jueves, 27 de mayo de 2021

Novedades Literarias en ePub

 

La prometida – Kiera Cass

Posted: 26 May 2021 11:45 PM PDT

La prometida. Hollis Brite ha crecido en el castillo de Keresken, rodeada de las hijas de la nobleza, todas ellas esperando a ser la elegida del rey. Jameson de Coroa, el joven rey, nunca ha sido un chico fácil de atrapar, hasta que conoció a Hollis. Hollis no puede controlar su emoción cuando Jameson finalmente le declara su amor. Pero a través de su extravagante cortejo, Hollis se da cuenta de que todos los regalos y las atenciones que recibe.

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Las tres de la mañana – Gianrico Carofiglio

Posted: 26 May 2021 11:41 PM PDT

Las tres de la mañana. Un padre, un hijo y los dos días que los cambiarán para siempre. Una conmovedora novela de iniciación a la vida adulta. «Acabo de cumplir cincuenta y un años, la edad que entonces tenía mi padre. He pensado que podría ser un buen momento para escribir sobre aquellos dos días y sus noches». Los dos días y sus noches a los que hace referencia Antonio, el narrador de esta historia, son los que, recién cumplidos.

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L’altre cap del fil – Andrea Camilleri

{EN CATALAN}

Posted: 26 May 2021 11:35 PM PDT

L’altre cap del fil. Per una vegada que la Lívia aconsegueix convèncer en Salvo que es faci fer un vestit a mida, resulta que tot s’ha d’aturar perquè la víctima de l’homicidi que ha d’investigar és ni més ni menys que la modista. Quina mala sort! Com si a comissaria no tinguessin prou feina, amb els refugiats que arriben en pasteres. Per al comissari, tot plegat esdevé un malson: si els desembarcaments d’africans són qualsevol cosa menys plàcids, escatir els.

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El primer capità – Enric Calpena

{EN CATALAN}

Posted: 26 May 2021 11:31 PM PDT

El primer capità. Barcelona, tardor de 1898. Un jove suís, Hans Gamper, arriba en tren a l’estació de França. Per primera vegada en molt de temps se sent feliç. La ciutat bull d’activitat i com que ha trobat feina de comptable, ha decidit quedar-se. Només troba a faltar una cosa: l’esport. Ell era campió de futbol a Suïssa. Però aquesta nova pràctica anglesa, tan de moda a Europa, no acaba de quallar a Barcelona. Però la il·lusió i determinació d’en.

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El profesor de mi hijo – Corín Tellado

Posted: 26 May 2021 11:23 PM PDT

El profesor de mi hijo. —Se necesita paciencia. —¿Y qué quiere usted que aprenda un niño así? —No intento que aprenda nada. Solo que tenga compañía. Celso se lo contaba a Manuel una hora después. Ambos sentados en sus respectivas camas, fumando y mirándose de hito en hito un tanto sorprendidos. Porque si Manuel se sorprendía por lo que él le estaba contando, mucho más sorprendido se había sentido él oyendo a la joven viuda… Además, al verla de pie.

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Empecé sin querer – Corín Tellado

Posted: 26 May 2021 11:18 PM PDT

Empecé sin querer. —¿Qué tipo de hombre es ese señor Lay? —preguntó Bette de súbito. Megah se animó. —Dice Nelly que es un tipo serio. Está casado con la opulenta Janet Robinson… —Algo así. —Dicen que es médico vocacional. —Eso parece. Vive para su trabajo. Es humano con sus enfermos. Tiene dos tardes a la semana para visitar cierta barriada donde no cobra. —Sí, ya sé. Oí hablar de él. Parece ser que montó la clínica con el dinero de.

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Es nuestra vida – Corín Tellado

Posted: 26 May 2021 10:56 PM PDT

Es nuestra vida. —Gracias, —dijo Doni—. En realidad no quisiera ni hacer uso de un dinero que perteneció a mis padres, ni de lo que ellos tienen. Me gusta vivir la vida a mi aire sin estar supeditada al mandato de los demás y si solicito ayuda, estaré sujeta a esa misma ayuda. —Eso es lo esencial. No estar sujeta a nada. Doni volvió la cara para mirarlo. —Oye, Al, asunto sentimental, nada, ¿verdad? Al se echó a reír con.

