Os dejo el río Almofrey, dormido entre zarzas con mirlos,
las hayas de Zuriza, el azul guaraní de las orquídeas, los rinocerontes, que son como carros de combate, los flamencos como claves de sol de la corriente, las avispas, esos tigres condensados, las fresas vagabundas, los farallones de Maine, el Annapurna, las cataratas del Niágara con su pose de rubia platino, los edelweiss prohibidos de Ordesa, las hormigas minuciosas, la Vía Láctea y los ruyseñores conplidos.
Os dejo las autopistas que exhalan el verano en la hora despoblada de la siesta, el Cántico espiritual, los goles de Pelé, la catedral de Chartres y los trigos ojivales, los aleluya de oro de los Uffizi, el Taj Mahal temblando en un estanque, los autobuses que se bambolean en Sao Paulo y en Mombasa con racimos de negros y animales felices.
Todo para vosotros, hijos míos. Suerte de haber tenido un padre rico.
El autor y académico de la RAE ha sido reconocido por defender “el papel que cumplen los escritores en la sociedad y la necesidad de que se respete su trabajo”, según el presidente de la entidad
José María Merino, ganador del Premio CEDRO 2021 por su defensa de la cultura y los derechos de autor, el 24 de abril.PACO CAMPOS // CEDRO / EUROPA PRESS
El escritor y académico de la Real Academia Española (RAE) José María Merino (A Coruña, 80 años) ha ganado el Premio CEDRO 2021 por su defensa de la cultura y de los derechos de autor, la Junta Directiva de CEDRO, según ha informado este lunes la entidad en un comunicado. El presidente de CEDRO, Daniel Fernández, ha asegurado que es un reconocimiento “muy merecido” y lo ha explicado así: “José María Merino siempre ha puesto en valor el importante papel que cumplen los escritores en la sociedad y la necesidad de que se respete su trabajo”.
El escritor inició su andadura en la poesía, después ha sido autor de novelas, cuentos y ensayos. Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de León y por Saint Louis University, y tiene la medalla de honor de la Asociación de Licenciados y Doctores Españoles en los Estados Unidos (ALDEEU). Entre otros, ha obtenido el Premio Novelas y Cuentos en 1976, por su obra Novela de Andrés Choz; el Premio de la Crítica en 1985, por La orilla oscura, y el Premio Miguel Delibes de Narrativa, por la obra Las visiones de Lucrecia, en 1996. Ha sido reconocido con el Premio Nacional de Literatura Juvenil en 1993, por No soy un libro, y su obra El río del Edén fue galardonada con el Premio Nacional de Narrativa en 2013. En 2008, además, fue galardonado con el Premio Castilla y León de las Letras en 2008. Merino también fue director del Centro de las Letras Españolas y, desde 2008, es académico en la RAE.
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El Premio CEDRO reconoce anualmente, desde el año 2017 y de forma simbólica, la trayectoria de una persona o institución que destaque por defender la cultura en general y los derechos de autor en particular. Lo últimos años lo han recibido Lorenzo Silva (2017), Julia Navarro (2018), Pepa Fernández (2019) y Rosa Montero (2020). Esta asociación cuenta con 28.903 miembros, entre escritores, traductores, periodistas y editores del país, y representa en España a más de cuarenta entidades similares de otros países.
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no encontrarás mi nombre. En vano medirás los surcos sementados queriendo hallar mis propiedades. No tengo posesiones. En cambio, es mío el sueño de los valles arrobados y mío el subterráneo rumor de la semilla. Si me extraviara a tientas en la oscuridad, ¿cómo podrían llamarme y entenderles? Llámenme con el nombre del único incoloro vestido que he llevado: el de virgen terrestre.
I
Duele la tierra henchida de vigores sollamando la frente, quemando las entrañas... Todo mi nombre dentro se me rompe de odio. Odio a la puerta en mí siempre llamada, odio al jardín de afanes desgajados entre el sol y la muerte. Por encima de las colinas arde la luz. El tiempo se deshoja y yo envejezco aquí traspasada de urgencias frente a la puerta hermética. Soy la virgen terrestre espesa de amargura, desolada corriendo del reguero de impactos en mi pulso. Ya no me soporto en las grietas de la espera ni el sopor del silencio.
II
¡Mentira que somos frescas quiebras cintilando en el agua!, que un temblor de castidad serena nos albea la frente; que los luceros se exprimen en los ojos y nos embriagan de paz. ¡Mentira! Hay una corriente oscura disuelta en las entrañas que nos veda pisar sin ser oídas y sostener equilibrio de rodillas con un racimo de luces extasiadas en el pecho.
III
Dicen que una debe morderse todas las palabras y caminar de puntas, con sigilo, cubriendo las rendijas, acallando al instinto desatado, y poblando de estrellas las pupilas para ahogar el violento delirio del deseo. Pero es que si el cuerpo pide su eternidad limpio y derecho, es un mordiente enojo andarle huyendo; dejar su temblorosa mies ardiendo a solas sin el olor oscuro de los pinos. Siempre cerrada, ignorando cómo se desgaja el surco dorado ante la siembra; de tumbo en tumbo, cerrados los sentidos y alumbrándose a medias.
IV
Viejas causas, cánones hostiles, fervorosos principios maniatándome. ¿Sobre qué ejes giran que me doblan a beberme la muerte en la conciencia? Yo me miro y no soy sino una cripta en llamas, una existencia informe, sonámbula, cargada de fatiga. ¿Es lícito permitir que se extinga en servidumbre enferma el bárbaro reclamo que nos sube de abordar a la tierra por la tierra?
V
En esta brava inmensidad no logran retenerme los desvaríos blandos o el ímpetu del sueño. La tierra es ruda, trémula, ardorosa, y se me expande dentro. El vértigo sanguíneo esplende arrebatando al canto y ni le puedo contener el paso ni sustraerme a los labios que me caen al papel como dos brasas.
VI
Pienso en las abastecidas, las satisfechas, las del ancho mar; las que reciben el regocijo vital de las corrientes cauces donde la vida vibra y eterniza. Pienso en las abastecidas y me irrita el despecho de mi roja marea sofocada; de no encontrar la presencia de Dios por ningún ángulo y andar de pueblo en pueblo emblanquecida de miedo, de pasión y de tedio, sepulto el corazón bajo el hollín de todos los recelos.
VII
Te rindo y te maldigo gran olor de la tierra, tempestad original, relámpago dulcísimo de muerte. Te maldice el temor de ver que Dios no acierte a descifrar mi nombre: porque yo, la que soy, no asisto ni en el monte Tabor para el desposamiento en brillos ni escalo por los peldaños de la sangre al sol. Dije que era un vaivén de ola sombría: la ola de las vírgenes terrestres, las que no recibimos más nombre que el que nos dieron niñas en la pila; y cuando Dios nos llame no podrá encontrarnos. Dirá: las innombradas, los desvaídos soplos, los desplomes silentes, las estepas perdidas bajo esfumino duro. Y nosotras, cubiertas de humo en las honduras de un país olvidado, vocearemos respuestas en remolino cálido, arderemos los montes, alzaremos los brazos con furia atropellada, y todas en un grito hendiendo los contornos serpentearemos secas, deshechas de agonía. Pero inútil, inútil, porque a la tierra estéril no se le oyen los labios.