El pacifista rebelde
Si el siglo XX fue con diferencia el que mayor número de muertos produjo
como resultado de guerras, masacres y otras formas de violencia
practicadas por el ser humano, la figura de Mohandas Gandhi se eleva de
ese tenebroso contexto como una luz de esperanza. Nacido en la India y
educado en Gran Bretaña, vivió veintiún años de su vida en Sudáfrica, de
donde volvió a su país natal para luchar por su independencia. Pero la
lucha política de Gandhi no destacó tanto por lograr finalmente sus
objetivos como por haberlo hecho tomando como base la noviolencia, un
método de acción política basado en la expresa renuncia a la violencia
como principio y como arma de deslegitimación. Ello fue posible gracias
a sus irrepetibles dotes personales y a un largo proceso de reflexión
moral y religiosa que le permitieron plantear estrategias políticas que
pusieron en jaque a la mayor potencia mundial del momento sin poner en
juego el derramamiento de una gota de sangre.
A mediados del siglo XIX la península Indostánica se encontraba bajo
completo dominio británico. Desde hacía un siglo las compañías
comerciales británicas primero y después las autoridades coloniales
habían ido dominando directamente el territorio o poniendo bajo su
tutela (con la forma legal de protectorados) los quinientos sesenta y
cinco estados principescos en que se dividía. La India oriental
británica, que incluía los territorios de los actuales estados de
Pakistán, India, Sri Lanka, Bangladesh y Myanmar, era para Gran Bretaña
una fuente inagotable de materias primas e ingresos al tiempo que un
mercado reservado indispensable para asegurar el crecimiento de su
industria; para los indios suponía la subordinación a un poder
extranjero que les cargaba de impuestos, interfería en sus tradicionales
relaciones políticas y sociales y les prohibía la fabricación de
cualquier producto que pudiese competir con sus intereses económicos.
Pero era además un mosaico intrincadísimo de estados, castas sociales,
razas (arios e indostánicos) y religiones (la hindú y la musulmana eran
las mayoritarias, pero también había comunidades de jainas, sijs,
zoroastristas, cristianos y judíos) que dificultaba en gran medida la
gobernación del territorio. Para ello fue indispensable la integración
de población indígena tanto en la administración como en las fuerzas
militares y de seguridad, método que garantizaba el dominio de una
pequeña minoría europea sobre millones de nativos. En este contexto
llegó al mundo el principal responsable de que semejante estado de cosas
fuese a cambiar en menos de un siglo.
De Porbandar a Durban, pasando por Londres
Mohandas Karamchand Gandhi nació el 2 de octubre de 1869 en la ciudad
portuaria de Porbandar, capital de un pequeño principado de igual nombre
en el actual estado indio de Gujarat, a orillas del mar Arábigo.
Pertenecía a la casta de los vaishyas («mercaderes») que sin ser de las
superiores tampoco era de las consideradas degradantes. Era el menor de
los cuatro hijos del matrimonio de Karamchand Gandhi y su mujer
Putlibai. Su padre y varios representantes de generaciones anteriores de
su familia habían ocupado el cargo de primer ministro del pequeño
estado, sin que ello les hubiese proporcionado una posición social
dominante o una gran riqueza.
El pequeño Mohandas creció en un contexto religioso ecléctico, ya que su
padre era hindú y su madre pertenecía a la secta Pranami, que combinaba
creencias del hinduismo y el islam y predicaba la tolerancia religiosa.
Como el resto de los indios, vivió en un medio en el que varias
religiones estaban presentes y a las que se habituó desde buen
principio, tomando enseñanzas de todas ellas. Quizá ésta fuese una de
las razones por las que en el futuro se consideraría un heterodoxo al no
adherirse a ninguna ortodoxia férrea.
