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lunes, 10 de enero de 2022

Los grandes personajes de la historia: MAHATMA GANDHI

 El pacifista rebelde

 

Si el siglo XX fue con diferencia el que mayor número de muertos produjo

como resultado de guerras, masacres y otras formas de violencia

practicadas por el ser humano, la figura de Mohandas Gandhi se eleva de

ese tenebroso contexto como una luz de esperanza. Nacido en la India y

educado en Gran Bretaña, vivió veintiún años de su vida en Sudáfrica, de

donde volvió a su país natal para luchar por su independencia. Pero la

lucha política de Gandhi no destacó tanto por lograr finalmente sus

objetivos como por haberlo hecho tomando como base la noviolencia, un

método de acción política basado en la expresa renuncia a la violencia

como principio y como arma de deslegitimación. Ello fue posible gracias

a sus irrepetibles dotes personales y a un largo proceso de reflexión

moral y religiosa que le permitieron plantear estrategias políticas que

pusieron en jaque a la mayor potencia mundial del momento sin poner en

juego el derramamiento de una gota de sangre.

 

A mediados del siglo XIX la península Indostánica se encontraba bajo

completo dominio británico. Desde hacía un siglo las compañías

comerciales británicas primero y después las autoridades coloniales

habían ido dominando directamente el territorio o poniendo bajo su

tutela (con la forma legal de protectorados) los quinientos sesenta y

cinco estados principescos en que se dividía. La India oriental

británica, que incluía los territorios de los actuales estados de

Pakistán, India, Sri Lanka, Bangladesh y Myanmar, era para Gran Bretaña

una fuente inagotable de materias primas e ingresos al tiempo que un

mercado reservado indispensable para asegurar el crecimiento de su

industria; para los indios suponía la subordinación a un poder

extranjero que les cargaba de impuestos, interfería en sus tradicionales

relaciones políticas y sociales y les prohibía la fabricación de

cualquier producto que pudiese competir con sus intereses económicos.

 

Pero era además un mosaico intrincadísimo de estados, castas sociales,

razas (arios e indostánicos) y religiones (la hindú y la musulmana eran

las mayoritarias, pero también había comunidades de jainas, sijs,

zoroastristas, cristianos y judíos) que dificultaba en gran medida la

gobernación del territorio. Para ello fue indispensable la integración

de población indígena tanto en la administración como en las fuerzas

militares y de seguridad, método que garantizaba el dominio de una

pequeña minoría europea sobre millones de nativos. En este contexto

llegó al mundo el principal responsable de que semejante estado de cosas

fuese a cambiar en menos de un siglo.

 

 

 

De Porbandar a Durban, pasando por Londres

 

Mohandas Karamchand Gandhi nació el 2 de octubre de 1869 en la ciudad

portuaria de Porbandar, capital de un pequeño principado de igual nombre

en el actual estado indio de Gujarat, a orillas del mar Arábigo.

Pertenecía a la casta de los vaishyas («mercaderes») que sin ser de las

superiores tampoco era de las consideradas degradantes. Era el menor de

los cuatro hijos del matrimonio de Karamchand Gandhi y su mujer

Putlibai. Su padre y varios representantes de generaciones anteriores de

su familia habían ocupado el cargo de primer ministro del pequeño

estado, sin que ello les hubiese proporcionado una posición social

dominante o una gran riqueza.

 

El pequeño Mohandas creció en un contexto religioso ecléctico, ya que su

padre era hindú y su madre pertenecía a la secta Pranami, que combinaba

creencias del hinduismo y el islam y predicaba la tolerancia religiosa.

Como el resto de los indios, vivió en un medio en el que varias

religiones estaban presentes y a las que se habituó desde buen

principio, tomando enseñanzas de todas ellas. Quizá ésta fuese una de

las razones por las que en el futuro se consideraría un heterodoxo al no

adherirse a ninguna ortodoxia férrea.

