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martes, 28 de diciembre de 2021

Los grandes personajes de la historia: NELSON MANDELA

 NELSON MANDELA.

 

 

El liberador de un pueblo

 

Nelson Rolihlahla Mandela, fue un hombre que

lleva marcadas en la piel y en la memoria las huellas del sufrimiento.

Al final de su vida (de la que casi un tercio transcurrió en la cárcel)

se puede hacer balance de su trayectoria como una de las más llamativas,

conmovedoras y esperanzadoras de todo el siglo XX y comienzos del XXI.

Nació en un país en el que la mayoría negra salió de la pesadilla del

colonialismo para caer en el infierno del apartheid, el cruel sistema

que mantuvo la supremacía blanca a costa de los derechos humanos de

millones de personas. De joven fue el responsable de que el Congreso

Nacional Africano, principal partido político de la comunidad negra,

abandonase su política de protesta dentro del sistema para adoptar

estrategias más próximas a las de quienes luchaban por la

descolonización de las tierras de África y Asia, lo que terminaría por

llevarle a prisión. Una vez que fue liberado, con más de setenta años,

pudo trabajar para hacer realidad su sueño, la instauración de un

régimen democrático y no discriminatorio en Sudáfrica. Sin duda el hecho

de que ese sueño fuese compartido por sus compatriotas de nación y raza

es la clave para entender por qué este hombre se elevó a la categoría de

símbolo de lo que el ser humano quiere superar para lograr un futuro

mejor, de libertad y justicia para todos.

 

Sudáfrica es uno de los territorios africanos en los que la presencia

colonial europea fue más temprana. Frecuentada ya por los portugueses en

su camino hacia la India, los primeros en instalarse de forma permanente

fueron los holandeses en el siglo XVII. Fueron sustituidos

paulatinamente por los británicos, que vieron reconocida su soberanía

sobre la colonia en el Congreso de Viena de 1815. Desde entonces

hicieron del extremo meridional de África objeto de la codicia de sus

comerciantes e industriales, ya que era una tierra rica como pocas en

recursos naturales y de un gran valor geoestratégico, donde podían

obtener materias primas baratas y grandes mercados para su creciente

industrialización, relegando a un plano secundario la voluntad y la

situación de sus habitantes. Aunque algunos de éstos no se mostraron muy

conformes con la nueva situación. La población descendiente de los

colonos holandeses, los bóers, protagonizaron una guerra contra Gran

Bretaña entre 1899 y 1902 en la que salieron perdiendo y sólo lograron

que el control británico se cerrase todavía más sobre ellos.

 

Aunque desde entonces las relaciones de Sudáfrica con la metrópoli

británica fueron encauzándose, esto se hizo sobre la base de un pacto de

autonomía política (consagrada por la creación de la Unión Sudafricana

en 1910 como dominio dentro del Imperio británico) a cambio de un

respeto escrupuloso de los intereses económicos de la élite europea que

dirigía los negocios de la colonia. La contrapartida de este arreglo con

la minoría blanca que controlaba todos los resortes del poder fue la

construcción progresiva de un sistema que consagraba el racismo como

base de las relaciones sociales y económicas que se iría agravando con

el paso del tiempo. En ese país en el que la mayoría negra vivía

marginada de la riqueza, el bienestar y la participación política, pero

en el que todo se sustentaba en su trabajo, fue en el que nació el

hombre llamado a acabar con semejante injusticia.

 

 

 

El que empuja la rama de un árbol

 

El 18 de julio de 1918 nació en Mvezo, un pueblo de una idílica región

rural de Transkei (uno de los departamentos orientales de Sudáfrica), el

hijo de Henry Mgadla Mandela y su esposa Nonqaphi Nosekeni, Rolihlahla;

el nombre significa literalmente en lengua isiXhosa «el que empuja la

rama de un árbol», pero coloquialmente quiere decir «que causa

alboroto». Su padre era el consejero principal del regente de los Tembu,

grupo tribal al que pertenecían y en cuyo seno transcurrió la infancia

del niño. Como señala Rick Stengel, biógrafo de Mandela: «Creció en un

mundo aparte. Básicamente era un mundo africano. No creció entre blancos

y no tenía el sentimiento de inferioridad que tenían muchos africanos

porque aquél era todo su mundo, el mundo de su padre y de su madre, el

mundo de su aldea. Era una sociedad ritualista en la que la familia era

muy importante. Era un vaquero, llevaba a pastar las vacas por las

mañanas, bebía la leche de las ubres de las vacas. Era la existencia más

simple que se pueda imaginar… un mundo idílico». Su padre disfrutaba de

una posición acomodada con ganado, cuatro esposas y trece hijos, pero

aquello no significaba que Rolihlahla no conociese a los blancos

colonizadores que dominaban el país, ya que ocasionalmente visitaban la

aldea para tratar asuntos con los Tembu. En palabras del propio Stengel,

«siendo niño veía a los blancos como dioses que venían de otro sitio que

él no conocía y que ocasionalmente los visitaban. Los miraba con temor y

respeto porque veía la forma en que los mayores, incluido su padre,

trataban a los blancos y supo, de la forma que intuyen los niños, que

algo ocurría».

