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jueves, 11 de diciembre de 2025
Los modelos de IA utilizan material de artículos científicos retractados
Los tres ermitaños {Cuentos}
[Cuento - Texto completo.]
León TolstóiCuando oren no usen vanas repeticiones, como los paganos, porque éstos creen que serán atendidos hablando mucho. No los imiten, porque antes de que ustedes lo pidan ya el Padre de ustedes conoce sus necesidades.
San Mateo, Cap. VI, Ver. 7 y 8.
El arzobispo de Arkangelsk navegaba hacia el monasterio de Solovki. En el mismo buque iban varios peregrinos al mismo punto para adorar las santas reliquias que allí se custodian. El viento era favorable, el tiempo magnífico y el barco se deslizaba sin la menor oscilación.
Algunos peregrinos estaban recostados, otros comían; otros, sentados, formando pequeños grupos, conversaban. El arzobispo también subió sobre el puente a pasearse de un extremo a otro. Al acercarse a la proa vio un pequeño grupo de viajeros, y en el centro a un mujik1 que hablaba señalando un punto del horizonte. Los otros lo escuchaban con atención.
Se detuvo el prelado y miró en la dirección que el mujik señalaba y sólo vio el mar, cuya tersa superficie brillaba a los rayos del sol. Se acercó el arzobispo al grupo y aplicó el oído. Al verlo, el mujik se quitó el gorro y enmudeció. Los demás, a su ejemplo, se descubrieron respetuosamente ante el prelado.
-No se violenten, hermanos míos -dijo este último-. He venido para oír también lo que contaba el mujik.
-Pues bien: éste nos contaba la historia de los tres ermitaños -dijo un comerciante menos intimidado que los otros del grupo.
-¡Ah!… ¿Qué es lo que cuenta? -preguntó el arzobispo.
Al decir esto se acercó a la borda y se sentó sobre una caja.
-Habla -añadió dirigiéndose al mujik-, también quiero escucharte… ¿Qué señalabas, hijo mío?
-El islote de allá abajo -repuso el mujik, señalando a su derecha un punto en el horizonte-. Precisamente sobre ese islote es donde los ermitaños trabajan por la salvación de sus almas.
-¿Pero dónde está ese islote? -preguntó el arzobispo.
-Dígnese mirar en la dirección de mi mano… ¿Ve usted aquella nubecilla? Pues bien, un poco más abajo, a la izquierda…, esa especie de faja gris.
El arzobispo miraba atentamente y, como el sol hacía brillar el agua, no veía nada por la falta de costumbre.
-No distingo nada -dijo-. Pero ¿quiénes son esos ermitaños y cómo viven?
-Son hombres de Dios -respondió el campesino-. Hace mucho tiempo que oí hablar de ellos, pero nunca tuve ocasión de verlos hasta el verano último.
El pescador volvió a comenzar su relato. Un día que iba de pesca fue arrastrado por el temporal hacia aquel islote desconocido. Por la mañana caminaba cuando distinguió una pequeñísima cabaña y cerca de ella un ermitaño, al que siguieron a poco otros dos. Al ver al mujik le dieron de comer, pusieron sus ropas a secar y lo ayudaron a reparar su barca.
-¿Y cómo son? -preguntó el arzobispo.
-Uno de ellos es pequeño, encorvado y viejísimo. Viste una sotana raída y parece tener más de cien años. Los blancos pelos de su barba empiezan a hacerse verdosos. Es sonriente y sereno como un ángel del cielo. El segundo, un poco más alto, lleva un capote desgarrado, y su larga barba gris tiene reflejos amarillos. Es un hombre tan vigoroso, que volvió mi barca boca abajo como si fuera una cáscara de nuez, sin darme tiempo ni a que lo ayudase. También está siempre contento. El tercero es muy alto: su barba, de la blancura del cisne, le llega hasta las rodillas; es hombre melancólico, tiene las cejas erizadas y sólo lleva para cubrir su desnudez un pedazo de tela hecho de corteza trenzada y sujeto a la cintura.