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Durmiendo entre mentiras – Mary Torjussen

Posted: 26 May 2021 10:43 PM PDT

Durmiendo entre mentiras. El novio de Hannah Monroe, Matt, ha desaparecido. Sus pertenencias ya no están en su casa. Todas las llamadas que le hizo, cada mensaje que le envió, cada una de las fotos de él y todas sus redes sociales se han desvanecido. Es como si sus últimos cuatro años juntos nunca hubieran existido. Mientras Hannah lucha por superar el día a día, sabe que hará todo lo que sea necesario para encontrarlo y obtener respuestas. Pero parece.

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El visitante nocturno – B. Traven

Posted: 26 May 2021 10:39 PM PDT

El visitante nocturno: Historias del campo mexicano. Desde hace años, vivo en este país de gran belleza y encanto indescriptibles. He vivido entre los indígenas como uno de ellos. En poco tiempo me encontré bajo el hechizo de aquellos cuentos, de aquellas narraciones históricas y mitológicas y me olvidé enteramente del presente… Sobre el Autor. Bruno Traven, (Alemania, 1882 – Ciudad de México, 1969). Es uno de los casos más singulares de la literatura contemporánea: su biografía está llena de.

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El sendero del especialista – Pedro Urvi

Posted: 26 May 2021 10:34 PM PDT

El sendero del especialista. El entrenamiento en el Refugio dirigido por la Madre especialista y tutelado por los cuatro Especialistas Mayores está siendo mucho más intenso de lo que ninguno esperaba. La Prueba de Competencia decidirá sus futuros y deben prepararse y entrenar más duro que nunca si quieren conseguir graduarse con las preciadas especializaciones de élite. Pero esta no es su única preocupación. Tendrán que hacer frente a nuevos misterios, personajes extraños, situaciones insólitas, experimentos peligrosos, joyas hechizadas, grandes.

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¿Usted es Escritor?

 


 


                                               ¿Usted es escritor?  (genere un ingreso)


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miércoles, 26 de mayo de 2021

11-M La Venganza .- Casimiro García Abadillo [Reseña}

 




Reseña

Durante meses las alarmas habían estado funcionando sin que nadie prestara atención. Gobierno, oposición y cuerpos de seguridad disponían de información dispersa, pero nadie fue capaz de encontrar la clave que pusiera en contacto todos los datos. ¿Habría sido posible para evitar los atentados del 11-M? El peor ataque terrorista de la historia de España suscita incontables preguntas, muchas de las cuales tal vez nunca tengan respuesta: ¿fue Bin Laden quien ordenó la matanza o actuaron los terroristas por su cuenta? ¿Es cierta la tesis -nunca abandonada- de la colaboración entre ETA y Al-Qaeda?.
El resultado de las elecciones legislativas celebradas tres días después de los atentados, con el inesperado cambio de gobierno y la inmediata reorientación de la política exterior española, abre la puerta a la tesis de Casimiro García-Abadillo sobre una enigmática «venganza» que pudo tener muchos beneficiarios: ¿fue una ETA contra las cuerdas la que facilitó la acción de los fundamentalistas? ¿Buscaba Marruecos un nuevo Ejecutivo en España para fortalecer su posición en el Sáhara Occidental? ¿Sabía el Partido Socialista que un atentado con la firma de Al-Qaeda les proporcionaría la victoria en las urnas?.


                          ISBN:  84-9734-228-3
                          Primera Edición: 2004








El collar

 


[Cuento - Texto completo.]

Guy de Maupassant

Era una de esas hermosas y encantadoras criaturas nacidas como por un error del destino en una familia de empleados. Carecía de dote, y no tenía esperanzas de cambiar de posición; no disponía de ningún medio para ser conocida, comprendida, querida, para encontrar un esposo rico y distinguido; y aceptó entonces casarse con un modesto empleado del Ministerio de Instrucción Pública.

No pudiendo adornarse, fue sencilla, pero desgraciada, como una mujer obligada por la suerte a vivir en una esfera inferior a la que le corresponde; porque las mujeres no tienen casta ni raza, pues su belleza, su atractivo y su encanto les sirven de ejecutoria y de familia. Su nativa firmeza, su instinto de elegancia y su flexibilidad de espíritu son para ellas la única jerarquía, que iguala a las hijas del pueblo con las más grandes señoras.