 

A la edad de siete años comenzó a acudir a una escuela rural cerca de

Qunu, y el primer día vivió una experiencia que le acercaría un poco más

al mundo exterior. Su maestra, miss Mdingane, le puso otro nombre, uno

británico, siguiendo la extendida costumbre de dar a los nativos un

nombre que pudiesen entender con facilidad los colonos blancos, que no

mostraban mucho interés por aprender las lenguas sudafricanas. El nombre

elegido fue Nelson, sin que se sepa a ciencia cierta cuál fue la razón

de esta elección. Sin embargo, el hecho que dio realmente un vuelco

tanto a su educación como a su vida entera fue el fallecimiento de su

padre en 1927; a partir de entonces fue acogido como pupilo del regente

Jongintaba Dalidyebo, que se encargó de que recibiese la formación

necesaria para sustituir a su padre en el cargo de consejero. Dejó su

aldea natal para trasladarse a la residencia del jefe, «el gran lugar».

Para Stengel, esta etapa en la infancia de Mandela le dejó una huella

imborrable, especialmente las reuniones del consejo de la tribu, adonde

lo llevaban para que aprendiera. «Observaba todo con admiración y

respeto porque todos esos jefes eran grandes hombres, elocuentes y

fuertes, y cuando tenían estos encuentros cada uno de ellos hablaba por

turno, muchos de ellos criticaban al regente con severidad, lo que a

Nelson le sorprendía mucho… para él todo esto quedó grabado como un

modelo de democracia.»

 

Pero aquella formación no descuidaba la educación reglada del niño, que

siguió sus estudios y desde 1934 acudió a diferentes instituciones

educativas: al instituto en Engcobo, al college en Fort Beaufort y, por

fin, a la Universidad de Fort Hare, un centro especializado en ofrecer

educación universitaria a la población negra. Allí dio sus primeras

muestras de rebeldía. Cuando lo eligieron como representante de los

estudiantes, se sumó a una campaña de boicot contra la política de la

universidad, lo que le valió su expulsión en 1940, al año de haber

ingresado. De vuelta a Transkei se encontró con que el regente había

concertado para él un matrimonio de conveniencia, algo por lo que no

estaba dispuesto a pasar, por lo que decidió huir e ir a la ciudad junto

con su primo Justin, para quien habían buscado una esposa también sin su

consentimiento. Así es como llegó Nelson Mandela a Johannesburgo y entró

en contacto por primera vez de forma directa con la discriminación que

vivían los negros en su país. Como señala Stengel, «de alguna forma

extraña el racismo de la ciudad le definió como un hombre negro y de

alguna forma comenzó el fuego interno del resentimiento que finalmente

condujo a una rebelión en toda regla». Fue la toma de contacto con

aquella sociedad controlada por blancos, en la que los negros estaban

segregados en todos los ámbitos de la vida desde la cuna hasta la tumba,

lo que hizo que empezara a tomar conciencia de su propia condición y de

la discriminación que vivían los suyos. El sentimiento de rebeldía

contra esta situación iría produciendo un cambio en el interior del

joven Nelson, y «el que empuja la rama de un árbol» iría dando paso a un

rebelde.

 

 

 

Un abogado interesado en la política

 

En 1941 se produjo un encuentro que marcó la vida de Nelson Mandela.

Cuando no llevaba ni un año en Johannesburgo le presentaron a Walter

Sisulu, uno de los más desatacados activistas del Congreso Nacional

Africano (ANC), el partido político fundado en 1912 con el objetivo de

acabar con la discriminación de la comunidad negra y lograr para ella

una representación política en el Parlamento. Sisulu recuerda bien la

primera impresión que le causó Mandela: «Me impresionó al instante su

porte, su manera de acercarse… era brillante, un joven muy despierto», y

enseguida se dio cuenta de su potencial para el partido. Según él mismo

ha declarado, «tenía al hombre adecuado y si podía, quería desarrollarlo

al máximo posible». Quizá como un primer paso para lograrlo le brindó la

oportunidad de tener una mayor estabilidad laboral. Desde su llegada a

la ciudad había ejercido como guardia en unas instalaciones mineras,

pero de la mano de Sisulu comenzó a trabajar para un bufete de abogados.