-¿Y qué te dijeron? -interrogó el prelado.
-¡Oh! Hablaban muy poco, aun entre ellos. Con una sola mirada se entendían inmediatamente. Yo pregunté al más alto si vivían allí desde hace mucho tiempo y él frunció las cejas y murmuró no sé qué en tono de enfado; pero el pequeño le cogió la mano sonriendo y el alto enmudeció. El viejecito dijo solamente:
“-Haznos el favor…
“Y sonrió.”
Mientras el pescador hablaba, el buque se había aproximado a un grupo de islas.
-Ahora se ve perfectamente el islote -dijo el comerciante-. Dígnese mirar Vuestra Grandeza -añadió extendiendo la mano.
El arzobispo miró una faja gris: era el islote. Quedó fijo durante largo tiempo, y luego, pasando de proa a popa, dijo al piloto:
-¿Qué islote es ese que se ve allá abajo?
-No tiene nombre, hay muchos como ese por aquí.
-¿Es cierto que en él, según se dice, están los ermitaños dedicados a trabajar por su salvación eterna?
-Así se dice, pero ignoro si es verdad. Los pescadores aseguran haberlos visto, pero también ocurre que se habla sin saber lo que se dice.
-Yo querría desembarcar en ese islote para ver a los ermitaños -dijo el prelado-. ¿Puede hacerse?
-No podemos acercarnos con el buque -repuso el piloto-. Hace falta para eso la canoa, y sólo el capitán puede autorizar que la botemos al agua.
Se avisó al capitán.
-Desearía ver a los ermitaños -le dijo el arzobispo-. ¿Podría llevarme allá?
El capitán trató de disuadirlo de su propósito.
-Es muy fácil -dijo- pero vamos a perder mucho tiempo. Casi me atrevería a decir a Vuestra Grandeza que no valen la pena de ser vistos. He oído decir que esos viejos son unos estúpidos, no comprenden lo que se les dice y en punto a hablar saben menos que los peces.
-Pues a pesar de todo deseo verlos; pagaré lo que sea, pero disponga que me lleven a donde se encuentran.
Ya no había nada que decir. Se hicieron los preparativos necesarios, se cambiaron las velas, el piloto viró de bordo y se singló hacia la isla. Se colocó a proa una silla para el arzobispo que, sentado en ella, miraba el horizonte, y todos los pasajeros se reunieron a proa para ver también el islote de los ermitaños. Los que tenían buena vista distinguían ya las piedras de la isla y mostraban a los demás la pequeña cabaña. Bien pronto uno de ellos vio a los tres ermitaños.
El capitán trajo el anteojo y miró, entregándoselo en seguida al arzobispo.
-Es verdad -dijo-, a la derecha, junto a una gran piedra, se ven tres hombres.
A su vez el arzobispo enfocó el anteojo en la dirección indicada y vio, en efecto, a tres hombres, uno muy alto, otro más bajo y el último pequeñito. De pie, junto a la orilla, estaban cogidos de la mano.
El capitán dijo al prelado:
-Aquí tiene que detenerse el buque. Ahora, si quiere Vuestra Grandeza, debe bajar a la canoa y anclaremos para esperarlo.
Se echó el ancla, se cargaron las velas y el buque comenzó a oscilar. Fue botada al agua la canoa, saltaron a ella los remeros, y el arzobispo bajó por la escala.
Una vez abajo, se sentó sobre un banco a popa, y los marineros, a golpes de remo, se dirigieron al islote. Pronto llegaron a tiro de piedra. Se veía perfectamente a los tres ermitaños: una muy alto, casi desnudo, salvo un pedazo de tela atado a la cintura y formado de cortezas entretejidas; otro más bajo, con su caftán desgarrado, y luego el más viejo, encorvado y vestido con sotana. Los tres estaban cogidos de la mano.