Siguió su educación sin ser un estudiante brillante y su adolescencia se
vio marcada, como la de muchos de sus compatriotas, por un temprano
matrimonio. A los trece años se casó con Kasturbai, que sería su única
esposa. La experiencia le marcó de tal modo que fue un enemigo declarado
del matrimonio infantil por el resto de su vida. Los inicios de su vida
marital se vieron marcados por una voluntad de dominar a su mujer —a
imitación de sus mayores— y una afición desmedida por el sexo, que
acababa de descubrir. Pero pronto algunas experiencias le hicieron
adoptar un modo de vida más contenido, especialmente una que vivió con
dieciséis años. Su padre había caído gravemente enfermo y Mohandas se
encargaba personalmente de su cuidado. Una noche abandonó la habitación
paterna para estar con su esposa. Como señala su biógrafo Dennis Dalton,
«en ese momento murió su padre. Un criado fue hasta él y le dijo: “Tu
padre acaba de morir”. La primera reacción de Gandhi fue decir: “Dios
mío, ¿qué he hecho?”. Durante el resto de su vida se referiría a este
momento como aquel en que abandonó a su padre, en que no cumplió con su
deber… y aquello se convirtió en la base de su gran sentido del deber y
la responsabilidad. Con el tiempo llegó a la conclusión de que debía
comportarse como el hijo de toda la sociedad, una persona diligente y
consciente de sus deberes al servicio de la humanidad».
Tres años más tarde abandonó la India para estudiar derecho en Londres,
después de que su madre lo obligara a jurar que evitaría el vino, las
mujeres y la carne. Cuando llegó a la capital del Imperio británico el
impacto fue inmediato, el joven indio se vio abrumado por una ciudad
gigantesca y cosmopolita en la que no encajaba; este hecho, unido a su
carácter tímido, le llevó al retraimiento. Sin embargo, en sus primeros
tiempos en la capital se vio seducido por el modo de vida inglés, e
intentó cultivar las costumbres de un caballero británico. Gastó buena
parte de sus haberes en ropa elegante y en acudir a clases de baile,
francés y violín. Pero el elevado nivel de gastos unido a la toma de
contacto con la vida universitaria le llevaron a ser más sensato y a
aprovechar sus estudios en la metrópoli. En 1891 regresó a la India para
poner en práctica los conocimientos adquiridos y comenzar una carrera de
abogado. No obstante, los estudios no habían mitigado su carácter
inseguro, que pronto le jugó malas pasadas profesionales. Así lo
recuerda el profesor indio de Teoría política Bhikhu Parekh: «Volvió a
la India, se hizo cargo de su primer caso y, cuando se encontró en la
corte de justicia delante del juez fue incapaz de abrir la boca, se
quedó paralizado. Esto le dejó profundamente disgustado». Experiencias
posteriores no enderezaron sus poco prometedores comienzos, por lo que
no se lo pensó mucho cuando en 1893 le llegó la oportunidad de cambiar
de aires, cuando una firma musulmana buscó sus servicios legales para
representarles en Sudáfrica. Allí viajó con la idea de permanecer un
año, pero acabaría estando veintiuno. La experiencia no fue sólo
profesional: cuando Gandhi abandonase la colonia británica de El Cabo
sería un hombre completamente distinto.
Sudáfrica: el aprendizaje de sí mismo y de la política
El joven abogado indio conoció en sus propias carnes el ambiente que se
vivía en la colonia africana nada más llegar, sobre todo para quienes no
tenían la piel de color blanco. Debía viajar de Durban a Pretoria, por
lo que adquirió un billete para ir en un vagón de primera clase de un
tren que cubría dicha línea. Cuando subió al vagón un viajero blanco se
quejó al revisor de su presencia, ya que los nativos de territorios
colonizados sólo tenían permitido viajar en tercera clase. Gandhi se
negó a trasladarse a tercera porque había pagado para viajar en ese
vagón. Cuando el tren llegó a la primera estación importante,
Petermaritzburg, fue expulsado de muy malos modos (literalmente
arrojado) del tren, y tuvo que pasar toda la noche en el andén a la
espera del primer convoy del día siguiente para continuar el viaje. Él
mismo dijo que aquella noche se la pasó decidiendo si volver a la India
o si permanecer en Sudáfrica y hacer algo para que abusos de ese tipo no
volviesen a producirse. En opinión de Arun Gandhi, nieto de Mohandas y
activista político por la paz y los derechos humanos, «aquella
humillación fue realmente lo que despertó en él el deseo de cambiar las
cosas, y pasó toda la noche sentado en el andén pensando cómo se podría
hacer justicia».