 

Siguió su educación sin ser un estudiante brillante y su adolescencia se

vio marcada, como la de muchos de sus compatriotas, por un temprano

matrimonio. A los trece años se casó con Kasturbai, que sería su única

esposa. La experiencia le marcó de tal modo que fue un enemigo declarado

del matrimonio infantil por el resto de su vida. Los inicios de su vida

marital se vieron marcados por una voluntad de dominar a su mujer —a

imitación de sus mayores— y una afición desmedida por el sexo, que

acababa de descubrir. Pero pronto algunas experiencias le hicieron

adoptar un modo de vida más contenido, especialmente una que vivió con

dieciséis años. Su padre había caído gravemente enfermo y Mohandas se

encargaba personalmente de su cuidado. Una noche abandonó la habitación

paterna para estar con su esposa. Como señala su biógrafo Dennis Dalton,

«en ese momento murió su padre. Un criado fue hasta él y le dijo: “Tu

padre acaba de morir”. La primera reacción de Gandhi fue decir: “Dios

mío, ¿qué he hecho?”. Durante el resto de su vida se referiría a este

momento como aquel en que abandonó a su padre, en que no cumplió con su

deber… y aquello se convirtió en la base de su gran sentido del deber y

la responsabilidad. Con el tiempo llegó a la conclusión de que debía

comportarse como el hijo de toda la sociedad, una persona diligente y

consciente de sus deberes al servicio de la humanidad».

 

Tres años más tarde abandonó la India para estudiar derecho en Londres,

después de que su madre lo obligara a jurar que evitaría el vino, las

mujeres y la carne. Cuando llegó a la capital del Imperio británico el

impacto fue inmediato, el joven indio se vio abrumado por una ciudad

gigantesca y cosmopolita en la que no encajaba; este hecho, unido a su

carácter tímido, le llevó al retraimiento. Sin embargo, en sus primeros

tiempos en la capital se vio seducido por el modo de vida inglés, e

intentó cultivar las costumbres de un caballero británico. Gastó buena

parte de sus haberes en ropa elegante y en acudir a clases de baile,

francés y violín. Pero el elevado nivel de gastos unido a la toma de

contacto con la vida universitaria le llevaron a ser más sensato y a

aprovechar sus estudios en la metrópoli. En 1891 regresó a la India para

poner en práctica los conocimientos adquiridos y comenzar una carrera de

abogado. No obstante, los estudios no habían mitigado su carácter

inseguro, que pronto le jugó malas pasadas profesionales. Así lo

recuerda el profesor indio de Teoría política Bhikhu Parekh: «Volvió a

la India, se hizo cargo de su primer caso y, cuando se encontró en la

corte de justicia delante del juez fue incapaz de abrir la boca, se

quedó paralizado. Esto le dejó profundamente disgustado». Experiencias

posteriores no enderezaron sus poco prometedores comienzos, por lo que

no se lo pensó mucho cuando en 1893 le llegó la oportunidad de cambiar

de aires, cuando una firma musulmana buscó sus servicios legales para

representarles en Sudáfrica. Allí viajó con la idea de permanecer un

año, pero acabaría estando veintiuno. La experiencia no fue sólo

profesional: cuando Gandhi abandonase la colonia británica de El Cabo

sería un hombre completamente distinto.

 

 

 

Sudáfrica: el aprendizaje de sí mismo y de la política

 

El joven abogado indio conoció en sus propias carnes el ambiente que se

vivía en la colonia africana nada más llegar, sobre todo para quienes no

tenían la piel de color blanco. Debía viajar de Durban a Pretoria, por

lo que adquirió un billete para ir en un vagón de primera clase de un

tren que cubría dicha línea. Cuando subió al vagón un viajero blanco se

quejó al revisor de su presencia, ya que los nativos de territorios

colonizados sólo tenían permitido viajar en tercera clase. Gandhi se

negó a trasladarse a tercera porque había pagado para viajar en ese

vagón. Cuando el tren llegó a la primera estación importante,

Petermaritzburg, fue expulsado de muy malos modos (literalmente

arrojado) del tren, y tuvo que pasar toda la noche en el andén a la

espera del primer convoy del día siguiente para continuar el viaje. Él

mismo dijo que aquella noche se la pasó decidiendo si volver a la India

o si permanecer en Sudáfrica y hacer algo para que abusos de ese tipo no

volviesen a producirse. En opinión de Arun Gandhi, nieto de Mohandas y

activista político por la paz y los derechos humanos, «aquella

humillación fue realmente lo que despertó en él el deseo de cambiar las

cosas, y pasó toda la noche sentado en el andén pensando cómo se podría

hacer justicia».

