Amazon Prime

Kindle

martes, 2 de marzo de 2021

Grace Paley .- Amigas

 Amigas

Para aliviarnos, para apaciguar nuestros corazones mientras ella agonizaba, nuestra

querida amiga Selena dijo: La vida, después de todo, tampoco ha sido tan espantosa.

Os aseguro que he disfrutado de unos años maravillosos con ella.

Señaló a una niña que asomaba de un retrato colgado en la pared: cabello largo y

castaño, pichi blanco, cabeza y hombros erguidos.

Era impaciente, dijo Susan. Ann cerró los ojos.

En la misma pared había una fotografía de tres niñas en el patio de un colegio. Iban

cogidas de la mano y parecían discutir con calor. Justo en el centro de la mesa camilla,

enmarcada, entre colores otoñales, una elegante joven de dieciocho años sobre un

imponente caballo; era una consumada amazona, y tenía un aire altivo y seguro de sí

mismo. Una noche esa joven, la hija de Selena, fue encontrada muerta en una pensión

de una ciudad lejana. Llamó la policía. Dijeron: ¿Tiene una hija que se llama Abby?

Y también con él, dijo nuestra amiga Selena. Pasamos buenos momentos Max y yo,

eso ya lo sabéis.

No había fotografías de él. Se había casado con otra mujer, y tenía otra robusta

niña de unos seis años, a la que jamás le ocurriría nada malo, pensaba su madre.

Nuestra querida Selena se levantó de la cama. Pesadamente, pero con un gracioso

vaivén, arrastraba los pies hacia el baño mientras cantaba «Qué tiempos aquéllos,

amigo mío…».

Después, aquella misma tarde, Ann, Susan y yo padecíamos el viaje de cinco horas

en tren hacia casa. Tras una hora de silencio y otra de café y bocadillos que Selena nos

había dado para el viaje (mientras los preparaba necesitó apoyar su pesado cuerpo

minado contra la mesa de la cocina), Ann dijo: Bueno, no volveremos a verla.

¿Quién sabe? De todas formas, daos cuenta de una cosa, dijo Susan. Abby no es la

única que ha muerto. ¿Qué me decís de aquel estupendo chaval, Bill Dalrymple, os

acordáis? ¿Era objetor de conciencia o desertor? Y Bob Simon. Muertos en accidentes

de coche. Matthew, Jeannie, Mike. Y acordaos de Al Lurie —asesinado en la calle

Sexta—, y de la pequeña Brenda, muerta por sobredosis en la azotea de tu casa, Ann.

Supongo que tenéis tendencia a olvidar. La gente no suele recordar.

¿Qué quieres decir con «la gente»?, preguntó Ann. Estás hablando con nosotras.

Yo empecé a disculparme por no conocerles a todos. Casi todos ellos eran mayores

que mis hijos, dije.

Aunque, claro, la pequeña Abby encajaba perfectamente dentro del tiempo y el

espacio que me eran accesibles: el parque, el colegio, nuestra calle. ¡Pero, oh, era

cierto! La Abby de Selena no era la única de esa querida generación de nuestros hijos

muerta en accidente de automóvil o arrebatada de entre nosotros por la guerra, las

drogas, la locura.

El mayor problema de Selena, dijo Ann…, veréis, ella no nos ha contado la verdad.

¿Qué?

Unas cuantas palabras bien sinceras y acaloradas tienen la suficiente fuerza, opina

Ann, como para expulsar de su vida todos los errores químicos de Dios y las rastreras

mentiras de la sociedad. Todas, mis amigas y yo, creíamos en esa fuerza, pero es que a

veces ese calor…

En todo caso, siempre estuve convencida de que Selena nos había contado muchas

cosas sobre sí misma. Por ejemplo, sabíamos que era huérfana. Había otros seis o siete


niños. Ella era la menor. Tenía cuarenta y dos años cuando alguien le contó que su

madre no había muerto en el parto. La causa había sido una terrible enfermedad. Y ella

había vivido pegada al cuerpo de su madre —a su pecho, mejor dicho— hasta que

cumplió ocho meses. ¡Caray!, dijo Selena. ¡Qué alivio! Siempre creí que la había

matado yo.

Qué mierda de familia la tuya, le dijimos. No te escatimaron sufrimientos.

Oh, la gente, dijo. Olvidadlo. También hicieron mucho por mí. Por mí y por Abby.

Olvidadlo. ¿De qué vale acordarse de eso?

A eso es a lo que me refiero, dijo Ann. Selena tendría que haberlos perseguido con

un hacha.

Más información: las dos hermanas de Selena la llevaron a un hospicio. Se

avergonzaban de no poder hacerse cargo de ella con dieciséis y diecinueve años. No

paraban de abrazarla. Estaban seguras de que lloraría. La llevan a su habitación —no

una habitación, sino un dormitorio con unas ocho camas aproximadamente—. Ésta es

tu cama, Lena. Esta mesa es para tus cosas. Este cajoncito es para tu cepillo de dientes.

¿Todo para mí sola?, pregunta. ¿Nadie más puede usarlo? ¿Solamente yo? ¿Nadie

más? ¿Artie no puede venir? ¿Franky no puede venir? ¿De verdad?

Creedme, dijo Selena, los del hospicio fueron tiempos felices.

Hechos, dijo Ann, nada más que hechos. No necesariamente la verdad.

No me parece que esté bien quejarse del carácter de los moribundos o sacar sus

trapos a relucir. ¿Acaso no es motivo de suficiente asombro la valentía que exige una

comunidad tan cerrada, íntima e intencional?

No serviría de nada no ser valiente, dijo Selena. Ya lo veréis.

Quería volver a la cama. Susan se ofreció a ayudarla.

Gracias, dijo nuestra Selena, y se apoyó en otra persona por primera vez en toda su

vida. El problema es que cuando me levanto me duele toda la espalda. No tienen

modo de arreglarlo. Ni con quimioterapia. Ya no me queda química para la terapéutica.

¡Ja! ¿Sabíais que antes de venir a Nueva York y de conoceros, yo trabajaba en un

hospital? Era la supervisora de ginecología. Enfermera, vaya. Los médicos eran mis

amigos. Por entonces no eran tan presumidos. David Clark, un gran cirujano. Cuando

vino, la semana pasada, no se atrevió a mirarme. Sólo decía: Lena… Lena…, en ese

tono. Estuvimos en el norte de África el mismo año; en el 44, creo. Le dije, Davy, ya

llevo trajinando demasiado tiempo. Tampoco es que me haya perdido gran cosa. Él lo

sabe. Pero no quise hacer que me mirara. ¡Uf! Estos malditos pies me hacen perder los

estribos.