Llegó la canoa a la ribera, saltó a tierra el arzobispo, bendijo a los ermitaños, que se deshacían en saludos, y les habló de este modo:
-He sabido que aquí trabajan por la eterna salvación, ermitaños de Dios, que ruegan a Cristo por el prójimo; y como, por la gracia del Altísimo, yo, su servidor indigno, he sido llamado a apacentar sus ovejas, he querido visitarlos, puesto que al Señor sirven, para traerles la palabra divina.
Los ermitaños permanecieron silenciosos, se miraron y sonrieron.
-Díganme cómo sirven a Dios -continuó el arzobispo.
El ermitaño que estaba en medio suspiró y lanzó una mirada al viejecito.
El gran ermitaño hizo un gesto de desagrado y también miró al viejecillo.
Éste sonrió y dijo:
-Servidor de Dios, nosotros no podemos servir a nadie sino a nosotros mismos, ganando nuestro sustento.
-Entonces ¿cómo rezan? -preguntó el prelado.
-He aquí nuestra plegaria: “Tú eres tres, nosotros somos tres…, concédenos tu gracia”.
En cuanto el viejecito hubo pronunciado estas palabras, los tres ermitaños elevaron su mirada al cielo y repitieron:
-Tú eres tres, nosotros somos tres…, concédenos tu gracia.
Sonrió el arzobispo y dijo:
-Sin duda han oído hablar de la Santísima Trinidad, pero no es así como hay que rezar. Les he tomado afecto, venerables ermitaños, porque veo que quieren ser gratos a Dios, pero ignoran cómo se le debe servir. No es así como se debe rezar: escúchenme, porque voy a enseñarles. Lo que van a oír está en la Sagrada Escritura de Dios, donde el Señor ha indicado a todos cómo hay que dirigirse a Él.
Y el arzobispo les explicó cómo Cristo se reveló a hombres, y les explicó el Dios Padre, el Dios Hijo y el Dios Espíritu Santo. Luego añadió:
-El Hijo de Dios bajó a la tierra para salvar al género humano, y he aquí cómo nos enseñó a todos a rezar: escuchen y repitan conmigo.
Y el arzobispo comenzó:
-Padre Nuestro…
Y uno de los ermitaños repitió:
-Padre Nuestro…
Y el segundo ermitaño repitió también:
-Padre Nuestro…
Y el tercer ermitaño dijo asimismo:
-Padre Nuestro…
-Que estás en los Cielos…
Y los ermitaños repitieron:
-Que estás en los Cielos…
Pero el ermitaño que se hallaba entre sus hermanos se equivocaba y decía una palabra por otra; el gran ermitaño no pudo continuar porque los bigotes le tapaban la boca, y el viejecito, como no tenía dientes, pronunciaba muy mal.
Volvió a empezar el arzobispo la plegaria y los ermitaños a repetirla. Se sentó el prelado sobre una piedra y los ermitaños formaron círculo a su alrededor, mirándolo a la boca y repitiendo todo cuanto decía.
Durante todo el día, hasta la noche, el prelado batalló con ellos diez, veinte, cien veces, repitiendo la misma palabra y con él los ermitaños. Se embrollaban, él los corregía y volvían a empezar.
El arzobispo no dejó a los ermitaños hasta que les hubo enseñado la plegaria divina. La repitieron con él, y luego solos. Como el ermitaño de en medio la aprendiera antes que los otros, la dijo él solo. Entonces el arzobispo se la hizo repetir varias veces y los otros dos lo imitaron.
Ya comenzaba a oscurecer y la luna surgía del mar cuando el arzobispo se levantó para volverse al buque. Se despidió de los ermitaños, que lo saludaron hasta el suelo, los hizo incorporarse, los besó a los tres, les recomendó que rogasen como les había dicho, se sentó sobre el banco de la canoa y se dirigió hacia el barco.
Mientras bogaban, seguía oyendo a los ermitaños que recitaban en voz alta la plegaria de Dios.
Pronto llegó el esquife junto al buque; ya no se oía la voz de los ermitaños, pero aún se les veía a los tres, a la luz de la luna, en la orilla, el viejecito en medio, el más alto a su derecha y el otro a su izquierda.
El arzobispo llegó al barco y subió al puente. Levaron anclas, largaron las velas, que el viento hinchó, y el buque se puso en movimiento, continuando el interrumpido viaje.
Se instaló a popa el prelado y allí se sentó, siempre con la vista fija en el islote. Aún se veía a los tres ermitaños. Luego desaparecieron y no se vio más que la isla. Pronto esta misma se perdió en lontananza y sólo se veía el mar brillando a la luz de la luna.
Se acostaron los peregrinos y todo enmudeció en el puente; pero el arzobispo no quiso dormir aún. Solo en la popa, miraba al mar en la dirección del islote y pensaba en los buenos ermitaños. Recordaba la alegría que experimentaron al aprender la oración y daba gracias a Dios por haberlo llamado en ayuda de aquellos hombres venerables, para enseñarles la palabra divina.
Así pensaba el arzobispo, con los ojos fijos en el mar, cuando de pronto vio blanquear algo y lucir en la estela luminosa de la luna. ¿Sería una gaviota o una vela blanca? Mira más atentamente y se dice: de fijo es una barca con una vela, que nos sigue. ¡Pero qué rápidamente marcha! Hace un instante estaba lejos, muy lejos, y hela aquí ya muy cerca. Además, es una barca como no se ve ninguna y una vela que no parece tal…
Sin embargo, aquello los persigue y el arzobispo no puede distinguir qué cosa es. ¿Será un barco, un pájaro, un pez? También parece un hombre, pero es más grande que un hombre, y además, un ser humano no podría andar sobre el agua.
Se levantó el arzobispo, fue a donde estaba el piloto y le dijo:
-¡Mira! ¿Qué es eso?
Pero en aquel momento ve que son los ermitaños que corren sobre el mar y se acercan al buque. Sus blancas barbas despiden brillante fulgor.
Al volverse el piloto deja la barra espantado y grita:
-¡Señor!, los ermitaños nos persiguen sobre el mar y corren sobre las olas como sobre el suelo.
Al oír estos gritos se levantaron los pasajeros y se precipitaron hacia la borda, viendo todos correr a los ermitaños, teniéndose unos a otros de la mano, y a los de los extremos hacer señas de que se detuviera el barco.
Aún no se había tenido tiempo de parar cuando alcanzaron el buque, llegaron junto a él y levantando los ojos dijeron:
-Servidor de Dios, ya no sabemos lo que nos has hecho aprender. Mientras lo hemos repetido nos acordábamos, pero una hora después de haber cesado de repetirlo se nos ha olvidado y ya no podemos decir la oración. Enséñanos de nuevo.
El arzobispo hizo la señal de la cruz, se inclinó hacia los ermitaños y dijo:
-¡La plegaria de ustedes llegará de todos modos hasta el Señor, santos ermitaños! No soy yo quien debe enseñarles. ¡Rueguen por nosotros, pobres pecadores!
Y el arzobispo los saludó con veneración. Los ermitaños permanecieron un momento inmóviles, luego se volvieron y se alejaron rápidamente sobre el mar.
Y hasta el alba se vio una gran luz del lado por donde habían desaparecido.
FIN
“Три Старца”,
Нива, 1885
1. Mujik: Campesino ruso.
Nota: Esta cuento también se ha publicado con el título “Los tres staretzi”.
jueves, 4 de diciembre de 2025
Ya esta en venta en España y Amazon {Sinopsis del Libro}
El libro Reconciliación son las memorias del rey emérito Juan Carlos I, donde repasa su vida desde su nacimiento en el exilio en 1938 hasta su retiro en Abu Dabi en 2020. En ellas reivindica su papel en la Transición española, admite errores personales y políticos, y busca dejar su versión de la historia.
