El estudio de la historia no ofrece ningún manual de instrucciones que pueda aplicarse automáticamente; la historia enseña por analogía, arrojando luz sobre las probables consecuencias de situaciones comparables. Pero cada generación debe determinar por sí misma qué circunstancias son de hecho comparables Henry A. Kissinger. Esta semana marca el centenario del nacimiento de una figura definitoria de la política internacional y de la diplomacia, Henry A. Kissinger. El centenario de su nacimiento es una ocasión única para reflexionar sobre su concepción de la política internacional y de la diplomacia y, particularmente, sobre su vigencia. El hombre que emerge de la cátedra de Harvard para convertirse en el diplomático más célebre y discutido de nuestros tiempos, no solo es sinónimo de diplomacia -diálogo y negociación- sino que es un referente para pensar el mundo. Henry Kissinger es único en la conjunción de reflexión intelectual e historia con la plasticidad del hombre de acción. Siempre reflexiona sobre el significado de su acción y trata de ir más allá del flujo diario de información para adivinar las constantes detrás de la aparentemente caótica proliferación de eventos. Su faz académica e intelectual no se fundamenta en la teoría: es un europeo que aborda la realidad a partir de la historia. Posee un conocimiento de la historia en el tiempo largo y de las secuencias diplomáticas del pasado. Sus escritos originales demuestran una temprana inclinación por la historia. Es así que su tesis doctoral, escrita en 1950, se tituló El Sentido de la Historia: Reflexiones en torno a Spengler, Toynbee y Kant, y su ópera prima Un Mundo Restaurado: Metternich, Castlereagh y los Problemas de la Paz, 1812-1822. (1954). El eje central del pensamiento kissingeriano emerge tempranamente en su vida: en el abordaje de las relaciones internacionales: ninguna conclusión significativa es posible sin una conciencia del contexto histórico. No es un diplomático convencional. Es un profesor al que se le dio la oportunidad única de poner en práctica sus ideas y dar sentido a la historia. Porque la historia es para Henry Kissinger -como para Winston Churchill quien solía señalar: estudia historia, estudia historia; en la historia residen todos los secretos del arte de gobernar- la principal guía para la acción. Kissinger es, además, un realista en el sentido ontológico de la palabra, no en el aspecto de la teoría. Es una persona que mira constantemente el mundo tal como es, y no como él querría que fuera. Su método de acción se fundamenta en el análisis de las actuales circunstancias, no de los imaginarios, que conduce a la ceguera estratégica. Y esta esencia ontológicamente realista, que lo lleva a evolucionar e incorporar conocimientos económicos y tecnológicos. Su apetito intelectual lo ayuda a trascender su mirada esencialmente estatal de sus inicios para incorporar la dimensión disruptiva de la tecnológica, la ciencia y de la Inteligencia Artificial. Uno de sus últimos libros, escrito en el 2021, se llama La Era de la IA y Nuestro Futuro Humano; escrito conjuntamente con Eric Schmidt -ex CEO de Google- y Daniel Huttenloche – decano de la escuela de computación de MIT- es una moderna reflexión sobre la IA y las relaciones internacionales. Una de las mayores criticas que se le hacen a Henry Kissinger es su supuesta amoralidad en la toma de decisión. Más allá de la validez de esta crítica – que no comparto-, es importante resaltar que Kissinger siempre fue consciente del costo y de las consecuencias de las decisiones políticas, y de la necesidad de afrontarlas. A lo largo de los años que estuvo en la función pública, con dos presidentes de los EEUU -Richard M. Nixon y Gerald R. Ford Jr.-, como Consejero de Seguridad Nacional desde el 20 de enero de 1969 hasta el 3 de noviembre de 1975; y Secretario de Estado desde el 22 de septiembre de 1973 hasta el 20 de enero de 1977; y anteriormente como Representante no oficial de John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, abordó una amplia y sustantiva agenda: La apertura a China en 1972. Fin de la guerra de Vietnam: acuerdos de Paz de París de 1973. Inauguró lo que se llama shuttle diplomacy, novedoso método diplomático que ayudó a terminar la guerra de Yom Kipur (1973), y preparar el terreno para los Acuerdos de Camp Davis (1978, Jimmy Carter y Anwar el-Sadat y Menajem Beguin) En el marco de la Guerra Fría y con 37.000 armas nucleares apuntándose entre sí: Negoció el primer Tratado de Limitación de Armas Estratégicas (SALT 1,) y el Tratado sobre Misiles Antibalísticos. Asimismo, durante su gestión, los EEUU ratificaron el TNP, la Convención Internacional prohibiendo las Armas Biológicas y el Acta Final de Helsinki. En 1976, comienza negociaciones con los países africanos. Convence a África del Sur de presionar a Rhodesia para que en un plazo de dos años acepte el principio de mayoría negra. Pero más allá de su paso por dos administraciones, su pensamiento sigue vigente y es siempre un hombre de consulta. Su legado vivo es, sin lugar a dudas, una hoja de ruta teórica y práctica para todo presidente, canciller y diplomático. -Generar pensamiento estratégico dirigido a la acción. La falta de una clara estrategia lo hace a uno prisionero de los eventos. Tener una clara y definida estrategia, pero estar atento a los cambios a fin de reevaluar la estrategia, y decidir cómo y cuándo adaptar el nuevo enfoque a fin de resguardar los intereses nacionales. -Vinculos (linkages): relacionar los eventos entre sí. No se puede reducir la política internacional a un conjunto de negociaciones, enfrentando estas negociaciones como si fueran un fin en sí mismo. Se corre el riesgo de deslizarse en concesiones y de ajustes, en donde se olvida lo que es el núcleo de la negociación. -Conjetura: se actúa siempre con un conocimiento insuficiente de los hechos, ya que, si espera a que se conozcan todos los hechos, será demasiado tarde para cambiarlos. El arte del decisor es encontrar el momento adecuado para actuar. Se paga el mismo precio por hacer algo a medias que por hacerlo completo -Trabajo previo: El secreto de toda negociación es una meticulosa preparación. No se puede improvisar, por lo tanto, es imprescindible la idoneidad. -Zoom In hacia nuestra propia estrategia y Zoom Out hacia la contraparte. -Liderazgo: tener carácter y coraje. (Como bien decía Charles de Gaulle, el carácter es la virtud de los tiempos difíciles). Se puede contratar gente inteligente; no se puede contratar carácter. -Temporalidad: Evitar que lo inmediato oscurezca lo importante. -Leer a la contraparte: tratar de entender lo que la otra parte está tratando de lograr porque al final de una negociación uno debe tener alguien que esté dispuesto a apoyar. De lo contrario, solo está negociando un armisticio. Ajustar el estilo negociador al interlocutor y a su historia cultural. Ver el interés nacional a la luz del interés nacional del otro. Si uno afirma sólo sus intereses, sin vincularlos a los intereses de los demás, nunca se podrá encontrar una solución sustentable. -Ambigüedad constructiva: Las negociaciones no son lineales. Los bloqueos se vuelven difíciles de romper. A veces los acuerdos pueden lograrse solo mediante fórmulas vagas, que dificulten la desautorización o el desacuerdo posteriores. -Persistencia, shuttle diplomacy: ir y venir entre las partes en conflictos, llevando propuestas, respuestas y mensajes; a veces esos mensajes son moldeados por el equipo para alentar el avance. En una era de proliferación de conflictos y de militarización de la diplomacia, parafraseando a John Lennon, démosle una oportunidad a Henry Kissinger.
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