Sufría constantemente, sintiéndose nacida para todas las delicadezas y todos los lujos. Sufría contemplando la pobreza de su hogar, la miseria de las paredes, sus estropeadas sillas, su fea indumentaria. Todas estas cosas, en las cuales ni siquiera habría reparado ninguna otra mujer de su casa, la torturaban y la llenaban de indignación.

La vista de la muchacha bretona que les servía de criada despertaba en ella pesares desolados y delirantes ensueños. Pensaba en las antecámaras mudas, guarnecidas de tapices orientales, alumbradas por altas lámparas de bronce y en los dos pulcros lacayos de calzón corto, dormidos en anchos sillones, amodorrados por el intenso calor de la estufa. Pensaba en los grandes salones colgados de sedas antiguas, en los finos muebles repletos de figurillas inestimables y en los saloncillos coquetones, perfumados, dispuestos para hablar cinco horas con los amigos más íntimos, los hombres famosos y agasajados, cuyas atenciones ambicionan todas las mujeres.

Cuando, a las horas de comer, se sentaba delante de una mesa redonda, cubierta por un mantel de tres días, frente a su esposo, que destapaba la sopera, diciendo con aire de satisfacción: “¡Ah! ¡Qué buen caldo! ¡No hay nada para mí tan excelente como esto!”, pensaba en las comidas delicadas, en los servicios de plata resplandecientes, en los tapices que cubren las paredes con personajes antiguos y aves extrañas dentro de un bosque fantástico; pensaba en los exquisitos y selectos manjares, ofrecidos en fuentes maravillosas; en las galanterías murmuradas y escuchadas con sonrisa de esfinge, al tiempo que se paladea la sonrosada carne de una trucha o un alón de faisán.

No poseía galas femeninas, ni una joya; nada absolutamente y sólo aquello de que carecía le gustaba; no se sentía formada sino para aquellos goces imposibles. ¡Cuánto habría dado por agradar, ser envidiada, ser atractiva y asediada!

Tenía una amiga rica, una compañera de colegio a la cual no quería ir a ver con frecuencia, porque sufría más al regresar a su casa. Días y días pasaba después llorando de pena, de pesar, de desesperación.

Una mañana el marido volvió a su casa con expresión triunfante y agitando en la mano un ancho sobre.

-Mira, mujer -dijo-, aquí tienes una cosa para ti.

Ella rompió vivamente la envoltura y sacó un pliego impreso que decía:

“El ministro de Instrucción Pública y señora ruegan al señor y la señora de Loisel les hagan el honor de pasar la velada del lunes 18 de enero en el hotel del Ministerio.”

En lugar de enloquecer de alegría, como pensaba su esposo, tiró la invitación sobre la mesa, murmurando con desprecio:

-¿Qué haré yo con eso?

-Creí, mujercita mía, que con ello te procuraba una gran satisfacción. ¡Sales tan poco, y es tan oportuna la ocasión que hoy se te presenta!… Te advierto que me ha costado bastante trabajo obtener esa invitación. Todos las buscan, las persiguen; son muy solicitadas y se reparten pocas entre los empleados. Verás allí a todo el mundo oficial.

Clavando en su esposo una mirada llena de angustia, le dijo con impaciencia:

-¿Qué quieres que me ponga para ir allá?

No se había preocupado él de semejante cosa, y balbució:

-Pues el traje que llevas cuando vamos al teatro. Me parece muy bonito…

Se calló, estupefacto, atontado, viendo que su mujer lloraba. Dos gruesas lágrimas se desprendían de sus ojos, lentamente, para rodar por sus mejillas.

El hombre murmuró:

-¿Qué te sucede? Pero ¿qué te sucede?

Mas ella, valientemente, haciendo un esfuerzo, había vencido su pena y respondió con tranquila voz, enjugando sus húmedas mejillas:

-Nada; que no tengo vestido para ir a esa fiesta. Da la invitación a cualquier colega cuya mujer se encuentre mejor provista de ropa que yo.

Él estaba desolado, y dijo:

-Vamos a ver, Matilde. ¿Cuánto te costaría un traje decente, que pudiera servirte en otras ocasiones, un traje sencillito?

Ella meditó unos segundos, haciendo sus cuentas y pensando asimismo en la suma que podía pedir sin provocar una negativa rotunda y una exclamación de asombro del empleadillo.

