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jueves, 25 de noviembre de 2021

Otra de las suyas

 


Por Oscar Seidel

A la mañana siguiente, encendí el computador para repasar el fin de la
historia y corregirla si hiciera falta, pero, me encuentro con la
sorpresa que el último capítulo ha desaparecido. El hecho no me
desanima porque el argumento está fresco en mi mente; presumo para
encontrar alguna justificación, que tal vez soñé haberlo hecho, pero,
no lo escribí en realidad, cosa que no me extraña, dado que suele
ocurrir en la mente febril de los escritores. Entonces, esa noche,
acompañado de las estrellas y de un mar en calma, volví a escribirlo.
Luego al día siguiente, al abrir el archivo Word, con preocupación
comprobé que la escena había vuelto a repetirse. Entonces, decidí dos
cosas: Primero, reescribir el último capítulo, y segundo, llamar al
técnico en informática para que revisara el computador, y diera con la
maldita falla que hacía desaparecer de manera recurrente el final de
mi novela.
El técnico se presentó como todo un profesional, me dijo:
-Yo trabajo a conciencia y me abocaré con exclusividad a su
computador. Presumo que el análisis me demandará todo el día, por lo
que le aconsejo programar alguna rutina para entretenerse.
Aceptando su consejo, decidí ir a pescar a la playa y de paso bajar
las tensiones me estaban agobiando. Cuando volví a casa, caía la
noche. Al abrir la puerta, encontré al técnico ensimismado frente a la
pantalla, y expresó:
-He leído toda su novela. Déjeme decirle que me ha impactado
sobremanera la trama, y como un simple lector, le aconsejo que cambie
ese final triste por uno donde triunfe el amor entre Filemón y
Clementina-. Luego, hizo una larga pausa y agregó: -Respecto a su
máquina de cómputo, no le he encontrado ningún problema.
Enseguida, se puso de pie, me ofreció su mano y partió.
Por la noche, revisé por última vez mi novela, ya que atento a las
diferencias horarias con Europa, planeaba al día siguiente enviarla
con urgencia a mi editor, puesto que se habían vencido los tiempos del
contrato, y del éxito que tuviera con este nuevo trabajo dependía una
renovación por tres novelas más.
A la madrugada, me despertó una extraña inquietud, por lo que fui
hasta el escritorio para encender el computador. En cuanto abrí el
archivo de la novela mis temores se confirmaron: El último capítulo
había vuelto a desaparecer. El nuevo incidente me empecinó de tal modo
que insistí repitiendo el texto por tres días seguidos, consiguiendo
el mismo resultado. Para mis males, desde España me llamaban de forma
insistente reclamando la novela. Fue cuando al borde del desespero, y
ya casi al límite de borrar toda la novela, recordé el consejo del
técnico y me decidí a cambiar el final así: En lugar de partir, en
pleno aeropuerto la protagonista Clementina se arrepiente y vuelve
corriendo a los brazos de su enamorado Filemón.
Al terminar, envié de inmediato el escrito por email a la editorial
sin siquiera corregirlo.
Al día siguiente, Rodrigo Cañada, mi editor, me confirmó por email la
recepción de la novela, me pidió que le diera una semana para leerla y
darme su aprobación. Los que siguieron fueron días tortuosos, donde me
asaltaron todo tipo de temores; la ansiedad me devoraba, y hasta tuve
pesadillas recurrentes en las que la editorial me devolvía la novela
con un enorme sello que decía “Incompleta”. No se había cumplido
todavía el plazo que el editor me había indicado, cuando escuché mi
teléfono celular sonando en el escritorio. Al acercarme, vi su nombre
restallando en la pantalla. Me persigné y temblando lo atendí,
escuchando del otro lado con un tono de evidente excitación:
-”Prudencio, he leído tu novela. Qué te digo, chaval, aquí en la
editorial están todos locos con ella. No hablan de otra cosa. Mira,
hasta la escena del aeropuerto en donde se marcha feliz la pareja,
digamos que me parecía una novela mediocre, de esas que uno cree haber
leído mil veces, pero, cuando a la semana de casada, la protagonista
Clementina se escapa con el técnico informático a Hawái, joder,
Prudencio, ahí la clavas en el ángulo. Sinceramente, conociéndote cómo
te conozco, no sé cómo pudo habérsete ocurrido semejante idea”.
Quedé impresionado con ese final, otra vez el computador había vuelto
a hacer una jugada de las suyas.


Fin

Tomado del periódico el espectador

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