Las últimas investigaciones, dijo Susan, dicen que son los estribos los que pierden a

los pies.

Siempre se entera una de algo nuevo, dijo Selena, nuestra querida amiga.

Camino de la cama se detuvo ante su escritorio. Encima había esparcidas cerca de

veinte fotos: la recién nacida, la niña, la joven. Toma, me dijo, quédate con ésta. Es una

foto de Abby y tu Richard delante del colegio, ¿iban a tercero? ¡Vaya día! ¡El

espectáculo que montaron esos chicos! ¡Menuda pandilla! ¿Qué hace Richard ahora?

¡Oh, cualquiera sabe! Estará trotando por algún sitio. En España. Ahora toca

España. ¡Cualquiera sabe por dónde anda! Todos son iguales.

¿Por qué tuve que decir eso? Sabía perfectamente dónde estaba. Me escribe.

Además, encontró una cabina estropeada desde donde estuvo llamando todos los días


durante una semana, sobre todo para hacerle encargos a su hermano, pero también

para decir: ¿Estás bien, mamá? ¿Qué tal tu nuevo novio? ¿Todavía te sonríe?

Todos los chicos son iguales, dije.

Creo que fue sólo por delicadeza por lo que no arrojé la luminosa y alborotada cara

de mi hijo a aquella tarde en penumbra. Con doce o trece años, Richard solía decirme:

Como esclavos nos venderías con tal que Selena pudiera seguir siendo inocente y feliz.

En efecto. Cada vez que Selena decía: No sé, pero Abby tiene unos amigos bien raros,

yo le replicaba con este necio consuelo: Tendrías que ver los de Richard.

El caso es que está en España, dijo Selena. Al menos, sabes eso. Seguro que es

interesante. Aprenderá mucho. Richard es un chico excelente, Fe. Se hace el

sabihondo, pero no lo es. La noche que Abby murió, cuando la policía me llamó para

avisarme, ¿sabes qué? Pues que ésa fue la primera noche en dos años que pude

dormir. Y es que sabía dónde estaba.

Selena habló sin inmutarse; todo aquello le cupo en dos frases.

Pero Ann, al oírla, dijo: ¡Oh! —una exclamación de la que nos hizo a todas

partícipes—, y comenzó a sollozar. La franqueza de Selena fue a clavársele como una

flecha directamente en el corazón.

Siguió un profundo suspiro para enjugar las lágrimas: Yo también quiero una foto,

dijo.

Sí. Sí, espera. Tengo una por aquí. Abby y Judy y ese chico hispano, Víctor. ¿Dónde

está? ¡Ah! ¡Aquí!

Tres chicos de nueve años estaban en el parque, encaramados al sicomoro de

largas ramas, meciendo las piernas sobre una sufrida cabeza: cabello largo y oscuro,

con raya en medio. ¿No era la cabeza de Kitty?

Nuestra querida amiga se rió. Otro día espléndido, dijo. ¿O no fue así? Recuerdo

cómo les ibais detrás a los hombres vosotras dos. En aquel entonces yo tenía uno, o

eso creía. Vaya bobada. Toma, llévatela. Tengo dos copias. Pero tendrías que

ampliarla. Cuando la mires, acuérdate de mí. ¡Ja, ja, ja! Bueno, chicas, disculpad, quise

decir señoras, ya es hora de que me vaya a descansar.

Se agarró del brazo de Susan y prosiguió la terrible marcha hacia su cama.

No nos movíamos. Teníamos un largo viaje por delante, pero habíamos esperado

poder partir algo más aliviadas.

No, dijo. No vais a conseguir más que perder el tren expreso. Además, no me

encuentro tan mal. Tengo un montón de calmantes. ¿Veis?

La mesa estaba repleta de frasquitos.

Todo lo que quiero es acostarme y pensar en Abby.

Era cierto, el tren correo podía suponernos dos horas más de viaje. Miré a Ann. A

ella le había costado mucho trabajo venir. Pese a todo, no podíamos movernos.

Permanecíamos allí, en fila delante de Selena. Tres viejas amigas. Selena apretó los

labios y dio a sus ojos una expresión glacial.

Conozco esa cara. Una vez, ya hace años, cuando los chicos aún eran chicos, la

puso con toda modestia ante J. Hoffner, el director de la escuela primaria.

Él había dicho: ¡No! Sin una preparación específica no puede ser tutora de esos

chicos. Los problemas son serios. Es preciso saber cómo enseñar.

Nuestra Asociación de Padres había decidido ofrecer una tutoría personal para los

niños hispanos, que estaban en manos de profesores agotados, y hacinados en aulas

abarrotadas de arribistas pequeñoburgueses. El señor Hoffner había dicho, primero en


una comunicación escrita, para mostrar seriedad, y luego en un encuentro personal,

para demostrar seriedad, que no podía permitirlo. La propia junta de profesores había

dicho que no. (Tantos noes iban a dar lugar a terribles acontecimientos en los colegios

y barrios de nuestra pobre ciudad tan necesitada de síes.) Pero casi todas las mujeres

de nuestra asociación eran independientes; por necesidad y por temperamento.

Éramos, en efecto, las almas candorosamente tenaces de la anarquía.

Aquel año yo tenía los viernes libres. A eso de las once de la mañana evitaba el

despacho del director y subía corriendo hasta la cuarta planta. Me llevaba a Robert

Figueroa al fondo del vestíbulo, y allí practicábamos el arte de contarnos cuentos

durante unos veinte minutos. Después escribíamos las letras del alfabeto que unos

extranjeros astutos inventaran hace mucho para burlar el tiempo y la distancia. Aquel

día Selena y su testaruda expresión permanecieron al menos dos horas en el despacho.

Por fin, el señor Hoffner, asediado, dijo que dado que ella era enfermera, se le

permitiría colaborar llevando a los más pequeños a aquellos lavabos tan modernos y

complicados. Algunos de esos niños, dijo, acaban de llegar de los bárbaros montes de

más allá de Maricao. Selena dijo que sí, que se encargaría de eso. Y en los lavabos se

dedicó entonces a enseñar a las niñas cómo debían limpiarse, tal y como había hecho

con su pequeña un par de años antes. Luego, hacia las tres, se los llevaba a su casa y

les daba galletas y leche. Los alumnos que inauguraron aquel año comieron galletas en

la cocina de Selena hasta que terminaron el último curso.

