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miércoles, 6 de mayo de 2020

Novedades en Librotea

 




 

 
El libro que tienes que leer esta semana...
 
Libro de familia,
de Galder Reguera

El mismo día que la madre de Galder Reguera supo que estaba embarazada de él, su padre murió en un accidente de tráfico. Esta trágica coincidencia es el detonante de una obra que trata sobre la familia, sobre su significado y la manera en la que configura la vida de sus miembros. Una búsqueda del autoconocimiento en un libro singular y emocionante.
 
CONTENIDO PATROCINADO

#LEEENCASA con estos 10 libros
 
bailarina

Esta semana vamos a hacer un repaso por el Top 10 de libros que nos recomienda el Grupo Anaya. No importa si prefieres la novela negra o el ensayo, aquí tienes la mejor representación de títulos para todos los gustos. ¿A qué estás esperando para abrir la puerta a la lectura?

 
Multimedia
 
Joël Dicker: “Es muy sencillo olvidar el éxito cuando eres escritor”

En junio llegará El enigma de la habitación 622, la esperada nueva novela de uno de los autores de más éxito en todo el mundo, con el que hablamos sobre su manera de entender la literatura y los libros que le han influido a lo largo de su vida.
 
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EL TAPADO 

 
La recomendación inesperada de...

 
Aida Folch
 

kenfollett_
 
¿Podemos hablar de algo más agradable?

libro

 
“Es una novela gráfica, una reflexión sobre las relaciones familiares en la línea de Alison Bechdel con su Fun Home, que también me encantó. Me marcó, habla sobre los padres y la decadencia que conlleva la vejez, la culpa que sentimos a veces hacia ellos por no dedicarles tiempo, un libro que me conectó con la muerte y el amor. Me hizo replantearme la relación con mis padres, muy bello y sincero, lo he regalado mucho”.
 

lunes, 4 de mayo de 2020

La economía post-pandemia:


 los cambios que llegaron para quedarse en el mundo del trabajo luego del aislamiento **