Esto le llevó a comenzar una actividad en la comunidad india de
Sudáfrica, muy nutrida desde la década de 1860, para desarrollar
mecanismos de solidaridad que les permitiesen defenderse de los abusos y
las humillaciones. Como abogado, decidió servirse de los instrumentos
que le proporcionaba la ley para actuar. Así lo explica Dennis Dalton:
«Como abogado creyó que cambiando las leyes cambiaría el comportamiento
humano. Así que desde 1893 hasta 1906 se empleó a fondo en los
tribunales de justicia para hacer algo. Pero el problema es que los
británicos fueron más inteligentes que él, de modo que siempre que se
cambiaba una ley se promulgaba otra que perpetuaba de algún modo la
discriminación». Eran las acciones de un hombre que se movía dentro del
sistema y que todavía aceptaba la autoridad colonial británica. De
hecho, Gandhi participó junto con los británicos como camillero en la
guerra de los Bóers, que enfrentó a las autoridades coloniales
británicas con los descendientes de los antiguos colonos holandeses
entre 1899 y 1902, y también en la rebelión de los zulúes de 1906, que
fue cruelmente reprimida por los británicos. La experiencia en este
segundo conflicto le dejó profundamente marcado. En palabras de Arun
Gandhi, «fue la experiencia de la guerra zulú la que realmente le puso
en contacto estrecho con una violencia inhumana, dándose cuenta de que
aquello no era una guerra entre dos pueblos, sino una auténtica masacre».
Aquello le llevó a comenzar una profunda reflexión sobre la dominación
no sólo de los colonizadores europeos, sino de cualquier ser humano
sobre sus semejantes. Según Dennis Dalton, «comenzó a reflexionar sobre
el modo en que los zulúes eran dominados por los británicos y en lo que
significaba la propia dominación. Entonces pensó que él mismo ejercía
una dominación sobre su familia, especialmente sobre su mujer. Había
contraído matrimonio a los trece años y él mismo había sido lo que con
el tiempo denominaría un marido dominante, celoso y cruel. Y es de esta
forma tan fascinante como, a partir de sus reflexiones surgidas de la
rebelión zulú y de la forma en que dominaban los británicos, lo
interioriza y se cuestiona qué parte de culpa le correspondía en
semejante comportamiento. Y se respondió que era culpable en su propio
matrimonio, en su relación con Kasturbai». Fruto de estos pensamientos
comenzó un profundo proceso de reflexión espiritual y religioso que
pronto le llevaría a desarrollar una nueva forma de actuar en política.
De momento, a los treinta y siete años, y tras haber tenido cuatro hijos
con su esposa, decidió hacer voto de castidad como una forma de
controlar sus sentidos y su sexualidad (una práctica muy arraigada en la
religión hindú, que lo consideraba como expresión de una realidad
superior). En opinión de Bhikhu Parekh, «así es como se volvió
totalmente puro, a partir de ese momento no habría a su alrededor
impureza, violencia o agresión alguna».
Pero pronto esta filosofía que comenzó por aplicar en su ámbito más
cercano tuvo la posibilidad de trasladarse al ámbito público. En 1907
las autoridades británicas aprobaron una ley que obligaba a todos los
inmigrantes indios a registrarse con sus huellas dactilares y que
facultaba a la policía a registrar sus casas para asegurar el
cumplimiento de la ley. En esta ocasión puso en marcha por primera vez
el satyagraha (literalmente en sánscrito, «aferrar firmemente la
verdad»). Con esta palabra designó a su doctrina de poner en práctica la
desobediencia civil (o no colaboración con las autoridades) combinada
con la noviolencia. Puestas en práctica de forma colectiva daban como
resultado una resistencia pasiva por parte de la población que dejaba
desarmadas a las autoridades: los desobedientes no delinquían,
sencillamente se limitaban a no colaborar con las autoridades en
aquellas cuestiones que consideraban injustas o ilegítimas; si se
reprimían violentamente sus manifestaciones, como era frecuente, no
oponían la violencia a la autoridad agresora, que quedaba deslegitimada
ante la sociedad. El método de nuevo se puso en práctica, y con éxito
creciente, a raíz de otras medidas en Sudáfrica, como la invalidación
por las autoridades británicas de los matrimonios de indios y
musulmanes, o las regulaciones injustas de la inmigración. En estas
ocasiones llamó a la participación activa de las mujeres en la
movilización, ya que consideraba injusto el papel pasivo que la sociedad
india solía atribuirles e incluyó la huelga pacífica entre las medidas
de presión, comprendió la importancia de la prensa como medio para dar a
conocer su mensaje y aprendió cómo comunicar políticamente. Como señala
el profesor Parekh, Gandhi «descubrió en Sudáfrica por primera vez un
método de resistencia no violenta. Se levantaba frente a su oponente, le
decía que no estaba dispuesto a ceder, pero también le aseguraba que no
se le haría ningún daño».