Ahora bien, ¿qué fue lo que aprendimos el año aquel de mis viernes por la tarde

libres? Lo siguiente: Que si bien no podemos cambiar el mundo charlando con los

niños de uno en uno, podemos, al menos, conocerlo.

El hecho es que ahora Selena grababa en nuestra mirada, para recuerdo

permanente, aquella valiosa y testaruda expresión suya. Dijo: No. Hacedme caso. Por

favor. No tengo demasiado tiempo. Lo que quiero…, lo que quiero es acostarme y

pensar en Abby. Sólo eso. Únicamente pensar en ella, ¿entendéis?

En cuanto subimos al tren, Susan se quedó dormida. De vez en cuando se

despertaba, debido al tremendo zarandeo de que éramos objeto por la velocidad de

las nuevas ruedas y la resistencia de los viejos raíles. Una de esas veces abrió los ojos

de par en par y dijo: ¿Sabéis qué os digo?, que Ann tiene razón. Una no cae enferma

porque sí. Quiero decir que ni tan siquiera le nombró.

¿Y por qué tendría que haberlo hecho? Si no le ha vuelto a ver, dije. Sigues

pensando que siempre tiene que haber un hombre detrás de todo, Susan, como tantas

mujeres.

¿Ah, sí? ¿Y tú no? En todo caso, a él se le veía a menudo por allí. Iba casi a diario

cuando murió la niña.

Abby. No me gustaba que se dijera «la niña». Había que decir «Abby», al igual que

decíamos «Selena», de manera que los nombres tomaran cuerpo y vigor para caer por

su propio peso sobre el mundo.

Verás, Abby era una chica estupenda. Fue compañera de Richard hasta que

terminaron la secundaria. Fue siempre una chica de gran corazón, inmensamente

buena (tratándose de una niña, quiero decir). Y lista.

Desde luego, dijo Ann, buenísima. Le quitó a Selena hasta la camiseta.

Naturalmente, todos, chicas y chicos, eran estupendos.

Chrissy sí que es estupenda, dijo Susan.


En efecto, dije.

Los niños que tienen hermanos mayores y menores no suelen serlo, pero ella lo es.

Se costeó sola los estudios —yo no tenía un céntimo—, y ahora le han dado una beca.

Además, nunca ha dejado que los chicos le hagan cochinadas. No es de ésas.

Ann avanzó tambaleándose por el pasillo en dirección al baño. Antes de levantarse

había dicho: Oh, sí, todos ellos, sencillamente, son es-tu-pen-dos.

Yo quería a Selena, dijo Susan, pero jamás llegó a franquearse del todo conmigo. A

lo mejor se confió más a vosotras, y os habló de cosas. De hombres.

Luego volvió a quedarse dormida.

Ann se sentó frente a mí. Me miraba fijamente con los ojos casi cerrados, lo cual

suele connotar acusación.

Ten cuidado. Estás echando a perder el mohín de tu risa, le dije.

Vete a la mierda. No haces más que reírte de los demás. ¿Te das cuenta de que no

sé dónde está Mickey? Claro, tú has tenido suerte. Siempre la has tenido. Desde niña.

La mimada de papá y mamá.

Como es norma en las discusiones, dije un par de cosas en voz alta y me reservé

otras tantas observaciones sistematizadas para la reflexión interior y la ecuanimidad.

Pensé: Pero si ni siquiera conoce a mis viejos. Y también: Qué manera tan ruin de

hablar. ¿Suerte? ¿No es eso casi un insulto?

Dije: Annie, solamente tengo cuarenta y ocho años. Me queda un montón de

tiempo para ser totalmente desgraciada; mientras viva, claro está.

Luego intenté tocar madera, pero los asientos eran de felpa y los respaldos de

plástico. ¡Madera!, grité. ¡Por favor, un trozo de madera! ¿No hay nadie aquí que

tenga un fósforo?

Oh, cierra la boca, dijo. En todo caso, la muerte no es lo que cuenta.

Traté de imaginarme un par de desgracias tan irreversibles como la muerte. Cierto

es, sin embargo, que mi vida no tiene ni punto de comparación con la de ella: un hijo,

un chico de quince años, que se diluye delante de tus propios ojos en medio de una luz

o unas tinieblas que le pertenecen, y de donde ni las caricias ni los golpes consiguen

sacarlo. Si gritas: Vuelve, vuelve, no volverá. Mickey, Mickey, Mickey, chillamos una

vez, como si estuviera a veinte kilómetros cuando en realidad estaba delante de

nosotras en una silla de la cocina. Pero se negó a volver. Y cuando lo hizo, doce horas

más tarde, fue para marcharse inmediatamente a California.

Bueno, a mí también me han ocurrido desgracias, dije.

Dime una. Que naciste mujer. ¿No es eso?

Ahora era ella quien se burlaba de mí, ya que aludía a una vieja discusión sobre

feminismo y judaísmo. Lo cierto es que, desde el prisma de los ismos, esas dos

cuestiones deben contemplarse juntas de vez en cuando.

Verás, dije, mi madre murió hace un par de años, y eso todavía me duele. Cada vez

que me viene a la mente la palabra Mamá se me corta la respiración. La añoro. Tú

deberías entenderlo. Tu madre tiene setenta y seis años. Has de reconocer que es una

dicha tenerla contigo todavía.

Se encuentra muy enferma, dijo Ann. Está entre la vida y la muerte.

Preferí no describir la muerte de mi madre. Podría haberlo hecho para que Ann se

sintiera todavía peor. Pero opté por reservarme ese relato para cuando volviera a

atacarme. Las convulsiones de su espíritu la oprimían cada vez más. Probablemente,

estaba a punto de nacer una gran enemistad.


Los ojos de Susan se abrieron. La muerte o agonía de un ser querido o cercano

suele volver irritable a la gente, afirmó. (Va a un curso de relaciones e interrelaciones).

Técnicas para el Trato Personal y en Comunidad, así es como se titula mi seminario. Se

trata de un curso formidable, digas lo que digas.

Mientras hablábamos, íbamos dejando atrás una serie de ciudades, que avanzaban

en dirección contraria. Había intentado ver New London a través de la opacidad de las

ventanillas. En aquel momento me estaba perdiendo New Haven. El revisor explicó,

sonriendo: Señora, si las ventanillas estuvieran limpias, la mitad de ustedes habría

muerto. Hay francotiradores a todo lo largo de las vías.