Teletrabajo, distanciamiento social, fin de los viajes laborales; trabajo por objetivos son algunas de las tendencias que los analistas avizoran que permanecerán luego del Covid-19
La conmemoración del 1 de mayo, Día Mundial del Trabajador, tuvo este año un condimento especial. El coronavirus COVID-19 y las medidas de aislamiento obligatorias que rigen en todo el mundo -en algunos lugares, ya con algo de flexibilidad- modificaron, a la fuerza, las políticas a las que el mercado laboral venía acostumbrado. Trabajo remoto en muchas actividades; protocolos y y esquemas de distanciamiento físico; menor movilidad por viajes, reuniones y eventos; y extremos cuidados sanitarios son algunos de los cambios más notorios que se produjeron en el mundo del trabajo, y que, según coinciden muchos analistas, llegaron para quedarse.
“En un contexto en el que se extiende el aislamiento preventivo y obligatorio, donde muchas empresas están imposibilitadas de operar o debieron modificar radicalmente sus pautas de funcionamiento, con muchos trabajadores confinados en sus hogares y teniendo que conciliar su vida profesional y laboral en un mismo espacio, y muchos otros sobre-exigidos por prestar servicios en actividades consideradas esenciales, es indiscutible que el mundo del trabajo ya no será el mismo y todo indica que algunos cambios llegaron para quedarse”, destaca un informe realizado por Randstad, compañía global de servicios de recursos humanos.
Andrea Ávila, CEO de la firma para la Argentina y Uruguay, dijo a Infobae: “de un día para el otro se armó el mayor experimento mundial de home office que ni la mente más visionaria pudo imaginar jamás, y eso no tiene vuelta atrás, muchas cosas no volverán a ser como antes en el mundo del trabajo cuando la cuarentena termine y volvamos a una cierta, y nueva, normalidad”.
Al respecto, desde la Organización Internacional del Trabajo (OIT) advirtieron sobre los riesgos de esa “nueva normalidad” y plantearon que, como sucedió en otras crisis globales, “se requiere de una respuesta internacional que sea integral y coordinada y que tenga como eje prioritario a las personas”, aseguró, ante la consulta de Infobae, el director de la OIT Argentina, Pedro Furtado de Oliveira.
“Necesitamos dejar atrás la desigualdad, la falta de garantías y de acceso a derechos, con sistemas más amplios de protección social, entendiendo que la seguridad y la salud en el trabajo son derechos, apostando a una transición justa, el aprendizaje permanente y una mayor formalización. Hoy 6 de cada 10 trabajadores del mundo están en la informalidad”, aseguró Oliveira, al agregar que “la experiencia de 2008 muestra el riesgo que existe al final de la catástrofe, de restablecer una normalidad que ya era injusta".
“Por esto, cuando superemos esta crisis, debemos procurar que esta experiencia nos deje como legado una mejor normalidad, que elimine las injusticias reveladas por la COVID-19 y nos dé herramientas para construir un futuro del trabajo más inclusivo y sostenible”, remarcó el titular de la OIT en el país.
Cuando superemos esta crisis, debemos procurar que esta experiencia nos deje como legado una mejor normalidad, que elimine las injusticias reveladas por la COVID-19 y nos dé herramientas para construir un futuro del trabajo más inclusivo y sostenible (Pedro Furtado de Oliveira -OIT Argentina-)
Los expertos de Randstad aseguran que las principales tendencias que sentarán las bases de un nuevo escenario laboral a nivel mundial cuando pase la pandemia son las siguientes:
1) Pautas de distanciamiento en oficinas, plantas y ámbitos laborales
El estudio sostiene que, aún cuando se levante de cuarentena y se reanude la actividad productiva, habrá que seguir conviviendo con los protocolos de distanciamiento físico que afectarán sustancialmente la forma de vinculación en los distintos ámbitos laborales. Las empresas deberán esforzarse para generar ambientes de trabajo seguros para los trabajadores, adecuando sus instalaciones, procesos y estándares de trabajo en línea con los nuevos parámetros de distanciamiento. Así, mamparas divisoras, zonas de seguridad y circulación monitoreada, estaciones de sanitización, kits de elementos de protección personal y estrictos protocolos de ocupación en espacios comunes serán protagonistas de la nueva normalidad en el trabajo, creen en Randstad.
2) Home Office y trabajo remoto