 

En esta época combinó el trabajo con la continuación de sus estudios,

siguiendo la carrera de leyes en la Universidad de Sudáfrica, y con sus

primeras actividades en el Congreso Nacional Africano. Como señala Rick

Stengel, «Walter [Sisulu] comenzó a llevarle a reuniones y, tal y como

había hecho de jovencito, observaba y callaba, escuchaba los discursos,

captó la variedad de opiniones y comenzó a politizarse. En la

organización fue subiendo muy despacio, era muy tímido y se daba cuenta

de que su inglés no era muy bueno, así que en la primera etapa no habló

demasiado». También en esta época comenzó a construir su vida familiar

apartado de los Tembu. En Johannesburgo entró en contacto con la familia

de Sisulu y enseguida captó su atención su prima, Evelyn Ntoko Mase, con

la que contrajo matrimonio en 1944 en una ceremonia civil porque no

podían permitirse una boda tradicional. Juntos tendrían cuatro hijos

antes de su divorcio en 1958.

 

Su perfil político se fue reforzando con el tiempo. La Segunda Guerra

Mundial fue un tiempo de sacrificios para Sudáfrica, que había adquirido

su independencia en el seno de la Commonwealth británica en 1934 y, por

tanto, había entrado en la guerra en apoyo de Gran Bretaña. La población

negra no vio recompensado su esfuerzo y, en cambio, adquirió una mayor

conciencia política durante esos años. Fue por entonces cuando Mandela

comenzó a frecuentar a un grupo de jóvenes militantes del partido,

reunido en torno a Anton Lembede, que se propusieron replantear las

tácticas de la dirección, basadas en el respeto al marco institucional

vigente y la solicitud de un cambio dentro de los estrechos cauces que

permitía. Frente a esto, el grupo de jóvenes comenzó a desarrollar un

mensaje de nacionalismo africano radical, muy en la línea de los

movimientos descolonizadores que fraguaron en África en esa década, y

consideraban como base de su acción el principio de autodeterminación

nacional frente a los colonizadores. En el grupo, además de Mandela,

también estaban Sisulu y un viejo compañero suyo de Fort Hare, Oliver

Tambo, que se convertiría desde entonces en su íntimo amigo. En

septiembre de 1944 fundaron en el seno del partido la Liga Juvenil del

Congreso Nacional Africano (ANCYL). En palabras del periodista Allister

Sparks, «en la comunidad negra se seguía dando la actitud de “sí, amo;

no, amo” y creo que ese tipo de comportamiento se había extendido a la

mayoría de los miembros del CNA y eso es lo que Mandela estaba

desafiando y cambiando con la militancia que él, Sisulu y otros trajeron

mediante la Liga Juvenil».

 

Sin embargo, los años siguientes de la Liga y del Congreso Nacional

Africano se verían marcados por un ambiente cada vez más siniestro. En

1948 el Partido Nacional ganó las elecciones (en las que participaban

sólo blancos) con un programa de institucionalización de la segregación

racial completa en Sudáfrica. La puesta en marcha de este programa tuvo

como resultado la construcción en los años siguientes de un régimen que

consagraba en las leyes y en la práctica la discriminación para la

comunidad negra, llegando incluso a la segregación física de ésta. El

nuevo sistema político recibió el nombre de apartheid, voz neerlandesa

que significa «apartamiento, separación» y que en afrikáans (variedad

del neerlandés hablada en Sudáfrica por los descendientes de los colonos

holandeses) adquirió el sentido concreto de «segregación racial». Ante

la nueva situación el auditorio del discurso radicalizado de la Liga

Juvenil se amplió de forma exponencial, y ésta comenzó a proponer

campañas no violentas de boicot, nocooperación, desobediencia civil y

huelgas como instrumentos para presionar al gobierno y entorpecer la

aplicación de las leyes segregacionistas. Mandela tuvo un papel

destacado y creciente en la organización de estas acciones. Sorprendió a

sus compañeros por su disciplina y su inagotable capacidad de trabajo,

empezando a adquirir por ello cierta relevancia pública. Como asevera

Sparks, «Mandela representaba la línea divisoria, el cambio del viejo

enfoque constitucional a otro más desafiante, fortalecido y agresivo,

eso le dio una imagen muy particular, se convirtió en el símbolo de la

militancia para la juventud de aquella época y eso lo transmitió al

Congreso Nacional Africano».

 

Gradualmente fue escalando puestos en la organización: en 1948 fue

elegido secretario nacional de la Liga Juvenil y en 1951, su presidente.