¿Os lo habéis creído? Odio que la gente hable de ese modo.

A lo mejor exagera, dijo Susan, pero no se te ocurra limpiar la ventanilla.

Un hombre se asomó desde el pasillo. Señoras, dijo, yo sí que lo creo. Conforme a

lo que he oído decir sobre esta zona del país, no me parece improbable.

Susan se volvió para ver si merecía la pena entablar una discusión política.

Ya os habéis olvidado de Selena, dijo Ann. Todas, todas la hemos olvidado. Luego

celebraremos un bonito funeral, cada una de nosotras se pondrá de pie y dirá unas

palabras, y después la volveremos a olvidar; para siempre. ¿Tú qué dirás en la

ceremonia, Fe?

No deberías hablar así. Todavía no se ha muerto, Annie.

Sí, está muerta, dijo Ann.

Al día siguiente supimos que, con más o menos una o dos horas de diferencia, Ann

había acertado. Fue una combinación —dijo David Clark, el cirujano— de la

enfermedad que la tenía al borde de la muerte y de todos los frasquitos que llenaban

su mesita de noche.

¿Por qué te tomas todas esas hormonas?, le había preguntado Susan a Selena un

par de años antes. Estaban de visita en Nueva Orleans. Era martes de carnaval.

Oh, sobre todo, son vitaminas, dijo Selena. Además, quiero sentirme joven y bella.

E hizo una graciosa pirueta.

Susan dijo: Eso es absolutamente ridículo.

Pero Susan es siete u ocho años más joven que Selena. ¿Qué sabía ella? La gente

quiere sentirse joven y bella. Cuando se cruzan por la calle varones o hembras que se

están volviendo viejos, se miran mutuamente a la cara con cierto rubor. Es obvio que

quieren decirse: Discúlpame, no pretendía llamar tu atención sobre nuestra condición

de mortales sometidos a la gravedad. No era mi intención recordarte, querido amigo,

nuestro inminente desahucio, primero de la vitalidad, y luego de la vida. A lo que, en la

mayoría de los casos, los ojos del amigo replican cortésmente: No te preocupes,

querido. Apenas si lo he notado.

Afortunadamente, hace poco aprendí a escapar de ese profundo pozo de

melancolía. Cualquiera puede hacerlo. Es cosa de aferrarse a las raíces del más mínimo

futuro, a veces simples fragmentos de conversación. Hay quienes piensan, sin

embargo, que si uno no se hunde más y más cada vez, pierde el sentido de lo

profundo.

Susan, pregunté, ¿todavía ves a Ed Flores?

Ha vuelto con su mujer.

Has tenido suerte de que no te matara, dijo Ann. Yo jamás haría el tonto con un

chico hispano. Todos tienen una mujerona en su barrio.


No, dijo Susan, ella no es de las típicas. La conocí en una reunión. Tuvimos una

agradable charla. Luisa es una mujer excelente. Es una de las que llevan la asociación

de oficinistas de la que os hablé. Dice que sólo lo necesita dos años más. Porque en su

barrio hace falta que alguien cuide de las niñas. Y es que, definitivamente, ése no es un

buen barrio. Él es un buen padre, pero no un gran marido.

A buen entendedor pocas palabras bastan.

Bueno, ya me conocéis. Yo no necesito marido. Me gusta tener a un hombre cerca.

Me horroriza pasarme sin él. Pero fijaos en esto. Ella, Luisa, me susurra al oído el otro

día: Suzie, susurra, si dentro de dos años sigues queriéndole, te prometo que será

tuyo. Y la verdad es que para entonces puede que todavía le quiera. Ahora no tiene

más de cuarenta y cinco años. Aún le quedan muchos bríos. Dentro de dos años yo

tendré el título. Chrissy ya se habrá marchado de casa.

¡Dos años! Dentro de dos años estaremos todos muertos, dijo Ann.

Yo sabía que no se refería a nosotras. Se refería a Mickey. A ese chico suyo

seguramente terminarán matándolo en un antro o un prostíbulo cualquiera de

Chicago, Nueva Orleans o San Francisco. Estoy en una ciudad grande y hermosa, dijo

cuando llamó el mes pasado. A su lado, Nueva York parece un cubo de basura.

¿Dónde? ¡Mickey!

¡Ja, ja, ja!, dijo, y colgó.

Un día de éstos lo detendrán por vagancia, trapicheo, pequeños hurtos o,

simplemente, por gritar palabrotas bajo la ventana de un honesto ciudadano. Entonces

Ann tomará o no el avión a la ciudad para sacarle del aprieto, según la confluencia del

estado de sus finanzas y el consejo del psiquiatra.

¿Cómo está Mickey?, había dicho Selena. Fue, en realidad, lo primero que dijo en

cuanto entramos, solemnes y desconcertadas, en su diáfana habitación, invadida por

las luces y las sombras de los cimbreantes árboles del patio. Dijimos, cada una a su

modo: ¿Cómo te encuentras, Selena? Y ella dijo: Bueno, lo primero es lo primero.

Hablemos de cosas importantes. ¿Cómo está Richard? ¿Cómo está Tonto? ¿Cómo está

John? ¿Cómo está Chrissy? ¿Cómo está Judy? ¿Cómo está Mickey?

No quiero hablar de Mickey, dijo Ann.

Venga, háblanos de él; habla de él, dijo Selena, y cogió la mano de Ann. Pensemos

todas en él antes de que sea demasiado tarde. ¿Cómo comenzó todo? ¡Oh, por el amor

de Dios, habla de él!

Susan y yo éramos lo bastante discretas para mantener la boca cerrada.

Nadie lo sabe, nadie sabe nada. ¿Por qué? ¿Dónde? Todo el mundo tiene una idea,

teorías, escribe artículos. Pero nadie sabe nada.

El tono de Ann no era gimoteante, sino severo. No se iba a rendir a la ternura de

Selena, pero ahora estaba mucho más cómoda en su silla gracias a la mención del

nombre de Mickey por parte de Selena. Yo observaba. Era interesante. Ann aspiraba y

espiraba con fuerza, tal y como nos habían enseñado a hacer en nuestra clase de yoga

de los jueves por la noche. Estaba capacitada para relajar un poco su cuerpo.