Y todo ello como resultado de un programa de desarrollo moral personal
iniciado por su convicción de que un líder político debía ser puro. El
Dalai Lama, Premio Nobel de la Paz, ha destacado muchas veces la
importancia revolucionaria del método de resistencia pasiva elaborado
por Gandhi. Según él, «Mahatma Gandhi pensó que para poner en práctica
la noviolencia, era necesario que ésta estuviese primero en su propia
mente, de forma que la semilla de la paz y la reconciliación se
desarrollase. Sin eso ¿cómo podría predicar la auténtica noviolencia?».
Pero Gandhi tendría que trabajar mucho para que esta convicción
funcionase en un contexto más adverso al que dirigía su mirada desde
hacía tiempo, su India natal. Sus desvelos por mejorar las condiciones
de sus compatriotas emigrados le hicieron pronto popular en su país de
origen, adonde quiso trasladarse en 1915. El trabajo que le esperaba
para aplicar allí sus renovadoras ideas políticas iba a ser muy arduo.
De regreso en la India
Si Gandhi había llegado a Sudáfrica desde la India como un abogado
inseguro, tímido y sin grandes expectativas profesionales, cuando
decidió emprender el viaje de regreso era ya un líder político popular,
seguro de sí mismo y profundamente religioso. Había entablado relación a
distancia con varios líderes políticos indios y, aunque no conocemos a
ciencia cierta los motivos que le llevaron a volver en 1915, es seguro
que tenía la intuición de que una misión importante estaba por cumplir
en su país de origen. Por aquel entonces no era todavía un abierto
defensor de la independencia (en ese momento Gran Bretaña estaba inmersa
en la Primera Guerra Mundial y no dudó en solicitar el apoyo para la
metrópoli), pero estaba convencido de la necesidad de regenerar a sus
compatriotas y cambiar el sistema político de dominación colonial,
fuente de tantas injusticias.
Nada más desembarcar no optó por comenzar una acción política directa.
Llevaba mucho tiempo fuera de la India y no estaba seguro de lo que iba
a encontrar a su regreso, por lo que decidió seguir el consejo de uno de
los políticos indios que más admiraba, Gopal Krishna Gokhale, y anduvo
un año recorriendo el país de una punta a otra para tomar contacto con
la realidad social. Uno de los temas que más le preocupaban era el de la
educación de los niños, por lo que visitó una escuela en Shantiniketan
fundada por el poeta bengalí Rabindranath Tagore, el primer literato no
europeo que recibió el Premio Nobel de Literatura, en 1913. Pese a sus
diferentes puntos de vista sobre la situación general de la India y
sobre la educación, Tagore le recibió usando por primera vez el
apelativo honorífico hindú mahatma («alma grande») para dirigirse a él.
Era una señal de reconocimiento por su labor en Sudáfrica y de que podía
hacer algo por su país. Esta convicción arraigó en él ante la
constatación de que el rechazo al gobierno colonial se estaba
extendiendo con fuerza y de que el marco institucional gubernativo era
incapaz de lograr la puesta en marcha de las demandas de la sociedad
india. Ante semejante situación, consideró que el saty¯agraha podía ser
un buen método de presión.