Respondió, al fin, titubeando:

-No lo sé con seguridad, pero creo que con cuatrocientos francos me arreglaría.

El marido palideció, pues reservaba precisamente esta cantidad para comprar una escopeta, pensando ir de caza en verano, a la llanura de Nanterre, con algunos amigos que salían a tirar a las alondras los domingos.

Dijo, no obstante:

-Bien. Te doy los cuatrocientos francos. Pero trata de que tu vestido luzca lo más posible, ya que hacemos el sacrificio.

El día de la fiesta se acercaba y la señora de Loisel parecía triste, inquieta, ansiosa. Sin embargo, el vestido estuvo hecho a tiempo. Su esposo le dijo una noche:

-¿Qué te pasa? Te veo inquieta y pensativa desde hace tres días.

Y ella respondió:

-Me disgusta no tener ni una alhaja, ni una sola joya que ponerme. Pareceré, de todos modos, una miserable. Casi, casi me gustaría más no ir a ese baile.

-Ponte unas cuantas flores naturales -replicó él-. Eso es muy elegante, sobre todo en este tiempo, y por diez francos encontrarás dos o tres rosas magníficas.

Ella no quería convencerse.

-No hay nada tan humillante como parecer una pobre en medio de mujeres ricas.

Pero su marido exclamó:

-¡Qué tonta eres! Anda a ver a tu compañera de colegio, la señora de Forestier, y ruégale que te preste unas alhajas. Eres bastante amiga suya para tomarte esa libertad.

La mujer dejó escapar un grito de alegría.

-Tienes razón, no había pensado en ello.

Al siguiente día fue a casa de su amiga y le contó su apuro.

La señora de Forestier fue a un armario de espejo, cogió un cofrecillo, lo sacó, lo abrió y dijo a la señora de Loisel:

-Escoge, querida.

Primero vio brazaletes; luego, un collar de perlas; luego, una cruz veneciana de oro, y pedrería primorosamente construida. Se probaba aquellas joyas ante el espejo, vacilando, no pudiendo decidirse a abandonarlas, a devolverlas. Preguntaba sin cesar:

-¿No tienes ninguna otra?

-Sí, mujer. Dime qué quieres. No sé lo que a ti te agradaría.

De repente descubrió, en una caja de raso negro, un soberbio collar de brillantes, y su corazón empezó a latir de un modo inmoderado.

Sus manos temblaron al tomarlo. Se lo puso, rodeando con él su cuello, y permaneció en éxtasis contemplando su imagen.

Luego preguntó, vacilante, llena de angustia:

-¿Quieres prestármelo? No quisiera llevar otra joya.

-Sí, mujer.

Abrazó y besó a su amiga con entusiasmo, y luego escapó con su tesoro.

Llegó el día de la fiesta. La señora de Loisel tuvo un verdadero triunfo. Era más bonita que las otras y estaba elegante, graciosa, sonriente y loca de alegría. Todos los hombres la miraban, preguntaban su nombre, trataban de serle presentados. Todos los directores generales querían bailar con ella. El ministro reparó en su hermosura.

Ella bailaba con embriaguez, con pasión, inundada de alegría, no pensando ya en nada más que en el triunfo de su belleza, en la gloria de aquel triunfo, en una especie de dicha formada por todos los homenajes que recibía, por todas las admiraciones, por todos los deseos despertados, por una victoria tan completa y tan dulce para un alma de mujer.

Se fue hacia las cuatro de la madrugada. Su marido, desde medianoche, dormía en un saloncito vacío, junto con otros tres caballeros cuyas mujeres se divertían mucho.

Él le echó sobre los hombros el abrigo que había llevado para la salida, modesto abrigo de su vestir ordinario, cuya pobreza contrastaba extrañamente con la elegancia del traje de baile. Ella lo sintió y quiso huir, para no ser vista por las otras mujeres que se envolvían en ricas pieles.

Loisel la retuvo diciendo:

-Espera, mujer, vas a resfriarte a la salida. Iré a buscar un coche.

Pero ella no le oía, y bajó rápidamente la escalera.

Cuando estuvieron en la calle no encontraron coche, y se pusieron a buscar, dando voces a los cocheros que veían pasar a lo lejos.