Avanzábamos sobre los carriles de la hondonada que llaman la Park Avenue del

Bronx. Susan, de espaldas a nosotras, hablaba con el hombre sentado al otro lado del

pasillo. Le explicaba que la guerra de Vietnam aún no había terminado, y que no

terminaría —por lo que a ella concernía— mientras no reparáramos los diques que

habíamos bombardeado y pagáramos algunos de los desastres ecológicos que

habíamos provocado. Él no lo entendía así. Hemos pagado con cincuenta mil vidas


americanas, nuestros propios chicos, dijo. Nos preguntó si estábamos de acuerdo con

Susan. Totalmente, dijimos.

Ustedes no tienen pinta de hippies. Sonrió. Luego, su rostro cambió de expresión.

Desde mi condición de ducha fisonomista, concluí que estaba pensando: Aventura a la

vista. Puede que hubiera topado con un filón de la vieja contracultura representado

por tres porfiadas damas de izquierdas. Ése era el perfil simpático de su cara. El otro

era el del marido fugitivo de conquista en Nueva York.

Me gustaría volver a verla, le dijo a Susan.

¿Ah, sí? Bueno, venga a cenar pasado mañana. Sólo estarán en casa dos de mis

chicos. Tiene usted que hacer al menos una comida decente en Nueva York.

¿Chicos? Su cara parecía reflexionar. Gracias. Por supuesto, dijo. Iré.

Ann murmuró: No tiene remedio. Ha vuelto a caer.

Venga, Susan hace bien, dije. Para mí que está en el ajo. ¿Eso está mal?

Sí que es pesado este viaje, dijo Ann.

Por fin nos adentrábamos en las tinieblas que dan acceso a la Estación Central.

Estamos irritables, le explicaba Susan a su nuevo compañero. Nos sentimos

molestas con nuestra amiga Selena porque se muere. El motivo es que queremos que

esté a nuestro lado cuando nosotras nos estemos muriendo. Todas necesitamos una

madre o alguien que la supla y que nos acomode la almohada en el instante final, y

contábamos con que ella fuera esa persona.

Entiendo perfectamente lo que quiere decir, dijo él. Le gustaría tener a alguien al

lado. Un poco de revuelo, digamos.

Algo parecido. ¿No es así, Fe?

Tardo siempre un poco en adaptarme a su estilo de interpelar en público. Estuve

de acuerdo. Sí.

El tren paró bruscamente, en medio de una rechinante agonía de tecnologías

contrapuestas.

Correcto. Incorrecto. ¿A quién le importa?, dijo Ann. No tenía que morirse. Lo ha

estropeado todo.

Oh, Annie, dije.

¿Queréis callaros de una vez? Las dos, dijo Ann, que casi nos rompe las rodillas al

abrirse paso entre nosotras y acto seguido salir del tren.

Luego Susan, en su papel de guía turística de Nueva York, comenzó a contarle a

aquel hombre todos nuestros problemas: el error del World Trade Center, Westway, el

deterioro del sur del Bronx, la rabia en Williamsburg. Y juntos subieron por la escalera

mecánica, anticipando con su parloteo la intimidad de la tarde y, a lo mejor, el placer

de la noche.

Cuando llegué a casa, Anthony, el menor de mis hijos, dijo: Hola, acabas de

perderte a Richard. Está en París. Tuvo que llamar a cobro revertido.

¿A cobro revertido? ¿Desde París?

Notó la tristeza de mi expresión y me preparó una de las infusiones que usan los de

su grupo para apaciguar su naturaleza desbordante. Desea de veras mejorar mi

excelente salud y estado anímico. Sus amigos tienen un libro que dice que si una

persona se alimentara como es debido, podría vivir eternamente. Quiere que yo haga

la prueba. Cree, además, que la extinción del género humano, cerebro y encantos

incluidos, ocurrirá estando él vivo.


Sobre las once y media salió a disfrutar de los placeres de la vida nocturna de sus

dieciocho años.

A las tres de la mañana me encontró fregando el suelo y ocupada en pequeñas

reparaciones domésticas.

¿Más té, mami?, preguntó. Se sentó para hacerme compañía. Está bien, Fe. Sé que

te sientes muy mal. Pero ¿cómo es que Selena jamás supo lo de Abby?

Anthony, dime, ¿qué diablos sé yo de ti?

Venga, hacía falta ser ciego. Yo era apenas un bebé, y me di cuenta. Te lo juro,

mamá.

Escucha, Tonto. Abby, en el fondo, estaba bien. Como lo oyes. Aún ignoras todo lo

que el entorno puede hacer de una persona.

Ya vuelves con sus santurronerías: nada que objetar a este mundo perfecto,

maravilloso. Enseguida dirás que la gente es encantadora y que el mundo está tan bien

hecho y acabado que la Union Carbide jamás conseguirá acabar con él.

En mi vida he dicho cosas tan optimistas. Y, además, ¿para qué añadir a todo lo

que nos ha hecho saber este triste día, Tonto, a las tres de la mañana, el estado del

mundo?

A la noche siguiente Max llamó desde Carolina del Norte. ¿Cómo está Selena?

Salgo para allá, dijo. Tengo una cita a primera hora de la mañana. Voy a cancelar todas

las demás.

A las siete de la mañana llamó Annie. Acababa de cepillarme los dientes. Ha sido

penoso, dijo. Todo el maldito asunto. No me refiero a Selena. Hablo de nosotras. En el

tren. Ninguna de vosotras dos me parecía real.

¿Real? ¿Realidad? ¡Uf! Oye, ¿por qué no vienes a desayunar? No tengo que salir

hasta después de las nueve. Tengo un delicioso pastel de centeno, ¿te animas?

No, dijo. Oh, Dios santo, no. ¡No!

Recuerdo los ojos de Ann y el sombrero que llevaba el día que nuestras miradas se

cruzaron por vez primera. Nuestros bebés acababan de salir chillando del cajón de

arena sobre sus piernas todavía inexpertas. Los cogimos en brazos. Y sobre sus

arenosas cabezas, sonreímos. Creo que entonces se selló un pacto, al menos tan útil

como el voto que todas juramos a unos maridos con los que ya no estamos casadas. La

mirada retrospectiva, que, por lo general, menospreciamos, acaso sea tan valiosa

como la previsión, en cuanto que sólo contempla cierto número de hechos.

Entre tanto, el mundo de Anthony —una cosa pobre, densa, indefensa— sigue

dando vueltas y más vueltas. La vida y la muerte están aferradas a su superficie e

incrustadas en sus partes más blandas.