 

Esto le llevó a comenzar una actividad en la comunidad india de

Sudáfrica, muy nutrida desde la década de 1860, para desarrollar

mecanismos de solidaridad que les permitiesen defenderse de los abusos y

las humillaciones. Como abogado, decidió servirse de los instrumentos

que le proporcionaba la ley para actuar. Así lo explica Dennis Dalton:

«Como abogado creyó que cambiando las leyes cambiaría el comportamiento

humano. Así que desde 1893 hasta 1906 se empleó a fondo en los

tribunales de justicia para hacer algo. Pero el problema es que los

británicos fueron más inteligentes que él, de modo que siempre que se

cambiaba una ley se promulgaba otra que perpetuaba de algún modo la

discriminación». Eran las acciones de un hombre que se movía dentro del

sistema y que todavía aceptaba la autoridad colonial británica. De

hecho, Gandhi participó junto con los británicos como camillero en la

guerra de los Bóers, que enfrentó a las autoridades coloniales

británicas con los descendientes de los antiguos colonos holandeses

entre 1899 y 1902, y también en la rebelión de los zulúes de 1906, que

fue cruelmente reprimida por los británicos. La experiencia en este

segundo conflicto le dejó profundamente marcado. En palabras de Arun

Gandhi, «fue la experiencia de la guerra zulú la que realmente le puso

en contacto estrecho con una violencia inhumana, dándose cuenta de que

aquello no era una guerra entre dos pueblos, sino una auténtica masacre».

 

Aquello le llevó a comenzar una profunda reflexión sobre la dominación

no sólo de los colonizadores europeos, sino de cualquier ser humano

sobre sus semejantes. Según Dennis Dalton, «comenzó a reflexionar sobre

el modo en que los zulúes eran dominados por los británicos y en lo que

significaba la propia dominación. Entonces pensó que él mismo ejercía

una dominación sobre su familia, especialmente sobre su mujer. Había

contraído matrimonio a los trece años y él mismo había sido lo que con

el tiempo denominaría un marido dominante, celoso y cruel. Y es de esta

forma tan fascinante como, a partir de sus reflexiones surgidas de la

rebelión zulú y de la forma en que dominaban los británicos, lo

interioriza y se cuestiona qué parte de culpa le correspondía en

semejante comportamiento. Y se respondió que era culpable en su propio

matrimonio, en su relación con Kasturbai». Fruto de estos pensamientos

comenzó un profundo proceso de reflexión espiritual y religioso que

pronto le llevaría a desarrollar una nueva forma de actuar en política.

De momento, a los treinta y siete años, y tras haber tenido cuatro hijos

con su esposa, decidió hacer voto de castidad como una forma de

controlar sus sentidos y su sexualidad (una práctica muy arraigada en la

religión hindú, que lo consideraba como expresión de una realidad

superior). En opinión de Bhikhu Parekh, «así es como se volvió

totalmente puro, a partir de ese momento no habría a su alrededor

impureza, violencia o agresión alguna».

 

Pero pronto esta filosofía que comenzó por aplicar en su ámbito más

cercano tuvo la posibilidad de trasladarse al ámbito público. En 1907

las autoridades británicas aprobaron una ley que obligaba a todos los

inmigrantes indios a registrarse con sus huellas dactilares y que

facultaba a la policía a registrar sus casas para asegurar el

cumplimiento de la ley. En esta ocasión puso en marcha por primera vez

el satyagraha (literalmente en sánscrito, «aferrar firmemente la

verdad»). Con esta palabra designó a su doctrina de poner en práctica la

desobediencia civil (o no colaboración con las autoridades) combinada

con la noviolencia. Puestas en práctica de forma colectiva daban como

resultado una resistencia pasiva por parte de la población que dejaba

desarmadas a las autoridades: los desobedientes no delinquían,

sencillamente se limitaban a no colaborar con las autoridades en

aquellas cuestiones que consideraban injustas o ilegítimas; si se

reprimían violentamente sus manifestaciones, como era frecuente, no

oponían la violencia a la autoridad agresora, que quedaba deslegitimada

ante la sociedad. El método de nuevo se puso en práctica, y con éxito

creciente, a raíz de otras medidas en Sudáfrica, como la invalidación

por las autoridades británicas de los matrimonios de indios y

musulmanes, o las regulaciones injustas de la inmigración. En estas

ocasiones llamó a la participación activa de las mujeres en la

movilización, ya que consideraba injusto el papel pasivo que la sociedad

india solía atribuirles e incluyó la huelga pacífica entre las medidas

de presión, comprendió la importancia de la prensa como medio para dar a

conocer su mensaje y aprendió cómo comunicar políticamente. Como señala

el profesor Parekh, Gandhi «descubrió en Sudáfrica por primera vez un

método de resistencia no violenta. Se levantaba frente a su oponente, le

decía que no estaba dispuesto a ceder, pero también le aseguraba que no

se le haría ningún daño».