Anduvieron hacia el Sena desesperados, tiritando. Por fin pudieron hallar una de esas vetustas berlinas que sólo aparecen en las calles de París cuando la noche cierra, cual si les avergonzase su miseria durante el día.

Los llevó hasta la puerta de su casa, situada en la calle de los Mártires, y entraron tristemente en el portal. Pensaba, el hombre, apesadumbrado, en que a las diez había de ir a la oficina.

La mujer se quitó el abrigo que llevaba echado sobre los hombros, delante del espejo, a fin de contemplarse aún una vez más ricamente alhajada. Pero de repente dejó escapar un grito.

Su esposo, ya medio desnudo, le preguntó:

-¿Qué tienes?

Ella se volvió hacia él, acongojada.

-Tengo…, tengo… -balbució – que no encuentro el collar de la señora de Forestier.

Él se irguió, sobrecogido:

-¿Eh?… ¿cómo? ¡No es posible!

Y buscaron entre los adornos del traje, en los pliegues del abrigo, en los bolsillos, en todas partes. No lo encontraron.

Él preguntaba:

-¿Estás segura de que lo llevabas al salir del baile?

-Sí, lo toqué al cruzar el vestíbulo del Ministerio.

-Pero si lo hubieras perdido en la calle, lo habríamos oído caer.

-Debe estar en el coche.

-Sí. Es probable. ¿Te fijaste qué número tenía?

-No. Y tú, ¿no lo miraste?

-No.

Se contemplaron aterrados. Loisel se vistió por fin.

-Voy -dijo- a recorrer a pie todo el camino que hemos hecho, a ver si por casualidad lo encuentro.

Y salió. Ella permaneció en traje de baile, sin fuerzas para irse a la cama, desplomada en una silla, sin lumbre, casi helada, sin ideas, casi estúpida.

Su marido volvió hacia las siete. No había encontrado nada.

Fue a la Prefectura de Policía, a las redacciones de los periódicos, para publicar un anuncio ofreciendo una gratificación por el hallazgo; fue a las oficinas de las empresas de coches, a todas partes donde podía ofrecérsele alguna esperanza.

Ella le aguardó todo el día, con el mismo abatimiento desesperado ante aquel horrible desastre.

Loisel regresó por la noche con el rostro demacrado, pálido; no había podido averiguar nada.

-Es menester -dijo- que escribas a tu amiga enterándola de que has roto el broche de su collar y que lo has dado a componer. Así ganaremos tiempo.

Ella escribió lo que su marido le decía.

Al cabo de una semana perdieron hasta la última esperanza.

Y Loisel, envejecido por aquel desastre, como si de pronto le hubieran echado encima cinco años, manifestó:

-Es necesario hacer lo posible por reemplazar esa alhaja por otra semejante.

Al día siguiente llevaron el estuche del collar a casa del joyero cuyo nombre se leía en su interior.

El comerciante, después de consultar sus libros, respondió:

-Señora, no salió de mi casa collar alguno en este estuche, que vendí vacío para complacer a un cliente.

Anduvieron de joyería en joyería, buscando una alhaja semejante a la perdida, recordándola, describiéndola, tristes y angustiosos.

Encontraron, en una tienda del Palais Royal, un collar de brillantes que les pareció idéntico al que buscaban. Valía cuarenta mil francos, y regateándolo consiguieron que se lo dejaran en treinta y seis mil.

Rogaron al joyero que se los reservase por tres días, poniendo por condición que les daría por él treinta y cuatro mil francos si se lo devolvían, porque el otro se encontrara antes de fines de febrero.

Loisel poseía dieciocho mil que le había dejado su padre. Pediría prestado el resto.

Y, efectivamente, tomó mil francos de uno, quinientos de otro, cinco luises aquí, tres allá. Hizo pagarés, adquirió compromisos ruinosos, tuvo tratos con usureros, con toda clase de prestamistas. Se comprometió para toda la vida, firmó sin saber lo que firmaba, sin detenerse a pensar, y, espantado por las angustias del porvenir, por la horrible miseria que los aguardaba, por la perspectiva de todas las privaciones físicas y de todas las torturas morales, fue en busca del collar nuevo, dejando sobre el mostrador del comerciante treinta y seis mil francos.

Cuando la señora de Loisel devolvió la joya a su amiga, ésta le dijo un tanto displicente:

-Debiste devolvérmelo antes, porque bien pude yo haberlo necesitado.