Además, quedó convencido de que era necesario sacudir las conciencias de
sus paisanos para regenerar el país. Tantos años de dominación
extranjera habían producido un síndrome que mezclaba conformismo,
desmoralización, cobardía y falta de conciencia cívica. Como señala el
profesor Parekh, «fue entonces cuando Gandhi preguntó: “¿Cuándo seremos
capaces de rebelarnos contra nosotros mismos?”. Nos habíamos vuelto tan
dependientes que teníamos que aprender a rebelarnos contra nosotros,
deshacernos de nuestra psicología de la dependencia, de obtenerlo todo
mediante sobornos en vez de mediante la valentía. No sería posible
rebelarse contra el gobierno sin antes rebelarnos contra nosotros
mismos». Para conseguirlo desarrolló un completo programa de
regeneración política que incluía la unidad entre hindúes y musulmanes
(las dos religiones más enfrentadas), la supresión de los «intocables»
(la inferior de las castas de la sociedad india), la prohibición del
alcohol, el uso del khadi (ropa tejida a mano), el desarrollo de
industrias rurales, la educación basada en los oficios, la igualdad de
las mujeres, el uso de las lenguas indígenas en convivencia con una
única lengua vehicular para todo el país, igualdad económica y la
formación de organizaciones de obreros y campesinos.
Algunas de estas medidas tuvieron una amplia repercusión, como el uso
del kh¯adi. Ya en Sudáfrica Gandhi había alterado profundamente su
imagen acorde a su transformación espiritual y política. Había
sustituido la ropa occidental de producción británica por los tejidos
indios de algodón blanco, que constituían al tiempo una seña de
identidad y de rechazo a las imposiciones forzosas de la industria
británica. A su regreso a la India fomentó el uso de las vestiduras
tradicionales entre la población con ese mismo propósito. En palabras de
Bhikhu Parekh: «Como él dijo, la ropa extranjera significaba nuestra
dependencia cultural de Occidente, y también implicaba que éramos
cómplices indirectos de nuestra propia esclavitud. La quema de la ropa
occidental fue una purga colectiva». Efectivamente se organizaron
grandes actos de quema de ropa occidental propiedad de indios y Gandhi
lanzó la iniciativa de dedicar una hora diaria al hilado de fibras como
una forma de fomentar la producción nacional india, de propagar los
símbolos propios y de identificarse con la realidad social del país.
Además, introdujo nuevos elementos en sus estrategias de resistencia
pasiva. De estos años datan los primeros ayunos a los que se sometió el
Mahatma no como forma de chantaje, sino dentro de la estrategia de
acción moral, como medio de purificarse a sí mismo y de hacer que los
demás tomasen conciencia de sus demandas. Seguía así con la vía
comenzada en Sudáfrica, inspirado por las ideas tradicionales de
renuncia al mundo que según la religión y la filosofía hindúes otorgaban
un gran poder espiritual (otras facetas de la religión tradicional como
el ritual o la mitología no despertaron su interés). Pronto Gandhi tuvo
ocasión para poner en práctica su personal estilo político que había
desarrollado en Sudáfrica y que ahora se sentía listo para aplicar en la
nueva realidad que había encontrado. El camino no iba a ser fácil pese a
que él se sintiese seguro de lo que hacía.
La lucha por la independencia
La oportunidad para poner en marcha todo lo aprendido y desarrollado en
los años anteriores se presentó en 1919. En el mes de marzo de aquel año
las autoridades británicas aprobaron un paquete de medidas legales que
so pretexto de abortar conspiraciones revolucionarias perpetuaban las
limitaciones de los derechos civiles que se habían decretado durante la
Primera Guerra Mundial. Gandhi reaccionó lanzando su primera campaña
nacional de resistencia pasiva, que incluyó una llamada a la huelga
general y manifestaciones de masas. La situación se complicó cuando en
Jallianwalla Bagh, en abril, el batallón al mando del brigadier Dyer
disolvió a tiros una manifestación. Murieron trescientas setenta y nueve
personas y más de mil cien resultaron heridas. Aquel acto desacreditó a
las autoridades británicas ante los ojos de la mayoría de los indios y
de buena parte de la opinión pública internacional; pocos meses más
tarde Gandhi publicó tres artículos en los que declaraba que la sedición
era un deber y demandaba el fin del gobierno británico en la India. La
lucha por la independencia había comenzado.