Era justo que él llamara mi atención sobre sus penas y peligros. Era justo que

desafiara mi sentido de la responsabilidad. Pero también era justo que yo inventara

para mis amigas y nuestros hijos una crónica acerca de estas muertes singulares y del

estado de nuestras perennes ataduras.

lunes, 1 de marzo de 2021

El confinamiento elevó el número de lectores de libros a su máximo histórico

 



por Julio Alonso Arévalo

La Federación de Gremios de Editores de España ha presentado hoy el informe Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España en un acto que ha tenido lugar en el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes.

Según el Barómetro de Hábitos de Lectura, los índices de lectura en España siguen mejorando y el porcentaje de lectores en 2019 alcanzó un 68,7% de la población, que supone un aumento del 1,8 respecto al año anterior. Queda aún un algo porcentaje de población que no lee libros (31,5%), que se incrementa entre quienes no tienen la lectura como un hábito en su tiempo libre y, que aseguran que la principal razón es, precisamente, la falta de tiempo.

• Los índices de lectura en España siguen mejorando, el porcentaje de lectores de libros alcanza el 68,5 por ciento de la población. Desde 2010 se ha producido una mejora de 8,2 puntos en los índices de lectura.

• El 62,2 por ciento de los españoles mayores de catorce años lee libros en su tiempo libre, cifra que ha mejorado un 5,2% desde 2010. Un 50 por ciento es lector frecuente, lee al menos una o dos veces por semana. Aunque mejoran las cifras, sigue habiendo un alto porcentaje de población que no lee libros nunca o casi nunca (37,8 por ciento).

• Mientras el principal motivo para la lectura sigue siendo el entretenimiento, la falta de tiempo sigue siendo la principal excusa de los no lectores para explicar su falta de hábito (49,1 por ciento).

• Seis comunidades autónomas se encuentran por encima de la media española. Madrid sigue siendo la
comunidad con mayor número de lectores en tiempo libre.

• Crece el porcentaje de lectores de libros en soporte digital hasta el 29,1 por ciento.

• La descarga gratuita sigue siendo la principal forma de obtención de los libros digitales. Más de la mitad de los entrevistados que se descargan libros electrónicos gratuitamente (59,6 por ciento) aseguran que saben distinguir cuándo una descarga no es legal.

• El 3 por ciento de la población escucha audiolibros, un 1,3 por ciento lo hace de manera frecuente.

• La lectura en niños es generalizada. A partir de los 15 años se observa una caída del número de lectores frecuentes hasta el 49,8 por ciento, si bien mejoran las cifras respecto a 2018.

• Jóvenes y mayores perciben la lectura como una actividad que “contribuye a tener una actitud más abierta y tolerante”, que “es una actividad emocionante y estimulante” y que “ayuda a comprender el mundo que nos rodea”.

• Aumenta ligeramente la proporción de compradores de libros (62,6% frente al 62,4% anterior) y algo más el número de libros comprados (11,5 frente a 10,3 libros)

• El servicio bibliotecario público mantiene su excelente valoración entre los españoles.• Mujer, mayor de 55 años, con estudios universitarios y que vive en un área urbana. Este es el perfil del lector frecuente en España.

• El 83% de estas mujeres leen libros al menos una vez a la semana. Así se desprende del Barómetro de Hábito de Lectura y Compra de Libros 2019 elaborado por la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), que cuenta con el patrocinio de la Dirección General del Libro y Fomento de la lectura del Ministerio de Cultura y Deporte y de CEDRO. En cuanto a los hombres, el perfil del lector frecuente sería el de un hombre de 55 años o más con estudios universitarios y que vive en área urbana.

• El 76,7% de los hombres con estas características sería lector frecuente de libros en su tiempo libre. El Barómetro, que analiza la evolución de los hábitos de lectura en España, muestra que el número de lectores de libros en España sigue creciendo.

• El 68,5 por ciento de los españoles mayores de catorce años lee libros. Esta cifra supone un incremento de 1,3 puntos porcentuales más que en 2018. Si echamos la vista un poco más atrás, el incremento sería de 8,2 puntos porcentuales desde 2010.

• También ha crecido el número de aquellos que leen en su tiempo libre, que alcanzan el 62,2 por ciento, frente al 61,8 por ciento de 2018 o frente al 57% que se registró en 2010.

• El porcentaje de lectores frecuentes, aquellos que leen al menos semanalmente, se ha incrementado un 0,7 por ciento con respecto a 2018 y en 6,3 puntos desde 2010, y ya supone el 50 por ciento de la población. Si bien se está produciendo una mejora significativa de las cifras de lectores, aún sigue habiendo un alto porcentaje de población que no lee libros (31,5 por ciento), que se incrementa entre quienes no tienen la lectura como un hábito en su tiempo libre 37,8 por ciento).

• El porcentaje de lectores de libros que leen todos los días en su tiempo libre se estabiliza en el 32 por ciento tras el aumento del año anterior, si bien, desde 2010 esta cifra se ha incrementado en 5,1 puntos. La media de libros leídos al año se sitúa en 10,9.

Julio Alonso Arévalo | febrero 28, 2021 a las 3:17 pm | Etiquetas: EspañaEstadísticasHábitos de lecturaLecturaLectura digital | Categorías: Animación a la lecturaLectura | URL: https://wp.me/p72Cm4-qCz

Ariel Montoya .- Señal del velo

 Como el vértigo de la espada

despuntando silencios,
tu ausencia
fragua insistente
revistiendo
calados entornos
ensangrentando
espirales sobre días y noches
cubiertas
por lamentables transparencias.

Veo tus ojos
-tempestad de luces-
desbandando sombras,
invadiendo
veranos y esperas,
volviendo con los míos
en las tejidas
gaviotas del atardecer,
en la copiosa
tanda de estrellas
contempladas en tu frente.

Tu pelo es la lluvia
Sobre tu espalda
chorrea
un voluptuoso calendario
de hebras y medusas
donde feliz
se pierde y enreda
la masculina
vela de mi entrega.

Tu ausencia
viene con la lluvia,
su velo
es un témpano abrazador
cayéndome
en las letras de tu nombre: Verónica.

Novedades Literarias en ePub

 

Se mujer para tu marido – Corín Tellado

Posted: 27 Feb 2021 11:38 PM PST

Se mujer para tu marido. Klaus, sencillo, apasionado y flexible; ella, fría, déspota y orgullosa… Solo eso los separaba, y la falta de cariño en Klaus, que se fue muriendo, ella lo sabía bien, a fuerza de la elegante frialdad de su esposa. De ella. —Di, Klaus —murmuró Ingrid, deteniendo sus pensamientos y no sabiendo explicarlos, aunque lo pretendiera. Porque de haber sabido, ella hubiera detenido la catástrofe matrimonial. Le hubiera dicho… Pero no era fácil decirle nada a Klaus..