La situación de aislamiento preventivo obligó a muchas organizaciones a generar las condiciones para que sus colaboradores realicen teletrabajo, incluso cuando la cultura predominante se orientaba hacia el trabajo presencial, el control y el cumplimiento de horarios. “Lo positivo de esta situación forzada es que colaboró para derribar barreras culturares, prejuicios y mitos en relación al trabajo remoto y la productividad, la autogestión y el compromiso de los colaboradores. Es altamente probable que después de haber transitado esta experiencia, muchas empresas no quieran volver a tener a todos sus trabajadores en sus oficinas frente al escritorio como antes, e incluso habrá muchos trabajadores que tampoco quieran hacerlo”, dice el informe.
3) Desplazamientos, viajes, eventos y reuniones
La pandemia COVID-19 paralizó el mundo de los viajes y el turismo y se espera que sea una de las industrias que más demore en recuperarse. Esta situación, trasladada al mundo del trabajo, impactará directamente en la organización de convenciones, congresos, capacitaciones y otros eventos corporativos que dejarán de ser presenciales y pasarán a entornos virtuales. Lo mismo ocurrirá con los formatos típicos de reuniones cotidianas en las organizaciones, que mutarán a videoconferencias para sostener el distanciamiento físico que será norma en adelante.
Por otra parte, dice la consultora, “las empresas deberán adaptar con creatividad y flexibilidad los esquemas de horarios laborales para evitar el traslado de los trabajadores en transporte público en horas pico”, así como implementar días alternativos de concurrencia y otras estrategias que permitan cumplir con el distanciamiento de seguridad entre personas en los distintos espacios de trabajo.
4) Se consolida el trabajo por objetivos
El teletrabajo instaurado masivamente por las circunstancias sanitarias tuvo como efecto secundario que muchas empresas se den cuenta de que no requieren basarse en el control de horas para asegurar la productividad de su fuerza laboral. Muchas organizaciones con culturas de gestión que desconfiaban de los formatos de trabajo flexibles, que priorizaban el “estar” por sobre el “hacer”, han podido vivir la experiencia empírica y comprobar que el presentismo no es garantía de resultados. La confianza en el desempeño a distancia y la productividad sostenida durante el aislamiento han puesto en evidencia que el trabajo por horas está quedando obsoleto y va ganando terreno el trabajo por objetivos.
5) Crece el trabajo freelance y otras opciones de formatos de trabajo flexible
Con una menor dependencia de la presencialidad, mayores posibilidades de trabajo remoto y la consolidación de la gestión por objetivos, el mundo del trabajo post COVID-19 ofrecerá mayores posibilidades para formatos y experiencias de trabajo más flexibles y la inclusión de los freelancers como parte del pool de talento de las organizaciones, aseguran los analistas de Randstad.
Con la tecnología como facilitadora, se verá un nuevo crecimiento de la “Gig Economy”, como se denomina la nueva economía del trabajo móvil, remoto, a demanda e independiente. En este sentido, dado que la especialización y el conocimiento no reconocen formatos de contratación, la incorporación de talentos en formato freelance, por proyecto o part-time crecerá de la mano de un contexto en el que las organizaciones necesitarán más que nunca ser competitivas para recuperarse del impacto económico que dejará la pandemia, plantea el informe.
Dado que la especialización y el conocimiento no reconocen formatos de contratación, la incorporación de talentos en formato freelance, por proyecto o part-time crecerá
El abogado laboralista, vicepresidente de la UIA y titular de la Coordinadora de Industrias de Productos Alimenticios (Copal), Daniel Funes de Rioja, coincidió en que el mundo del trabajo sufrirá transformaciones, que ya se venían gestando desde antes de la COVID-19 por el cambio tecnológico.
"Esto no es un viento zonda que pasó; muchas cosas no volverán a ser como antes", planteó el abogado laboralista Daniel Funes de Rioja
El sector de la alimentación fue considerado esencial desde un primer momento y tuvo que adecuar las jornadas de trabajo para respetar la distancia social, ajustar la producción al nivel real de demanda, y contratar personal eventual o dar horas extras por todos los trabajadores que por ser mayores o ser “de riesgo” no asisten a sus lugares de trabajo, además de aplicar todos los protocolos sanitarios correspondientes.
Según Funes de Rioja, “esto no es un viento zonda que pasó; hay cosas que no volverán a ser como antes”. Planteó dudas sobre cómo se reactivarán rubros como el turismo, la gastronomía, las companías aéreas: “En primer lugar, no sé cuándo pasará esto. Estoy monitoreando 16 países emergentes y desarrollados y coinciden que no será en menos de seis meses. Segundo: esas actividades no sé si levantarán la cabeza como lo hacían antes”, dijo.
También planteó el dirigente de la alimentación y vicepresidente de la Unión Industrial Argentina la posibilidad de que se reduzcan los viajes corporativos para participar de congresos o conferencias. “¿Cuántas demostraciones estamos teniendo de que las cosas se pueden hacer distintas?", se preguntó el abogado, al remarcar que se la pasa conectado a videoconferencias por trabajo.
En las fábricas, en tanto, Funes de Rioja imagina “turnos más rotativos para evitar grandes concentraciones urbanas”. “Esta situación nos vino a plantear alternativas que tal vez sean mejores, por ejemplo, para evitar el hacinamiento”, dijo. Con respecto al teletrabajo, afirmó que “tiende a expandirse”, aunque habrá que ver luego en qué tipo de actividades tendrá mayor participación.
Matías Cremonte, presidente de la Asociación de Abogados Laboralistas, es “escéptico de que después de la pandemia pueda llegar algo bueno”. “¿Realmente el teletrabajo, si vino para quedarse, va a mejorar las condiciones laborales y el trabajador va a disponer más de su tiempo? Le ahorrás al empleador el alquiler de un lugar, los servicios, y la persona se paga su Internet, su teléfono. No hay una regulación en la Argentina del teletrabajo; y veo relativo eso de que la tecnología llegó para mejorar la sociedad”, manifestó el abogado.
Por otra parte, agregó Cremonte, hoy se están firmando acuerdos de suspensiones con reducciones del 25% de los ingresos, por lo que será difícil recomponer el mercado de trabajo una vez que pase la pandemia. “Cuando los trabajadores vuelvan al mercado, lo harán con salarios del 2019 y una importante pérdida real; en algunos casos, inclusos con bajas nominales. Entonces, ¿cómo se regenera el consumo?, y si no hay demanda, ¿cómo abren las empresas?”, se preguntó. Un factor positivo que consideró que podría permanecer es que por la pandemia algunas actividades tuvieron que incorporar elementos de prevención y eso funcionó muy bien donde existen comité mixtos de seguridad e higiene.
“Creo que esta pandemia va a acelerar muchos cambios que estaban ya en curso. En primer lugar, hubo una aceleración de los procesos de digitalización masiva. Los gobiernos de la región están operando en remoto diariamente. Y muchas empresas han reorganizado sus operaciones. Y por otra parte, se abre una oportunidad para cambiar modelos de negocio, el consumo y la producción, hacia sistemas sustentables desde el punto de vista del medio ambiente", aseguró el economista y ex director de la Argentina en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Federico Poli.
Poli sostiene que los grandes rescates públicos pueden incluir condicionalidades verdes y que al tener un escenario de hasta dos años con movilidad controlada y medidas de seguridad, habrá que repensar organización del trabajo y movilidad, lo que podría permitir romper las barreras existentes.
Los grandes rescates públicos pueden incluir condicionalidades verdes y que al tener un escenario de hasta dos años con movilidad controlada y medidas de seguridad, habrá que repensar organización del trabajo y movilidad, lo que podría permitir romper las barreras existentes
“Además, la digitalización junto con la presión para el cuidado del medio ambiente permitirían modificar el modo de producción (con la trazabilidad de la producción y la exigencia de formas de producción cuidadosas del medio ambiente y de standards laborales) y al mundo del trabajo (con mayor uso del teleworking y las reuniones virtuales)”, añadió.
Está claro que la pandemia y los efectos que está generando en la economía no se resolverán en tres meses, y quizá tampoco en seis, como avizoran en muchos países. Y que el mundo laboral, que ya venía cambiando por el avance tecnológico, será diferente. El desafío será compatibilizar las nuevas formas de trabajo que se avecinan con la necesidad de los trabajadores de contar con una mayor protección social.


 Natalia Donato /INFOBAE.COM/

Descripción de la peste negra por Giovanni Boccaccio


[Testimonio - Texto completo.]
Giovanni Boccaccio

El renombrado escritor Giovanni Boccaccio vivía en Florencia en el 1348, cuando esta famosa ciudad italiana fue devastada por la peste negra (peste bubónica), que mató a un 80% de la población. Apenas una quinta parte de los habitantes de Florencia sobrevivió: Boccaccio fue uno de ellos. En la primera jornada de su clásico libro de cuentos, El decamerón, Boccaccio deja testimonio de lo que presenció en ese año horripilante. Lo que sigue es una traducción editada de este testimonio.

En el año 1348 llegó a la ciudad de Florencia, Italia, la mortífera peste que fue enviada como castigo sobre los mortales por la justa ira de Dios. Había comenzado algunos años antes en el Oriente, privándolos de gran cantidad de vivientes, y continuó sin descanso de un lugar a otro y se extendió miserablemente a Occidente.
Y no valió contra ella ningún saber humano, como la limpieza de la ciudad de muchas inmundicias ordenada por los encargados de ello ni la prohibición de entrar en ella a todos los enfermos ni los muchos consejos dados para conservar la salubridad. Ni valieron tampoco las humildes súplicas dirigidas a Dios por las personas devotas, no una vez sino muchas, ordenadas en procesiones o de otras maneras. Casi al principio de la primavera del año antes dicho empezó la peste a mostrar sus dolorosos efectos horriblemente y en asombrosa manera.
Y no era como en Oriente, donde a quien salía sangre de la nariz le seguía muerte inevitable, sino que en su comienzo nacían a los varones y a las hembras semejantemente en las ingles o bajo las axilas, ciertas hinchazones que algunas crecían hasta el tamaño de una manzana y otras de un huevo, y algunas más y algunas menos, que eran llamadas “bubas” por el pueblo. Y de las dos dichas partes del cuerpo, en poco espacio de tiempo empezaba la pestífera buba a extenderse a cualquiera de sus partes indiferentemente, e inmediatamente comenzaba la calidad de la enfermedad a cambiarse en manchas negras o lívidas que aparecían a muchos en los brazos y por los muslos y en cualquier parte del cuerpo, a unos grandes y raras, y a otros menudas y abundantes.
Y así como la buba había sido y seguía siendo indicio certísimo de muerte futura, lo mismo eran estas para quienes sobrevivían. Y para curar tal enfermedad no parecía que valiese ni aprovechase consejo de médico o virtud de medicina alguna. Ya fuera porque la naturaleza del mal no lo sufriese o porque la ignorancia de quienes lo medicaban no supiese cuál era la causa y, por consiguiente, no tomase el debido remedio, no solamente eran pocos los que curaban sino que casi todos morían antes del tercer día de la aparición de las señales, aunque algunos morían antes y otros después, la mayoría sin fiebre alguna ni otro síntoma.
Y esta pestilencia tuvo mayor fuerza porque los que estaban enfermos se abalanzaban sobre los sanos con quienes se comunicaban, no de otro modo que como hace el fuego sobre las cosas secas y engrasadas cuando se le avecina mucho. Y más allá llegó el mal: que no solamente el hablar y el tratar con los enfermos daba a los sanos enfermedad o motivo de muerte común, sino también el tocar los paños o cualquier otra cosa que hubiera sido tocada o usada por los enfermos.
Y asombroso es escuchar lo que debo decir, que si por los ojos de muchos y por los míos propios no hubiese sido visto, apenas me atrevería a creerlo, y mucho menos a escribirlo. Digo que de tanta virulencia era la calidad de la pestilencia narrada que no solamente pasaba del hombre al hombre, sino lo que es mucho más: que las cosas que habían sido del hombre, no solamente lo contaminaban con la enfermedad sino que en brevísimo espacio lo mataban.
De lo cual mis ojos, como he dicho hace poco, fueron entre otras cosas testigos un día porque, estando los despojos de un pobre hombre muerto de tal enfermedad arrojados en la vía pública, y tropezando con ellos dos puercos, y como según su costumbre se agarrasen y le tirasen de las mejillas primero con el hocico y luego con los dientes, un momento más tarde, tras algunas contorsiones y como si hubieran tomado veneno, ambos cerdos cayeron muertos en tierra sobre los maltratados despojos.
De tales cosas, y de bastantes más semejantes a estas y mayores, nacieron miedos diversos e imaginaciones en los que quedaban vivos, y casi todos se inclinaban a un remedio muy cruel como era esquivar y huir a los enfermos y a sus cosas. Haciéndolo, cada uno creía que conseguía la salud para sí mismo. Y había algunos que pensaban que vivir moderadamente y guardarse de todo lo superfluo debía ofrecer gran resistencia al dicho accidente y, reunida su compañía, vivían separados de todos los demás recogiéndose y encerrándose en aquellas casas donde no hubiera ningún enfermo y pudiera vivirse mejor, usando con gran templanza de comidas delicadísimas y de óptimos vinos y huyendo de todo exceso, sin dejarse hablar de ninguno ni querer oír noticia de fuera, ni de muertos ni de enfermos. Se entretenían con tocar instrumentos y con los placeres que podían tener.
Otros, inclinados a la opinión contraria, afirmaban que la medicina certísima para tanto mal era el beber mucho y el gozar y andar cantando de paseo y divirtiéndose y satisfacer el apetito con todo aquello que se pudiese, y reírse y burlarse de todo lo que sucediese. Lo ponían en obra como podían, yendo de día y de noche ora a esta taberna ora a la otra, bebiendo inmoderadamente y sin medida y mucho más haciendo en los demás casos solamente las cosas que entendían que les servían de gusto o placer. Todo lo cual podían hacer fácilmente porque todo el mundo, como quien no va a seguir viviendo, había abandonado sus cosas tanto como a sí mismo, por lo que la mayoría de las casas se habían hecho comunes y así las usaba el extraño, si se le ocurría, como las habría usado el propio dueño.
Y con todo este comportamiento de fieras, huían de los enfermos cuanto podían. Y en gran aflicción y miseria estaba la reverenda autoridad de las leyes, de las divinas como de las humanas, toda caída y deshecha por sus ministros y ejecutores. Como los otros hombres estaban enfermos o muertos o se habían quedado tan carentes de servidores que no podían hacer oficio alguno, entendían que le era lícito a todo el mundo hacer lo que le diera la gana.
Muchos otros observaban, entre las dos dichas más arriba, una vía intermedia: ni restringiéndose en las comidas como los primeros ni alargándose en el beber y en los otros libertinajes tanto como los segundos. Suficientemente, según su apetito, usaban de las cosas sin encerrarse; salían a pasear llevando en las manos flores, hierbas odoríferas o diversas clases de especias, que se llevaban a la nariz con frecuencia por estimar que era óptima cosa confortar el cerebro con tales olores contra el aire impregnado del hedor de los cuerpos muertos y cargado y hediondo por la enfermedad y las medicinas.
Algunos eran de sentimientos más crueles (como si por ventura fuese más seguro) diciendo que ninguna medicina era mejor ni tan buena contra la peste que huir de ella. Movidos por este argumento, no cuidando de nada sino de sí mismos, muchos hombres y mujeres abandonaron la propia ciudad, las propias casas, sus posesiones y sus parientes y sus cosas, y buscaron las ajenas, o al menos el campo, como si la ira de Dios no fuese a seguirlos para castigar la perversidad de los hombres con aquella peste y solamente fuese a oprimir a aquellos que se encontrasen dentro de los muros de su ciudad. Y aunque estos que opinaban de diversas maneras no murieron todos, no por ello todos se salvaban. Enfermándose muchos en cada una de ellas y en distintos lugares (habiendo dado ellos mismos ejemplo cuando estaban sanos a los que sanos quedaban) abandonados por todos, languidecían ahora.
Y no digamos ya que un ciudadano esquivase al otro y que casi ningún vecino ayudara a otro, y que los parientes raras veces o nunca se visitasen. Con tanto espanto había entrado esta amargura en el pecho de los hombres y de las mujeres, que un hermano abandonaba al otro y el tío al sobrino y la hermana al hermano, y muchas veces la mujer a su marido, y lo que mayor cosa es y casi increíble, los padres y las madres a los hijos, como si no fuesen suyos, evitaban visitar y atender.
A quienes enfermaban, que eran una multitud inestimable, tanto hombres como mujeres, ningún otro auxilio les quedaba: o la caridad de los amigos, de los que había pocos, o la avaricia de los criados, que por gruesos salarios y abusivos contratos servían, aunque con todo ello no se encontrasen muchos. Y los que se encontraban eran hombres y mujeres de tosco ingenio, y además no acostumbrados a tal servicio, que casi no servían para otra cosa que para llevar a los enfermos algunas cosas que pidiesen o mirarlos cuando morían; y sirviendo en tal servicio, se perdían ellos muchas veces con lo ganado.
Y por ser abandonados los enfermos por los vecinos, los parientes y los amigos, y por haber escasez de sirvientes, se siguió una costumbre no oída antes: que a ninguna mujer, por bella o gallarda o noble que fuese, si enfermaba, le importaba tener a su servicio a un hombre, como fuese, joven o no, ni mostrarle sin ninguna vergüenza todas las partes de su cuerpo, si se lo pedía la necesidad de su enfermedad; lo que en aquellas que se curaron fue razón de honestidad menor en el tiempo que sucedió. Como resultado, siguió la muerte de muchos que, por ventura, si hubieran sido ayudados se habrían salvado. Por el defecto de los necesarios servicios que los enfermos no podían tener, era tanta en la ciudad la multitud de los que de día y de noche morían, que causaba estupor oírlo decir, cuanto más mirarlo.
Por lo cual, casi por necesidad, cosas contrarias a las primeras costumbres de los ciudadanos nacieron entre quienes quedaban vivos. Era costumbre, así como ahora vemos hacer, que las mujeres parientes y vecinas se reuniesen en la casa del muerto, y allí, con aquellas que más le tocaban, lloraban; y por otra parte delante de la casa del muerto con sus parientes se reunían sus vecinos y muchos otros ciudadanos, y según la calidad del muerto allí venía el clero, y él en hombros de sus iguales, con funeral pomposo y cantos, a la iglesia elegida por él antes de la muerte era llevado. Las cuales cosas, luego que empezó a subir la ferocidad de la peste, en todo o en su mayor parte cesaron casi y otras nuevas sobrevivieron en su lugar. Por lo que no solamente sin tener muchas mujeres alrededor se morían las gentes sino que eran muchos los que de esta vida pasaban a la otra sin testigos. Y poquísimos eran aquellos a quienes los piadosos llantos y las amargas lágrimas de sus parientes fuesen concedidas, sino que en lugar de ellas eran más acostumbradas las risas y las agudezas y el festejar en compañía; la cual costumbre las mujeres, en gran parte pospuesta la femenina piedad a su salud, habían aprendido óptimamente.
Y eran raros aquellos cuerpos que fuesen por más de diez o doce de sus vecinos acompañados a la iglesia. No los llevaban sobre los hombros los honrados y amados ciudadanos, sino una especie de sepultureros salidos de la gente baja que se hacían llamar faquines y hacían este servicio a sueldo poniéndose debajo del ataúd y, llevándolo con presurosos pasos, no a aquella iglesia que hubiese antes de la muerte dispuesto, sino a la más cercana la mayoría de las veces lo llevaban, detrás de cuatro o seis clérigos con pocas luces y a veces sin ninguna. Con la ayuda de los dichos faquines, sin cansarse en una ceremonia demasiado larga o solemne, en cualquier sepultura desocupada lo metían.
Entre la gente baja, y tal vez la mediana, el espectáculo estaba lleno de mucha mayor miseria, porque estos, o por la esperanza o la pobreza retenidos la mayoría en sus casas, quedándose en sus barrios, enfermaban a millares por día, y no siendo ni servidos ni ayudados por nadie, sin redención alguna morían todos. Y bastantes acababan en la vía pública, de día o de noche; y muchos, si morían en sus casas, antes con el hedor corrompido de sus cuerpos que de otra manera, hacían sentir a los vecinos que estaban muertos.
Era sobre todo observada una costumbre por los vecinos, movidos no menos por el temor de que la corrupción de los muertos no los ofendiese que por el amor que tuvieran a los finados. Ellos, o por sí mismos o con ayuda de algunos acarreadores cuando podían tenerla, sacaban de sus casas los cuerpos de los ya finados y los ponían delante de sus puertas (donde, especialmente por la mañana, hubiera podido ver un sinnúmero de ellos quien se hubiese paseado por allí). Allí hacían venir los ataúdes, y hubo tales a quienes por ausencia de ellos pusieron sobre alguna tabla. Tampoco fue un solo ataúd el que se llevó juntas a dos o tres personas; ni sucedió una sola vez sino que se habrían podido contar bastantes veces en que la mujer y el marido, los dos o tres hermanos, o el padre y el hijo, o así sucesivamente, estuvieron juntos en un mismo ataúd. Y muchas veces sucedió que, andando dos curas con una cruz por alguno, se pusieron tres o cuatro ataúdes, llevados por acarreadores, detrás de ella; y donde los curas creían tener un muerto para sepultar, tenían seis u ocho, o tal vez más.
Tampoco eran estos honrados con lágrimas o luces o compañía, sino que la cosa había llegado a tanto que no de otra manera se cuidaba de los hombres que morían que se cuidaría ahora de las cabras. Por lo que apareció muy claramente que aquello que el curso natural de las cosas no había podido con sus daños mostrar a los sabios que se debía soportar con paciencia, lo hacía la grandeza de los males aún con los simples, desaprensivos y despreocupados. A la gran multitud de muertos que era conducida a todas las iglesias, todos los días y a casi todas las horas, no bastando para las sepulturas la tierra sagrada (y máxime queriendo dar a cada uno un lugar propio según la antigua costumbre), se hacían por los cementerios de las iglesias, después que todas las partes estaban llenas, fosas grandísimas en las que se ponía a centenares de los que llegaban, y en aquellas estibas, como se ponen las mercancías en las naves en capas apretadas, con poca tierra se recubrían hasta que se llegaba a ras de suelo.
No se ahorró pena al campo circundante. Los labradores míseros y pobres y sus familias, sin trabajo de médico ni ayuda de servidores, por las calles y por las casas, de día o de noche indiferentemente, no como hombres sino como bestias morían. Por lo cual, estos, disolutas sus costumbres como las de los ciudadanos, no se ocupaban de ninguna de sus cosas o haciendas; y todos, como si esperasen ver venir la muerte en el mismo día, se esforzaban con todo su ingenio no en ayudar a los futuros frutos de los animales y de la tierra y de sus pasados trabajos, sino en consumir los que tenían a mano.
Por lo que los bueyes, los asnos, las ovejas, las cabras, los cerdos, los pollos y hasta los mismos perros fidelísimos al hombre, sucedió que fueron expulsados de las propias casas y por los campos, donde las cosechas estaban abandonadas, sin ser no ya recogidas sino ni siquiera segadas, iban como más les placía. Y muchos, como racionales, después que habían pastado bien durante el día, por la noche se volvían saciados a sus casas sin ninguna guía de pastor.
¿Qué más puede decirse, dejando el campo y volviendo a la ciudad, sino que tanta y tal fue la crueldad del cielo, y tal vez en parte la de los hombres, que entre la fuerza de la pestífera enfermedad y por ser muchos enfermos mal servidos o abandonados en su necesidad por el miedo que tenían los sanos, a más de cien mil criaturas humanas, entre marzo y el julio siguiente, se tiene por cierto que dentro de los muros de Florencia les fue arrebatada la vida?
¡Oh, cuántos grandes palacios, cuántas bellas casas, cuántas nobles moradas llenas por dentro de gentes, de señores y de damas, quedaron vacías hasta del menor infante! ¡Oh, cuántos memorables linajes, cuántas amplísimas herencias, cuántas famosas riquezas se vieron quedar sin sucesor legítimo! ¡Cuántos valerosos hombres, cuántas hermosas mujeres, cuántos jóvenes gallardos a quienes no otros que Galeno, Hipócrates o Esculapio hubiesen juzgado sanísimos, desayunaron con sus parientes, compañeros y amigos, y llegada la tarde cenaron con sus antepasados en el otro mundo!
FIN

Primera jornada,
El decamerón, 1353

El decamerón

miércoles, 29 de abril de 2020

El cocinero Chichibio


[Cuento - Texto completo.]
Giovanni Boccaccio

Currado Gianfiglazzi se distinguía en nuestra ciudad como hombre eminente, liberal y espléndido, y viviendo vida hidalga, halló siempre placer en los perros y en los pájaros, por no citar aquí otras de sus empresas de mayor monta. Pues bien; habiendo un día este caballero cazado con un halcón suyo una grulla¹ cerca de Perétola y hallando que era tierna y bien cebada, se la mandó a su vecino, excelente cocinero, llamado Chichibio, con orden de que se la asase y aderezase bien. Chichibio, que era tan atolondrado como parecía, una vez aderezada la grulla, la puso al fuego y empezó a asarla con todo esmero.
Estaba ya casi a punto y despedía el más apetitoso olor el ave, cuando se presentó en la cocina una aldeana llamada Brunetta, de la que el marmitón estaba perdidamente enamorado; y percibiendo la intrusa el delicioso vaho y viendo la grulla, empezó a pedirle con empeño a Chichibio que le diese un muslo de ella. Chichibio le contestó canturreando:
-No la esperéis de mí, Brunetta, no; no la esperéis de mí.
Con lo que Brunetta irritada, saltó, diciendo:
-Pues te juro por Dios que si no me lo das, de mí no has de conseguir nunca ni tanto así.
Cuanto más Chichibio se esforzaba por desagraviarla, tanto más ella se encrespaba; así es que, al fin, cediendo a su deseo de apaciguarla, separó un muslo del ave y se lo ofreció.
Luego, cuando les fue servida a Currado y a ciertos invitados, advirtió aquel la falta y extrañándose de ello hizo llamar a Chichibio y le preguntó qué había sido del muslo de la grulla. A lo que el tramposo veneciano contestó en el acto, sin atascarse:
-Las grullas, señor, no tienen más que una pata y un muslo.
Amoscado entonces Currado, opuso:
-¿Cómo diablos dices que no tienen más que un muslo? ¿Crees que no he visto más grullas que esta?
-Y, sin embargo, señor, así es, como yo os digo; y, si no, cuando gustéis os lo demostraré con grullas vivas -arguyó Chichibio.
Currado no quiso enconar más la polémica, por consideración a los invitados que presentes se hallaban, pero le dijo:
-Puesto que tan seguro estás de hacérmelo ver a lo vivo -cosa que yo jamás había reparado ni oído a nadie- mañana mismo yo dispuesto estoy. Pero por Cristo vivo te juro que si la cosa no fuese como dices, te haré dar tal paliza que mientras vivas habrás de acordarte de mi nombre.
Terminada con esto la plática por aquel día, al amanecer de la mañana siguiente, Currado, a quien el descanso no había despejado el enfado, se levantó cejijunto, y ordenando que le aparejasen los caballos, hizo montar a Chichibio en un jamelgo y se encaminó a la orilla de una laguna, en la que solían verse siempre grullas al despuntar el día.
-Pronto vamos a ver quién de los dos ha mentido ayer, si tú o yo -le dijo al cocinero.
Chichibio, viendo que todavía le duraba el resentimiento al caballero y que le iba mucho a él en probar que las grullas solo tenían una pata, no sabiendo cómo salir del aprieto, cabalgaba junto a Currado más muerto que vivo, y de buena gana hubiera puesto pies en polvorosa si le hubiese sido posible; mas, como no podía, no hacía sino mirar a todos lados, y cosa que divisaba, cosa que se le antojaba una grulla en dos pies.
Llegado que hubieron a la laguna, su ojo vigilante divisó antes que nadie una bandada de lo menos doce grullas, todas sobre un pie, como suelen estar cuando duermen. Contentísimo del hallazgo, asió la ocasión por los pelos y, dirigiéndose a Currado, le dijo:
-Bien claro podéis ver, señor, cuán verdad era lo que ayer os dije, cuando aseguré que las grullas no tienen más que una pata: basta que miréis aquellas.
-Espera, que yo te haré ver que tienen dos -repuso Currado al verlas.
Y, acercándoseles algo más, gritó:
-¡Jojó!
Con lo que las grullas, alarmadas, sacando el otro pie, emprendieron la fuga. Entonces Currado dijo, dirigiéndose a Chichibio:
-¿Y qué dices ahora, comilón? ¿Tienen, o no, dos patas las grullas?
Chichibio, despavorido, no sabiendo en dónde meterse ya, contestó:
-Verdad es, señor, pero no me negaréis que a la grulla de ayer no le habéis gritado ¡Jojó!, que si lo hubierais hecho, seguramente habría sacado la pata y el muslo como estas han hecho.
A Currado le hizo tanta gracia la respuesta que todo su resentimiento se le fue en risas, y dijo:
-Tienes razón, Chichibio: eso es lo que debí haber hecho.
Y así fue como gracias a su viva y divertida respuesta, consiguió el cocinero salvarse de la tormenta y hacer las pases con su señor.
FIN

Sexta Jornada – Narración cuarta, El decamerón
1. Grulla: Ave zancuda de gran tamaño, de patas y cuello largos, con plumaje gris en el cuerpo, y negro y blanco en la cabeza y el cuello, que cuando vuela emite un graznido muy sonoro, y que suele mantenerse sobre un pie cuando se posa.