📖 Contenido principal del libro
Nacimiento y juventud en el exilio Nació en Roma en 1938 y vivió en Portugal antes de ser tutelado por Franco. Reconoce cierta simpatía hacia el dictador, aunque se presenta como artífice de la transición democrática.
La Transición y la democracia Se reivindica como figura clave en el paso de la dictadura a la monarquía parlamentaria tras la muerte de Franco en 1975. Afirma que la Corona española “reposa enteramente” en él.
Errores y polémicas Admite haber cometido “errores” y no ser “un santo”, pero asegura no arrepentirse. Reconoce “desvíos sentimentales” (infidelidades), aunque insiste en que muchas acusaciones son ficticias. Sin citar directamente a Corinna Larsen, admite que una relación fue “instrumentalizada” con graves consecuencias para su reinado.
Relaciones familiares Dedica el libro a su familia, pero omite a la reina Letizia, con quien reconoce una relación complicada. Habla de su esposa Sofía con afecto, aunque reconoce desavenencias. También se refiere a su hijo Felipe VI, al que considera un buen rey pese a tensiones personales.
Exilio y situación actual Desde 2020 reside en Abu Dabi tras los escándalos financieros y personales. Explica que siente que le han “robado” su historia y que escribe estas memorias para dejar su versión y dirigirse especialmente a los jóvenes, pidiéndoles que apoyen a Felipe VI.
🎯 Temas clave
| Tema | Lo que dice Juan Carlos I |
|---|---|
| Democracia | Se reivindica como artífice de la Transición. |
| Familia | Dedicatorias a todos menos a Letizia; afecto por Sofía y apoyo a Felipe VI. |
| Errores | Reconoce fallos, infidelidades y polémicas, pero sin arrepentimiento. |
| Exilio | Explica su salida a Abu Dabi y su deseo de regresar a España. |
| Legado | Afirma que la Corona “reposa en él” y que su historia fue distorsionada. |
✨ En resumen
Reconciliación es un intento del rey emérito de reivindicar su legado histórico y personal, reconociendo errores pero defendiendo su papel en la democracia española. Es un relato polémico, con confesiones sobre su vida privada y tensiones familiares, que busca dejar su versión frente a las críticas y escándalos que marcaron sus últimos años.
lunes, 1 de diciembre de 2025
Los adolescentes se lanzan a usar la inteligencia artificial para estudiar sin control de padres ni profesores
Alberto, de 48 años, se quedó desconcertado hace unas semanas. Al abrir el ordenador de su hija Paula, de 12, alumna en un instituto público del centro de Valencia, vio que la niña le había pedido a la Inteligencia Artificial (IA) de Google que le hiciera un resumen de un cuento de Óscar Wilde que él sabía que tenía que leer para clase de Lengua. Y que, además, le pusiera los personajes principales, y preguntas como las que podrían aparecer en un examen de primero de la ESO. Alberto interrogó a su hija, y ella le aseguró que había leído el cuento hacía más de un mes, que tenía el examen al día siguiente, y que, como se había dejado el libro en el instituto, lo había buscado para repasar. “Acepté su explicación porque es muy buena estudiante, pero la verdad es que me quedé preocupado. Igual suena ingenuo, pero no lo había visto venir”, comenta.