No abrió siquiera el estuche, y eso lo juzgó la otra una suerte. Si notara la sustitución, ¿qué supondría? ¿No era posible que imaginara que lo habían cambiado de intento?

La señora de Loisel conoció la vida horrible de los menesterosos. Tuvo energía para adoptar una resolución inmediata y heroica. Era necesario devolver aquel dinero que debían… Despidieron a la criada, buscaron una habitación más económica, una buhardilla.

Conoció los duros trabajos de la casa, las odiosas tareas de la cocina. Fregó los platos, desgastando sus uñitas sonrosadas sobre los pucheros grasientos y en el fondo de las cacerolas. Enjabonó la ropa sucia, las camisas y los paños, que ponía a secar en una cuerda; bajó a la calle todas las mañanas la basura y subió el agua, deteniéndose en todos los pisos para tomar aliento. Y, vestida como una pobre mujer de humilde condición, fue a casa del verdulero, del tendero de comestibles y del carnicero, con la cesta al brazo, regateando, teniendo que sufrir desprecios y hasta insultos, porque defendía céntimo a céntimo su dinero escasísimo.

Era necesario mensualmente recoger unos pagarés, renovar otros, ganar tiempo.

El marido se ocupaba por las noches en poner en limpio las cuentas de un comerciante, y a veces escribía a veinticinco céntimos la hoja.

Y vivieron así diez años.

Al cabo de dicho tiempo lo habían ya pagado todo, todo, capital e intereses, multiplicados por las renovaciones usurarias.

La señora Loisel parecía entonces una vieja. Se había transformado en la mujer fuerte, dura y ruda de las familias pobres. Mal peinada, con las faldas torcidas y rojas las manos, hablaba en voz alta, fregaba los suelos con agua fría. Pero a veces, cuando su marido estaba en el Ministerio, se sentaba junto a la ventana, pensando en aquella fiesta de otro tiempo, en aquel baile donde lució tanto y donde fue tan festejada.

¿Cuál sería su fortuna, su estado al presente, si no hubiera perdido el collar? ¡Quién sabe! ¡Quién sabe! ¡Qué mudanzas tan singulares ofrece la vida! ¡Qué poco hace falta para perderse o para salvarse!

Un domingo, habiendo ido a dar un paseo por los Campos Elíseos para descansar de las fatigas de la semana, reparó de pronto en una señora que pasaba con un niño cogido de la mano.

Era su antigua compañera de colegio, siempre joven, hermosa siempre y siempre seductora. La de Loisel sintió un escalofrío. ¿Se decidiría a detenerla y saludarla? ¿Por qué no? Habíéndolo pagado ya todo, podía confesar, casi con orgullo, su desdicha.

Se puso frente a ella y dijo:

-Buenos días, Juana.

La otra no la reconoció, admirándose de verse tan familiarmente tratada por aquella infeliz. Balbució:

-Pero…, ¡señora!.., no sé… Usted debe de confundirse…

-No. Soy Matilde Loisel.

Su amiga lanzó un grito de sorpresa.

-¡Oh! ¡Mi pobre Matilde, qué cambiada estás!…

-¡Sí; muy malos días he pasado desde que no te veo, y además bastantes miserias… todo por ti…

-¿Por mí? ¿Cómo es eso?

-¿Recuerdas aquel collar de brillantes que me prestaste para ir al baile del Ministerio?

-¡Sí, pero…

-Pues bien: lo perdí…

-¡Cómo! ¡Si me lo devolviste!

-Te devolví otro semejante. Y hemos tenido que sacrificarnos diez años para pagarlo. Comprenderás que representaba una fortuna para nosotros, que sólo teníamos el sueldo. En fin, a lo hecho pecho, y estoy muy satisfecha.

La señora de Forestier se había detenido.

-¿Dices que compraste un collar de brillantes para sustituir al mío?

-Sí. No lo habrás notado, ¿eh? Casi eran idénticos.

Y al decir esto, sonreía orgullosa de su noble sencillez. La señora de Forestier, sumamente impresionada, le cogió ambas manos:

-¡Oh! ¡Mi pobre Matilde! ¡Pero si el collar que yo te presté era de piedras falsas!… ¡Valía quinientos francos a lo sumo!…

FIN


“La parure”, 1884