La entrada Se mujer para tu marido – Corín Tellado apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

No me importa lo que digan – Corín Tellado

Posted: 27 Feb 2021 11:35 PM PST

No me importa lo que digan. —Basta, Fred. Estamos destapando todo tu pasado y esta mañana prefiero perder a los tres clientes que esperan ser recibidos, a dejar esto en suspenso. Esto que voy a decirte. —¿Aún más? —Mucho más. Ayer estabas en la discoteca bailando con una mujer como si la amases perdidamente. No, no, déjame terminar. Yo ya sé que no la amabas. Lo sé y no porque lo haya apreciado en tu forma de mirarla, porque se.

La entrada No me importa lo que digan – Corín Tellado apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

Lunes o martes. Cuentos y bosquejos – Virginia Woolf

Posted: 27 Feb 2021 11:31 PM PST

Lunes o martes: Cuentos y bosquejos. Lunes o Martes es el único libro de cuentos que Virginia Woolf publicó en vida y es un buen puerto de entrada a su obra. En estos cuentos y bosquejos existe una narrativa que experimenta con formas clásicas, a la vez que es un recordatorio de que un cuento no solo «cuenta una historia», sino que es un extracto de la realidad. Y que esa realidad oscila entre un mundo interior y el mundo exterior,.

La entrada Lunes o martes. Cuentos y bosquejos – Virginia Woolf apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

Caste: The origins of our discontents – Isabel Wilkerson

Posted: 27 Feb 2021 11:27 PM PST INGLÉS

Caste: The origins of our discontents. The Pulitzer Prize–winning, bestselling author of The Warmth of Other Suns examines the unspoken caste system that has shaped America and shows how our lives today are still defined by a hierarchy of human divisions. “As we go about our daily lives, caste is the wordless usher in a darkened theater, flashlight cast down in the aisles, guiding us to our assigned seats for a performance. The hierarchy of caste is not about feelings or morality..

La entrada Caste: The origins of our discontents – Isabel Wilkerson apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

No i jo – Delphine de Vigan

Posted: 27 Feb 2021 11:19 PM PST    CATALÁN

No i jo. Lou Bertignac té tretze anys: la seva família viu tancada en un silenci opriment, i a l’escola la seva intel·ligència precoç l’ha portat fins a una classe avançada. Incapaç d’establir cap relació, Lou passa la major part del temps col·leccionant paraules, somiant en un petó i observant les emocions dels altres en les estacions de tren. I és aquí, a la parisenca estació d’Austerlitz, on Lou troba Nolwenn, una jove sense sostre solitària i rebel, amb els.

La entrada No i jo – Delphine de Vigan apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

Poesía completa – Boris Vian

Posted: 27 Feb 2021 11:14 PM PST

Poesía completa. La escritura poética de Boris Vian (1920-1959) se extiende a lo largo de dos décadas, de los primeros años cuarenta hasta finales de los cincuenta. Tan sólo dos colecciones —Barnum’s Digest y Cantinelas en jalea— aparecen en vida del escritor. Los Cien sonetos que empieza a crear tal vez a finales de los años treinta y el primer lustro de los cuarenta son publicados en 1984 de la mano del editor Jean-Jacques Pauvert; los poemas agrupados en torno a No quisiera palmarla, lo.

La entrada Poesía completa – Boris Vian apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

Els afamats i els tips – Timur Vermes

Posted: 27 Feb 2021 11:06 PM PST     CATALAN

Els afamats i els tips. En un enorme campament de refugiats subsaharià, d’on tots volen fugir, apareix un grup d’alemanys disposats a fer, in situ, el nou reality-show que serà la sensació de la temporada. Mentrestant, a Alemanya, el primer ministre s’adona que el programa està agafant unes dimensions socials que implicaran aviat el ministeri d’afers exteriors… i tot es començarà a complicar encara més quan alguns dels refugiats, ajudats per la presentadora estrella, comencen a caminar en direcció a.

La entrada Els afamats i els tips – Timur Vermes apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

Obras – Lope de Vega

Posted: 27 Feb 2021 10:56 PM PST

Obras. Selección de obras de teatro de Lope de Vega, comentadas, notadas y dirigidas Ángel Valbuena Prats, con ilustraciones del pintor catalán Ismael Balanyá. Las obras seleccionadas son: «Porfiar hasta morir», «Peribáñez y el Comendador de Ocaña», «El mejor Alcalde, el Rey», «Fuente Ovejuna», «El caballero de Olmedo», «El castigo sin venganza», «La estrella de Sevilla» y «El villano en su rincón». Al celebrar este año el cuarto centenario del nacimiento de Lope de Vega, cada edición de su teatro,.

La entrada Obras – Lope de Vega apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

Un secret de l’Empordà – Imma Tubella

Posted: 27 Feb 2021 10:12 PM PST    CATALÁN


Un secret de l’Empordà. Agost de 1935. Carretera d’Albons a Viladamat. Un Rolls-Royce avança a tota velocitat i s’estavella. Al seu interior hi viatgen el príncep Mdivani i la seva amant, la baronessa Thyssen. Juliol de 1992. Dos homes que s’acaben de conèixer rememoren l’accident i el secret que s’hi amaga. La conversa desplega la història dels ocupants del cotxe i les seves relacions amb personatges del moment, com Sert o Dalí, i també les dues guerres mundials, la Guerra.

La entrada Un secret de l’Empordà – Imma Tubella apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

La ciudad invencible – Fernanda Trías

Posted: 27 Feb 2021 10:06 PM PST

La ciudad invencible. La ciudad invencible es una cartografía personal de Buenos Aires. Es en esta ciudad, y no en otra, donde una escritora uruguaya recibe la noticia de la muerte de su padre. Mientras recorre las calles, ella busca esquinas donde cultivar recuerdos que no se relacionen con «la Rata», el exnovio violento al que denunció por maltrato. Esta novela, en la que el vértigo del recién llegado se encuentra con nuevos afectos, es una forma de apropiarse de.