 

Y todo ello como resultado de un programa de desarrollo moral personal

iniciado por su convicción de que un líder político debía ser puro. El

Dalai Lama, Premio Nobel de la Paz, ha destacado muchas veces la

importancia revolucionaria del método de resistencia pasiva elaborado

por Gandhi. Según él, «Mahatma Gandhi pensó que para poner en práctica

la noviolencia, era necesario que ésta estuviese primero en su propia

mente, de forma que la semilla de la paz y la reconciliación se

desarrollase. Sin eso ¿cómo podría predicar la auténtica noviolencia?».

Pero Gandhi tendría que trabajar mucho para que esta convicción

funcionase en un contexto más adverso al que dirigía su mirada desde

hacía tiempo, su India natal. Sus desvelos por mejorar las condiciones

de sus compatriotas emigrados le hicieron pronto popular en su país de

origen, adonde quiso trasladarse en 1915. El trabajo que le esperaba

para aplicar allí sus renovadoras ideas políticas iba a ser muy arduo.

 

 

 

De regreso en la India

 

Si Gandhi había llegado a Sudáfrica desde la India como un abogado

inseguro, tímido y sin grandes expectativas profesionales, cuando

decidió emprender el viaje de regreso era ya un líder político popular,

seguro de sí mismo y profundamente religioso. Había entablado relación a

distancia con varios líderes políticos indios y, aunque no conocemos a

ciencia cierta los motivos que le llevaron a volver en 1915, es seguro

que tenía la intuición de que una misión importante estaba por cumplir

en su país de origen. Por aquel entonces no era todavía un abierto

defensor de la independencia (en ese momento Gran Bretaña estaba inmersa

en la Primera Guerra Mundial y no dudó en solicitar el apoyo para la

metrópoli), pero estaba convencido de la necesidad de regenerar a sus

compatriotas y cambiar el sistema político de dominación colonial,

fuente de tantas injusticias.

 

Nada más desembarcar no optó por comenzar una acción política directa.

Llevaba mucho tiempo fuera de la India y no estaba seguro de lo que iba

a encontrar a su regreso, por lo que decidió seguir el consejo de uno de

los políticos indios que más admiraba, Gopal Krishna Gokhale, y anduvo

un año recorriendo el país de una punta a otra para tomar contacto con

la realidad social. Uno de los temas que más le preocupaban era el de la

educación de los niños, por lo que visitó una escuela en Shantiniketan

fundada por el poeta bengalí Rabindranath Tagore, el primer literato no

europeo que recibió el Premio Nobel de Literatura, en 1913. Pese a sus

diferentes puntos de vista sobre la situación general de la India y

sobre la educación, Tagore le recibió usando por primera vez el

apelativo honorífico hindú mahatma («alma grande») para dirigirse a él.

Era una señal de reconocimiento por su labor en Sudáfrica y de que podía

hacer algo por su país. Esta convicción arraigó en él ante la

constatación de que el rechazo al gobierno colonial se estaba

extendiendo con fuerza y de que el marco institucional gubernativo era

incapaz de lograr la puesta en marcha de las demandas de la sociedad

india. Ante semejante situación, consideró que el saty¯agraha podía ser

un buen método de presión.