Para entonces la militancia del Congreso Nacional Africano había llevado

a los principales cargos directivos a miembros de la Liga (con Sisulu a

la cabeza como secretario general) para adecuar el partido a la nueva

situación, y desde esta última se diseñó (en un comité del que formaban

parte Mandela, Sisulu, Tambo y otros) el nuevo programa del partido, más

radical y cercano a los postulados de la organización juvenil. La nueva

estrategia del partido no tardó en acarrear problemas legales a sus

dirigentes y militantes. En 1952 el Congreso lanzó una «campaña de

desafío» al apartheid que fue coordinada por Mandela en todo el país,

por lo que el gobierno le encausó junto con Sisulu y otros dieciocho

militantes con la acusación de haber violado la legislación

anticomunista. El tribunal dictaminó que los acusados habían promovido

entre los militantes sólo acciones pacíficas, así pues fueron absueltos,

un golpe de fortuna que no se repetiría más adelante. Pese a ello se

restringió su libertad de movimientos y de comunicación, y no se le

permitía acudir siquiera a las celebraciones de cumpleaños de sus hijos.

En momentos tan difíciles superó el examen de admisión a la abogacía

profesional, y a continuación abría junto a Tambo el primer bufete de

abogados de Sudáfrica para población negra. Para Rick Stengel, «se

convirtió en La Meca de todas las personas negras que tenían problemas

legales en Sudáfrica. Sólo existía ese bufete de abogados y la gente

acudía a visitarles. Para entrar todos los días en su despacho tenía que

abrirse paso entre docenas de personas que esperaban en el vestíbulo

para verle».

 

Al año siguiente, el Congreso Nacional Africano comenzó a temer

seriamente que el gobierno lo ilegalizara, por lo que encargó a Mandela

que preparase un plan para que el partido pudiese continuar su actividad

en la clandestinidad. Tomando como referencia su apellido, se le llamó

«Plan M». Durante la década de los cincuenta se le prohibió aparecer en

público varias veces (la primera en 1953 por dos años y la segunda en

1956 por cinco años más), prohibiciones hacia las que progresivamente

fue desarrollando una actitud menos beligerante ya que, como él mismo

afirmó con posterioridad, no estaba dispuesto a convertirse en su propio

carcelero. Por eso continuó organizando actividades para el ANC en el

ámbito privado y trabajando en su despacho de abogado. Pero todas sus

prevenciones no sirvieron para aliviar el cerco en torno a su persona.

En diciembre de 1956 fue arrestado junto a otros ciento cincuenta y

cinco miembros del partido acusados de traición. Aunque fue liberado más

tarde, quedaba pendiente de la celebración de un juicio que le podía

costar muy caro.

 

Semejante vorágine política y personal fue demasiado para su matrimonio

con Evelyn, que tuvo que sufrir privaciones y soledad por la actividad

de su marido. Se separaron en 1955 y se divorciaron oficialmente tres

años más tarde. Pero poco después encontraría a quien se convertiría en

su segunda esposa, Winifred Nomzamo Zanyiwe Madikizela, conocida entre

sus amigos como «Winnie». Con ella contrajo matrimonio en junio de 1958,

poco después de formalizar el divorcio con Evelyn. A diferencia de su

boda anterior, ésta se celebró siguiendo el estilo tradicional, en una

iglesia de Bizana, aunque no tuvieron ni tiempo ni dinero para hacer una

luna de miel, ya que el novio tenía que comparecer de nuevo ante los

tribunales para hacer frente a su procesamiento por traición. Los

escasos momentos de felicidad que pudo vivir tras la boda se verían

pronto empañados por los nubarrones que se cernían sobre su futuro.

 

 

 

Prisionero 466/64

 

La década de los sesenta comenzó en Sudáfrica con un ambiente de

inestabilidad, agitación social y fragilidad política. Mientras el

gobierno preparaba una nueva Constitución por la que el país quedaría

definido como república, se concluyó el macrojuicio a los dirigentes del

Congreso Nacional Africano por traición, que venía desarrollándose desde

hacía cuatro años. Por fin, en 1961, el tribunal decidió exculpar a los

acusados, pero dicha sentencia apenas tuvo repercusiones porque el

ambiente se había degradado a pasos agigantados. En marzo de 1960, en

Sharpeville, una ciudad de Transvaal, tras varios días de protestas la

policía se vio superada por los manifestantes negros y abrió fuego

indiscriminadamente matando a sesenta y nueve personas. La ola de

protestas que desató en el país la masacre fue abrumadora, lo que obligó

al gobierno a decretar el estado de emergencia y dar el arriesgado paso

de ilegalizar el Congreso Nacional Africano. Ahora la lucha contra el

apartheid tendría que desarrollarse en la clandestinidad. Mandela se vio

forzado a vivir separado de Winnie y de las dos hijas que habían tenido,

cambiando de residencia a menudo y disfrazándose para sortear los

controles policiales. Su popularidad en aquella época fue inmensa. En

opinión de Allister Sparks, «cuando Mandela pasó a la clandestinidad su

figura de hombre se adornó de una imagen romántica, se convirtió en un

ídolo, en una figura heroica y gloriosa particularmente para todos los

jóvenes negros sudafricanos». Entre los opositores al régimen se le

comenzó a conocer como «la Pimpinela Negra».

