Muda la lira en la indolente mano;
desceñida la túnica; en el aire
la flotante abundosa cabellera,
que ya no logra sujetar el mustio
laurel de Dafne, sube la Poesía
a paso lento el Léucade riscoso;
buscando va la muerte que halló un tiempo
de Mitylene la poetisa augusta:
breve instante reposa; atrás contempla
y ve razas y pueblos sucederse;
por doquiera se mira reflejada,
siempre su luz iluminando el cuadro;
jovial sonrisa en las alegres fiestas,
lágrima dulce en las luctuosas horas;
mira lo porvenir, lo ve sombrío,
y prosigue el sendero; al ardua cumbre
llega por fin; las aguas acaricia
con su mirada virginal, y lanza
a los vientos su canto postrimero:
«Sacerdotisa de la cipria Diosa:
eolia Musa, de celeste numen;
cantora de Eros; en amor maestra;
mísera Safo.
Faón un día desoyó tus versos;
esquívó el beso tu labio ardiente,
y tú orgullosa demandaste al onda
tumba y olvido.
También hoy vengo a que la diva Tetis
cabe tu cuerpo reposar me deje;
también el mundo mi canción desoye,
huye mi halago.
Las sacras aras, donde yo oficiaba,
por tierra yacen en pedazos rotas;
ya de Himeneo a celebrar las fiestas
nadie me invita.
Ya se ha secado la Castalia fuente;
de abierta concha ya no surge Venus:
ávido el hombre sólo en ellas busca
nítidas perlas.
Ya no arrebata Prometeo al cielo
la luz y el fuego que doquiera brotan;
y, en vez de ondinas, codiciosos buzos
surcan las aguas.
Bella nereida en regolfado río,
que el cauce deja para dar impulso
a la rodante maquinaria activa,
ya nunca mora.
Cupido alado, sin vendar los ojos,
con oro trata de llenar su aljaba,
para rendir el corazón humano
única flecha.
Los altos bosques la segur abate,
para abrir campo a la ferrada vía;
ya del Dios Pan reemplaza al caramillo,
silbo estridente.
Nuevo Pegaso por los aires vuela,
y gañán torpe de pelambre hirsuta
abandonada del pastor de Arcadia
vive en la choza.
Cayó el castillo que albergara al bardo,
el son perdióse de la blanda guzla;
para escucharle, al ajimez morisco
nadie se asoma.
Dejó el querub la sideral vivienda,
que el anteojo escrutador invade,
y hacia Otros cielos dirigió las alas,
lejos, muy lejos.
La gran corriente, que convierte en ruina
lo que delicia de las gentes era,
mantos no arrastra de fecundo limo,
do broten flores.
Nada vislumbro que a cantar me incite
en este siglo para mí en tinieblas;
cuando la noche su negrura extiende
callan las aves.
La indiferencia me atosiga el alma,
todos me infligen dolorosa muerte,
la más tirana que pudieran darme:
la del desprecio.
Por eso anhelo que las aguas sean
blando Leteo a mi mortal angustia;
cual tú sentida, si cual tú celosa,
a ellas acudo.
Mas ¡cuán distintos los adversos hados!
en torno tuyo, en armonioso coro,
las condolidas por tu suerte infausta,
hijas de Lesbos.
En torno mío soledad penosa,
y allá a lo lejos zumbador murmullo
que, en su fatiga, forma inquieto el siglo
que me rechaza.
Y tú, Anfitrite, que en la mar dominas,
acoge pía mi anhelante queja:
a mi contacto las voraces ondas
abre, te ruego.
No quiero, no, que con sarcasmo el mundo
prorrumpa al ver me abandonada y triste:
«esa que veis de túnica harapienta
fue la Poesía.»
Un suspiro lanzaron de consuno
ella y la lira; al agua abalanzóse,
cuandoDetente y mi palabra escucha
con voz entre imperiosa y suplicante,
gentil matrona de gallardo aspecto
dijo, tendiendo los desnudos brazos.
Diosa o mortal, ¿quién eres que retardas
el cumplimiento de marcado sino?
Tu compañera soy, yo soy la Ciencia.
¡Minerva tú! ¿Dó el casco refulgente?
¿Dó la heridora lanza y el escudo?
No soy la diosa que brotó con armas
de la frente de Júpiter Tonante;
yo nací del cerebro de los sabios,
en nocturnas vigilias engendrada;
si al mar quieres bajar, baja conmigo,
mas no rompiendo las cerúleas ondas,
sino en ictíneo previsor, que encierra
vital aliento en reducido espacio,
y una vez agotado lo fabrica;
allí las penatulas luminosas;
las estrellas de mar en copia inmensa;
el pez-luna asomando en lontananza;
la nublosa fosfórea superficie
y del torpedo los mortales rayos,
te mostrarán que en las verdosas aguas,
do los astros nocturnos se reflejan,
existe un duplicado firmamento,
objeto digno a tu sonante lira.
Contemplarás los peces plateados
en los ramajes del coral posarse;
las conchas que a la mar las sales roban
para nidal de las variadas perlas;
las medusas viajando en las corrientes;
las sinuosas oceánicas honduras
corresponderse en armonioso ritmo
con las cadenas de los altos montes,
que con nubes completan su tocado,
el argonauta audaz que enseñó al hombre
el arte de nadar; la hidra asombrosa
que la de Lerma por modelo tuvo;
las islas madrepóricas formarse;
y escucharás los peces cantadores
que tomaste por lúbricas sirenas.
Pasto hallará tu inspiración sublime
doquier que vuelvas los ansiosos ojos;
Colón descubrió un mundo al otro lado,
otro resta en el fondo de las aguas.