 

Además, quedó convencido de que era necesario sacudir las conciencias de

sus paisanos para regenerar el país. Tantos años de dominación

extranjera habían producido un síndrome que mezclaba conformismo,

desmoralización, cobardía y falta de conciencia cívica. Como señala el

profesor Parekh, «fue entonces cuando Gandhi preguntó: “¿Cuándo seremos

capaces de rebelarnos contra nosotros mismos?”. Nos habíamos vuelto tan

dependientes que teníamos que aprender a rebelarnos contra nosotros,

deshacernos de nuestra psicología de la dependencia, de obtenerlo todo

mediante sobornos en vez de mediante la valentía. No sería posible

rebelarse contra el gobierno sin antes rebelarnos contra nosotros

mismos». Para conseguirlo desarrolló un completo programa de

regeneración política que incluía la unidad entre hindúes y musulmanes

(las dos religiones más enfrentadas), la supresión de los «intocables»

(la inferior de las castas de la sociedad india), la prohibición del

alcohol, el uso del khadi (ropa tejida a mano), el desarrollo de

industrias rurales, la educación basada en los oficios, la igualdad de

las mujeres, el uso de las lenguas indígenas en convivencia con una

única lengua vehicular para todo el país, igualdad económica y la

formación de organizaciones de obreros y campesinos.

 

Algunas de estas medidas tuvieron una amplia repercusión, como el uso

del kh¯adi. Ya en Sudáfrica Gandhi había alterado profundamente su

imagen acorde a su transformación espiritual y política. Había

sustituido la ropa occidental de producción británica por los tejidos

indios de algodón blanco, que constituían al tiempo una seña de

identidad y de rechazo a las imposiciones forzosas de la industria

británica. A su regreso a la India fomentó el uso de las vestiduras

tradicionales entre la población con ese mismo propósito. En palabras de

Bhikhu Parekh: «Como él dijo, la ropa extranjera significaba nuestra

dependencia cultural de Occidente, y también implicaba que éramos

cómplices indirectos de nuestra propia esclavitud. La quema de la ropa

occidental fue una purga colectiva». Efectivamente se organizaron

grandes actos de quema de ropa occidental propiedad de indios y Gandhi

lanzó la iniciativa de dedicar una hora diaria al hilado de fibras como

una forma de fomentar la producción nacional india, de propagar los

símbolos propios y de identificarse con la realidad social del país.

 

Además, introdujo nuevos elementos en sus estrategias de resistencia

pasiva. De estos años datan los primeros ayunos a los que se sometió el

Mahatma no como forma de chantaje, sino dentro de la estrategia de

acción moral, como medio de purificarse a sí mismo y de hacer que los

demás tomasen conciencia de sus demandas. Seguía así con la vía

comenzada en Sudáfrica, inspirado por las ideas tradicionales de

renuncia al mundo que según la religión y la filosofía hindúes otorgaban

un gran poder espiritual (otras facetas de la religión tradicional como

el ritual o la mitología no despertaron su interés). Pronto Gandhi tuvo

ocasión para poner en práctica su personal estilo político que había

desarrollado en Sudáfrica y que ahora se sentía listo para aplicar en la

nueva realidad que había encontrado. El camino no iba a ser fácil pese a

que él se sintiese seguro de lo que hacía.

 

 

 

La lucha por la independencia

 

La oportunidad para poner en marcha todo lo aprendido y desarrollado en

los años anteriores se presentó en 1919. En el mes de marzo de aquel año

las autoridades británicas aprobaron un paquete de medidas legales que

so pretexto de abortar conspiraciones revolucionarias perpetuaban las

limitaciones de los derechos civiles que se habían decretado durante la

Primera Guerra Mundial. Gandhi reaccionó lanzando su primera campaña

nacional de resistencia pasiva, que incluyó una llamada a la huelga

general y manifestaciones de masas. La situación se complicó cuando en

Jallianwalla Bagh, en abril, el batallón al mando del brigadier Dyer

disolvió a tiros una manifestación. Murieron trescientas setenta y nueve

personas y más de mil cien resultaron heridas. Aquel acto desacreditó a

las autoridades británicas ante los ojos de la mayoría de los indios y

de buena parte de la opinión pública internacional; pocos meses más

tarde Gandhi publicó tres artículos en los que declaraba que la sedición

era un deber y demandaba el fin del gobierno británico en la India. La

lucha por la independencia había comenzado.