Escenas como la que describe Alberto (cuyo nombre y el de su hija se han cambiado para proteger a la menor) se repiten en miles de hogares españoles, asegura María Sánchez, presidenta de Ceapa, la gran confederación de familias de la enseñanza pública, que aglutina a más de 12.000 asociaciones de madres y padres de alumnos (Ampas) de colegios e institutos. Empezando por su propia casa, dice. Los niños, a finales de la primaria, y sobre todo los adolescentes se han lanzado a usar en casa la IA para estudiar sin supervisión del profesorado ni de los progenitores, de una forma que en ocasiones consiste en una ayuda productiva y otras muchas en una externalización del esfuerzo intelectual. Un cambio ante el que las familias no saben cómo actuar. “Las madres y los padres nos transmiten preocupación, porque la mayoría no tienen, o mejor dicho, no tenemos, conocimientos suficientes para guiarles ni controlar su uso. Una parte ni siquiera sabe que la IA a veces se equivoca”, dice Sánchez. En respuesta a esa inquietud, su entidad acaba de terminar una guía, que presentará en diciembre, que trata de orientar a progenitores y chavales sobre los riesgos y oportunidades educativas de la nueva tecnología.
En los últimos meses se han publicado diversos sondeos, de calidad dispar y con diferencias en los rangos de edad, sobre cuánto se ha extendido el uso de la IA para estudiar entre los alumnos, que arrojan cifras que van de más del 40% a más del 80%. El dato oficial más reciente, la Encuesta sobre equipamiento y uso de tecnologías de la información y comunicación (TIC) en los hogares publicada el 20 de noviembre por el INE, señala que el 59% de la población de 16 a 24 años ya la utiliza con tal fin.
Directamente a los chavales
Uno de los principales problemas del uso escolar de la IA en niños y adolescentes, señala la presidenta de Ceapa, es que su rápida expansión no está respondiendo a un plan pensado por las administraciones educativas para mejorar el aprendizaje de los menores. Sino a una carrera de empresas privadas, “movidas por interés económico”, que no han ido a llamar a la puerta de los departamentos de enseñanza, los centros educativos, el profesorado o los progenitores, sino directamente al usuario final, los alumnos, que solo en España, entre primaria y secundaria, suman seis millones. “Nos está pasando lo mismo que con las redes sociales”, afirma Sánchez.
La cuestión genera preocupación y también “controversia” en Affac, la mayor entidad de familias catalanas ―que no forma parte de la estatal Ceapa y reúne a otras 2.400 Ampas―, admite su directora, Lidón Gasull. “En mi opinión no se trata de oponerse a la Inteligencia Artificial, pero sí de poner límites, regular, y ser muy cuidadosos, porque hablamos de una población especialmente vulnerable, y no tenemos información ni control sobre el impacto real que su uso puede tener en su proceso de aprendizaje. Pero en estos temas la administración siempre va muy por detrás de la realidad”, afirma. Hasta el pasado diciembre, el Gobierno no publicó un informe de recomendaciones sobre el uso de pantallas en centros educativos y redes sociales en menores, y de momento, las administraciones educativas españolas no tienen una regulación de la IA en materia educativa, aunque Galicia prepara una normativa (orientada sobre todo al uso en el aula) y el Ministerio de Educación prevé abordar la cuestión en el futuro junto al Ministerio de Transformación Digital.
Uno de los principales argumentos a favor del uso profesional de la IA es que permite liberar tiempo de tareas poco relevantes para dedicarlo a otras verdaderamente importantes. El mismo razonamiento parece aplicable, hasta cierto punto, a los estudiantes de educación superior. En primaria y secundaria, en cambio, las tareas están pensadas ―o deberían estarlo― para que los chavales adquieran conocimientos y habilidades durante el proceso de hacerlas, de modo que ese ahorro productivo predicado en general sobre la IA resulta mucho menos evidente.