La entrada La ciudad invencible – Fernanda Trías apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

21 Secretos para mejorar sus finanzas – Brian Tracy

Posted: 27 Feb 2021 10:01 PM PST

21 secretos para mejorar sus finanzas. Cómo conseguir la independencia financiera con mayor rapidez y facilidad de la que nunca había imaginado. Este libro es la culminación de quince años de investigación, enseñanza y experiencia personal en el campo de los que han conseguido hacerse millonarios por sus propios esfuerzos. Estas páginas contienen las ideas y estrategias más importantes que he descubierto estudiando cientos de libros y miles de artículos sobre el tema de la acumulación de riqueza. Las ideas.

La entrada 21 Secretos para mejorar sus finanzas – Brian Tracy apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

El corazón de la fiesta – Gonzalo Torné

Posted: 27 Feb 2021 09:53 PM PST

El corazón de la fiesta. Después de heredar un enorme piso en el centro de Barcelona (una «indecencia inmobiliaria»), Clara Montsalvatges decide reconvertirlo en un espacio donde cuidar a amigas que pasan una mala racha, ya sea profesional, amorosa o de salud. El verano llega, el espacio se vacía y en el piso de enfrente se instala una pareja de vecinos misteriosos que no tardarán en entregarse a desagradables discusiones a gritos. Un poco por miedo a la violencia y.

La entrada El corazón de la fiesta – Gonzalo Torné apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

The Gates of Morning – H. De Vere Stacpoole

Posted: 27 Feb 2021 09:30 PM PST               INGLÉS

The Gates of Morning. The novel picks up a day or so after the events at the conclusion of The Garden of God. Dick Lestrange, son of Dicky and Emmeline Lestrange, is about fourteen or fifteen. He has come to love Katafa, a Spanish girl who is the adopted daughter of the Kanaka people of the island of Karolin, about forty miles from the island (Palm Tree) where his parents lived. Now she has brought him to her island, and due.

La entrada The Gates of Morning – H. De Vere Stacpoole apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

Viajes de Niebla – Pedro Sorela

Posted: 27 Feb 2021 09:24 PM PST

Viajes de Niebla. Los Viajes de Niebla son los que emprenden un conde anarquista y los otros personajes de esta novela de una orilla a otra del Atlántico, creando un triángulo, en los años centrales del siglo. Son también los viajes que hace el autor, siguiéndoles a través de idiomas, géneros y acentos que terminan conformando una misma escritura y un territorio todavía no apresado por mapas de ningún tipo. Si los nombres de países y ciudades solo parecen conocidos,.

La entrada Viajes de Niebla – Pedro Sorela apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

Ulls de gel – Carolina Solé

Posted: 27 Feb 2021 09:13 PM PST       CATALAN

Ulls de gel. La Cerdanya, mes de novembre. Plou de matinada i una boira densa cobreix el fons de la vall. El cos d’en Jaume Bernat, el terratinent mes poderós de la comarca, jeu inert sobre la terra gèlida d’una era. Entre els veïns, totes les sospites apunten a la Dana Prats: la seva família manté un litigi generacional amb la família Bernat per un assumpte de terres. Assetjada, la Dana demana ajuda a la seva amiga d’infància, l’advocada Kate.

La entrada Ulls de gel – Carolina Solé apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

El tigre y la duquesa – Jordi Solé Comas

Posted: 27 Feb 2021 09:08 PM PST

El tigre y la duquesa. Una novela urbana, adictiva y trepidante. La nueva revelación del thriller en castellano. La inspectora Elsa Giralt está hecha unos zorros. De ser la primera de la clase ha pasado a ver como su marido la dejaba por su mejor amiga y su compañero quedaba tetrapléjico tras un tiroteo en el que ella cree que pudo haber hecho algo más. Demasiado castigo para alguien que no había hecho nada para merecerlo. Así que, ahora, Elsa busca el.

La entrada El tigre y la duquesa – Jordi Solé Comas apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

Me gustaría estar contigo – Corín Tellado

Posted: 27 Feb 2021 08:28 PM PST

Me gustaría estar contigo. —¿Por qué ese empeño tuyo en que no se sepa que Burt está ciego, Clark? —No quiere él. —¿Y por qué esa rabia a las mujeres jóvenes? —Tampoco lo sé. —Pero a él le gustan las mujeres. —Fuera de su trabajo, su oficina… su ambiente. Además es posible que sea más el ruido que las nueces. Si he de decirte verdad, lo vi borracho muchas veces, diciendo una serie de barbaridades rarísimas. Pero con mujeres… no.

La entrada Me gustaría estar contigo – Corín Tellado apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

El padre de Desi – Corín Tellado

Posted: 27 Feb 2021 08:22 PM PST

El padre de Desi. Noto también que Desi no tiene el amor de su padre, y que la niña, a sus seis años, sufre en silencio el despego de su padre. A veces se pasan semanas sin que le veamos, y si Desi, al verlo llegar, corre hacia él, míster Milman la mira, la besa en la frente, dice escuetamente: «Hola, Desi», y sigue su camino hacia su despacho, hacia sus habitaciones, hacia la biblioteca. Viaja mucho. A veces se.

La entrada El padre de Desi – Corín Tellado apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

Jezabel, el precio del pecado – Frank G. Slaughter

Posted: 27 Feb 2021 08:13 PM PST

Jezabel, el precio del pecado. La figura central de esta novela es la mítica Jezabel, reina ambiciosa y bellísima, cuyos encantos hacen arder de pasión a los hombres y que tiene dominada la voluntad del rey, su esposo. Es el símbolo del mal, la encarnación del Diablo, la perfidia, en cuyas redes está a punto de caer un joven príncipe de Judea. Una acción apasionante, una intriga que se sigue sin desmayo y una narración que cautiva por su habilidad.

La entrada Jezabel, el precio del pecado – Frank G. Slaughter apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.

Sinaia – Jordi Sierra i Fabra

Posted: 27 Feb 2021 08:04 PM PST

Sinaia. Mayo de 1939. La guerra civil española ha terminado. Miles de huidos republicanos se hacinan en los campos de refugiados del sur de Francia, todos esperando una huida imposible. Cuando el presidente mexicano Lázaro Cárdenas acepta darles cobijo, el primer barco que parte del puerto de Sète es el Sinaia. Esta es la novela de aquel viaje, con testimonios reales extraídos del diario de a bordo. Y en la ficción, un asesinato que convulsiona la travesía. Sobre el Autor. Jordi.

La entrada Sinaia – Jordi Sierra i Fabra apareció primero en ePubGratis - Libros en Formato ePub.