que

· con la nueva predicación no sólo se ponía en tela de juicio su estilo

· de vida, sino que también se veían amenazados sus pingües negocios en

· torno a la Kaaba».



· En un primer momento los miembros más poderosos de los qurasíes, que

· conviene no olvidar que controlaban el santuario, trataron de

· convencer a Mahoma para que abandonase su predicación. Para ello

· recurrieron a la intermediación de su tío Abu Talib, que era además el

· jefe del clan al que pertenecía Mahoma. Aunque el Profeta sentía gran

· cariño por el hombre que le había criado no renunció a continuar con

· su misión, pues estaba convencido de que ésa era la voluntad de Dios.

· Según la tradición islámica, los qurasíes trataron de convencerle de

· todas las formas posibles e incluso llegaron a ofrecerle dinero o le

· pidieron que realizase algún tipo de milagro. Pero Mahoma continuó

· firme en su postura y reprochó a los qurasíes su negación a creer en

· el mensaje del único y verdadero Dios, Allah. La situación estaba

· servida para que terminase estallando el enfrentamiento entre

· musulmanes (término que quiere decir «los que se someten» a la

· voluntad de Dios) y mequíes.



· A los primeros comenzaron a tratarlos como proscritos: se les negaba

· el trabajo y se prohibía su contacto así como el comercio o el

· matrimonio con ellos. En aquellas duras circunstancias Mahoma perdió

· primero a su esposa, pues Jadiya murió el año 619, y poco después a su

· tío Abu Talib. Con ello el Profeta quedaba completamente desprotegido

· ya que su tío, como cabeza del clan, había garantizado la protección

· de éste para Mahoma según las costumbres árabes. La muerte de Abu

· Talib supuso que su lugar en el clan fuese ocupado por su hermano Abu

· Lahab, uno de los principales defensores de los intereses comerciales

· vinculados a la Kaaba y al que Mahoma había acusado abiertamente de

· idólatra por ello. Tal acusación representaba para los árabes un

· ataque a todo el clan por lo que, como afirma Anne-Marie Delcambre, «Mahoma se convirtió en un objeto de horror, en un hombre fuera de la ley, que había vulnerado la ley del clan. Un hombre excluido de su clan era un hombre socialmente muerto: cualquiera podría matarle, venderle o maltratarle, sin temor a venganza alguna porque su clan ya no le defendería». La situación para Mahoma y sus seguidores se había vuelto insostenible en La Meca. Se imponía salir de la ciudad, pero el camino a seguir habrían de indicarlo unos peregrinos recién llegados desde el oasis de Yatrib.







· La hégira y la vida en Medina



· En el verano del año 620, varios peregrinos del oasis de Yatrib se

· dirigieron a La Meca para acudir conforme a la costumbre a la Kaaba.

· Según la tradición, allí encontraron predicando a Mahoma y quedaron

· impresionados por sus palabras y el profundo convencimiento con que

· las decía. En Yatrib existía una tensa situación motivada por los

· inacabables enfrentamientos entre las dos tribus que se disputaban el

· predominio sobre la ciudad, los Aws y los Jazray. A través de los

· peregrinos había llegado la noticia de la existencia de un hombre en

· La Meca que se proclamaba enviado de Dios y los miembros de ambas

· tribus pensaron que si le pedían que se asentase en la ciudad podría

· ejercer de mediador en sus querellas. Al año siguiente cinco de los

· peregrinos que habían visto a Mahoma regresaron a buscarle acompañados

· de otros siete para trasladarle la oferta, y, tras largas

· negociaciones, en julio del año 622 Mahoma emprendió con buena parte

· de sus seguidores el viaje a Yatrib. Desde entonces la ciudad pasaría

· a llamarse Medina (Madinat al-Nabi o «la ciudad del Profeta») y la

· emigración del Profeta y los primeros musulmanes desde La Meca a

· Medina se convertiría en el punto de arranque del cómputo temporal del

· mundo islámico. Es la llamada Hégira.



· La importancia crucial atribuida a la Hégira radica en que

· precisamente a partir del momento en que Mahoma se asentó en Medina

· nació la comunidad musulmana como tal y se definieron los principios

· básicos que rigen a toda sociedad islámica. Los cristianos calculan

· los años tomando como punto de partida el nacimiento de Cristo, pues

· se considera que ése es el momento en que Dios se encarna en un hombre

· con la misión de salvar a la humanidad de sus pecados. Sin embargo, en

· la religión musulmana el nacimiento del Profeta no es el momento

· crucial para la humanidad, pues no se le considera un ser divino, sino

· que lo es aquel en el que la revelación de Mahoma se hace realidad

· palpable con la creación de la comunidad de los musulmanes, de ahí que

· los musulmanes de todo el mundo calculen los años desde el 16 de julio

· del año 622. Los distintos pactos acordados entre Mahoma y los

· habitantes de Medina se designan con el erróneo nombre de «Constitución de Medina», ya que no se trata de lo que entendemos actualmente por una constitución sino que son una serie de acuerdos para organizar la convivencia. Mediante ellos Mahoma garantizó no sólo que los musulmanes serían bien acogidos en Medina, sino que cualquier musulmán que fuese atacado o perseguido sería defendido por todos los habitantes de la ciudad, prestándoles protección como si de su propio clan se tratara. Tal protección se extendería además a cualquier individuo que se convirtiese en musulmán. De este modo Mahoma establecía como base de la convivencia y la organización social una nueva umma («comunidad») no definida por los lazos de sangre (clanes)

· ni por la genealogía común (tribus), sino por la participación en una

· fe común. Como señala la profesora Delcambre, «Mahoma se había

· convertido en un jefe, no en un jefe de tribu, sino, como Moisés, en

· el jefe de un pueblo».