Tarjetas, mapas y podcast que ayudan a estudiar
Dejando de lado lo que la nueva tecnología puede hacer por los docentes, que parece bastante ―desde ayudarles con las engorrosas tareas administrativas a asistirles en la detección temprana de alumnos con dificultades de aprendizaje―, que se enmarcan en el uso profesional de la IA, los expertos señalan que los chavales pueden usarla de dos formas muy distintas. Pidiéndole que haga los trabajos o lea los libros por ellos, lo cual acabará teniendo probablemente consecuencias cognitivas perniciosas, y también será negativo para sus calificaciones, ya que, a medida que la inteligencia artificial se extienda, lo previsible es que las formas de evaluación también cambien para volverse más presenciales. O, utilizándola con un enfoque activo, que suponga aplicar técnicas que la ciencia ha mostrado que funcionan a la hora de aprender.
Este segundo tipo de uso positivo es el que destaca Ben Gomes, director de Aprendizaje y Sostenibilidad de Google, en un despacho de la sede de Google DeepMind en Londres, al término de un foro sobre IA aplicado al aprendizaje organizado a mediados de noviembre al que la compañía estadounidense invitó a asistir a EL PAÍS. Por ejemplo: introducir en la aplicación de IA un documento, digamos un tema de Historia, y pedirle que cree flashcards (tarjetas con preguntas y repuestas al estilo del Trivial) o cuestionarios, dos de las formas clásicas de ejercitar la evocación (rescatar de la memoria lo aprendido), que, según han acreditado diversas investigaciones mejora el desempeño educativo. O también, pedirle que cree mapas mentales con dicho contenido, o incluso un podcast con el tema, para que el estudiante pueda escucharlo, por ejemplo, mientras camina o hace deporte. Aplicaciones como NotebookLM, ChatGPT o Le Chat permiten algunas o todas esas cosas.
Con o sin control parental
Las compañías que se están volcando en la IA educativa tienen entre sus prioridades, prosigue Gomes, el llamado “aprendizaje guiado”, aplicaciones (o utilidades dentro de las que ya existen) que adoptan “un estilo más socrático de interacción, con más elementos visuales, y preguntas al final, que no le da al estudiante la respuesta directamente, sino que le hace esforzarse un poco primero”. El directivo de Google asegura que su compañía ha decidido no implantar en su sistema de aprendizaje guiado (Gemini) algún tipo de control parental (o docente) que impida a la aplicación dar a los estudiantes la resolución del ejercicio, sino solo pistas y ejemplos de cómo hacerlo, para evitar que “se frustren” y dejen de usar la aplicación (y quizá, aunque eso no lo dijo, se marchen a la competencia).
La idea de la IA como mentor del alumnado sin pin parental tiene, sin embargo, un obstáculo de partida, advierte Dennis Mizne, director general de la Fundación Lemann, una entidad sin ánimo de lucro que ofrece apoyo educativo a más de 600.000 estudiantes brasileños al mes. “La cuestión es: ¿Quién ha dicho que los alumnos quieren un tutor o un profesor particular? Porque, en la práctica, el gran problema que vemos a la hora de aplicar muchas tecnologías educativas es el bajísimo compromiso de los estudiantes. La inmensa mayoría no busca constantemente formas de aprender más, ni tiene una motivación intrínseca alta. Los que sí la tienen son, de hecho, la excepción”.
Mizne, que se formó en las universidades de Sao Paulo, y ha pasó más tarde por las de Columbia y Yale, cree que el tipo de estudiantes muy motivados por aprender más están, ya de adultos, sobrerrepresentados en las empresas punteras que están desarrollando la IA educativa, y eso les lleva a pensar que el grueso de los estudiantes aprovecharán la oportunidad de tener un tutor personal. “Pero no es así. La mayoría no le pedirá al chatbot que les explique algo, o le ayude a entenderlo paso a paso. Lo que harán será intentar acelerar el proceso. Decirle: Haz mi tarea, escribe mi redacción, resuelve este ejercicio… Y eso no va a generar niños mejor educados y preparados”.
