lunes, 29 de mayo de 2023

EL TORDO

 

 

Recorre los campos en grandes bandadas en las que participan muy pocas hembras. Es manso, confiado, cae con facilidad en las tramperas y vive perfectamente en cautiverio.

Le gusta posarse y pasear sobre el lomo de los caballos y las vacas. La mayor parte del día está alrededor de ellos, los acompaña mientras pastorean buscando en las huellas que dejan las pisadas insectos y larvas -su alimento- que aparecen en la tierra recién removida.

Es haragán, lo dice una copla:

Haragán y robanidos al tordo suelen llamar, y el tordo escucha y se calla porque sabe que es verdad.

No se toma el trabajo de hacer nido; duerme, igual que los vagabundos, donde lo ataja la noche cobijándose en un alero o en un árbol.

La hembra no empolla los huevos, se los regala a la calandria, al hornero, a la tijereta, al chingolo, a la ratona y a veces, por apurada, se equivoca y los deja en un nido abandonado.

Al tordo le gusta el baile y por andar bailando no tuvo tiempo de construir su casa.

Una vez, hace miles de años, cuando los pájaros terminaban de aprender a volar e iban a enseñarles a edificar su vivienda, las vizcachas ofrecían una fiesta.

Un pirincho, mientras tomaba sol en la rama seca de un algarrobo, vio que una vizcacha iba y venía y siempre terminaba por detenerse en el mismo sitio. En una de las vueltas le preguntó:

- ¿Qué le ocurre? ¿Se le ha perdido algo?

La vizcacha se detuvo, levantó la cabeza y al ver al pirincho le respondió:

- Me parece que soy yo la que se ha perdido.

Hizo una pausa y siguió hablando:

- Tenía que encontrarme con mis compañeros a la orilla del arroyo y creía que era aquí, cerca de esta piedra, donde nos hemos reunido tantas veces.

- Están allá abajo, entre unos sauces -informó el pirincho- y un ratito antes de que usted llegara, pasó por aquí un vizcachón que me saludó con mucho cariño.

- Y que seguramente lo habrá invitado para la fiesta.

- ¿De qué fiesta me está hablando?

- ¡Cómo! ¿No lo invitaron? ¡Es imperdonable semejante olvido! ¡No invitar al pirincho!

- Sigo sin entender. No sé de qué fiesta me habla.

- Amigo mío, escuche… Hoy justamente tenemos que reunirnos para ultimar los preparativos. ¡y ésa sí que será fiesta! Nadie faltará pasado mañana a la noche.

- Creo que irán ustedes y los murciélagos solamente.

- ¿Por qué?

- ¡Qué ocurrencia! ¡Hacer una fiesta de noche!

- ¿Y cuándo cree usted que se hacen las fiestas? -preguntó la vizcacha.

- De día y bien de día, cuando el sol está justo en la mitad del cielo.

-¡Por favor! No me haga reír. Las fiestas, todas las grandes fiestas, se hacen de noche y son más lindas, compañero, si la luna está grande y redonda como estará pasado mañana. Y me imagino que usted no ha de faltar.

- ¡Quién sabe! -respondió el pirincho- Sin sol para mí no hay fiesta.

- Queda invitado. No falte -volvió a decir la vizcacha-. Habrá de todo lo que se pida: música, baile y gran comilona y todavía, por si le interesa, se le dará un premio al que baile más y mejor.

Antes que terminara de hablar la vizcacha apareció un tordo.

- ¿Quién dijo música, baile y gran comilona? ¿Quién dijo que dan un premio al mejor bailarín? - preguntó el tordo mientras se acomodaba al lado del pirincho.

-Yo -contestó la vizcacha.

- Y ¿dónde será esa gran comilona con música, baile y premio? -preguntó nuevamente el tordo.

- Una fiesta que haremos en las vizcacheras pasado mañana -respondió la vizcacha.

- Pasado mañana por la noche -añadió el pirincho con intención de desanimar al tordo.

- ¿Qué importa si es por la noche, por la mañana o a la tarde? -dijo el tordo- . Fiestas de veras son las que saben durar mañana, tarde y noche, y dos días seguidos, y tres, y diez.

- ¡Lindo el tordo! ¡Me gusta por lo animoso! exclamó la vizcacha y agregó - : Recién decía el pirincho que las fiestas deben hacerse al mediodía.

- ¡Qué sabe el pirincho de fiestas! -habló el tordo-. Qué puede saber el pobrecito si siempre anda temblando de frío, buscando el calor del sol igual que las lagartijas.

- Es mejor no abrir el pico para decir sonseras -gritó el pirincho ofendido.

El tordo se largó a reír y dijo:

-No hay que enojarse, amigo; se amarga la vida. Cante y esté contento y cuando lo inviten a una fiesta no diga nunca que no. ¡Viva el baile! ¿Acaso hay algo más lindo que bailar?

Un zorzal, una viudita y un chingolo se detuvieron en la rama del algarrobo. La vizcacha aprovechó para invitarlos a la fiesta. Invitó a uno por uno y el chingolo, la viudita y el zorzal, agradecieron la atención de la vizcacha. No podían asistir a la fiesta. Los tres se disculparon:

-No podemos; nos están enseñando a hacer el nido.

Dieron otra vez las gracias y se alejaron.

- ¿Ha oído? Sólo los murciélagos y los sapos irán a su fiesta - sentenció el pirincho y voló a la copa de un tala.

Y el tordo consoló a la vizcacha:

- No le haga caso. Yo invitaré a mis amigos y esté segura que la fiesta va a ser de esas que no se olvidan así no más… Ya verá usted.

Y se separaron.

El tordo se pasó el día buscando pájaros para llevar a la fiesta de las vizcachas. Ninguno quiso acompañarlo. Todos estaban ocupados en la misma tarea: aprendiendo a hacer el nido.

- ¿Nido para qué? -se preguntaba el tordo. ¿Qué hay que aprender? ¿No es fácil entretejer pajitas y colgarlas de un árbol?

La noche del baile, el tordo y su compañera fueron los primeros invitados en llegar. Ella de pardo, él de negro.

Una vizcacha y un vizcachón salieron a recibirlos:

- Pasen la torda y el tordo - dijeron.

Después empezaron a caer las parejas. Vinieron los grillos y las ranas y en seguida sonó la música.

El tordo se puso a dar vueltas en una patita, sacudiendo las alas y gritando:

- ¡Vivan mi abuela y el baile!

Él y su señora no perdieron una pieza en toda la noche. Bailaron hasta cansar a los músicos.

Al amanecer, les dieron el premio. Se hizo justicia. Lo ganaron en buena ley.

Cuando terminó la fiesta, los pájaros habían aprendido a hacer su casa; menos ellos, los tordos, que en vez de trabajar, de juntar yuyos y plumas - porque con plumas y yuyos iban a edificar su vivienda -, estuvieron bailando. Y hoy duermen en cualquier parte, en un árbol o en el suelo, entre raíces y piedras.

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