El cinco de julio de 1884, naufragó el buque Mignonette, un velero mercante inglés que navegaba al sur del Cabo de Buena Esperanza. Cuatro tripulantes lograron sobrevivir al desastre: el capitán Tom Dudley, los marineros Edwin Stephens y Edmund Brooks y el grumete Richard Parker de diecisiete años, que había mentido sobre su edad para poder enrolarse en el barco. Tras varios días a la deriva los supervivientes se quedaron sin comida ni agua y tomaron la desesperada decisión de echar a suertes quién serviría de alimento a los demás. Le tocó a Edmund Brooks, pero éste pidió un último deseo antes de morir. Y como la realidad se presenta muchas veces ataviada con el vestido de lo inverosímil, para sorpresa de los presentes, Brooks extrajo de su macuto el único libro que llevaba consigo, la novela «La narración de Arthur Gordon Pym» de Edgar Allan Poe. Y mostró, más que leyó -su boca llagada por la sed y el salitre le dificultaba el habla-, a los que iban a ser sus verdugos circunstanciales, algunos pasajes seleccionados. Concretamente los referidos al naufragio del barco ballenero Grampus y cómo, tras varios días a la deriva, cuatro supervivientes, desesperados por no tener comida, deciden asesinar y comer la carne de uno de ellos para asegurar la supervivencia del resto. Después de echarlo a suertes la desafortunada elección recae en el más joven de todos, un grumete llamado Richard Parker, que es apuñalado y devorado por partes durante cuatro días.
La revelación literaria causó una conmoción entre los náufragos que, de inmediato, decidieron invalidar el sorteo macabro -pese a las airadas protestas del grumete-. El destino del chico estaba escrito hacía más de cuarenta años antes y debía cumplirse sin demora ni piedad alguna.
Tras saciarse de carne y sangre humana, el marinero Edmund Brooks, sonrió satisfecho al imaginarse que diría su esposa, inculta y tacaña, que le criticaba por gastar dinero en novelas. ¿Quién dijo que la literatura no servía para nada?
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