 

Un año más tarde lanzó un movimiento nacional de nocooperación que duró

dos años enteros. La convocatoria proponía una acción total a lo largo y

ancho del país, llamando a no utilizar los servicios públicos, no acudir

a las cortes de justicia ni a los colegios y, más adelante, no pagar

impuestos ni servir en el ejército. La iniciativa resultó muy polémica y

fue criticada por considerarla casi anarquista. Gandhi fue arrestado y

juzgado en marzo de 1922. Haciendo gala de su carisma e inteligencia,

transformó el juicio a su persona en un juicio al gobierno colonial

británico. Rechazó contratar un abogado, usó el proceso como plataforma

desde la que exponer sus demandas, se declaró culpable de luchar por

cambiar un sistema injusto y conminó al juez a condenarle a él o al

sistema colonial en su conjunto, no le dejó otra opción. Gandhi fue

condenado a seis años de prisión pero fue el vencedor moral del

episodio. Pasó poco tiempo encarcelado, y después de aquello las

autoridades coloniales británicas se guardarían mucho de volver a

procesarle. Habían aprendido que una medida de represión mal aplicada

podía volverse en un arma poderosa en manos del enemigo. Aunque aquel

movimiento de resistencia no alcanzó sus objetivos de paralizar la

administración colonial británica, acabó popularizando la causa de la

independencia frente a Gran Bretaña y logró politizar a grandes masas de

indios hasta entonces renuentes a participar en la vida pública. De

nuevo era la autoridad moral del Mahatma y su aplicación a la política

la que iba consiguiendo victorias en un largo camino. A juicio de Dennis

Dalton, «Gandhi fue único porque como líder político mostró que la

actitud de noviolencia podía funcionar en política. Cada vez que

demostraba que poseía autoridad moral luchaba por no perderla, cosa que

sucedería si se producían actos de violencia por parte de su comunidad,

los indios. Descubrió la efectividad política de la autoridad moral».

 

En los años siguientes se centró en campañas menos directas contra la

dominación británica, pero de gran importancia desde el punto de vista

social. Se dedicó a promover la mejora de la situación de las mujeres,

el desarrollo de industrias rurales y la unión entre hindúes y

musulmanes. Este tema le fue preocupando progresivamente más puesto que

una parte cada vez mayor de los grupos musulmanes consideraban que las

campañas de Gandhi no sólo les perjudicaban, sino que además estaban

diseñadas contra ellos, acusaciones que siempre negó categóricamente. En

1926 decidió guardar un año de silencio que dedicó a la reflexión.

 

En 1930 lanzó una nueva campaña de resistencia pasiva ante la decisión

del gobierno británico de imponer un impuesto sobre la sal. La elección

del momento vino determinada no sólo porque fuese una medida sumamente

injusta sino porque afectaba a todos los indios por igual, tanto hindúes

como musulmanes, y sobre todo a los más pobres. Decidió organizar una

peregrinación pacífica a la villa costera de Dandi, donde llegó el 5 de

abril tras veinticuatro días de marcha, a lo largo de la cual animó a

los indios a fabricar y vender su propia sal al margen de la medida del

gobierno. Periódicos de todo el mundo siguieron la marcha con interés

creciente, ya que la figura de Gandhi se había vuelto muy popular

internacionalmente. La represión de las autoridades británicas no se

hizo esperar. Se arrestó a más de sesenta mil personas, el propio Gandhi

entre ellas. La importancia de los desórdenes convencieron al virrey de

la necesidad de negociar. El Mahatma fue dirigido directamente al

palacio virreinal y, en palabras de Bhikhu Parekh, «le dieron el vaso de

agua que había pedido, lo apoyó sobre la mesa y sacó algo de sus

ropajes. El virrey por curiosidad le preguntó: “¿Qué es eso?”. A lo que

respondió: “Excelencia, no se lo diga a nadie, ésta es la sal que he

fabricado ilegalmente”. La echó en el agua, la disolvió y se la bebió».

 

La importancia que el movimiento nacionalista indio estaba cobrando

empezaba a hacer tambalear la confianza del gobierno de la metrópoli en

que podría retener durante tiempo indefinido la joya de la corona del

Imperio británico. Por ello invitaron a negociar a Gandhi, que llegó a

Londres en septiembre de 1931. Las negociaciones no resultaron muy

fructíferas (el escollo fundamental fue que el gobierno no reconocía a

Gandhi como representante de todos los indios, sino del colectivo

hindú), pero el líder indio logró encandilar a la opinión pública. Se

reunió con intelectuales y artistas, como George Bernard Shaw o Charles

Chaplin; visitó diferentes puntos del país, incluyendo centros fabriles

en los que solicitó el perdón de los obreros por los daños que el boicot

a los productos británicos en la India podía estar produciéndoles, y fue

invitado por el rey al palacio de Buckingham, donde acudió vestido con

su indumentaria habitual, un paño que cubría su cintura y una capa para

protegerse del frío. Cuando un periodista le preguntó por lo inapropiado

de su escasa vestimenta, respondió que «el rey llevaba ropa suficiente

para los dos». De nuevo el talante y la presencia de Gandhi le

permitieron ganarse a la población de la calle, pero el pulso político

por el futuro de la India no había acabado, por lo que a sus sesenta y

dos años tuvo que prepararse de nuevo para continuar la lucha que había

consumido ya buena parte de su vida.