 

El resultado político de la represión creciente hacia los activistas por

los derechos de la población negra fue la radicalización de su discurso

y sus tácticas. Mandela, junto con otros dirigentes del ANC, fundaron

una nueva agrupación dentro del partido, Umkhonto we Sizwe

(literalmente, «arpón del pueblo», y abreviado usualmente como MK), un

brazo armado encabezado por Mandela con el que combatir al gobierno. La

decisión de emprender el camino de la lucha armada partía de la

convicción de que la violencia ya existía en el país, de que era

inevitable y de que el gobierno no dejaba otro camino que el de tomar

las armas al desatender sus peticiones pacíficas. Según el criterio de

Sparks, la trayectoria en sólo dos años del Congreso Nacional Africano

obedecía a una lógica sencilla: «La combinación de la masacre y la

prohibición de la resistencia pacífica fue realmente la gota que colmó

el vaso y entonces el ANC, liderado por Mandela, que era más su cerebro

que su líder, llevó a la organización a adoptar una estrategia de

guerrilla violenta».

 

En 1962 Mandela, con el nombre falso de David Motsamayi, viajó durante

varios meses fuera del país. Acudió a la Conferencia del Movimiento de

Liberación Panafricano celebrada en Etiopía, recibió adiestramiento

militar junto a otros miembros del MK en dicho país y Argelia y viajó

también a Londres, donde mantuvo encuentros con numerosos exiliados. En

julio regresó a Sudáfrica, donde se le detuvo, juzgó y condenó a cinco

años de prisión por abandono ilegal del país. Fue en esta ocasión cuando

pisó por primera vez la prisión de Robben Island, una isla en el océano

a varios kilómetros de Ciudad del Cabo donde pasaría la mayor parte de

sus años de internamiento. Allí tuvo noticia de que la estructura

clandestina del ANC había sido descubierta y desmantelada por la

policía, siendo acusado formalmente, junto con otros nueve miembros del

partido, de sabotaje y de conspiración para derrocar al gobierno. El

proceso (llamado «proceso de Rivonia» por ser en esta localidad al norte

de Johannesburgo donde se produjeron las detenciones de la cúpula del

ANC) duró ocho largos meses. Los acusados plantearon una estrategia de

acción basada en considerar el juicio como un proceso político, y

tomaron la decisión dramática de que si la condena era a muerte no

recurrirían. Como señala Rick Stengel al valorar su actitud ante el

proceso, «lo que intentaban hacer era condenar todo el sistema

sudafricano. Mandela dijo: “Quisiera llevar a juicio a Sudáfrica,

quisiera llevar a juicio a los opresores”. Se declararon culpables de

las acusaciones, pero diciendo: “Vosotros sois los auténticos criminales”».

 

La expectativa de la pena capital no era en absoluto descabellada y

Mandela consideró que tanto él como sus compañeros debían estar

preparados para cualquier desenlace. Como recuerda uno de los

encausados, Ahmed Kathrada, «así es como fuimos a juicio, esperando lo

peor. Su actitud durante el proceso fue prepararnos para esa

posibilidad. Tanto que, como el proceso era muy rígido, nos persuadió

para que no presentásemos una apelación si nos sentenciaban a muerte».

El alegato final de Mandela, de cuatro horas de duración, fue una

acusación contra el apartheid en bloque, que terminó con las siguientes

palabras: «He luchado contra la dominación blanca y he luchado contra la

dominación negra. He amado el ideal de una sociedad libre y democrática

en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con las mismas

oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que espero

alcanzar. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a

morir». En junio de 1964 todos los acusados menos dos fueron condenados

a cadena perpetua. Los condenados fueron conducidos inmediatamente a

Robben Island, donde Mandela fue clasificado como el «prisionero

466/64». Estaría en aquella isla dieciocho años de los veintisiete y

medio totales que pasaría privado de libertad.