· Según la tradición musulmana, Mahoma fue, junto con su amigo el

· comerciante Abu Bakr, el último en salir de La Meca. Varios grupos de

· musulmanes se habían adelantado, pero el Profeta quiso permanecer en

· la ciudad hasta asegurarse de que la partida se desarrollaba sin

· contratiempos. A pesar de la salida de sus seguidores, los mequíes

· seguían viendo tanto en Mahoma como en su mensaje una futura fuente de

· problemas, por lo que organizaron un complot para asesinarle antes de

· que partiese hacia Medina. Armados con sus espadas sorprenderían al

· Profeta mientras dormía y acabarían fácilmente con su vida. Sin

· embargo Mahoma fue advertido por su primo Alí, que se prestó a ocupar

· su lugar en la cama para engañar a los asesinos. Cuando éstos fueron a

· buscarle encontraron a Alí. Mientras, Mahoma había escapado con Abu

· Bakr aprovechando el engaño. En su huida ambos se refugiaron en una

· cueva a cuya entrada, providencialmente, una araña tejió una tupida

· tela y una paloma se puso a empollar sus huevos. Los perseguidores al

· ver ambas cosas pensaron que hacía mucho tiempo que nadie entraba

· allí, de modo que pasaron por delante salvando, sin saberlo, la vida

· de aquel a quien querían matar. Mahoma y Abu Bakr tardaron varias

· semanas en llegar a Yatrib. Montaban en unos camellos que había

· comprado el comerciante, por lo que poco antes de llegar a su destino

· Mahoma le compró la camella en que iba montado, pues como forma de

· reforzar su dignidad de hombre del desierto quería entrar en la ciudad

· a lomos de su propia montura. La camella del Profeta, Qaswa, jugaría

· un importante papel cuando éste llagase allí ya que al principio todos

· los habitantes de Yatrib querían ofrecer alojamiento a Mahoma.

· Consciente de que elegir a unos y no a otros podía convertirse en

· motivo de celos y disputas, Mahoma decidió soltar la brida de Qaswa y

· levantar su nueva casa allí donde la camella se parase a reposar. Así

· lo hizo y cuando el animal se detuvo en un solar que pertenecía a dos

· hermanos huérfanos, el Profeta les compró el terreno y ordenó edificar

· allí su casa.



· En Medina el papel desempeñado hasta entonces por Mahoma como líder

· espiritual se modificó sustancialmente. Se había convertido en el

· responsable de una comunidad humana en todos sus aspectos, por lo que,

· como apunta el profesor Khoury, «en Medina Mahoma ya no siguió siendo

· exclusivamente el profeta inspirado y el asceta apartado del mundo,

· sino que se fue convirtiendo cada vez más en el estadista perspicaz y

· ponderado, en el legislador sabio, en el caudillo político, en el

· estratega y, para decirlo brevemente, en la figura central de la

· comunidad islámica primitiva». Así, Mahoma tomó todas las medidas

· necesarias para la organización política, social y religiosa de la

· nueva comunidad, medidas que aún hoy se encuentran en la base

· organizativa de todas las sociedades musulmanas. Incluso las

· costumbres y pautas de vida cotidiana del Profeta se convirtieron en

· el ejemplo que todo buen musulmán debía seguir en su propia vida. La

· casa de Mahoma y la primera mezquita levantada en Medina, con sus

· agradables patios y jardines interiores, pasaron a ser el referente

· para todas las posteriores. En el caso de las mezquitas además se fijó

· el modo en que los creyentes debían ser llamados a la oración, la voz

· del muecín repitiendo: «Allah es el más grande, no hay más Dios que

· Allah. Mahoma es su Profeta. Venid a la oración. Venid a la

· felicidad». Asimismo se establecieron algunas de las obligaciones de

· todo musulmán, como la profesión de fe o shahada (es decir, la

· obligación de afirmar que no hay más Dios que Allah y que Mahoma es su

· Profeta), la limosna fija o zaka y la oración cinco veces al día o

· salat realizada en dirección a La Meca. Las otras dos grandes

· obligaciones de los musulmanes, el ayuno o sawm y la peregrinación a

· La Meca o hadjdj, se matizarían a partir de hechos posteriores.



· El establecimiento de la obligación de rezar en dirección a La Meca

· responde a la labor de creación de una identidad diferenciada para la

· comunidad islámica respecto de las otras dos grandes religiones

· monoteístas —cristianismo y judaísmo— que también Mahoma abordó

· durante su estancia en Medina. Mahoma compartía buena parte de la

· tradición cristina y judía, pero consideraba que la revelación de los

· profetas bíblicos había sido distorsionada por las comunidades

· humanas. En un hábil desarrollo teológico, Mahoma apeló al tronco

· común de las grandes religiones monoteístas de modo que reivindicó la

· religión de Abraham (el primer hanif) como la única y verdadera

· religión que ya existía antes de los profetas del cristianismo (Jesús)

· y del judaísmo (Moisés). El islam suponía la recuperación de esa

· verdadera religión, de ahí que desde entonces la costumbre de orar en

· dirección a Jerusalén fuese sustituida por la obligación de hacerlo en

· dirección a La Meca, es decir, al lugar en el que se hallaba el

· santuario erigido por Abraham, la Kaaba.



· También otras costumbres de carácter cotidiano y cuestiones legales se

· definieron entonces. Entre las primeras se estableció qué alimentos

· podían tomarse y cuáles no (caso del cerdo, el alcohol o los animales

· que no hayan sido desangrados tras su sacrificio), el modo en que

· debían ingerirse (empleando siempre la mano derecha y sin soplar),

· cuándo no era recomendable tomarlos (como la cebolla o el ajo crudos

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