Resistencia de la escuela
Mizne, como las presidentas de las confederaciones de Ampas españolas, cree por ello que los gobiernos deberían regular las aplicaciones de IA educativas, y que estas deben desarrollarse de la mano de expertos en educación, incluidos directores de centros educativos, docentes, y también familias. Para reducir los riesgos que acompañan a estas aplicaciones, y también para conseguir que se adapte a la escuela, una institución que ha demostrado ser capaz de resistirse con éxito a la incorporación de otras tecnologías que en su día también parecieron llamadas a revolucionar la enseñanza, como los ordenadores personales, internet y los dispositivos móviles.
Las aplicaciones de la inteligencia artificial en educación plantean, por otro lado, un riesgo de naturaleza muy distinta, apunta la profesora de Ciencia Política de la Universidad de California, en San Diego, Agustina Paglayán, autora de Raised to Obey: The Rise and Spread of Mass Education (Criados para obedecer: el ascenso y la expansión de la educación de masas, publicado este año en EE UU, sin traducción al castellano). Paglayán muestra en su investigación que la creación de los sistemas educativos de masas, sobre todo a lo largo del siglo XIX, de los que los actuales son herederos directos, no respondió a “ideales democráticos, a la industrialización, ni a la meta de promover el conocimiento o erradicar la pobreza”, sino que se implantaron con “un objetivo político de formar ciudadanos obedientes como parte de un proyecto más amplio de formación y consolidación del Estado nacional”. Empezó haciéndolo Prusia en el siglo XVIII, y lo fueron siguiendo a lo largo de los siglos siguientes el resto de países europeos, americanos, asiáticos y africanos. Las herramientas con las que el Estado ha contado históricamente a la hora de adoctrinar ―en el sentido de enseñarle a alguien a aceptar un conjunto de creencias sin cuestionarlas, al margen del contenido de dichas ideas―, eran, sin embargo, mucho más limitadas que lo que ahora dibuja la IA, señala la profesora.
Actores poderosos
Los medios con los que han contado hasta ahora los gobiernos han sido básicamente los libros de texto y su capacidad para influir en la formación y contratación de los docentes. Pero estos siempre han retenido, en mayor o menor medida, cierto grado de autonomía, dice Paglayán, nunca han sido un calco de lo que el Estado quería que fueran. “Incluso en sistemas autoritarios, los maestros muchas veces han cuestionado los libros de texto, exponiendo a los alumnos a perspectivas diferentes. La IA les da, en cambio, una herramienta mucho más directa de llegar a los estudiantes, con un software que no solo expone al estudiante a determinado conjunto de creencias sino que, si el estudiante hace preguntas cuestionándolas, una y otra vez puede volver a reiterarlas y enfatizarlas”. El peligro potencial de reducción del pensamiento crítico, añade Paglayán, no procede ahora solo de los Estados, sino de otros actores poderosos, como los dueños de aplicaciones privadas de IA.
Los entrevistados para este artículo coinciden en que el alumnado debe recibir formación escolar sobre un uso adecuado y crítico de la inteligencia artificial. Se trata, apuntan, de una tecnología con gran capacidad tanto para potenciar el aprendizaje como para socavarlo, y si la escuela se limita a darle la espalda se abrirá otra brecha entre aquellos cuyos familias puedan guiarlos y los que no. En tanto se consigue o no aprobar una regulación basada en lo que más beneficie a niños y adolescentes, Rebecca Winthrop, directora del Centro de Educación Universal de la estadounidense Institución Brookings ―que, como Dennis Mizne y Agustina Paglayán, participó en el foro sobre la IA organizado por Google―, propone adoptar un “uso minimalista de la IA”. Un decálogo que apuesta por decantarse por soluciones no digitales en todos aquellos casos en que no haya pruebas claras de que es mejor recurrir a la tecnología. Por optar, en caso de que sí sean útiles, por las tecnologías menos invasivas. Y por tener en cuenta, a la hora de elegir entre varias opciones, aquellas que impliquen menos coste y menos impacto ambiental, un terreno en el que la IA tiene mucho margen de mejora.