 

 

 

La última lucha contra la violencia

 

El resto de la década de 1930 Gandhi vivió con gran preocupación la

creciente tensión entre musulmanes e hindúes. Los dos grandes partidos

representantes de ambas religiones, el Congreso Nacional Indio y la Liga

Musulmana, se habían enzarzado en una encarnizada lucha. En 1935 los

británicos de la India habían aprobado una ley por la que reconocían

cierta autonomía a los territorios, en función de la cual se debían

celebrar elecciones dos años más tarde. A lo largo de la campaña se

comenzó a reclamar una independencia por separado de hindúes y

musulmanes, opción que Gandhi rechazaba taxativamente al afirmar que

dicha división era artificial. Él consideraba que la India era una

civilización en la que habían convivido durante siglos diferentes razas,

lenguas, culturas y religiones, y que aplicar un principio de

nacionalidad basado en la religión era falsear la realidad. Incluso

cuando el Congreso Nacional Indio aceptó la idea de la independencia por

separado, Gandhi siguió rechazándola por impracticable y trabajó para

intentar crear un clima favorable a la reconciliación.

 

Desde 1939, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la situación

se precipitó. La decisión unívoca del virrey de declarar a la India en

guerra contra Japón sin consultar con los partidos llevó al rechazo del

Congreso Nacional Indio a colaborar con los británicos a no ser que se

reconociese la independencia. En un célebre discurso en agosto de 1942

Gandhi reclamó la independencia inmediata, hecho que le llevó de nuevo a

la cárcel, en la que pasaría esta vez dos años. En 1944 falleció

Kasturbai. La niña que unió su vida a la suya con trece años y que se

había convertido con el paso del tiempo en un apoyo incansable de su

actividad le había dejado, justo en el momento en que el cariz que iban

tomando los acontecimientos la hacían más necesaria que nunca.

 

Acabada la guerra en 1945, la coyuntura se mostró favorable a la

independencia. Gran Bretaña había salido económicamente empobrecida de

la contienda y no disponía de recursos para reconstruir el aparato

imperial, que para los indios se había vuelto del todo insoportable. Se

convocaron elecciones para el mes de diciembre, de las cuales debería

salir el partido que dirigiese la independencia. Pese a que venció el

Congreso, debido a la mayoría numérica de los hindúes en el conjunto del

territorio, la asamblea constituyente que debía reunirse fue boicoteada

por la Liga y por los príncipes de los estados indios, que veían

peligrar su posición privilegiada si sus territorios se integraban en un

estado nuevo. Para entonces una violencia sin precedentes había

estallado en el norte del país entre hindúes y musulmanes, que

presionaban así para forzar la situación a favor de la independencia por

separado.

 

El impacto que todo esto tuvo en el ánimo de Gandhi fue inconmensurable,

como han afirmado quienes le conocieron o estuvieron cerca de él en esos

momentos. Según afirma lady Pamela Hicks, hija de Louis Mountbatten,

primer conde de Mountbatten de Birmania y último virrey de la India, «la

idea de dividir la India realmente rompió el corazón de Gandhi. En

ocasiones él podía encontrar soluciones políticas imposibles porque su

corazón estaba convencido de que era lo correcto, pero a menudo el mundo

no permite que se realice lo correcto». Philip Talbot, periodista que

siguió de cerca a Gandhi durante este período, afirma que «la última vez

que hablé con él le encontré realmente deprimido, y me dijo: “No puedo

ver nada a mi alrededor. Hay oscuridad por todas partes y los hombres se

comportan como bestias. No, peor que bestias, porque éstas no matan a

sus semejantes”». Una vez más, no permaneció de brazos cruzados y

emprendió primero un ayuno de protesta por la violencia y más tarde

decidió ir en peregrinación por la paz al distrito bengalí de Noakhali,

el más afectado entonces por la violencia religiosa. Allí permaneció

entre octubre de 1946 y febrero de 1947, trabajando activamente por la

reconciliación.