Un año más tarde lanzó un movimiento nacional de nocooperación que duró
dos años enteros. La convocatoria proponía una acción total a lo largo y
ancho del país, llamando a no utilizar los servicios públicos, no acudir
a las cortes de justicia ni a los colegios y, más adelante, no pagar
impuestos ni servir en el ejército. La iniciativa resultó muy polémica y
fue criticada por considerarla casi anarquista. Gandhi fue arrestado y
juzgado en marzo de 1922. Haciendo gala de su carisma e inteligencia,
transformó el juicio a su persona en un juicio al gobierno colonial
británico. Rechazó contratar un abogado, usó el proceso como plataforma
desde la que exponer sus demandas, se declaró culpable de luchar por
cambiar un sistema injusto y conminó al juez a condenarle a él o al
sistema colonial en su conjunto, no le dejó otra opción. Gandhi fue
condenado a seis años de prisión pero fue el vencedor moral del
episodio. Pasó poco tiempo encarcelado, y después de aquello las
autoridades coloniales británicas se guardarían mucho de volver a
procesarle. Habían aprendido que una medida de represión mal aplicada
podía volverse en un arma poderosa en manos del enemigo. Aunque aquel
movimiento de resistencia no alcanzó sus objetivos de paralizar la
administración colonial británica, acabó popularizando la causa de la
independencia frente a Gran Bretaña y logró politizar a grandes masas de
indios hasta entonces renuentes a participar en la vida pública. De
nuevo era la autoridad moral del Mahatma y su aplicación a la política
la que iba consiguiendo victorias en un largo camino. A juicio de Dennis
Dalton, «Gandhi fue único porque como líder político mostró que la
actitud de noviolencia podía funcionar en política. Cada vez que
demostraba que poseía autoridad moral luchaba por no perderla, cosa que
sucedería si se producían actos de violencia por parte de su comunidad,
los indios. Descubrió la efectividad política de la autoridad moral».
En los años siguientes se centró en campañas menos directas contra la
dominación británica, pero de gran importancia desde el punto de vista
social. Se dedicó a promover la mejora de la situación de las mujeres,
el desarrollo de industrias rurales y la unión entre hindúes y
musulmanes. Este tema le fue preocupando progresivamente más puesto que
una parte cada vez mayor de los grupos musulmanes consideraban que las
campañas de Gandhi no sólo les perjudicaban, sino que además estaban
diseñadas contra ellos, acusaciones que siempre negó categóricamente. En
1926 decidió guardar un año de silencio que dedicó a la reflexión.
En 1930 lanzó una nueva campaña de resistencia pasiva ante la decisión
del gobierno británico de imponer un impuesto sobre la sal. La elección
del momento vino determinada no sólo porque fuese una medida sumamente
injusta sino porque afectaba a todos los indios por igual, tanto hindúes
como musulmanes, y sobre todo a los más pobres. Decidió organizar una
peregrinación pacífica a la villa costera de Dandi, donde llegó el 5 de
abril tras veinticuatro días de marcha, a lo largo de la cual animó a
los indios a fabricar y vender su propia sal al margen de la medida del
gobierno. Periódicos de todo el mundo siguieron la marcha con interés
creciente, ya que la figura de Gandhi se había vuelto muy popular
internacionalmente. La represión de las autoridades británicas no se
hizo esperar. Se arrestó a más de sesenta mil personas, el propio Gandhi
entre ellas. La importancia de los desórdenes convencieron al virrey de
la necesidad de negociar. El Mahatma fue dirigido directamente al
palacio virreinal y, en palabras de Bhikhu Parekh, «le dieron el vaso de
agua que había pedido, lo apoyó sobre la mesa y sacó algo de sus
ropajes. El virrey por curiosidad le preguntó: “¿Qué es eso?”. A lo que
respondió: “Excelencia, no se lo diga a nadie, ésta es la sal que he
fabricado ilegalmente”. La echó en el agua, la disolvió y se la bebió».
La importancia que el movimiento nacionalista indio estaba cobrando
empezaba a hacer tambalear la confianza del gobierno de la metrópoli en
que podría retener durante tiempo indefinido la joya de la corona del
Imperio británico. Por ello invitaron a negociar a Gandhi, que llegó a
Londres en septiembre de 1931. Las negociaciones no resultaron muy
fructíferas (el escollo fundamental fue que el gobierno no reconocía a
Gandhi como representante de todos los indios, sino del colectivo
hindú), pero el líder indio logró encandilar a la opinión pública. Se
reunió con intelectuales y artistas, como George Bernard Shaw o Charles
Chaplin; visitó diferentes puntos del país, incluyendo centros fabriles
en los que solicitó el perdón de los obreros por los daños que el boicot
a los productos británicos en la India podía estar produciéndoles, y fue
invitado por el rey al palacio de Buckingham, donde acudió vestido con
su indumentaria habitual, un paño que cubría su cintura y una capa para
protegerse del frío. Cuando un periodista le preguntó por lo inapropiado
de su escasa vestimenta, respondió que «el rey llevaba ropa suficiente
para los dos». De nuevo el talante y la presencia de Gandhi le
permitieron ganarse a la población de la calle, pero el pulso político
por el futuro de la India no había acabado, por lo que a sus sesenta y
dos años tuvo que prepararse de nuevo para continuar la lucha que había
consumido ya buena parte de su vida.