 

Todos sus biógrafos coinciden en señalar la importancia de los años de

prisión en la maduración de la personalidad de Mandela. En primer lugar,

por la privación del contacto con el exterior, ya que durante su

encarcelamiento apenas le fue permitido recibir visitas y cartas. Los

condenados por el proceso de Rivonia, como presos políticos, fueron

separados de los prisioneros comunes, aislados y tratados con

inferioridad de condiciones que al resto. En la prisión no había

relojes, las luces estaban encendidas las veinticuatro horas del día, no

había acceso a ningún medio de comunicación y se les obligó a trabajar

en una cantera en la isla durante trece años. La relación con sus

carceleros fue muy difícil inicialmente, aunque con el tiempo Mandela se

ganó su respeto e incluso el afecto de algunos, como por ejemplo James

Gregory, Christo Brand y Jack Swart, con los que ha mantenido una

relación cercana tras su puesta en libertad.

 

Durante su estancia en Robben Island murieron su madre y su hijo

Thembekile, víctima de un accidente de tráfico. No se le permitió

asistir al entierro de ninguno de los dos. Su esposa Winnie trabajó duro

para mantener viva la memoria de su marido y el resto de los

encarcelados como parte esencial del activismo contra el apartheid, lo

que le valió todo tipo de represalias de las autoridades, incluyendo

prohibiciones, arrestos y acoso continuo, algo que se convirtió en una

de las fuentes fundamentales de preocupación para Mandela durante sus

años de cárcel. Según comenta Rick Stengel, «esto fue motivo de gran

angustia para él, a sus hijos tuvieron que mandarles lejos a la escuela.

No tenían dinero, Winnie fue perseguida y tuvo que vivir alejada de sus

hijos. Eso realmente lo torturó».

 

Con posterioridad sería trasladado de prisión sólo con algunos de sus

compañeros. La primera vez fue en 1982, cuando lo llevaron a la prisión

de Pollsmoor, y posteriormente en 1988, cuando lo trasladaron a la

prisión Victor Verster, en la región de El Cabo. Para entonces la

actitud del gobierno sudafricano había variado hacia los presos

políticos del Congreso Nacional Africano, y sobre todo hacia Mandela, ya

que las perspectivas de perpetuar el régimen indefinidamente eran cada

vez menos realistas.

 

 

 

La libertad en el horizonte

 

En la década de 1970 algunos hechos internos e internacionales hicieron

que el apartheid comenzase a dar sus primeros síntomas de debilidad.

Mientras la oposición interna continuaba, aunque debilitada desde el

encarcelamiento de la cúpula del Congreso Nacional Africano, las

potencias occidentales lo tenían cada vez más difícil para mirar hacia

otro lado. Aunque habían rechazado formalmente el régimen sudafricano,

lo toleraban por los fuertes intereses económicos de sus compañías en la

zona y por considerarlo un bastión de la lucha contra el comunismo en

África, que se había hecho presente en las guerras por la independencia

de las antiguas colonias portuguesas de Angola y Mozambique, ambas

fronterizas en aquel entonces con territorio sudafricano. Pero el

rechazo de las opiniones públicas de las sociedades occidentales se dejó

sentir especialmente a partir de 1976. En junio de aquel año se

produjeron importantes disturbios protagonizados por estudiantes en la

ciudad de Soweto, que fueron duramente reprimidos por la policía,

ocasionando ciento setenta y seis muertos. El acontecimiento fue el

detonante de un levantamiento popular anti-apartheid en el interior como

no se producía desde los años cincuenta, y la cruenta represión policial

fue el motivo de que cientos de miles de personas se movilizaran en

Europa y Norteamérica.

 

Cada año que pasaba el gobierno sudafricano estaba más convencido de que

no podía prolongar la situación sin el apoyo occidental. En 1985 se

produjo un acuerdo internacional por el que se imponían sanciones

económicas al país por la segregación racial, que en el contexto de

crisis económica que entonces vivía supuso un duro golpe para el

gobierno. El ascenso de Gorbachov al poder en la URSS y el deshielo de

la Guerra Fría le privaba, además, de su última coartada a nivel

internacional. No les quedaba más remedio que negociar con la oposición

para llegar a una salida. Para Rick Stengel, Mandela fue consciente

desde prisión de que algo estaba cambiando, de que de repente los presos

del Congreso Nacional Africano eran más valiosos. «Mandela vio el

ambiente de cambio, vio el rechazo que producía el apartheid en los

demás, vio que cambiaba la situación y que cambiaba a su favor, porque

el gobierno abría algo la mano, el gobierno buscaba una manera para

salir de ese lío.»

 

En 1985 se produjeron los primeros contactos del ministro de Justicia

Kobie Coetsee con Mandela, que poco después rechazó la propuesta que le

hizo el gobierno de dejarle en libertad si renunciaba a la violencia.

