jueves, 20 de febrero de 2020
Cuentos chinos…
“Hace más de dos mil años, subió al trono el primer emperador de la dinastía Qin. Implacable y despótico con el pueblo, ordenó construir la Gran Muralla para proteger su imperio de posibles ataques. Por todo el país, hombres y mujeres eran arrastrados por la fuerza para construir esa gigantesca obra. Día y noche, trabajaban duramente y apenas manifestaban cansancio por los pesados fardos de tierra y ladrillos que cargaban. Castigados a latigazos y humillados por los guardias, padecían de hambre y vestían andrajos. Nadie podía decir cuántos morían diariamente en la construcción. Entre estos seres desdichados, había un muchacho llamado Wan Xi Liang que acababa de casarse con una joven llamada Meng Jiang. Desde que se despidiera con gran tristeza de su marido, la joven no volvió a tener noticias de él.
No podía soportar su pena al pensar en los sufrimientos que su esposo padecía por culpa de ese maldito emperador. Los meses pasaron y no tenía noticias de su amado Wan. La mujer se enteró de que allí, en la Gran Muralla, situada al norte del imperio, hacía tanto frío que apenas si se podían sacar las manos de los bolsillos. Se apresuró a confeccionar ropa y calzado guanteados para que su esposo se defendiera del inclemente frío de ese lugar y marcho a buscarlo.
Tardó mucho en llegar a la Gran muralla. La joven caminaba cada día a lo largo de la construcción, preguntando a todos si sabían dónde trabajaba su querido esposo, pero nadie sabía nada. A su paso, observaba la palidez y la flacura de los hombres. A veces encontraba cadáveres tendidos en el suelo. Pero ella no perdía la esperanza y seguía caminando día tras día preguntando a los obreros. Y siguió así hasta que llegó al paso Shanghaiguan, el final de la muralla que da paso al mar. Al darse cuenta de que era el final y su marido había muerto agotado por el trabajo, rompió a llorar.
Y lloró tanto en el paso de Shanghaiguan que sus lágrimas desplomaron 400 km de la Gran Muralla, encontrando así los huesos de su marido muerto. Y así fue como unas simples y tristes lágrimas fueron capaces de derrumbar la Gran Muralla China” Anónimo
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