La última lucha contra la violencia
El resto de la década de 1930 Gandhi vivió con gran preocupación la
creciente tensión entre musulmanes e hindúes. Los dos grandes partidos
representantes de ambas religiones, el Congreso Nacional Indio y la Liga
Musulmana, se habían enzarzado en una encarnizada lucha. En 1935 los
británicos de la India habían aprobado una ley por la que reconocían
cierta autonomía a los territorios, en función de la cual se debían
celebrar elecciones dos años más tarde. A lo largo de la campaña se
comenzó a reclamar una independencia por separado de hindúes y
musulmanes, opción que Gandhi rechazaba taxativamente al afirmar que
dicha división era artificial. Él consideraba que la India era una
civilización en la que habían convivido durante siglos diferentes razas,
lenguas, culturas y religiones, y que aplicar un principio de
nacionalidad basado en la religión era falsear la realidad. Incluso
cuando el Congreso Nacional Indio aceptó la idea de la independencia por
separado, Gandhi siguió rechazándola por impracticable y trabajó para
intentar crear un clima favorable a la reconciliación.
Desde 1939, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la situación
se precipitó. La decisión unívoca del virrey de declarar a la India en
guerra contra Japón sin consultar con los partidos llevó al rechazo del
Congreso Nacional Indio a colaborar con los británicos a no ser que se
reconociese la independencia. En un célebre discurso en agosto de 1942
Gandhi reclamó la independencia inmediata, hecho que le llevó de nuevo a
la cárcel, en la que pasaría esta vez dos años. En 1944 falleció
Kasturbai. La niña que unió su vida a la suya con trece años y que se
había convertido con el paso del tiempo en un apoyo incansable de su
actividad le había dejado, justo en el momento en que el cariz que iban
tomando los acontecimientos la hacían más necesaria que nunca.
Acabada la guerra en 1945, la coyuntura se mostró favorable a la
independencia. Gran Bretaña había salido económicamente empobrecida de
la contienda y no disponía de recursos para reconstruir el aparato
imperial, que para los indios se había vuelto del todo insoportable. Se
convocaron elecciones para el mes de diciembre, de las cuales debería
salir el partido que dirigiese la independencia. Pese a que venció el
Congreso, debido a la mayoría numérica de los hindúes en el conjunto del
territorio, la asamblea constituyente que debía reunirse fue boicoteada
por la Liga y por los príncipes de los estados indios, que veían
peligrar su posición privilegiada si sus territorios se integraban en un
estado nuevo. Para entonces una violencia sin precedentes había
estallado en el norte del país entre hindúes y musulmanes, que
presionaban así para forzar la situación a favor de la independencia por
separado.
El impacto que todo esto tuvo en el ánimo de Gandhi fue inconmensurable,
como han afirmado quienes le conocieron o estuvieron cerca de él en esos
momentos. Según afirma lady Pamela Hicks, hija de Louis Mountbatten,
primer conde de Mountbatten de Birmania y último virrey de la India, «la
idea de dividir la India realmente rompió el corazón de Gandhi. En
ocasiones él podía encontrar soluciones políticas imposibles porque su
corazón estaba convencido de que era lo correcto, pero a menudo el mundo
no permite que se realice lo correcto». Philip Talbot, periodista que
siguió de cerca a Gandhi durante este período, afirma que «la última vez
que hablé con él le encontré realmente deprimido, y me dijo: “No puedo
ver nada a mi alrededor. Hay oscuridad por todas partes y los hombres se
comportan como bestias. No, peor que bestias, porque éstas no matan a
sus semejantes”». Una vez más, no permaneció de brazos cruzados y
emprendió primero un ayuno de protesta por la violencia y más tarde
decidió ir en peregrinación por la paz al distrito bengalí de Noakhali,
el más afectado entonces por la violencia religiosa. Allí permaneció
entre octubre de 1946 y febrero de 1947, trabajando activamente por la
reconciliación.