Pese a ello las negociaciones no se interrumpieron. Mientras tanto en el

interior Mandela se había convertido en el símbolo de los opositores. El

eslogan «Liberad a Mandela» junto con sus últimas fotos de los años

sesenta, justo antes de ingresar en prisión, se volvieron omnipresentes

en los actos de protesta. Para Ciryl Ramaphosa, activista del Congreso

Nacional Africano de aquellos años, «Nelson Mandela iba más allá de la

vida, era un símbolo para todos nosotros. Era una inspiración. Nos

manifestábamos por él, con su nombre. Queríamos ser como él, darlo todo

por esta lucha». Ese liderazgo desde la cárcel se volvió otro factor de

presión para el gobierno, que estaba preocupado por la maltrecha salud

de Mandela después de dos décadas en prisión (en sus últimos cinco años

de cárcel tuvo que ser hospitalizado tres veces por problemas de

próstata y tuberculosis). Si Mandela llegaba a morir en prisión se

convertiría en un mártir que, usado por la oposición, podía tener

efectos devastadores.

 

El cambio definitivo comenzó a llegar en septiembre de 1989, cuando ganó

las elecciones el moderado Frederik Willem de Klerk que, como nuevo

presidente, comenzó a desmantelar las leyes del apartheid y a liberar a

los presos políticos. El ambiente de cambio y esperanza que se apoderó

del país durante los siguientes meses renovó a la sociedad sudafricana

con un aliento de libertad. El 2 de febrero de 1990 se legalizó de nuevo

el Congreso Nacional Africano, y ocho días más tarde el presidente en

persona anunció que al día siguiente se liberaría a Mandela. Por fin el

11 de febrero salía de prisión acompañado de su esposa y, trasladado a

Ciudad del Cabo, se dirigió a una multitud de medio millón de personas.

Según Ciryl Ramaphosa, «oír a ese hombre que había estado apartado de

nosotros todos esos años fue una de las sensaciones más fuertes que

sentimos la mayoría de nosotros. Para mucha gente fue un sueño hecho

realidad». Desmond Tutu, antiguo arzobispo anglicano de Ciudad del Cabo

y Premio Nobel de la Paz en 1984 por su oposición al apartheid desde los

disturbios de Soweto, recuerda sobre aquel día que «parecía como si la

primavera hubiese llegado en mitad del invierno, creo que nuestra gente

pensaba: “Dios nos ama, nos ha oído y nos ha permitido entrar en la

tierra prometida”. Él representaba todo lo que esperábamos, significaba

que íbamos a cruzar el Jordán». El propio Mandela se mostró sorprendido

por la acogida que le brindaron sus compatriotas y declaró: «Yo estaba

totalmente abrumado, no esperaba semejante entusiasmo. Si le dijese que

soy capaz de describir mis sentimientos estaría sencillamente

desvariando. Me dejó sin aliento».

 

El impacto todavía era mayor porque se trataba de un hombre del que no

se tenía una sola imagen en treinta años, toda una generación había

crecido sin verle ni oírle, se ignoraba cuál sería su aspecto o su

estado físico cuando saliese de la cárcel. Como apunta Allister Sparks,

«ahora sabemos que, de hecho, Mandela fue llevado por todo el país

preparándolo silenciosamente para su liberación ya que había sido

apartado de la vista de toda una generación. Nadie sabía cómo era,

apareció en playas, entró en tiendas, pero nadie le reconoció. Fue una

de las más extraordinarias situaciones. Todas las personas del mundo

conocían su nombre pero él podía caminar por Ciudad del Cabo sin ser

reconocido». Ese hombre había recuperado su libertad y se enfrentaba,

con setenta y un años, al reto más importante de su vida: lograr que el

sueño por el que tanto había luchado y sufrido se hiciese realidad en

los siguientes meses.

 

 

 

Construir la democracia

 

Un año después de su salida de prisión, en 1991, la primera Conferencia

Nacional del recientemente legalizado Congreso Nacional Africano eligió

a Nelson Mandela como presidente del partido. Había comenzado antes una

fase de negociación con el gobierno para poner los cimientos de uno de

los procesos de transición a la democracia más difíciles vividos en el

siglo XX. Ambas partes, oposición y gobierno, llegaron a un acuerdo de

cambio pacífico. El gobierno lograba así su objetivo de evitar una

guerra civil y la comunidad negra veía por fin colmadas sus aspiraciones

de libertad, igualdad civil y representación política. Como

reconocimiento a esta ingente labor, el Comité Nobel noruego decidió

otorgar el Premio Nobel de la Paz conjuntamente a Nelson Mandela y a

Frederik Willem de Klerk en el año 1993, en palabras de la Fundación

Nobel, «por su trabajo para acabar pacíficamente con el régimen del

apartheid y por sentar las bases de una nueva Sudáfrica democrática».

Mandela declaró públicamente que aceptaba el premio en nombre de todos

los sudafricanos que habían sufrido y sacrificado tanto para llevar la

paz a su tierra.

 

Esa nueva Sudáfrica fue una realidad el 27 de abril de 1994, cuando toda

la población adulta sudafricana sin discriminación de raza ni sexo pudo

votar en las primeras elecciones realmente democráticas del país. Los

meses anteriores habían sido de una frenética campaña electoral en la

que Mandela fue cabeza de lista por el Congreso Nacional Africano. En la

campaña, como en los meses que habían transcurrido desde su

excarcelación, llamó mucho la atención su discurso únicamente enfocado

hacia un futuro de reconciliación y trabajo en común, en el que no había

que dejar lugar para el rencor y el resentimiento si se quería culminar

con éxito el cometido que se había comenzado. Como señala Rick Stengel,

«creo que se dio cuenta a tiempo de que para crear una Sudáfrica unida y

no racial tenía que hacerse de forma que estuviese desprovista de

amargura, no podía mostrar resentimiento, debía ser más fuerte que todo

eso». Mandela fue el gran vencedor de aquella jornada electoral y el 10

de mayo siguiente, a los setenta y cinco años, se convirtió en el primer

presidente de la Sudáfrica democrática, cargo en el que continuaría

hasta 1999.

 

Sus años de mandato estuvieron marcados por la redacción de una nueva

Constitución democrática para el país y por el desarrollo de políticas

que pusiesen las bases del bienestar y la igualdad de oportunidades para

la población negra del país. En lo personal lo más destacado fue su

divorcio de su esposa Winnie, cuya trayectoria se había ido

radicalizando en los últimos años de prisión de su marido, y además en

la década de 1990 se vio implicada en varios escándalos judiciales. En

1998, el día de su octogésimo cumpleaños contrajo terceras nupcias con

la activista mozambiqueña a favor de los derechos de la infancia Graça

Machel, con la que sigue casado en la actualidad.

 

Desde que dejó la presidencia de su país, su actividad pública ha sido

intensa y se ha centrado en las tres fundaciones que ha creado. El

Centro de la Memoria Nelson Mandela-Fundación Nelson Mandela es una

institución dedicada a la preservación de la memoria de la lucha contra

el apartheid como un requisito ineludible para guiar los pasos de

Sudáfrica en el siglo XXI; el Fondo Nelson Mandela para los Niños se

ocupa de promover la salud y las oportunidades educativas para los más

pequeños en el país, y la Fundación Mandela-Rhodes es una iniciativa que

busca potenciar a estudiantes universitarios para la creación de futuros

líderes africanos. Ha dedicado también importantes esfuerzos a la lucha

contra el sida en África, donde los efectos de la pandemia son

devastadores, como él mismo pudo padecer ya que su hijo mayor Makgatho

murió en 2005 a causa de dicha enfermedad.

 

El legado que deja Nelson Mandela al final de su vida es admirable. Su

trayectoria es una de las más sorprendentes, apasionantes y ejemplares

de todo el siglo y un referente y una esperanza para el futuro de

África. Como señala Allister Sparks, «Mandela deja un poderoso legado

que es una especie de cimiento para la nueva sociedad. Puede que vaya

mal, pero estoy seguro de que nos ha dado una gran oportunidad, este

país podía haber acabado en un baño de sangre de no ser por un hombre

que ha sufrido más que ningún otro saliendo de la cárcel diciendo “no

siento rencor”». El criterio de Ciryl Ramaphosa se encamina en la misma

dirección: «No habríamos podido negociar el final del apartheid sin

Nelson Mandela». Pero más allá de su significación para su país y su

continente, su obra supone un mensaje para toda la humanidad. Su

capacidad de dejar a un lado su dolor y resentimiento personales para

lograr una meta guiada por el interés colectivo es un ejemplo que va más

allá de las fronteras. Con personas que pudieran imitar su conducta

sacrificada y entregada a la consecución de un mundo mejor, la humanidad

tendría garantizada, por lo menos, una convivencia en paz. Ahí reside la

grandeza de su figura, su significación universal, en que en un tiempo

de incertidumbre y amenazas que nublan el futuro del planeta, él es el

ejemplo viviente de que se pueden alcanzar acuerdos entre posturas a

priori irreconciliables que traigan para todos un horizonte de esperanza.

 

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