 

En opinión de Bhikhu Parekh, la actitud de Gandhi en aquellos meses no

pasó desapercibida, «creo que no hubo un solo indio que no se sintiese

avergonzado y orgulloso a la vez. Avergonzado de que hubiese sido tan

profundamente defraudado por muchos y orgulloso de que en esos días de

oscura brutalidad surgiera entre ellos una figura que les hizo sentirse

orgullosos de ser indios… Y entonces fue cuando Gandhi dijo: “No hay más

que violencia a mi alrededor. Toda mi vida ha fracasado y mi muerte

tiene que conseguir aquello que mi vida no ha podido conseguir”. Se negó

deliberadamente a llevar protección, incluso en las situaciones más

difíciles, y dijo a uno de sus colaboradores: “Moriré a manos de un

asesino y cuando lo haga, recordad, por favor, que si acepto

valientemente esa bala con el nombre de Dios en mis labios, sólo

entonces habré sido un verdadero Mahatma”». Su actitud contraria a la

partición del territorio y a la independencia por separado ya le había

atraído las iras de los grupos nacionalistas hindúes extremistas.

 

Cuando fue finalmente proclamada la independencia, el 15 de agosto de

1947, se hizo por separado la del territorio mayoritariamente hindú, la

India, de la del mayoritariamente musulmán, Pakistán. Gandhi no

participó en la celebración del acontecimiento. La tristeza por la

sangre que se estaba derramando no le permitía alegrarse, la muerte de

tantos inocentes no era motivo de celebración. La división de la India

británica era un hecho, con el problema añadido de que en cada uno de

los dos nuevos países había amplias bolsas de miembros de la religión

contraria. En los meses siguientes los desplazamientos de diecisiete

millones de personas añadieron el drama de los refugiados a la ola de

violencia que no cesaba.

 

La mañana del 30 de enero de 1948, Gandhi se dirigía caminando a su

reunión de oración diaria por la paz en Nueva Delhi cuando un estudiante

que militaba en una organización hindú radical se acercó a él y le

descerrajó tres tiros. Su fatal presagio se cumplió y la muerte le

sorprendió sin haber logrado la pacificación y la reconciliación de los

pueblos de la India. Aunque su muerte tuvo un efecto pacificador. El

asesinato produjo un estupor sin límite tanto entre sus aliados como

entre sus enemigos y la violencia se detuvo siquiera temporalmente. A

los actos de la cremación acudieron más de un millón de personas. A esas

alturas Gandhi había sobrepasado para el conjunto de la población india

cualquier valoración humana y tanto partidarios como enemigos lo

consideraban una especie de santo. Ante una situación política que se

había desbordado, aquel hombre siguió fiel a sus principios y no se

había dejado arrastrar por las pasiones homicidas que habían llenado de

sangre y muerte su amada tierra. Lejos de esto se había reafirmado en

sus convicciones, viejas, sólidas, en perpetua adaptación a la realidad

cambiante, y había trabajado por el mundo mejor que había soñado desde

que una noche fuese expulsado de un vagón de tren porque no se quería

amoldar a las convenciones racistas de su tiempo.

 

Éste es en parte el valor del legado de Gandhi. Martin Luther King dijo

muchos años después de su muerte: «Cristo me dio el mensaje, Gandhi me

dio el método». No sólo fue un ejemplo de hombre comprometido con

erradicar la injusticia y conseguir un mundo mejor, sino que para

conseguirlo desarrolló unos procedimientos radicalmente nuevos en la

historia de la humanidad, tan acostumbrada a que los conflictos se

solucionen a base de violencia y muerte. La noviolencia, la

no-colaboración con las autoridades injustas y la resistencia pasiva a

sus decisiones se mostraron más efectivas que el más moderno de los

tanques o el más eficiente de los aviones. Es por esta razón que Gandhi

es una figura para el futuro, un faro de aliento que nos ayuda a seguir

teniendo esperanza en el ser humano a pesar de que lo que vivió en el

siglo XX no nos permita ser muy optimistas.

 

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