Dejando el regio alcázar de Neptuno,
del orbe seguir puedes la raigambre
y el Nilo allí explorar de la existencia,
hasta su ignoto origen remontando.
Merced al telescopio, el alto cielo
conmigo escalarás; ebrias de gozo,
de los planetas de la tierra hermanos
el hálito vital aspiraremos,
y, cruzando su atmósfera tranquila,
el pie descansaremos breve instante,
atraídas, aún más que por su masa,
por el fuerte poder de su hermosura.
Tu mirada sutil, si desparecen
a mi soplo las brumas, ¡cuántos, cuántos
verá surgir lumbrosos horizontes!
¿Qué vale el cielo, cuya ausencia lloras,
manto azul que de estrellas salpicado
formaba el techo de la tienda humana,
en parangón con el que allí descubras,
etéreo mar sin fondo ni riberas,
donde flotan los soles a porfía,
y en el que es nuestro globo un diminuto
grano de opaca arena? En moldes nuevos
vaciar debes tus obras inmortales;
con hilos del telégrafo reemplaza
las ya insonoras cuerdas del salterio.
Canta la selección de aves y flores,
que es un himno entonar a la belleza,
copiosa fuente de vital progreso,
fecunda ley que hasta el reptil acata.
Comienza la epopeya del trabajo,
que, a Dios alzando vaporoso incienso,
las montañas enrasa con los valles,
los cauces endereza tortuosos,
y da a beber al arenal enjuto.
Canta el hombre, luciérnaga rastrera
que con el fuego de su mente alumbra,
y a cumplir nace las arcanas leyes
de mejorarse, mejorando el mundo.
De la Ciencia los mártires ensalza;
hora es de que sus cuerpos venerandos
dejen las catacumbas del olvido.
Canta la edad de piedra y la del hierro;
las embrionarias nebulosas canta;
canta el beso reciente de dos mares;
de los espacios convertida en buzo,
sondea sus prodigios; canta el verbo
por haces luminosos transportado;
la vida amamantándose en la muerte;
del piélago y la luna los amores;
el horrible tardío nacimiento
del Pirene y del Alpe; los suspiros
de lava incandescente; el nuevo coro
que en su labor las máquinas entonan;
la materia radiante que hace gala
del nervioso poder del cuarto estado;
los núcleos de infusorios tan temibles
como un día los fieros mastodontes;
canta el vapor que absorbe las distancias;
el fonógrafo canta, que eterniza
los ecos de amorosos juramentos;
canta el sol que a los prismas espectrales
ha confiado el secreto de su esencia;
de los átomos canta el oleaje;
y el progreso que lento peregrina,
quizá influido en su triunfal carrera
por las terreo-magnéticas corrientes,
que palpitante brújula señala.
En olvido no pongas a esos hombres
herederos del don de los milagros,
Edison y Graham-Bell; ni al Padre Secchi,
que en el cielo vivió desde la tierra,
y hoy en la tierra vive desde el cielo:
a Nordenskj y a Livingstone no olvides,
qué, sólo por mi amor, han recorrido
del Polo Norte la cabeza cana
y el virgen corazón de África ardiente.
Yo de ti necesito, amada mía,
como la flor los plácidos colores
para atraer la vaga mariposa,
que, entre el polvillo de sus tenues alas,
lleve a otra flor el polen fecundante.
Tú endulzarás mis horas de amargura,
cual del pueblo de Dios el cautiverio;
tú cubrirás mi desnudez austera
con tus leves cendales, que embellecen,
mal velando, los mórbidos contornos;
alados nacerán mis pensamientos;
encenderás la ardiente fantasía,
telescopio del sabio en cuyas sienes
pondrás el lauro que tus manos tejan,
envuelto en los fulgores de tu nimbo,
ascenderá a la cumbre de la gloria.
Ya la Industria y el Arte se enlazaron,
presto sigamos tan fecundo ejemplo:
yo seré la materia, tú el espíritu;
o el fuego, tú la luz que de él emana;
yo el análisis frío, tú la síntesis
que con las flores bellas forma el ramo;
yo la roca, tú el águila que afirma
la planta en ella al remontarse al cielo;
yo la raíz y el tronco, tú las ramas
do posen las canoras avecillas.
Tú serás la intuición, yo el raciocinio;
tú la meta lejana, yo el atleta
que al fin la alcanza a su fatiga en premio;
tú la hipótesis, lampo fulguroso,
yo el caminante que en oscura noche
busca a su luz la suspirada senda.
Cual dos abejas en vergel ameno,
aunadas volaremos, con hartura
libando sus dulzores virginales,
para una miel labrar muy más sabrosa
que la de Himeto, hasta a los Dioses grata.
Los ídolos, por tierra derribados,
que formaron tus juegos infantiles
consérvalos en clásico museo
pero no en el altar; no los invoques,
y parcamente a su consejo acude;
¡a qué pedir belleza a la mentira
si en campos de verdad brota espontánea!
si esos mundos que miras rutilantes
son granos de semilla, que contienen
la balsámica flor de la hermosura,
si el corneta fugaz, y el rayo inquieto,
y el arco iris, y la láctea vía,
renglones son del inmortal poema
que, festejando la creación naciente,
escribió Dios en el inmenso espacio,
y que ya deletrear consigue el hombre
Calló la Ciencia; con intenso anhelo
arrojose en sus brazos la Poesía,
y, un ósculo al cambiarse cariñoso,
la lira muda en la indolente mano,
a sonar comenzó, cual arpa eolia
del verde ramo de un laurel colgada.
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