En opinión de Bhikhu Parekh, la actitud de Gandhi en aquellos meses no
pasó desapercibida, «creo que no hubo un solo indio que no se sintiese
avergonzado y orgulloso a la vez. Avergonzado de que hubiese sido tan
profundamente defraudado por muchos y orgulloso de que en esos días de
oscura brutalidad surgiera entre ellos una figura que les hizo sentirse
orgullosos de ser indios… Y entonces fue cuando Gandhi dijo: “No hay más
que violencia a mi alrededor. Toda mi vida ha fracasado y mi muerte
tiene que conseguir aquello que mi vida no ha podido conseguir”. Se negó
deliberadamente a llevar protección, incluso en las situaciones más
difíciles, y dijo a uno de sus colaboradores: “Moriré a manos de un
asesino y cuando lo haga, recordad, por favor, que si acepto
valientemente esa bala con el nombre de Dios en mis labios, sólo
entonces habré sido un verdadero Mahatma”». Su actitud contraria a la
partición del territorio y a la independencia por separado ya le había
atraído las iras de los grupos nacionalistas hindúes extremistas.
Cuando fue finalmente proclamada la independencia, el 15 de agosto de
1947, se hizo por separado la del territorio mayoritariamente hindú, la
India, de la del mayoritariamente musulmán, Pakistán. Gandhi no
participó en la celebración del acontecimiento. La tristeza por la
sangre que se estaba derramando no le permitía alegrarse, la muerte de
tantos inocentes no era motivo de celebración. La división de la India
británica era un hecho, con el problema añadido de que en cada uno de
los dos nuevos países había amplias bolsas de miembros de la religión
contraria. En los meses siguientes los desplazamientos de diecisiete
millones de personas añadieron el drama de los refugiados a la ola de
violencia que no cesaba.
La mañana del 30 de enero de 1948, Gandhi se dirigía caminando a su
reunión de oración diaria por la paz en Nueva Delhi cuando un estudiante
que militaba en una organización hindú radical se acercó a él y le
descerrajó tres tiros. Su fatal presagio se cumplió y la muerte le
sorprendió sin haber logrado la pacificación y la reconciliación de los
pueblos de la India. Aunque su muerte tuvo un efecto pacificador. El
asesinato produjo un estupor sin límite tanto entre sus aliados como
entre sus enemigos y la violencia se detuvo siquiera temporalmente. A
los actos de la cremación acudieron más de un millón de personas. A esas
alturas Gandhi había sobrepasado para el conjunto de la población india
cualquier valoración humana y tanto partidarios como enemigos lo
consideraban una especie de santo. Ante una situación política que se
había desbordado, aquel hombre siguió fiel a sus principios y no se
había dejado arrastrar por las pasiones homicidas que habían llenado de
sangre y muerte su amada tierra. Lejos de esto se había reafirmado en
sus convicciones, viejas, sólidas, en perpetua adaptación a la realidad
cambiante, y había trabajado por el mundo mejor que había soñado desde
que una noche fuese expulsado de un vagón de tren porque no se quería
amoldar a las convenciones racistas de su tiempo.
Éste es en parte el valor del legado de Gandhi. Martin Luther King dijo
muchos años después de su muerte: «Cristo me dio el mensaje, Gandhi me
dio el método». No sólo fue un ejemplo de hombre comprometido con
erradicar la injusticia y conseguir un mundo mejor, sino que para
conseguirlo desarrolló unos procedimientos radicalmente nuevos en la
historia de la humanidad, tan acostumbrada a que los conflictos se
solucionen a base de violencia y muerte. La noviolencia, la
no-colaboración con las autoridades injustas y la resistencia pasiva a
sus decisiones se mostraron más efectivas que el más moderno de los
tanques o el más eficiente de los aviones. Es por esta razón que Gandhi
es una figura para el futuro, un faro de aliento que nos ayuda a seguir
teniendo esperanza en el ser humano a pesar de que lo que vivió en el
siglo XX no nos permita ser muy optimistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario