Hace falta tener humildad intelectual y reconocer, para no seguir cometiendo los mismos errores del pasado, que la historia de la humanidad no se limita únicamente a lo que hemos visto durante nuestras vidas.
“Aquellos que no conocen la historia están condenados a repetirla”, una frase que algunos atribuyen a Napoleón y otros al filósofo español Santayana, se vuelve a hacer presente en estos aciagos tiempos. Como si no fuera suficiente con la pandemia, con parecida pestilencia han surgido los sabihondos que según ellos predicen con lujo de detalles cómo será el mundo futuro cuando a duras penas podemos imaginar lo que pasará mañana. También sobran los aspirantes a erudito que con grandielocuencia declaran que estamos viviendo un acontecimiento único en la historia, la primera pandemia producto de la globalización. Bien les haría dejar de ver tanta televisión y aprovechar el ocio forzado de estos días para instruirse un poco leyendo historia de verdad.
La globalización no es exclusiva de esta época, todas las civilizaciones antiguas tenían redes de relaciones comerciales más o menos internacionalizadas y lo único que realmente parece haber cambiado es la velocidad de las comunicaciones. Por eso no puede causar extrañeza que en el siglo VI hubiese una plaga de dimensiones casi globales y con un poder exterminador que probablemente no soportarían los desinformados ánimos de los moradores del siglo XXI.
Pero antes una ubicación histórica. El Imperio Romano ya había superado sobradamente sus días de mayor esplendor: separado en dos partes en 395 como un intento para paliar las constantes divisiones internas, la parte occidental sucumbió ante el asedio de los pueblos bárbaros, mientras que la oriental prosperaba gracias a la inexpugnabilidad de su capital Constantinopla, la actual Estambul. Cuando Justiniano I llegó al poder en 527, tras asegurar la seguridad de su frontera oriental luego de derrotar a los persas, se propuso conquistar las antiguas provincias occidentales, en lo cual tuvo gran éxito, primero derrotando a los vándalos en el norte de África, recuperando luego las grandes islas mediterráneas, conquistando Roma en 536 y por último asentándose en la parte sur de la península ibérica.
Para los romanos de esta época, el renacimiento no sólo se dio en el plano militar, sino también en la cultura y por supuesto, en la economía. Para sólo citar dos ejemplos, muchas de las instituciones jurídicas de la actualidad se derivan del Corpus Iuris Civilis, que codificó el valioso legado del Derecho Romano y el edificio más impresionante de Estambul sigue siendo la catedral de Santa Sofía. Los abundantes tributos recaudados por el imperio le permitieron mantener un enorme ejército de 150.000 soldados.
A partir de 541 esta prosperidad se desvaneció cuando llegó el bacilo yersinia pestis, causante de la peste bubónica y considerado como el segundo microorganismo que más muertes humanas ha causado a lo largo de la historia, solamente detrás del patógeno de la malaria. Investigaciones recientes sitúan el origen de esta enfermedad en el este de África, probablemente en la actual Tanzania, la peste debió tener dimensiones catastróficas en esa zona, pues desaparecieron todos los prósperos puertos que comerciaban los bienes de la zona, principalmente marfil, y que son citados en las crónicas de la época. Ya el historiador contemporáneo Evagrio Escolástico, citaba que en 540 la enfermedad se había extendido hasta Etiopía y Yemen y de ahí llegó a Pelusio un importante puerto romano en el Bajo Egipto extendiéndose luego a Alejandría y de allí a Constantinopla.
El clérigo Juan de Éfeso narra que las personas solían morir luego de dos o tres días y señalaba que los templos y los mercados parecían ser los lugares que tenían más víctimas. Este cronista llegó a calcular que el número total de muertos en la capital fue de 300.000, cifra improbable, pues la población de Constantinopla para esa época se estimaba en 500.000 habitantes, pero en todo caso, la magnitud de la mortalidad sin duda es una de las más altas de la historia. Dado que resultaba imposible disponer de tanto cadáver, los muertos eran sacados de la ciudad en barcos y enterrados en grandes fosas comunes. Otro historiador, Procopio de Cesárea, cuenta que la crisis provocada por la plaga generó múltiples conspiraciones políticas pues el mismo emperador contrajo la enfermedad.
La pandemia se extendió luego a todos los puertos del Mediterráneo y luego al norte de Europa hasta Irlanda y Dinamarca. Al igual que en la peste negra del siglo XIV, su propagador fue la rata negra que viajaba en los barcos. Hacia oriente afectó al Imperio Persa y más tarde llegó al centro de Asia hasta las fronteras de China. Los persas quedaron tan debilitados que prácticamente no pudieron ofrecer resistencia cuando los árabes los invadieron en el siglo VII.
Aunque es muy difícil calcular el número total de fallecidos y hay grandes divergencias al respecto, se estima que murieron entre 25 y 50 millones de personas, aproximadamente una quinta parte de la población de la época. Gran cantidad de tierras de labrar quedaron abandonadas, lo que originó terribles plagas de langostas en los años subsiguientes. Muchas ciudades quedaron totalmente despobladas, principalmente en las zonas más prósperas del imperio, hacia 750 se estima que la población de Constantinopla era de 100.000 habitantes, lo que evidencia la magnitud del impacto de la peste luego de transcurridos dos siglos. Para muestra de las consecuencias económicas se puede considerar como referencia las obras de arte bizantinas hechas con marfil, una investigación reciente del arqueólogo Davis Keys identifica 120 obras hechas entre los años 400 y 540, pero para un período semejante entre los años 540 y 700 sólo se encontraron 26 obras. Este mismo investigador estima que el tamaño de la economía se redujo a la mitad. Y el otrora invencible ejército bizantino quedó reducido a unos 30.000 hombres.
La peste obviamente truncó los deseos de Justiniano de seguir expandiendo su imperio y más bien le permitió a algunos pueblos bárbaros como los ávaros asolar territorios en los Balcanes y Grecia, con consecuencias históricas importantes pues gracias a esta coyuntura los eslavos se establecieron permanentemente en el este de Europa y los lombardos en el norte de Italia.
Hecha la anterior reseña, concluimos que antes de ver The walking dead es mejor emplear el tiempo leyendo la magna obra The history of the decline and fall of the Roman Empire de Edward Gibbon, pero sobre todo, que hace falta tener humildad intelectual y reconocer, para no seguir cometiendo los mismos errores del pasado, que la historia de la humanidad no se limita únicamente a lo que hemos visto durante nuestras vidas.
Federico Mata Herrera, Abogado y Genealogista.
Federico Mata Herrera.El autor es miembro de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas